Por Felipe Guerrero.
¡Vaya!, no puedo creer por lo que pasé, aun ahora que
escribo esto, las manos me tiemblan y la verdad no creo sobrevivir lo suficiente
para contar esto a alguien dada la naturaleza de lo que ahora sé. Pero si
alguien encuentra este diario espero le sea de alguna utilidad la información
que en él escribo.
Todo comenzó hace diez días, pensaba que sería una
monótona noche más en la ciudad. Justo acababa de terminar con un caso, un
hombre me había contratado para seguir los pasos de su esposa pues creía que le
engañaba, era el clásico caso de inseguridad que había dado paso al temor del
adulterio, solo que resultó que así era. Yo estaba en mi despacho, el humo de
mi cigarrillo creaba volutas de humo en el aire que se disipaban con la misma
rapidez con la que salían de él, releía las ultimas notas del caso cuando
de pronto alguien llamó con ligeros golpes en la puerta donde estaba escrito mi
nombre, Bruson Moore, en una pequeña placa, le grité que era demasiado tarde
para atender a alguien y sin importarle mis palabras entró. Era una atractiva
mujer, rubia y de ojos color miel. Así empiezan siempre estas historias ¿no?
Con una mujer hermosa que entra por tu puerta y te pide que investigues alguna
muerte inexplicable o la desaparición de su esposo, yo sonreí al recordar que
muchas de las novelas policiacas que había leído cuando era más joven empezaban
exactamente de la misma manera pero ella no pareció percatarse de ello. A
diferencia de las novelas que había leído, ella no tenía lágrimas en los ojos
ni tampoco un pañuelo en la mano, solamente unos ojos felinos y una
despampanante figura.
Hizo el recorrido de los pocos metros de la puerta hasta
el frente de mi escritorio sin dejar de verme a los ojos al igual que yo no
dejé de ver los suyos, y abriendo sus carnosos labios color carmesí se dirigió
a mí con una voz seductora.
— Mi nombre es Sherly Doyle, le traigo un mensaje de
mi jefe.
Su voz era de lo más dulce y embriagadora. Dejé a un
lado los papeles que tenía en las manos y sin prestar atención a la hora
pregunté por el nombre de su jefe.
— Eso ahora no es importante señor Moore, es
suficiente con el hecho de que él sepa su nombre y mandara a buscarlo
específicamente a usted.
Supuse que debía tomar eso como un cumplido aunque en
realidad no estaba seguro de ello, agaché un poco la cabeza en forma de
agradecimiento al mismo tiempo que trataba de simular una falsa sonrisa en mis
labios.
Aquella mujer se sentó en el escritorio y
comenzó a hablar.
— Señor Moore. ¿Cuánto hace que se dedica a ser
detective privado?
La pregunta me sorprendió en un principio. ¿Por qué me
preguntaría algo así si al parecer mi trabajo era algo de lo que su jefe estaba
bastante enterado? Pero traté de no decir nada al respecto, me recliné en la
silla y le contesté que llevaba cuatro años en el negocio pero que de mis
treinta y seis años, diez los había pasado al servicio del departamento de
policía de la ciudad, ella pareció sorprenderse un poco y acercando sus labios
hasta casi tocar los míos preguntó casi como un susurro.
— ¿Y es usted bueno?
Me dejó casi sin aliento, su voz era perturbadoramente
sensual, cosa que era obvio que ella misma sabía. No se me ocurria que contestarle
realmente, así es que contesté lo primero que me vino a la mente
— Lo suficiente como para que su jefe me mandara a
buscar ¿no?
Ella solo sonrió y yo sentí como si hubiera ganado el
pequeño juego que se había puesto en marcha sin que ninguno de los dos lo
hubiéramos propuesto, se levantó del escritorio, dio unos pasos, se sentó en la
pequeña silla frente al escritorio y volvió a hablar — Señor Moore, el trabajo
para el que se le está contratando no es muy difícil en realidad, consiste en
encontrar a una persona, a un criminal en realidad.
— Mientras hablaba noté que arqueaba la ceja izquierda
como si me estuviera retando, pensé que sería fácil, encontrar a una persona no
es muy difícil, algunas preguntas aquí, otras allá y uno da con cualquiera, así
es que acepté.
— Antes que nada, señorita Doyle, le advierto que el
precio de mi trabajó va a la par con la calidad del mismo.
Noté como arqueaba la ceja nuevamente para enseguida
decir.
— Señor Moore, el dinero no es un problema para mi
jefe, le aseguro que cualquier cantidad será pagada con creces, ahora mismo
tengo para usted un cheque por la cantidad de cinco mil reales.
Traté de disimular la sorpresa por la cantidad
mencionada pero al parecer no lo logré. Pude percatarme de eso debido a que la
señorita Doyle parecía un poco más calmada después de poner el cheque frente a
mí.
— Y habrá otros diez mil si cumple el trabajo satisfactoriamente.
Esa era una oferta que realmente no podría rechazar.
— ¿Y cuál es el nombre de este criminal? ¿Cuál es su
aspecto?
— Su nombre es Lorreno, es el capitán Lorreno.
Un sudor frio me recorrió la espalda. Piratas, piratas
aéreos y ni más ni menos que el más peligroso de todos. El capitán Lorreno,
aquel nombre evocaba el terror en el corazón de muchos hombres mucho más
grandes y fuertes que yo, muchos de los cuales correrían al lado contrario si
lo vieran venir frente a ellos y sin embargo yo tendría que buscarlo. No cabe
duda de que un hombre hace cualquier locura por una cara bonita.
Acepté el trabajo, finalmente. La señorita Doyle me
guiñó el ojo y después de este gesto salió de mi despacho, por más que luché
por no seguir descaradamente su figura al encaminarse hacía la puerta no pude
evitarlo.
Al día siguiente me dispuse a iniciar la búsqueda.
¿Dónde podía empezar a buscar? Los muelles de la ciudad serían muy obvios al
igual que los puertos aéreos y tal vez Lorreno tendría gente espiando. No podía
arriesgarme a ser descubierto tan rápido, tenía una reputación que cuidar
después de todo pero ¿en dónde más podría uno obtener información sobre un
pirata? Si uno quiere manzanas se acerca a un manzano. Me pasé la tarde
registrando los principales diarios, buscando algo de información sobre
recientes ataques de piratas pero no encontré nada. Regresé a mi despacho a
descansar un poco y a tomar una taza de café. En la ciudad existen algunos
establecimientos de café, pero cuestan demasiado y el café es una porquería, la
próxima vez que pague trece reales por una taza de café será el día que deje de
ser detective.
Esperé hasta que la noche extendió su manto sobre la
ciudad, se me ocurrió que tal vez en las tabernas pudiera encontrar algo de
información. Me puse mi abrigo y mi sombrero y salí nuevamente a la ciudad,
tomé un coche. Aún sigo pensando que esos coches sin caballos no son de fiar,
los accidentes están a la orden del día. Automóviles, que nombre tan ridículo.
— Lléveme a la zona roja.
Le pedí. La zona roja era donde estaban la mayoría de
las tabernas de mala muerte y prostitutas de la ciudad. Todo un paraíso para
los criminales. No recuerdo desde cuando la llamaban la zona roja, pero debe de
haber sido después de esos homicidios ocurridos hace quince años. Unos hombres
dispararon a quema ropa desde un auto en movimiento, querían matar al hijo del
alcalde, era por todos sabido que el hijito de papá era aficionado a las
mujerzuelas, las desafortunadas, como las llamaban los periódicos y no era difícil
saber dónde encontrarlo, quince personas murieron en ese atentado, contando a
cinco prostitutas, pero el hijo del alcalde resultó sin un solo rasguño, al
parecer les pagaba lo suficiente a sus guardias como para que se lanzaran
frente a las balas en caso de ser necesario. Yo creo que el bastardo
simplemente tiene suerte.
Cuando finalmente llegamos, el cochero parecía mas
presto a salir de ahí que a recibir el pago por sus servicios.
— Vaya con cuidado, señor. Esta es la parte más fea de
la ciudad.
Le pagué veinte reales a aquel hombre y salió
despedido de ahí.
— La parte más fea de la ciudad.
Bah! Repetí sus palabras mentalmente y sonreí. Como si
esta ciudad tuviera una parte linda, toda esta ciudad es un nido de ratas, lo
único que cambia es el tamaño que tienen.
La niebla cubría casi por completo las calles de la
zona roja, las lámparas de gas ardían en las calles, el farolero debió haberlas
encendido desde hacía varias horas. Aún no puedo creer que hayan encontrado a
un hombre tan desesperado como para aceptar el trabajo de farolero en esa parte
de la ciudad, ¡pobre diablo!
Mi mano derecha buscó los cigarrillos en mi gabardina,
como un acto reflejo, y maldije al darme cuenta de que los había olvidado en mi
despacho. Eso no era problema, de todos modos pasé por un expendio de tabaco y
compre una cajetilla de cigarrillos Draco. Nunca me han gustado los cigarrillos
pero los Draco son los que me desagradan menos. Bajé el tabaco dándole unos
golpes a la cajetilla y después saque uno, encendí un fosforo y la luz de este
ilumino por un segundo mi alrededor, no se podía ver mucho de todos modos, la
niebla lo cubría todo. Encendí el cigarrillo y pude escuchar el crepitar de las
hojas de tabaco mientras eran consumidas por el fuego.
Me encamine hacía las tabernas, dos mujerzuelas se me
insinuaron al doblar por una esquina, y después se deshicieron en insultos
hacía mi al negarme a aceptar sus servicios. No tarde mucho en llegar a mi
destino, la taberna Cielo Azul. Es gracioso que tenga ese nombre, el
lugar es poco más que una pocilga derruida.
Entre a la taberna y pude ver que alguna personas
fijaron su mirada en mí, dos tipos que jugaban con unos dardos me miraron largo
rato pero finalmente reanudaron su juego. Caminé hasta la barra, me quité el
sombrero y tomé un asiento que estaba libre. El tabernero era un hombre obeso y
usaba un delantal que en otro tiempo pudiera haber sido blanco, pero lo más
importante de todo era que ese hombre me debía favores y tenía intención de
cobrárselos. A mi derecha dos hombres discutían sobre algo que vagamente me
pareció política.
— Te lo digo, hermano, esos hombres nos quieren quitar
nuestras libertades.
— Lo que pasa es que estas ebrio y ya estas
alucinando.
— No me creas si no quieres, pero verás que pronto
dirán que estamos en peligro de guerra, o que algún grupo de radicales tiene
pensado atacar, y se servirán de esto para cobrar más impuestos.
— ¡Maurice! Saca a este maldito borracho, está
empezando a crisparme los nervios.
Maurice volteó su mirada hacía los dos hombres y a una
señal de su mano una montaña de músculos sacó a uno de ellos levantándolo sin
esfuerzo de su asiento. Después Maurice se fijó en mí, al parecer no se había
percatado de mi presencia.
— ¿Que vas a tomar, Moore?
— Ginebra.
Respondí casi sin pensar en la respuesta.
El lugar estaba escasamente iluminado con lámparas de
Gas que emitían una luz amarillenta, pero era muy escasa y por todo el lugar
flotaba una neblina de humo de los cigarrillos que tan desesperadamente fumaban
los clientes del lugar.
Maurice me sirvió la ginebra. Mientras limpiaba un
vaso y sin quitarme la vista de encima preguntó:
— ¿En que andas esta vez? Tú nunca vienes aquí por
ginebra. ¿Que buscas?
— Información, Maurice.
— ¡Diablos, Moore! Eres un ave de mal agüero. ¿Lo
sabías? Si no fuera por esa ocasión en que cubriste mi trasero de las
acusaciones de la venta de opio no tendría por qué soportar tu maldito rostro
por aquí.
— Lorreno. Busco a Lorreno.
Maurice pareció ponerse algo nervioso y casi se le
caía el vaso que estaba limpiando.
— No pronuncies ese nombre con tanta ligereza, no seas
estúpido, Moore
— ¿Dónde lo puedo encontrar? ¿Dónde toca puerto su
nave?
— No lo sé.
— Maurice, aún no sabes mentir y ese temblor de tus
manos te delata. Dame un nombre.
— Te lo digo Moore, nadie sabe dónde toca puerto la
nave de Lorreno y aunque supieran no te lo dirían. Le temen demasiado.
Le di un trago a la ginebra, no era lo mejor que
hubiera probado pero era lo suficientemente decente como para no hacer que
Maurice se pudriera en la cárcel por vender alcohol adulterado.
— Moore, no importa quién te haya contratado para este
trabajo ni cuanto te haya pagado, difícilmente saldrás bien de esta si
continuas.
— ¿Dónde puedo encontrar a Lorreno?
Esta vez subí el tono de mi voz, se escuchaba bastante
clara entre los murmullos de la clientela del Cielo Azul, muchos de los hombres
sentados en las mesas voltearon a vernos, lo que puso aún más nervioso a
Maurice.
— ¿Qué tratas de hacer, Moore?
— Solo dame un nombre y me largo de aquí.
— Uno de estos días tu intrepidez será tu perdición.
El nombre es Eric, es el mecánico en los muelles del otro lado de la ciudad. Al
parecer trabajaba para Gray & Luper pero fue despedido por robar
herramientas o algo así.
— Gracias Maurice.
— Y no vuelvas más por aquí, Moore. ¡Oye no has pagado
la ginebra!
Ni siquiera contesté a eso, salí de la taberna. Tenía
un nombre y un lugar donde buscar, la investigación iba bastante bien hasta
ahora. Decidí no abusar más de mi suerte por esa noche y regresé a mi despacho
a descansar, por la mañana podría continuar. Me tumbé sobre mi cama y no
desperté sino a la mañana siguiente.
Me despertó el sonido de alguien que golpeaba la
puerta, maldije la hora, aún era muy temprano, encendí un cigarrillo y abrí la
puerta.
— Es un mal hábito fumar tan temprano, señor Moore.
Podría matarlo.
— ¿Que la trae por aquí señorita Doyle?
— Mi jefe me ha mandado para conocer los avances de la
investigación.
— Aun no he dado con Lorreno, pero despreocúpese yo…
— Señor Moore, mi jefe no es un hombre que se
caracterice por su paciencia sino todo lo contrario, así es que le sugiero que
se esfuerce un poco más.
Que voz tan embelesadora tenía aquella mujer y que
hechizo lanzaba sobre mis oídos. Le ofrecí una taza de café pero ella se negó
diciendo que tenía que irse pero que regresaría al día siguiente. No sé si era
una amenaza o solo lo decía como información.
Tomé un baño y salí de inmediato. Aún no eran las
nueve de la mañana cuando llegué al Tulipán, un modesto merendero que hacia un
café asqueroso pero unos huevos con tocino bastante aceptables además estaba a
solo unas calles de mi despacho. El nombre Eric no me decía nada realmente,
nunca lo había escuchado pero Gray & Luper era otra historia. ¿Quién no
había escuchado de esa compañía? Una de las más importantes del mundo entero y
a su presidente Maximilian Cuttlass. Ese hombre no tenía cara de mala persona, ni
tampoco un rostro de político, es más parecía un hombre común y corriente, se
veía como todo un caballero, precisamente por eso no confiaba en él. Ningún
hombre es tan ordinario, todos tratamos de destacar de alguna manera y el que
no lo hace trata de ocultar algo.
Me dirigí directo a los muelles, no deseaba perder
tiempo con este caso además la paga era bastante buena y ¿quién sabe? si uno
hace un buen trabajo puede que sea recompensado después. Tomé un coche justo a
las diez de la mañana, el viaje duraría poco más de una hora hasta los muelles.
Con frecuencia uno se pregunta por qué los muelles están tan alejados de la
ciudad, pero en cuanto uno se acerca a ellos el golpeteo de los grandes mazos,
el rechinar de las enormes grúas y el constante silbido de las máquinas de
vapor le recuerdan a uno rápidamente la razón.
Cien reales fue lo que le pagué al cochero. Existen
muchos hombres que cometen robos y se van impunes pero de todos ellos los
cocheros son los peores. Me paseé por los muelles buscando a este Eric del que
había hablado Maurice y fue entonces cuando me di cuenta de que no le había
preguntado ni la edad ni los rasgos físicos que acompañaban a ese nombre pero
¿qué iba a hacer? Ya estaba ahí. Comencé a hacer preguntas entre los hombres
que estaban en ese lugar, ninguno tenía cara de mantener amistades duraderas y
no sé si fue mi imaginación pero cada uno me parecía más malhumorado que el
anterior, pero no hay nada que unas cuantas monedas no resuelvan entre dos
personas. Muchos de los hombres que trabajaban en los muelles habían sido
criminales y en ocasiones a algunos les gustaba volver a cometer crímenes, se
les daba muy bien y mucho más frecuentemente de lo que a uno le gustaría.
Unas preguntas aquí, y otras por allá y logré dar con
Eric. Realmente no era lo que esperaba, aunque tampoco sé que esperaba para ser
honesto. Eric era un hombre enorme, un verdadero gigante. Pude calcular su
altura en casi dos metros, y los grandes troncos que él llamaba brazos eran tan
grandes que seguramente era toda una proeza para él pasar por el umbral de
alguna puerta. Martillaba con unos poderosos golpes sobre una enorme estaca de
acero que, junto con una docena mas, aseguraban firmemente una pequeña
aeronave.
— Es usted Eric, supongo.
— ¿Huh?
El tono y la sincera inocencia de esa respuesta me
hicieron creer que el hombre aquel no era más que un simplón musculoso, pero la
experiencia me había enseñado que muchos hombres listos navegan con bandera de
estúpidos.
— ¿Responde usted al nombre de Eric?
— Si, caballero. Aunque en este lugar nadie me llama
de esa manera.
— ¿Como le llaman aquí?
— Dobbers, caballero. Me llaman Dobbers, ese es mi
apellido.
— Muy bien señor Dobbers, ¿Puedo llamarlo Dobbers?
— ¿Porque no? Todos me llaman así.
— Muy bien señor Dobbers. Mi nombre es Bruson Moore —
pude darme cuenta de que el gigante aquel no estaba acostumbrado a ser llamado
señor, cada vez que pronunciaba esa palabra giraba su cabeza como buscando a
alguien más. — Me gustaría hacerle una pregunta. ¿Le es familiar el nombre
Lorreno?
— ¿Y a quien no caballero? Es un temido pirata aéreo.
— Lo sé. Me refiero a que si le es familiar de un modo
más… personal.
Al explicarle más concretamente mi pregunta aquella
montaña de músculos dejo a un lado el martillo que hasta entonces había estado
blandiendo y me miró directamente a los ojos.
— ¿Le teme usted a la muerte, señor Moore?
Al escuchar esa pregunta toda la confianza que tenía
fue reemplazada por el más sincero terror. ¿Se propondría aquel hombre acabar
conmigo ahí mismo? Como pude trate de aparentar indiferencia hacia la pregunta.
— Claro que si — respondí y para darle un tono
dramático a mi respuesta metí la mano al interior de mi abrigo y encontré la
cajetilla de cigarrillos, saqué uno y lo encendí de la manera más teatral que
pude. — ¿Pero a qué viene esa pregunta?
— Muchos hombres han buscado al portador de ese
nombre, pero pocos siguen viviendo después de encontrarlo.
— Eso no responde a mi pregunta, caballero.
Aspire una gran bocanada de humo y después la solté
lentamente por la nariz
— Sí. Me es familiar el nombre. ¿Qué hay con eso?
— ¿Podría decirme dónde encontrarlo?
Una sonrisa asomó a la cara de Dobbers, después tomó
su martillo y continúo en su monótona tarea.
— Lorreno encuentra a la gente, señor Moore, pero la
gente no puede encontrar a Lorreno. No se preocupe, Lorreno sabe de usted y
también quien le contrató.
Por poco se me cae el cigarrillo de entre los dedos.
¿Lorreno sabía de mí? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo se enteró de que lo buscaba? Pero lo
desconcertante era que sabía incluso más cosas que yo mismo, sabía quién me
había contratado.
— Si realmente quiere hablar con Lorreno venga por la
noche a los muelles. Sé que no tengo que decirle esto pero… venga solo.
— Muchas gracias señor Dobbers, así lo haré.
Me di media vuelta y regresé a la ciudad. ¿Qué iba a
hacer? Aun no eran las dos de la tarde y para mi sorpresa resultó que la
persona a la que buscaba sabía más de mí de lo que me gustaría. No quise
regresar a mi despacho sería muy triste pasar el día ahí. Caminé por el centro
de la ciudad, algunas personas lo llama “perder el tiempo” otras más
acertadamente lo llaman “hacer tiempo”. Mi abuelo le decía de esa manera
también y yo hago lo mismo. Le llamo hacer tiempo dado que caminar por la
ciudad me deja pensar, me da la oportunidad de concentrarme. No hay nada mejor
para pensar y ordenar las ideas que caminar sin rumbo fijo.
Lorreno estaría esperándome. Algo era seguro, no tenía
intención de matarme, si esa fuera su intención lo habría hecho ya, supongo,
eso si es que Eric Dobbers decía la verdad. Tal vez quisiera pagarme más dinero
para decirle a la señorita Doyle que no había dado con él, o quizá solo quería
que caminara hasta la muerte por mi propio pie, una vez leí sobre un tipo al
que le hicieron cavar una tumba para luego matarlo y enterrarlo en esa misma.
Sin darme cuenta las horas fueron pasando al igual que
los cigarrillos, ya había fumado la mitad de la segunda cajetilla cuando
sonaron las campanas de una iglesia cercana, eran las seis de la tarde.
Seguí caminando alrededor de diez minutos, al pasar
por un callejón escuché a unos tipos riñendo, mire hacia dentro del callejón y
pude ver a tres tipos peleando, la ciudad era cada vez más peligrosa, aún a la
luz del día nadie estaba seguro, seguí de largo y entré a una taberna. Me senté
en la barra y pedí una cerveza. La bebí mientras fumaba otro cigarrillo. Un tipo
enjuto se sentó a mi lado, le calcule unos veintidós años, levantó la mano y el
tabernero solo asintió con la cabeza. Me pareció que visitaba muy a menudo esa
taberna pues el tabernero le trajo una botella y un vaso sin siquiera
preguntarle que quería. Llevaba un pantalón de tela muy gruesa como los que
usan los obreros de las fábricas, una camisa que le quedaba notablemente
abultada y un gorro que no me permitía verle la cara. Traté de verlo más
detenidamente, pero esquivaba su mirada cada vez que se percataba de la mía.
Pasadas cuatro cervezas y seis cigarrillos salí de la
taberna con dirección a los muelles. Pasando dos calles me di cuenta de que
alguien me seguía, al pasar por unos escaparates pude ver por el reflejo en el
vidrio que se trataba del tipo que se había sentado a mi lado. Aceleré un poco
el paso para tratar de perderlo en el parque. Uno no llega hasta mi edad en
este negocio sin saber pelear, pero nunca se sabe contra quien pelea o si está
armado o no.
Seguí caminando y me metí entre los árboles y
escondido detrás de uno miré hacía la calle. Ya no estaba ahí. Me alegré de
haberlo perdido, pero la sensación no duro mucho. Sentí como dos grandes brazos
me aprisionaban y luego un saco en la cabeza, después el inconfundible olor del
cloroformo invadió mis fosas nasales.
Al despertar me di cuenta de que me habían atado y de
que me llevaban cargando como si fuera un costal de nabos. No me fue difícil
reconocer la voz de Dobbers entre las otras dos.
— ¿Estás seguro que es él?
— Claro que es él. ¿Es acaso que no viste la gabardina
y el sombrero?
— Cállate estúpido, haces más ruido que un cañón en
una iglesia.
— Súbanlo al Celta. Lorreno ya debe estar a bordo y ya
sabes que no le gusta esperar.
Pronto pude escuchar el sonido de la madera al ser
pisada por aquellos hombres que me habían secuestrado. Después fui depositado
en el suelo y a una orden sentí la sensación de pesadez que uno experimenta al
ser elevado en una aeronave.
Pude escuchar la voz de una mujer. Era autoritaria,
muy autoritaria.
— ¡Levántenlo!
Sentí el frio acero de una espada en las muñecas
mientras cortaba mis ataduras, después me quitaron el saco que me impedía ver.
— Señor Moore, confío en que ya no esté muy mareado
por el cloroformo.
Al ver de dónde provenía la voz no podía creerlo. Era
el tipo de la taberna. Aún tenía el gorro y esos pantalones.
— ¿Quién es usted?
La pregunta salió de mis labios tan automática como la
respiración. ¿Qué importaba quien era? era más que obvio que era un pirata.
Estaba rodeado de piratas y eso no era bueno. El tipo aquel se quitó los
pantalones, después la camisa y finalmente el gorro. Y pude ver plenamente su
rostro, era una mujer. Era la más hermosa mujer que hubiera visto, llevaba el
cabello suelto y en la oscuridad de la noche sus ojos se veían extrañamente
luminosos.
— ¿Busca usted al capitán Lorreno, detective?
La voz de esa mujer hacía sonar la pregunta como si
fuera una burla, o quizá eso era precisamente, una burla.
— Usted trabaja para personas equivocadas Bruson.
¿Sabe al menos quien le está pagando?
La respuesta debió de haber estado escrita por toda mi
cara, pues ella sonrió.
— Lo sabía. Señor Moore, el que está pagándole no es
otro que Maximilian Cuttlass.
— ¿El presidente de Gray & Luper? ¿Pero que podría
querer de un pirata?
— La pregunta no es ¿qué podría querer de un pirata?
Sino ¿Qué podría querer de Lorreno? ¿No es verdad? La información, señor Moore,
es un arma muy valiosa pero que no todo el mundo sabe reconocer.
Y pronunciando aquellas palabras se giró en redondo y
pude apreciar plenamente que llevaba un pantalón de piel bastante ajustado a su
cuerpo. ¿Quién diablos era esa mujer? ¿Por qué me había secuestrado? Pero quizá
la pregunta que más me debería de preocupar era ¿Qué hará conmigo?
— Espere. ¿Quién es usted, necesito hablar con el
capitán Lorreno?
Corrí tras ella pero, sin detenerse, se limitó a
levantar la mano derecha que, enguantada, sostenía una espada.
— Díganle quien soy.
Un gran coro se levantó entre la tripulación de la
nave, pude contar alrededor de veinticinco hombres allí. Una sola frase salió
de sus aguardentosas gargantas.
— ¡LA GRAN CAPITANA NELLYVA LORRENO!
— ¿Lorreno? ¿Pero creí que Lorreno era hombre?
— La información es un arma muy valiosa, señor Moore.
¿Cree usted que ese hombre aceptaría públicamente que una mujer lo ha dejado en
ridículo tantas veces? ¿Y que el nombre del pirata más temido del cielo le
pertenece a una mujer? Venga conmigo.
La seguí, entramos al castillo de la nave. Ella se sentó
en un gran sillón detrás de un escritorio y subió los pies a este. Por mi parte
me senté en una modesta silla frente a ella y vi como destapaba una botella que
estaba medio vacía.
— ¿Le gusta el Ron señor Moore?
— No mucho.
— Seguramente se estará preguntando que hace en mi
nave ¿no es así?
— ¿Pretende acaso matarme?
No podía haber otra razón. ¿Para qué me querría ella a
mí? ¿Cómo le podría yo ser de utilidad?
— Sabe señor Moore. Debo reconocer que el hecho de que
Cuttlass le haga creer a la gente que Lorreno es un hombre me facilita muchas
cosas, dudo mucho que esa fuera la intención de Maxi, pero así fue como resultó
esto. Pocas personas se fijan en una mujer pirata al descender en algún puerto.
Todos buscan a algún hombre enorme y musculoso como Dobbers, al cual según
tengo entendido ya conoció. O a algún hombre con mirada de pocos amigos, de
mirada lúgubre, barba larga y una enorme espada en mano. Bueno quizá lo de la
espada si encaje conmigo pero ¿Quién se fija en los detalles? No señor Moore,
no pienso matarlo, quiero salvarle la vida.
— ¿Cómo es eso?
— Déjeme adivinar. Una mujer de figura despampanante
fue a su oficina, le pidió que buscara a Lorreno, le había depositado una
fuerte suma de dinero asegurándole aún más al terminar el trabajo y ni siquiera
le dijo el nombre de su jefe.
Me quedé con la boca abierta. Era como si ella hubiera
estado ahí con nosotros, acertó hasta el último detalle. Metí la mano en mi
abrigo, saqué la cajetilla de cigarrillos, me puse uno en la boca y lo encendí.
— Fue así exactamente, capitana.
— Lo sabía, señor Moore. Tal vez no crea lo que estoy
a punto de decirle pero su vida peligra, esa mujer que lo contrató solo
esperaba que diera conmigo para poder atacarme y después matarlo. Usted es el
cuarto detective que contratan para buscarme y a todos les ha pasado lo mismo,
solo que esta vez yo di con usted primero. Mis hombres dieron con el espía que
lo vigilaba a usted y lo mataron, justo después fue cuando entró a esa taberna.
A mi mente vinieron las imágenes de los tipos peleando
en el callejón ¿serían esos los piratas? Y el pobre diablo al que golpeaban
¿sería el espía?
— La mujer que lo visitó se llama Sherly Doyle. Es una
mujer despiadada y lideréa una pequeña fuerza de ataque que está de parte de
Cuttlass. Lo sé, no tiene el tipo ¿verdad? Se ve muy delicada. Pero no se deje
engañar señor Moore. Esa mujer ha matado a tantos hombres como los hay en esta
nave e incluso más.
— Y exactamente ¿qué es lo que quiere de mí? No creo
que me haya traído hasta aquí solo para salvarme.
— Tiene usted razón, señor Moore. Lo que quiero es:
que cuente su historia, que desenmascare a Cuttlas. Todos lo ven como un hombre
caritativo y de buenas intenciones cuando ese hombre lo único que quiere es
poder.
La capitana me habló de guerras, guerras que se
libraban en países de los cuales yo nunca había escuchado hablar, países de
nombres impronunciables y algunos otros de los que remotamente sabía que
existían. Me contó como Cuttlass les había ayudado a destruirse mutuamente.
Como les vendía armas a ambos bandos sin consideración alguna. De cómo alentaba
las revueltas y movimientos separatistas en diferentes países para luego
instalar en el gobierno a quien estuviera dispuesto a ayudarle y de cómo los
quitaba cuando no le eran de utilidad. Maquinaría de guerra, armamento,
aeronaves, no podía creer todo lo que me contaba, pero me mostró pruebas.
Cartas dirigidas a Cuttlass, cartas remitidas por él mismo con su sello en
ellas, libros de cuentas de Gray & Luper.
— Está trabajando para un hombre perverso, señor
Moore. ¿Está usted conmigo?
Un hombre entró corriendo en la estancia, estaba muy
agitado.
— Capitana, aquí están. ¡Nos alcanzaron!
— Muy bien señor Moore, vienen por usted. Tome una
decisión. ¿Está conmigo?
La obvia respuesta era un simple sí. ¿Cómo iba a
negarme? Al salir a cubierta pude ver entre las nubes y recortada contra las
estrellas y la luna una gran nave. Los piratas iban de un lado para otro
moviendo palancas, recogiendo cuerdas. La capitana dio la orden de cargar los
cañones y de que se prepararan para la primera envestida. Una bala de cañón se
estrelló en cubierta, justo frente a ella, pero la capitana ni siquiera se
detuvo, pasó sobre ella como si fuera una más de las tablas que componían la cubierta.
Caminó recto hasta el timón y se lo arrebató al timonel.
— Ahora yo gobernaré esta nave.
Y vaya que si lo hizo. No perdió el tiempo y dirigió
al Celta hacia la nave enemiga. De inmediato nos dispararon nuevamente, dos
balas de cañón, una de ellas le arrancó una pierna a uno de los piratas. La
capitana elevó la nave y me hizo perder el equilibrio, sentí una punzada cuando
mi espalda chocó contra la baranda de popa. Un disparo más y de pronto ya no
sentí nada a mi espalda. La bala había pasado a solo centímetros de mí cuerpo y
había destrozado la baranda. Me precipitaba al vacío, podía ver como el globo
que sostenía la nave de la capitana Lorreno se alejaba de mi vista, pero
entonces algo ocurrió, mi pie. Mi pie se había enredado en una cuerda de la nave
y ahora colgaba boca abajo desde el Celta. No podía escuchar nada más que los
motores de las grandes hélices que impulsaban a la aeronave y el silbido del
viento, había sido un milagro que no me destrozara el cuerpo contra ellas.
Sentí un estremecimiento, traté de ver hacía proa y vi fogonazos pero
ningún ruido, las hélices y el viento no me dejaban escuchar nada más. Traté en
vano de erguirme, de tomar la cuerda con las manos una y otra vez pero no lo
logré. La nave comenzó a girar sobre su propio eje y la cuerda se acercó
peligrosamente a las hélices. Nuevamente sentí como la nave se estremecía con
los cañonazos, después alguien tiró de la cuerda y sentí como subía poco a
poco. Con cada tirón sentí que la cuerda se iba aflojando. Hice un último
intento y haciendo acopio de todas mis fuerzas logré sujetarme de la cuerda
justo en el momento en el que esta se soltaba de mi pie, al llegar a cubierta
nuevamente vi la cara de Dobbers y me alegré de que ese hombre tuviera tan
prodigiosa fuerza.
En cubierta había piratas haciendo alboroto, gritando
improperios a la nave enemiga.
— ¿Quién nos está atacando, señor Dobbers?
— Es la capitana Doyle. La mujer que lo visitó en su
oficina, señor Moore.
— Es bueno ver que regresa a la nave con nosotros,
señor Moore. ¿Qué tal la vista?
La capitana le había devuelto el mando de la nave al
timonel y había desenvainado su espada.
— Nada mal capitana, pero tengo un molesto zumbido en
el oído y no escucho bien.
— No se preocupe, se repondrá. Ahora, si me permite.
¡Curso de colisión, a toda máquina!
— Si, señora. ¡A toda máquina!
De alguna forma, cuando el primer oficial repetía las
ordenes de la capitana sonaban menos imperiosas, lo cual era aún más notorio
siendo ella una mujer.
— Sujétense bien, piratas. Todos son útiles, pero recuerden
que ninguno es indispensable. Usted también sosténgase a lo que pueda señor
Moore. Dobbers no estará ahí para levantarlo otra vez si vuelve a caer.
Y al decir esto todos los piratas se sujetaron a lo
que pudieron, al mástil, a la baranda, a lo que encontraron a mano. La nave
enemiga estaba girando, trataban de apuntarnos con los cañones de estribor,
pero el Celta la envistió justo en el momento en el que los cañones disparaban,
nosotros sentimos una terrible sacudida pero muchos hombres cayeron de la nave
enemiga, lanzaban gritos agudos mientras caían desde lo alto. Pude ver como la
capitana apuntaba con su espada hacia el enemigo y gritaba con una sonrisa en
ese rostro bello y terrible a la vez.
— ¡Ataquen! ¡Mátenlos a todos, pero dejen viva a la capitana
Doyle, ella es mía!
Los piratas se lanzaron entonces a la refriega, yo
solo podía escuchar el choque de las espadas y los disparos de las armas de
fuego. Algunos hombres caían por la borda heridos otros solo caían en
cubierta y se quedaban inmóviles. Le quité la pistola a uno de ellos y maté a
un hombre que se dirigía a mí. En la oscuridad no se distinguía bien pero los
hombres de la capitana Doyle llevaban uniforme, no pude distinguir bien el
color, hasta que maté a uno, era de un color rojo muy intenso.
Trate de buscar a la capitana entre el gentío que
lanzaba alaridos y maldecía sin parar. Un hombre cayó frente a mí, tenía la
cabeza destrozada por el golpe de una espada, también llevaba uniforme, después
tropecé y caí de bruces, al levantarme sentí la mano aún tibia de otro hombre,
esta vez era un pirata, había sido abatido por un disparo en el pecho, sus ojos
seguían abiertos y miraban hacia el cielo nocturno.
Cuando me levanté, el cañón de una pistola estaba
justo frente a mis ojos y la mano que la sostenía era la de la capitana Doyle.
Estaba despeinada y sangraba de varias heridas en su cuerpo.
— Señor Moore, que grata sorpresa verlo aquí.
Levanté las manos en señal de rendición y por un
segundo recordé lo que sentía en mi despacho la noche en que esa mujer entro en
él. La seguridad de los casos aburridos, de infidelidades, de monótonas noches
de perseguir a un esposo o a una amante para fotografiarlos y llevarlas como
pruebas a mis clientes. Como me hubiera gustado estar frente a mi aburrido
escritorio en ese momento.
— Adiós, señor Moore. Sus servicios ya no son
requeridos.
Cerré los ojos y escuché el disparo. Lo escuché a
través de mi cuerpo, lo escuché hasta que se apagó y volvieron a escucharse los
sonidos de las espadas en derredor, pero no sentí nada. Me llevé las manos al
rostro, me las restregué cuanto pude y luego las observé y nada, no había
sangre, ni una sola mancha. Frente a mí estaba la capitana Doyle, sus ojos no
dejaban de verme pero ya no tenían ese brillo que uno distingue en las personas
vivas. Se desplomó frente a mí y tras ella estaba la capitana Lorreno, con su
pistola apuntando al frente. Del cañón de la pistola salía un hilillo de humo
que de disolvía en el aire.
— Imagino que esto prueba que lo que le dije era
verdad.
Esas fueron sus palabras al guardarse la pistola en la
bandolera que llevaba a la cadera.
El resto de los hombres de la capitana Doyle se
rindieron al ver caer a su capitana y los que no lo hicieron murieron a manos
de los piratas. La capitana mandó encerrara a los prisioneros y después derribaron
lo que quedaba de la nave enemiga haciendo explotar el polvorín de la nave.
¡Vaya!, no puedo creer por lo que pasé, aun ahora que
escribo esto, las manos me tiemblan y la verdad no creo sobrevivir lo
suficiente para contar esto a alguien dada la naturaleza de lo que ahora sé. La
capitana me ofreció unirme a los piratas, pero eso no es para mí, no se usar
una espada y aun desconfió de esas máquinas voladoras. También me aseguró que
Cuttlass no es un hombre al que le guste dejar cabos sueltos y que mandaría a
algún asesino a acabar conmigo, no le gustaría que hubiera un hombre por ahí
diciendo que una mujer surca los cielos burlándose de él y que para evitar la
vergüenza inventa historias sobre un capitán de apellido Lorreno, que es el más
fiero pirata aéreo que haya remontado los aires alguna vez y que es un
criminal, bueno tal vez esas historias no sean tan falsas a fin de cuentas.
Justo ahora enciendo mi último cigarrillo, al escribir esto doy por finalizada
la investigación, mi trabajo está hecho y espero que si alguien encuentra este
diario, le sea de alguna utilidad la información que en él escribo.
Fin
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