Joshua
Adler entró en el pub protegiéndose de la lluvia torrencial que pintaba las
calles de Londres de un tono grisáceo salpicado del amarillo de las farolas.
Con una mueca comprobó que el lugar estaba atestado de trabajadores de fábrica,
carpinteros, herreros y todo aquel que trabajase en el mundo industrial y que
viviese a tres cuadras a la redonda. El recinto apestaba a sudor, cigarro y
cerveza tibia, pero era el único pub en el que nadie le reconocía ni pedía
favores así que se quitó el abrigo empapado y sacudió disimuladamente el
sombrero, dejando unas gotitas de agua sobre el piso de madera.
Solo
había un lugar disponible en la barra, aquel que colindaba con la entrada a los
sanitarios y que olía a meados de gato por mucho que el dueño pusiera aserrín
en el suelo. Encogiéndose de hombros se dirigió a ese sitio que los demás
evitaban y dejó caer su enorme humanidad en el banco de madera que crujió en
protesta por el esfuerzo, pero que estaba acostumbrado a soportar pesos mayores.
Joshua pidió una cerveza al encargado y esperó a que se la sirvieran mientras
jugaba con una servilleta. Quería evitar el contacto visual con cualquier
parroquiano. Era lo que hacía desde dos meses atrás. Cumplir con su guardia,
venir al pub, beber una cerveza tras otra sin hablar con nadie hasta que fuese
tan tarde que no se encontrara a nadie de camino a su casa. Comía y cenaba en
el pub así que no necesitaba variar mucho su rutina.
Su
cerveza llegó. Al darle el primer trago tuvo que respirar por la nariz, cosa
que venía evitando para no oler nada, pero al pasarse la bebida descubrió con
sorpresa que su olfato se inundaba de un aroma a limpio, mejor dicho, a hombre
limpio. Miró alrededor para encontrar al responsable de ese olor a colonia cara
y se encontró con que venía del anciano sentado a su lado. No pudo evitar
observar a tan extraño parroquiano. Y decimos extraño porque desentonaba en ese
lugar como desentonaría él mismo en el palacio de Wimbledon tomando el té con
la reina.
El
anciano bebía bourbon sin hielo, llevaba un traje oscuro de tela fina y un
monóculo le colgaba con gracia del bolsillo del chaleco. Se volvió hacia Joshua
al notar su mirada atónita y sonrió un poco, de medio lado, como disculpándose
por su presencia en ese pub.
—Siento haberlo molestado, señor —dijo Joshua y trató de
concentrarse en las burbujas de su cerveza.
—No es molestia, caballero. Su
mirada, sin embargo, me sacó de mis pensamientos, cosa que le agradezco mucho.
—¿Qué cosas tan horribles le
pasarían por la cabeza si me lo está agradeciendo? —preguntó Joshua en voz baja.
—Terribles, sin duda —el anciano se inclinó
hacia él y le extendió una mano, a modo de saludo—. Mi nombre es Peter Wimsey y estoy
a su servicio, caballero.
Le
estrechó la mano como hacía siempre, con desconfianza. Murmuró su nombre de
mala gana pero agregó:
—No soy ningún caballero. Llámeme
Joshua como lo hacen todos y yo lo llamaré Peter, su nombre a secas, como hago
con la gente normal.
—Me parece perfecto, Joshua.
Permítame invitarle un trago —y
sin esperar respuesta, Wimsey pidió otra ronda para ambos con ese tono afectado
que adoptan las personas de alta alcurnia.
Los
tragos llegaron y después de brindar con un gesto ambos bebieron sin mirarse.
—Lamento que haya muerto su
mayordomo —dijo
Joshua sin pensar y al darse cuenta de lo que había dicho dio otro trago muy
largo a su tarro.
Winsey
lo miró con curiosidad sin disimular su asombro, pero no dijo nada. Solo
asintió. Y fue ese simple gesto el que hizo que Joshua cambiara su actitud
hacia él. De pronto sintió por el anciano un profundo respeto y pensó que si le
pidiera cualquier favor lo haría sin pensarlo, pero no podía quedarse con la
duda así que preguntó:
—¿No me va a interrogar? ¿No quiere
saber cómo lo supe?
El
anciano lo miro con una chispa de picardía en sus ojos azules y dijo:
—Creo que lo sé, o al menos creo
saber cómo lo supo —jugó
un poco con el vaso medio vacío de bourbon y continuó—. Usted notó mi presencia por mi
olor, lo supe cuando lo vi olfatear el aire de reojo. Por mi vestir y mi manera
de hablar sabe que no soy de este barrio, también notó que mi traje es negro y
que estoy bebiendo solo. Eso le dijo que estoy en este pub por dos razones: O
espero a alguien o estaba recordando a alguien. En vista de que le invité una
bebida sabe que no espero a nadie o sea que la segunda opción es la probable.
No estoy recordando a una mujer porque este sitio es visitado casi en exclusiva
por hombres trabajadores y las señoras decentes no se paran en lugares como
este. Así que dedujo que recordaba a un amigo muy querido. También pensó que un
amigo de mi infancia o juventud no
estaría en su vida en un sitio como este y tiene razón. Así que quizá fuera
alguien que se convirtió en mi amigo pero que originalmente trabajaba para mí.
Mis manos son delicadas y mi traje es caro, así que lo más probable es que esa
persona fuera mi mayordomo y dado que él no está aquí conmigo es lógico suponer
que está muerto. ¿Acerté?
—Sí, en casi todo —afirmó Joshua mirándole
con más respeto que antes—.
Le faltó decir que tiene los zapatos salpicados de barro negro y el único lugar
que tiene tierra tan oscura en estos rumbos es el cementerio de Little Whitey.
—¡Bravo, amigo mío! —exclamó Wimsey
entusiasmado—
En otros tiempos hubiera utilizado ese don de deducción para mi trabajo.
¡Habríamos logrado tantas cosas! A Bunter, mi amigo y mayordomo, le habría
encantado conocerlo.
Joshua
murmuró un ininteligible gracias y
sus mejillas se llenaron de rubor.
—¿A qué se dedica, Joshua?
—¿No puede deducirlo usted mismo?
—Veamos —dijo Peter mientras se calaba el
monóculo en el ojo izquierdo y lo observaba con detenimiento—. Viste usted como
empleado de fábrica, su abrigo lleva varios remiendos pero su calzado es de
buena calidad aunque no es nuevo. Lo que me dice que trabaja para alguna
empresa de calzado, no ha saludado a nadie así que creo que no conoce a ningún
parroquiano, y además las fábricas de calzado están del otro lado del rio,
supongo que no vive por aquí. Huele un poco a humo de tabaco pero no ha fumado
así que supongo que la que fuma es su casera, y sé que no está casado porque no
lleva anillo y no ha visto la hora en ningún momento, nadie le espera en
casa.
Joshua
levantó el tarro a modo de brindis y asintió.
—Tiene un rostro amable pero es muy
huraño para conversar —continuó
el anciano—,
eso significa que la gente siempre lo busca para pedirle favores y a usted le
cansa porque no sabe decir que no. Sus manos son suaves, no tienen la aspereza
de los empleados comunes, así que es guardia de seguridad en la fábrica y deja
su uniforme en su trabajo para que no le confundan con policía de camino a
aquí.
Con
una carcajada sorpresiva, Joshua festejó a su interlocutor y pidió otra ronda
de buena gana.
—¿Sabe? Siempre me ha molestado
saber tantas cosas sobre las demás personas porque no me gusta que la gente
sepa tanto sobre mí. Pero ¿Qué oportunidad tenía de encontrarme a una persona
que piense como yo? —preguntó
Joshua y agregó en voz baja—
La mayoría de mis colegas o vecinos son como borregos sin aspiraciones. Solo
quieren llegar a fin de mes sin morirse de hambre y no se preocupan por
observar a su alrededor.
—Le sorprendería lo mucho que se
parecen en eso nuestras clases sociales. Mis compañeros de estudios se han
dedicado a hacer dinero y presumirlo sin hacer nada más de lo que les pide la
sociedad. Cumplen las reglas sin rechistar y violan las normas a su gusto en
secreto. Cuando conocen a alguien que se sale del molde lo tachan de
libertino…en especial si es mujer —dijo
Wimsey con un toque de amargura.
—Es por eso que no me he casado —dijo Joshua ensimismado—. No soporto a las
mujeres que solo hablan de tener hijos y de tener esto y aquello. Comparan a
sus maridos como a caballos de carreras siempre presumiendo lo que gana o
exagerando sus habilidades. Es asqueroso como se arrastran detrás de unos
pantalones que les saquen de su miseria e insisten en llenarse de hijos para
que el marido no se les vaya.
—A usted le habría encantado mi
esposa. Era una rebelde que no creía en el matrimonio y me costó media vida
conseguir que se casara conmigo. Ahora que no la tengo siento que lo mismo que
usted. No podría tolerar a una mujer sumisa.
Siguieron
hablando por muchas horas hasta que el encargado les pidió que se fueran.
Joshua estaba feliz de encontrar en ese lugar a un hombre con quien hablar de
cosas diferentes que no fueran las mismas nimiedades que hablaban sus
compañeros. A Peter Wimsey le encantaba el tono desenfadado con el que Adler
soltaba sus opiniones y le hacía recordar a Bunter, quien habiendo crecido en
cuna humilde, frecuentaba lugares como ese y decía las cosas con la confianza
de saber que tenía razón. Por un momento fantaseó con reclutar a Joshua y
volver a resolver crímenes y ayudar a la policía, pero los tiempos eran otros,
él ya no tenía la misma fuerza de antes y Joshua, evidentemente, no era Bunter.
Bunter,
su gran amigo. Habían resuelto más de treinta casos de asesinatos y fraudes,
siempre con la ayuda del poder de deducción de Wimsey y la agudeza de pensamiento
de Bunter. Cuando Harriet, su esposa, lo abandonó fue Bunter el que estuvo a su
lado y el que continuó investigando aunque Peter ya no tenía ánimos ni para
salir de la cama. De hecho era la primera vez que dejaba la casa por tanto
tiempo desde que renunció oficialmente a la investigación privada. No
necesitaba el dinero y sin su amada Harriet, tampoco necesitaba la aprobación
pública. Se había opuesto, eso sí, a que Bunter buscara al asesino del 9,
apodado de ese modo por el tamaño de las huellas que dejaba el criminal en las
escenas. Bunter no hizo caso. Bunter descubrió quién era y el asesino lo mató a
sangre fría tres días atrás en ese mismo barrio.
Wimsey
sacudió la cabeza para alejar el recuerdo de su amigo en la morgue y se
concentró en lo que Joshua le decía.
—No sé preocupe, mi buen amigo —dijo Peter sonriendo—. Mi chofer vendrá por
mí en unos momentos, le di precisas indicaciones. Puede usted marcharse a casa
con tranquilidad.
Joshua
se despidió de Wimsey con la esperanza de volver a verle. Era refrescante el
chorro de inteligencia que emanaba el anciano, la galanura con la que se movía,
la gracia con la que hablaba. Se alejó pensando en lo que hubiera sido de su
vida si no fuera pobre. ¿Habría asistido a Oxford? ¿Tendría algún departamento
en Picadilly? ¿Se habría casado? Pensó que quizá lo llamarían Lord con una
reverencia. La lluvia había parado y las calles de Londres estaban desiertas.
Pero Joshua se sintió, por primera vez en muchos años, libre de su mediocridad,
ligero como una pluma, emocionado como un chiquillo con un regalo de navidad.
Siempre supo que era diferente a los demás y ahora a sus treinta y tres años
entendía por qué. No es que fuera extraño, es que era inteligente. Muy
inteligente. La vida se había encargado de cagarse en sus sueños y de ponerle
trabas a su manera de pensar.
Ensimismado,
no notó que lo seguían, ni escuchó los pasos ligeros de la persona que, con
mucho cuidado de no dejarse ver, lo observaba de cerca. Se metió en el callejón
de los turcos para llegar a las vías del tren y recorrerlas, como cada noche,
para llegar a casa. A veces se topaba con algún borracho o algún trabajador que
había perdido el tren y tenía que recorrer el camino a pie. Los odiaba. Odiaba
a todos por ser unos idiotas perdidos en un mar de estupidez. A veces
fantaseaba con matar a todos los de la fábrica, a veces quería estrangular a su
casera, a veces…
No
supo que lo golpeó pero de pronto tenía un dolor inmenso en el cráneo y cayó en
medio del callejón, de rodillas, con la cabeza sangrando. Trató de localizar a
su agresor pero solo vio un bastón elegante que le golpeó con fuerza en el
rostro. Perdió la vista, todo se volvió oscuro y se dejó caer en el piso,
inconsciente.
El
agresor siguió golpeando su cuerpo inerte, el bastón de mango de marfil abrió
la piel de Joshua en varios puntos y las paredes se salpicaron de sangre. Más
golpes, más sangre, el ojo derecho de Joshua se salió de su cuenca y el asesino
lo pisó con saña, desparramando materia ocular en las baldosas.
Un
disparo se escuchó en la oscuridad. El asesino cayó con un balazo en la frente,
muerto al instante. De entre las sombras salió Lord Peter Wimsey, caminaba sin
poder evitar el temblor en sus piernas. Ignorando al atacante, se inclinó sobre
Joshua Adler, cuyo cuerpo se sacudía con espasmos incontrolables.
-Lo
siento, amigo mío –murmuró con lágrimas en los ojos-. Pensé que usted era el
asesino del 9, lo seguí pero no fui lo suficientemente rápido. Si no fuera tan
viejo habría visto que lo atacaban, amigo, y lo habría salvado.
Lord
Peter Winsey se alejó hasta la avenida donde lo esperaba un auto negro. El
anciano le pidió al chofer que lo llevara a casa, donde volvió a encerrarse
para siempre, alejándose de los horrores cotidianos, de las pérdidas humanas y
del recuerdo de que la única vez que se equivocó, le costó la vida de un
inocente…maldijo en voz alta a su cuerpo decrepito y a su mente inservible. Al
llegar a su departamento se sirvió un té, puso un poco de música, y se durmió
para siempre.
- FIN -
Considerando la escasez de detalles que ofrece la consigna, es un relato muy bien logrado y disfrutable.
ResponderEliminarTiene unas oraciones un tanto largas, pero está muy bueno.
8/10