Por Patricia Fabiana Ferrari.
Marta salía de
estudiar como todas las noches. A paso vivo recorría las seis cuadras hasta su
casa. Nunca tenía miedo ni siquiera en las oscuras noches invernales pero aún
así era precavida y caminaba atenta. Para sentirse más segura y evitar el
stress y la angustia que la situación le infundía a su alma, tiempo atrás había
tomado la decisión de comprar un arma. Ya con nuevo "chiche" en su
poder, llamó a su mejor amigo.
Walter trabajaba
desde los dieciocho años en el polígono de tiro de la ciudad donde ambos
vivían. Con su amplia experiencia, toda su habilidad y paciencia en pocos días
la convirtió en una experta tiradora.
Ella nunca esperaba
enfrentarse a una situación límite, pero los tiempos que se vivían donde la
inseguridad era la soberana del día y la noche, de alguna forma había que
protegerse.
Esa noche recorría
su rutinario trayecto a casa. No iba sola, ya lo transitaba en compañía de su
flamante arma. Caminaba sosteniéndola a través de una pequeña abertura que
dejaba el cierre de la cartera apenas deslizado. De pronto, alguien rodeó su
cuello. Sin dudarlo, Marta sacó el arma, la orientó detrás de si buscando
apoyarla sobre el cuerpo de su atacante y apuntó. Todo ocurrió en cuestión de
segundos. Al girar lo vio ahí tendido.
Con su último
aliento y apenas un hilo de voz que se desvanecía más y más con cada palabra,
alcanzó a balbucear:
_ ¡Qué bien te entrené,
guacha!
Muy agradable y cálida la sorpresa recibida por ella al ser elogiada su capacidad operativa. Él no debió subestimarla. Hermoso relato.
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