[Sin título]
Por Calista Manríquez.
Jugar a ser valientes nunca había
sido su fuerte. Incluso, no le avergonzaría decir frente al mundo que era un
cobarde.
Frente a todo el mundo menos frente
a ella. La linda pelirroja que le robaba el sentido común y convertía sus
fluidas palabras en un montón de silabas entrecortadas y mucha veces sin
sentido.
Así que cuando ella le dijo que
probara su valentía él tomó su linterna y se metió por entre los sucios y
laberínticos pasillo de aquel abandonado edificio.
Estaba oscuro, sucio y solitario. Su
mente racional le decía que todo ese asunto de los fantasmas solo era un mal
chiste usado para asustar a los ilusos, que él no era así, que él no debía
temer, que debía esperar los 15 minutos de la apuesta y salir vencedor.
Último pasillo, una única luz y la clara sombra de una niña.
Último pasillo, una única luz y la clara sombra de una niña.
"Quizá deberías empezar a
creer"
[Sin título]
Por Eva Leonor García Bogado.
Se alejaba al fin de si misma.
Por ese pasillo que conocía al
detalle, que guardaba sus ecos, sus huellas, su sangre primera, su horror.
Simplemente lo decidió así.
Espontáneamente. Ya sin miedo ni rencor. No sabia del tiempo, ni del frío ni el
adiós.
Olvidada de ella, se fue. No se
llevo. Y estuvo bien. Mora ahora en otra, en todas. Ella sos.
[Sin título]
Por Miguel Ángel Di Giovanni.
Familia Valenzuela:
Primeramente agradezco haber elegido
nuestra firma para la refacción.
Como dijimos en la charla telefónica,
el objetivo era convertir su casa en un espacio humano.
Ya en el estudio, con la arquitecta
Quivera nos abocamos a proyectar una mejora en la iluminación natural del
corredor que conecta habitaciones, sala y patio. Al ampliar las fotos vimos lo
que nos pareció un defecto, pero no. En la foto (que saque yo mismo y en
vuestra presencia), se ve claramente una extraña silueta femenina.
Conmocionada, la señorita Quivera
hace un llamado, y pasándome el celular dice “cuéntele arquitecto”. Me
presenté. Expliqué lo que ocurría. Del otro lado de la línea me piden un mail
con la foto. Eso hice. Cuarenta minutos después sonó el celular. Familia
Valenzuela, la voz del otro lado de la línea dijo: Abandonen la casa, y cortó.
Por eso, apreciada familia, renunciamos
realizar la obra.
Atte. Arquitecto Salvador Castañeda
[Sin título]
Por Luis Seijas.
Esta sentado en el pasillo sintiendo
como el frio del piso se apodera de sus nalgas. Ve la pantalla de su
computadora y el cursor titilando le taladra los ojos. No sabe sobre qué
escribir.
Alza la vista y los bombillos se
apagan uno a uno. Vuelve a su página en blanco esperando que la musa le llegue.
Los bombillos titilan y la ve...
Sin pensarlo sus dedos empiezan a
golpear las teclas.
[Sin título]
Por Matías Raña.
Un paso. Eco. Otro paso. Eco.
Silencio.
Una risa cálida, inocente, se escapa
entre el ladrillo húmedo de las paredes.
Ella sabe que el miedo es la
reacción adecuada. Más siente el más profundo acceso de ternura y empatía.
“Así es la entropía”, advierte la
niña. Suena inteligente, algunos dirían ancestral. Su interlocutora asiente.
Las epifanías no se discuten.
Durante toda su vida la mujer
padeció la presencia de la niña en los pasillos, en recovecos sombríos. La niña
que pervertía lugares sacrosantos con su fantasmal figura.
Siempre con un paso, el eco
consiguiente, y el silencio.
Hasta ese día.
“Así es la entropía”, repite ella,
mientras nota que el dolor de ovarios que ningún analgésico pudo calmar había
desaparecido.
Repite las palabras cual mantra al
mismo tiempo que da cuenta que lleva un vestido corto.
Repite las palabras mientras camina
hacia la luz, aceptando por fin su destino.
La
búsqueda
Por Juan Esteban Bassagaisteguy.
Camino por el pasillo del hospital y
no lo encuentro. Estoy sola pero eso no me preocupa. Y no estoy asustada, como
cuando tenía dos o tres años. No. Ahora ya tengo doce, soy mayor y me las tengo
que aguantar.
Él no tuvo piedad
de mí y no me olvido. Tenía dieciocho años y era mi papá. Y dio el visto bueno para que, con solo dos
meses de habitarla, me rasgaran de la panza de mamá.
Privilegió
estudiar para ser médico, que amarme y ser padre por primera vez. Y yo, en
aquel entonces, no me pude defender.
De todas maneras,
sé que algún día, ya recibido, volverá a Rauch para trabajar en el hospital
(cómo no saberlo, si soy —fui— su sangre).
Y ahí finalizará
mi búsqueda, para bien o para mal.
[Sin título]
Por Ultraman SesentayTres Libros.
La luz al final del pasillo es un
imán y un destino para Ana, quien camina por el corredor hacia su encuentro.
Avanza despacio, como tanteando con sus pies cada baldosa y de cada baldosa
cada grieta o imperfección. Camina con cuidado, los ojos al borde de la
ceguera de tanto mirar la meta distante. ¿Distante? No, ya no.
Ana percibe que la luz va a su
encuentro más velozmente que lo que ella misma procura acercarse y decide
detenerse. En un par de segundos la luz va a abrazarla, envolverla, alzarla...
La luz encenderá a Ana como una tea viviente, y en un segundo la niña y el
pasillo serán una misma cosa, ardiente primero, incandescente después,
invisible al final.
Kilómetros más allá del pasillo y la
niña que ahora son menos que cenizas, el hongo atómico se yergue majestuoso y
malévolo.
[Sin título]
Por Sergio Bonavida Ponce.
«Mamá, Mamá... Papá ha vuelto.
No, maldita estúpida, no corras, le pondrás nervioso otra vez, Papá es muy
sensible y no le gusta que corras. Eso es. Tranquila. Mira tú bonito reflejo en
el filo. ¿Si he sido una niña buena? Claro, Papá. ¿Y Mamá?¿Si ha sido buena?
No, Mamá no ha sido buena. Siempre triste y llorona. Se queja y hace aquello
que está mal. Es una chivata. Y en esta familia no somos así. Claro que no
Papá. Te eché de menos. ¡Claro que sí! ¿Por qué te acercas tanto a la ventana
Mamá? Cuidado, a Papá no le gustan tus manías. ¡Maniática imbécil! Siempre es
culpa tuya, Papá es bueno. Maldita loca. Mira tú reflejo en el filo. Míralo.
Maldita sea. Míralo maldita puta. ¿Mamá?¿Mamá?¿MAMÁ?»
[Sin título]
Por Enrique Hernández Negrete.
La luz trascendió pese al mar de
oscuridad. Con el alma manchada y la inocencia perdida, dejé atrás aquel
infierno sumergido en sangre. Sin la esperanza de que el umbral recobrará tan
siquiera una mínima pizca de felicidad. Después de haber sobrevivido a la
masacre del materno infantil, salí a rastras esperando morir de agonía mental.
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