Por Agustín Correa.
Lo primero que sentí al despertar esa mañana fue esa incesante y
dolorosa palpitación en mis sienes. Era como si un grupo de obreros estuviesen
taladrando dentro de mi cabeza.
Giré incómodo en mi cama y me recosté sobre mi lado izquierdo para
mirar el despertador que tenía sobre la mesita de luz. Era un Sony viejo, el
cual había comprado en una tienda antigua que vendía electrodomésticos usados a
mitad de precio hacía 6 años. No estaba en su mejor estado, pero aún funcionaba
bastante bien.
En el momento que puse mi mano sobre el despertador, comenzó a
sonar la alarma. El agudo pitido penetró como una flecha en mi cabeza. Las palpitaciones
en mis sienes se estaban convirtiendo en un leve dolor, y como si fuese poco,
ahora se estaban empezando a extender por toda mi cabeza. De algo estaba
seguro: no podía afrontar el día así.
A duras penas y con mucho esfuerzo logré incorporarme en mi cama.
Por suerte, el dolor se apaciguaba un poco estando sentado. Logré ponerme mis
pantuflas y me encaminé hacia el baño, rogando para que quedaran algunas
aspirinas en el botiquín.
Encendí la luz y ahogué un grito al ver mi propio reflejo en el
espejo. Realmente estaba muy pálido (no, eso era algo más que estar pálido. Mi
cara estaba del mismo tono que el de un papel) y con unas terribles ojeras.
Parecía un muerto viviente.
- Seguro que me contagié alguna gripe, o algo – le dije con voz
ronca a mi propio reflejo. Me sorprendió bastante el tono de mi voz. Sonaba un
poco lejana, casi como si estuviese en el fondo de una caverna.
- Bueno, es lo más lógico – pensé - al fin y al cabo, si me estoy
engripando, es obvio que tenga la voz algo tomada.
Tosí un par de veces para despejar y aclarar mi garganta, y
recordé el verdadero motivo por el que había ido al cuarto de baño: las
aspirinas.
Debo confesarles que desde hace un tiempo que soy adicto a las aspirinas.
Desde el verano de 2008 que me vienen aquejando con bastante frecuencia estos
dolores de cabeza. Bueno, puede decirse que más que dolores de cabeza, son palpitaciones
en mis sienes. A veces son insoportables.
Mi madre siempre insiste en que vaya al doctor para que me
revisen.
- No es normal que tengas esas palpitaciones en las sienes tan
frecuentemente – me dice siempre - mirá si es algo más grave.
Pero, a los 23 años, ¿qué cosa puede ser grave? Soy demasiado
joven para tener algo serio, por lo que, a pesar de las insistencias y las
súplicas de mi madre de que me revise un experto, jamás lo había hecho.
Sinceramente, no tenía ningún sentido. Las aspirinas siempre lo solucionan
todo. Dos en la mañana y el dolor se extingue casi por completo.
Revolví el botiquín en busca de una de esos comprimidos blancos
salvadores y, si tenía algo de suerte, tal vez encontrase algunas más.
Finalmente encontré una tableta de diez, de las cuales solamente quedaban tres.
Más que suficiente.
Llené el vaso con agua del lavabo y me tomé las tres de un solo
trago. Tal vez fuese un poco mucho, pero el dolor de esa mañana era uno de los
peores que había tenido. Ya lo dice el dicho: a grandes males, grandes
remedios.
Ya había cumplido con lo más importante, así mantendría el dolor a
raya. Recordé que tenía que ir a trabajar, así que me quité la ropa para
ducharme. Cuando estaba a punto de
meterme en la ducha, ví de reojo el reflejo del tocador.
-¡Dios mío! Estoy casi transparente, de verdad parezco un muerto –
pensé - debo estar por engriparme muy fuerte.
Cuando me metí en la ducha, pegué un salto para atrás. El agua
estaba totalmente congelada.
- No puede ser, estoy seguro de que abrí la llave del agua
caliente, la de la izquierda – me dije confundido.
Salí de la ducha y me sequé las pocas gotas que tenía en mis
hombros. Intenté girar la perilla del agua caliente hacia la izquierda, pero no
se movió ni un milímetro. Efectivamente, estaba completamente abierta.
-Genial, lo único que me faltaba – me dije desanimado - ahora voy
a tener que llamar a un plomero para que…
Me quedé estupefacto al ver nuevamente mi cara reflejada en el
espejo. Bueno, en realidad, lo que quedaba de mi cara, ya que el espejo estaba
comenzando a empañarse. Apenas se veían mis ojos.
-No puede ser, eso quiere decir que…
Giré mi cabeza hacia la ducha, y ví cómo salía vapor por encima de
mi cortina de baño con la imagen de The Beatles.
Las palpitaciones habían vuelto a aparecer, pero ahora con mayor
intensidad. Corrí la cortina, arrugando la cara de George Harrison. Todo estaba
completamente empañado. Los botes de shampoo, la maquina de afeitar, la espuma,
todo. Incluso podía ver las gotitas que corrían hacia abajo por los azulejos.
Lentamente, puse mi mano debajo del chorro de agua. En el momento que mi mano
tocó el agua, no pude evitar gritar. Congelada, totalmente helada. El dolor se
estaba incrementando cada vez más, podía sentir cómo me palpitaban las sienes.
- Me debí agarrar la peor gripe del mundo – pensé asustado – perdí
mi sensibilidad.
Tenía que ir urgentemente al médico. Volví a ponerme la ropa que
me había quitado hacía tan sólo unos momentos y salí del baño.
Tomé las llaves del auto y la billetera, que estaban sobre la mesa.
Me disponía a girar hacia la puerta cuando algo captó mi atención. La cama
estaba tendida
-qué raro, no recuerdo haberla tendido –pensé extrañado.
Pero lo más inquietante no era el hecho de que la cama estuviese
arreglada. Al fin y al cabo, el dolor de cabeza no me dejaba pensar muy bien.
No era nada raro que se me hubiese pasado por alto. No, lo llamativo era la
manera en la que estaba tendida. Exactamente de la misma manera en que mi madre
lo hace, con la almohada descubierta (a diferencia de la manera en que lo hago yo,
tapando la almohada con la colcha).
El dolor de cabeza se empezaba a incrementar más, casi no podía
pensar. ¿Había tendido la cama? ¿Lo había hecho antes de ir al baño? Dios, no
lograba recordarlo. Pero si la había tendido, ¿por qué al estilo en que lo hace
mi madre? Mi mirada se desvió de mi cama hacia las paredes de mi habitación.
-Pero, ¿dónde están todos mis posters? –grité alarmado. No había
ninguno. No estaban los de Eminem, ni los de Green Day. No había ni uno solo.
Caí de rodillas en medio de mi habitación. El dolor de cabeza me
estaba matando. No podía recordar nada. ¿Había quitado los posters de mi
habitación? No podía recordarlo.
En ese momento escuché un ruido de llaves en el piso de abajo, y a
continuación, sentí que la puerta principal se abría. La puerta se cerró, y
escuché unas voces que susurraban en el vestíbulo. Eran voces de mujeres, las
cuales pude reconocer al instante: mi mamá y mi tía. Obviamente, las dos tenían
una copia de la llave de mi casa.
Aún tirado en el piso, levante mi cabeza hacia la puerta. El dolor
ya era insoportable. Ahora sentía como se estaba expandiendo hacia mis ojos. Me
costaba ver. Todo se estaba volviendo cada vez más oscuro y esfumado, como si
la habitación estuviese iluminada por una bombilla vieja a punto de agotarse.
Mi mamá y mi tía comenzaban a subir las escaleras. Ahora, podía
escuchar perfectamente su conversación: - Es increíble – decía mi tía con voz
triste - pensar que ya pasó un año, parece que hubiese sido ayer…
- Sí, tenés razón
–respondió mi madre.
Escuché que estaba comenzando a sollozar cuando dijo: - ¡Tenía sólo
23 años, 23! Tenía toda la vida por delante. Le dije mil veces que se hiciese
revisar, que podía ser algo grave.
Todo se estaba volviendo más oscuro. Con las pocas fuerzas que
tenía, logré ponerme de pie.
- No te atormentes, no es culpa tuya – le respondió mi tía. Ya se
estaban acercando a la puerta de mi habitación - Nadie tiene la culpa del
cáncer.
El dolor ya se había extendido a toda mi cabeza. Dios mío, no
podía soportarlo. Casi no podía ver nada. Sentía que la luz se estaba
comenzando a apagar cada vez más.
Aun así, pude vislumbrar a mi madre plantada en la puerta de mi
habitación, mirando las paredes con ojos tristes. Pero, parecía que a mi no me
veía. No me miraba, sino que más bien miraba
a través de mí, como si yo no estuviese.
Intenté hablar, pero ningún sonido salió de mi garganta.
Las lágrimas caían ya por las mejillas de mi madre.
-Es increíble –dijo - siento que aún… él está en la casa.
Lo último que alcancé a ver fue que mi tía le colocaba una mano en
su hombro.
Luego, todo fue oscuridad.
Fin
Excelente historia de fantasmas. Me encantó.
ResponderEliminar¡Felicitaciones, Agustín!