El
cuerpo de Sungvin Yoo está tirado boca arriba, los ojos abiertos, la cabeza
echada para atrás colgando sobre el abismo, en la cima de una montaña del
parque nacional Bukhansan, a pocos kilómetros de Seúl. El sol cae con fuerza.
Un hilillo de sangre brilla al bajar de su nariz por la mejilla, hasta alcanzar
las pestañas del ojo izquierdo, se desvía hacia la sien y se pierde entre el
cabello. Una gorda mosca se posa y empieza a sorber la sangre. Pasaría mucho
tiempo antes de que alguien hallara su cadáver. "Joven y acaudalado
diseñador web es hallado muerto en avanzado estado de putrefacción dos semanas
después de reportarse su desaparición". Yoo parpadea, alejando ese
pensamiento. La mosca levanta vuelo.
Se
incorpora y se limpia la sangre que le ha brotado por el esfuerzo de la
escalada. Él es un hombre de ciudad, no entiende cómo diablos se le ocurrió
venir a este fin de mundo para "conectarse con la naturaleza". Recoge
sus cosas e inicia el descenso. Nunca más hará caso a un consejo de Hong.
***
El
hambriento buitre de Rüppell gira la calva cabeza en dirección al claro en
medio de la jungla, cerca de Berbérati, prefectura de Mambéré-Kadéï. Baja en
picada. El cachorro de humano está solo, inmóvil. Apenas unas cuantas moscas
empiezan a revolotear sobre él. El buitre inicia el descenso, con la cabeza
baja, el pico curvo apuntando hacia abajo, dispuesto para desgarrar la carne.
Ya las garras rozan el suelo polvoriento. Cuando de la espesura surge ladrando
el perro raquítico. El niño se incorpora de un salto. El buitre da un traspié,
recobra el equilibrio y vuelve a elevarse. Da un par de vueltas sobre ellos y
se aleja. Tendrá que seguir buscando.
Semidesnudo
sobre la tierra rojiza junto al perro, que agita el rabo, orgulloso de su hazaña,
el pequeño Dembé contempla a la monstruosa ave que estuvo dispuesta a hacer de
él su desayuno. Otras aves han levantado vuelo también. Se encoge de hombros.
De pronto, varios tiros retumban muy cerca. Dembé y el perro emprenden la
carrera y se internan en la selva centroafricana. Cuando se detienen, casi sin
aliento, se hallan junto a la prisión. Más precisamente, frente a la barraca de
castigo.
Entre
las hojas de madera medio podrida del portón asoman diez oscuros dedos, de
largas uñas rotas ennegrecidas por la mugre. Y una voz rasposa que susurra:
"ven". Dembé se acerca.
***
El
empolvado Mini Cooper de Yoo entra en Seúl y se dirige al exclusivo distrito de
Gangnam. Yoo deja el auto en el estacionamiento subterráneo y sube en el
ascensor privado a su acogedor apartamento en el penthouse. Apenas se desliza
la puerta con un suave zumbido, contempla el verdor del parque Dosan a través
del amplio ventanal, bajo la fresca ráfaga de aire acondicionado. Yoo sonríe.
Así es como le gusta disfrutar de la naturaleza.
Penetra
en el apartamento pronunciando "Brit playlist" con su característica
entonación de Oxford. Mick Jagger empieza a cantar "Satisfaction".
Yoo se sirve un vaso de whisky escocés con hielo y ginger ale y se dirige a los
controles del PSP. Necesita un buen partido de FIFA para relajarse de esa
agobiante jornada al aire libre. Elige, como siempre, el Arsenal. El encuentro
inicia.
***
Dembé
permanece quieto. Se acerca la hora del almuerzo en el albergue y su vientre
emite roncos gruñidos de apremio. Pero el niño no se mueve del sitio donde se
sentó hace más de una hora, con la mirada fija al frente. El fiel perro lo
acompaña en la forzada hambruna, estoico.
—¡Ven, niño, ven!
La
voz rasposa susurra desde la oscuridad de la barraca. Parece no provenir de una
garganta humana, sino de la negrura misma, de las tinieblas. Dembé no mueve un
músculo, pero tampoco aparta la vista. No puede dejar de preguntarse qué ocurre
ahí. Cuando le preguntó, el padre Pierre sólo le dijo que no hablara con esa
voz. Y, sobre todo, que, por nada, por nada del mundo, se acercara.
—¡Ven, ven, acércate, pequeñín!
Dembé
se da cuenta. No le habla a él ahora. El perro, curioso, se ha ido acercando
lentamente. Ahora olfatea el interior.
—¡No, "Amigo", no vayas
ahí!
Los
diez dedos aferran al perro con fuerza y lo jalan. Lo último que Dembé ve de él
son sus patas traseras intentando hallar un asidero antes de perderse entre las
hojas. Luego, sólo oye los gemidos.
***
Yoo
arroja los controles a un lado. Observa cómo el parque va tornándose dorado
bajo la luz del atardecer. Se oye "Here comes the sun".
Suena
su smartphone. Llamada entrante de Gong Hong. Yoo selecciona
"ignorar" y arroja el teléfono junto a los controles del PSP. Dice
"silencio" y el vacío se hace en el elegante loft de superficies
blancas. Se aproxima al ventanal. Observa los tonos malva del cielo sobre el
parque. El parque es un gran mausoleo. Está vacío también.
***
El
perro sale arrojado de entre las hojas del portón de la barraca. Cae en la
tierra y queda inmóvil. Dembé corre a verlo. El animal respira con dificultad.
Su cuello está doblado de una manera extraña, parece roto. Del ano escurre un
fluido espeso, mezcla de sangre, excremento y semen. Una sombra oscurece su
cuerpo maltrecho. Dembé levanta la vista al cielo. El buitre dibuja un par de
círculos estrechos muy cerca del suelo antes de animarse a bajar a pocos pasos.
Dembé grita y agita los brazos, corriendo hacia él, intentando ahuyentarlo. El
buitre se limita a dar cortos saltitos a un lado, como si no considerara al
cachorro humano una amenaza importante. Otra sombra se dibuja en el suelo. Y
otra más. Otros dos buitres bajan a participar del inminente festín. Dembé
corre de un lado a otro, amenazándolos, pero ellos sólo siguen brincando
alrededor de él, como burlándose de su pequeñez. Finalmente, una de las aves se
anima a dar un picotazo al perro. Dembé corre hacia ella y le propina un
puñetazo. El buitre bate las alas, haciéndolo trastabillar, y le grazna en la
cara. Dembé cae de culo, desconcertado, y ve a los tres buitres arrojarse a la
vez sobre el perro, que no hace nada por defenderse. Dembé comprende que está
muerto. Una ronca carcajada sale de la barraca.
***
Yoo
pica con desgano un plato de "fish and chips" cuando llega el
mensaje. El texto es corto y viene acompañado de una imagen. "Mr. Yoo, le
envío una carta de su ahijado Dembé escaneada. Saludos. R. P. Pierre
Marat." Ha explicado varias veces al padre que Yoo es su nombre de pila y
Sungvin, su apellido. Mira la hora: diez de la noche. Allá son las dos de la
tarde. Abre la imagen.
"Hola
Mr. Yoo. Padre Pier dice le escriba en pantalla pero quiero usted vea mi letra
y mi inglés mejor. Pantalla hace trampa. ¿Cómo está? Espero bien. Yo triste.
Quiero contar a usted porque joven y bueno. Padre Pier viejo y bueno. Hoy
mataron mi perro. Era Amigo. Me salvó de buitres. Yo no pude salvar. Manos de
barraca rompieron cuello y culo. Murió. Buitres comieron. Lloré mucho Mr. Yoo.
Mucho. Duele pecho. Le quise contar. Siento mejor. Gracias por mandar dinero y
preguntar y contar cosas. Usted estuvo Londres. Yo quiero ir. Seúl también.
Seré diseñador. Estudiaré. Seré bueno. Gracias Mr. Yoo por dinero y palabras y
fotos. Usted bueno. Adiós. Dembé."
Yoo
se pasa la mano por los ojos. Mira la pantalla en silencio un momento. Escribe
un mensaje.
—Me gustaría comprar un perro a
Dembé.
—¿Desea que asigne una parte del
dinero?
—No, pensaba en comprarlo con él.
Acá, en Seúl.
Se
hace una larga pausa. Yoo bebe un sorbo de té. Pronuncia "play". Se
oyen los primeros acordes de "Norwegian wood". Mira el parque. Llega
la respuesta.
—Los niños necesitan dónde jugar.
En especial cuando tienen perros.
—Hay un parque a pocos pasos.
—Dembé es un niño de espacios
abiertos.
Yoo
sonríe.
—Hay un parque nacional muy cerca.
—Eso suena mejor. Pero creo que lo
mejor sería que Dembé decida. Lo pondré en videollamada.
Yoo
ve el radiante rostro de Dembé llenar toda la pantalla.
—¡Hola,
Mr. Yoo!
—Hola,
Dembé. Dime
"Yoo" a secas, por favor. Oye, te tengo una pregunta.
—Dime, Mr.
Yoo.
Yoo toma aire.
—Dembé, ¿te gustaría escalar una
montaña conmigo?
FIN
Consigna: deberás escribir un relato de género libre.
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