Abrió
la puerta de la casa de su hija como cada noche. Encendió la luz del recibidor
y se quitó los zapatos para calzarse las viejas pantuflas.
Había
una pequeña luz en el salón, pero no se oía ningún ruido. Aquello no le daba
buena espina. Aunque Linda y Oswald estuviesen en la cocina preparando la cena,
él tendría que percibir algún sonido.
Un
segundo antes de percatarse de lo extraño de la situación, el silenciador de
una Glock 9mm le apuntaba al centro
de la frente. La pistola la sujetaba la mano enguantada de un encapuchado.
—Bienvenido,
William. Ponte cómodo. Tu hija y tu nieto nos estaban contando una divertida
historia —le dijo una voz. A pesar de los años pasados, reconoció aquella voz
al instante. Después de cincuenta años viviendo en los Estados Unidos había
perdido el marcado acento alemán que la caracterizaba.
El
encapuchado de la pistola le hizo pasar al salón de la casa poco después de que
se encendiese la luz. Seis hombres con la cara tapada y armados retenían a su
nieto Oswald atado y amordazado en una silla. El cuerpo de su hija yacía en el
suelo con síntomas de haber sido salvajemente torturada.
El
mundo dejó de tener sentido para él. Ver a su hija muerta a mano de aquellos
hijos de puta había sido la gota que había colmado el vaso. Habría soportado
cualquier suplicio que le hubieran hecho pasar a él, pero que hubieran tomado
represalias con su hija y las fueran a tomar con su nieto era algo que no iba a
permitir.
Se
intentó abalanzar sobre Wilhelm, el hombre que dirigía todo aquello y el único
que llevaba el rostro descubierto, pero una pistola sobre la nuca de su nieto
le hizo frenarse de golpe.
—Siéntate
si no quieres ver a tu nieto de la misma forma que tu hija —le ordenó la voz de
Wilhelm. Como por arte de magia el acento alemán se materializó de nuevo. Lleno
de rabia obedeció.
Una
vez sentado se percató de que el suelo del salón estaba lleno de figuras y
muñecos de Mickey Mouse rotos. Todos los de la casa, que no eran pocos. Su
hija, al igual que él hasta su jubilación, trabajaba para The Walt Disney Company y el icono de la empresa estaba por toda la
casa.
—Me
ha costado romper todos esos putos ratones, pero por fin di con la clave que
descifra la ubicación del cuerpo de Walt Disney —le dijo Wilhelm a William—.
Debí figurarme que la esconderías en un lugar a la vista de todos, pero difícil
de descubrir. Mickey. Mic key,
micrófono y llave. Eres listo, pero yo lo soy más. ¿Pensabas que no descubriría
nunca el juego de palabras? Tengo que confesarte que me costó mucho tiempo,
pero una vez descifrado solo he tenido que dar con el ratón adecuado. Pensé que
era el del juguete de cuando tu nieto era pequeño, ese con un micrófono; pero
me equivoqué. Lo habías escondido en ese otro que el ratón imita a Elvis. Eres
un viejo zorro, pero yo soy más listo que tú.
William
miraba alternativamente a su nieto, el estropicio de muñecos y al causante de
todo aquel daño.
—Ahora
acompañarás a mis hombres hasta donde está congelado Disney, si no quieres que
mate a tu nieto y luego acabe contigo. Sé que hará falta el reconocimiento de
tu huella dactilar o de tu iris para acceder al lugar. Seguro que también has
tomado más precauciones y necesito que desactives todos esos sistemas de
defensa.
—Está
bien —accedió.
—Abuelo,
no. Sabes que cuando obtenga lo que quiere nos va a matar —intervino por
primera vez su nieto Oswald.
—Todo
a va a salir bien —intentó tranquilizarle el anciano.
—Siento
interrumpir esta emotiva charla, pero el tiempo apremia. Tengo una venganza que
cobrarme y ya he dejado pasar muchos años. Llevaos al abuelo y vosotros quedaos
con el nieto —le ordenó Wilhelm al que parecía ser su hombre de confianza y a
otro que se encontraba junto a él—. El resto, en marcha.
Dos
de los encapuchados agarraron por los brazos a William y le obligaron a salir de
la casa.
—¡Eh!,
sin empujar —se quejó el anciano—. Puedo caminar solo.
—Calla,
viejo.
—Id
en su coche, y que conduzca él. Seguro que algún sistema de seguridad es el
reconocimiento de su matrícula. Lleva más de cincuenta años con la misma y eso
tiene que tener algún sentido —mandó Wilhelm a los dos secuaces que irían con
William.
—Sí,
jefe.
Wilhelm,
acompañado de otros dos matones, montó en un lujoso Lincoln Navigator que
acababa de estacionarse frente a la casa de Linda. William fue conducido a
empujones hasta su coche, un viejo Ford Torino del año 75 que era su mayor
tesoro. Le obligaron a ponerse al volante mientras que uno de sus acompañantes ocupaba el asiento del
copiloto y el otro justo el que estaba detrás del conductor. Tenía una pistola
apuntándole constantemente a la nuca y otra al lado derecho de su cabeza. No
tenía escapatoria ni podía arriesgarse a hacer ningún movimiento en falso.
Emprendieron
la marcha hacia los estudios centrales de Disney, donde, según las
indicaciones, se conservaba el cuerpo criogenizado del fundador de la compañía.
El
Torino alcanzó la velocidad de noventa kilómetros por hora en la autopista que
bordeaba la ciudad, y William decidió que era el momento de actuar. Soltó su
mano derecha del volante y la apoyó sobre la palanca de cambios. Un gesto
inocente que cualquier conductor realiza varias veces a lo largo de un
trayecto. Sin embargo, William tenía otras intenciones. Siguiendo el refrán de
“que tu mano derecha no vea lo que hace tu mano izquierda” hizo que sus
captores se fijaran en aquel gesto, quedando sin vigilancia la otra mano, la
izquierda. Entonces, con ella pulsó un botón que había junto al volante. Unas
pequeñas explosiones, como las de los airbags al activarse, se escucharon en
los reposacabezas de todos los asientos salvo en el del conductor. De ellos
salieron pinchos de acero de veinte centímetros de longitud, que atravesaron la
base de los cráneos de sus acompañantes, haciendo que perdieran todas sus
funciones motoras al instante. A los pocos segundos murieron sin saber qué
había pasado.
William
cambió de sentido en cuanto pudo y se encaminó de nuevo al hogar de su hija.
Tenía que salvar a su nieto y disponía de poco tiempo. Llevaba muchos años sin
tener que entrar en acción, pero gracias a que continuaba con sus
entrenamientos de Defensor del Gran Secreto, podía ser capaz de desarrollar
todas sus cualidades de defensa y ataque.
Aparcó
su coche dos calles por detrás de la casa y se acercó a un solar abandonado.
Allí, oculta dentro de grandes tuberías de hormigón había una puerta que daba a
un acceso secreto a casa de su hija. Siempre lo había tenido para huir en caso
de ser necesario, nunca lo consideró como una entrada alternativa, pero ahora
iba a darle ese uso. Aquel pasadizo llevaba hasta el sótano. Entonces haría su
aparición por sorpresa y liberaría a su nieto.
Silenciosamente
salió del sótano y se acercó a la puerta del salón. Desde allí podía ver a su
nieto con los dos encapuchados que lo retenían. Uno de ellos tenía en sus manos
la jaula de una mascota de Oswald.
—Vaya,
como no lo habíamos pensado antes. Esta familia tiene un ratón como mascota, y
mira qué casualidad que se llama Mickey. Seguro que este bicho tiene algo que
revelarnos —metió la mano en la jaula y sacó al roedor. Le retorció el cuello
ante el lagrimoso rostro de su dueño. Después arrojó la jaula al suelo y la
misma se deshizo en varias piezas. Entonces, el encapuchado cogió una de ellas.
Era extraña y no encajaba del todo dentro de la jaula de un ratón—. Te lo dije.
Aquí tenemos el secreto que tan bien han guardado los Defensores.
Cuando
levantó un pequeño cilindro con extrañas inscripciones, William apareció en el
salón lanzando un shuriken contra aquel hombre. El proyectil se le clavó en el
cuello haciéndole caer al suelo. Llevaba impregnado un potente veneno capaz de
tumbar a una res en cuestión de segundos.
Ante
la sorpresa del otro captor, corrió hacia él y le hizo un tremendo tajo con una
pequeña cuchilla. La vida se le escapó rápidamente.
—¿Abuelo?
—preguntó temeroso Oswald—. ¿Qué ha pasado? ¿Quiénes son estos hombres y qué
quieren?
—Es
una historia muy larga —comenzó a explicarle al chico a la vez que lo
desataba—. Estas personas son Grimmers,
descendientes de los famosos hermanos Grimm, los creadores de los cuentos que
inspiraron los clásicos de Disney.
—¿Qué
quieren de nosotros? ¿Qué tenemos que ver con ellos y Disney?
—Como
sabes los hermanos Grimm fueron dos, Jacob y Wilhelm. Ambos formaron familias y
tuvieron descendencia; pues un descendiente de Jacob le vendió a Walt Disney
los derechos de los cuentos para hacer películas. Por lo visto, a los
descendientes de Wilhelm aquello no les sentó bien, ya que se considera que él
fue el auténtico creador de las historias, por lo que los descendientes de
Jacob no tendrían legitimidad para venderlos. Consideran que Disney adquirió
los derechos de forma fraudulenta.
—¿Y
qué tiene que ver todo eso con nosotros? —quiso saber el chico.
—Soy
el Guardián del Gran Secreto. Sé dónde está el cuerpo congelado de Walt Disney,
y ahora sé que debo transmitírtelo a ti.
—Eso
es un mito. Todo el mundo lo sabe.
—Esa
es la mejor forma de guardar el secreto, hacer creer a todo el mundo que es
mentira. Walt Disney está criogenizado. Yo mismo fui testigo del proceso. Fui
elegido entre los trabajadores de The
Walt Disney Company para guardar el secreto del lugar de su conservación.
Tienes que saber cuál es ese lugar. Se encuentra dentro de la estatua del
propio Walt Disney que hay en Disneyland.
—¿A
la vista de todo el mundo?
—Sí.
Es el mejor escondite: todos los ven pero nadie sospecha que se encuentra allí.
La estatua esta permanente refrigerada por dentro para mantener el cuerpo en el
estado de congelación.
—¿Por
qué han roto todos los muñecos de Mickey? —preguntó Oswald.
—Porque
creían que uno de ellos guardaba los datos de acceso a los estudios y que en
ellos estaría el cuerpo de Disney.
—Pero
mi ratón tenía algo en su jaula que, según el encapuchado, llevaba a Disney.
¿No era muy evidente ocultar algo en un muñeco de Mickey o en la jaula de un
ratón que también se llama Mickey? Es el estandarte de Disney y el primer
dibujo animado que creó.
—En
lo primero aciertas, en lo segundo no. La primera creación de Disney fue
Oswald, el conejo afortunado.
—¿Oswald?
¿Cómo mi conejo? ¿Cómo yo?
—Eso
es. Tú te llamas Oswald por el personaje, al igual que tu mascota. Realmente es
tu conejo Oswald quién guarda el secreto de la localización de Disney.
Combinando esta pieza —dijo el anciano alzando el cilindro— con otra similar
que hay en la jaula del conejo nos revela la forma de acceder al cuerpo de
Disney. Esta pieza por ella misma no vale de nada.
—Y
lo que encontró ese hombre en la figura de Mickey vestido de Elvis, ¿qué era?
—Falsas
informaciones por si algo como esto pasaba. En cuanto alguien que no fuera yo
entrase en ese sitio, las puertas se cerrarían automáticamente y no tendrían
forma de salir, muriendo de hambre y sed. Nadie podría oírlo pedir ayuda ya que
la habitación está insonorizada y en un sótano a treinta metros bajo tierra.
Ahora no debemos perder más tiempo. Toma —le dijo el viejo entregándole una
tarjeta de visita—. Ve a esa dirección y dile a quién te atienda que el Maestro
está en peligro. Sabrán lo que significa y te prepararan como es debido para
ser Guardián del Gran Secreto.
—¿Por
qué es tan importante que no lleguen hasta Disney? ¿Qué es lo que buscan?
—Buscan
descongelarlo y que le devuelva los derechos de los cuentos, así como los
beneficios obtenidos por su explotación. Al no estar muerto, ningún
descendiente puede devolver esos derechos y tiene que ser el propio Disney el
que firme el documento. Eso supondría miles de millones de dólares y la quiebra
de la empresa, tener que cerrar los parques de atracciones y muchas cosas más.
—¿Y
a quién le importa eso? Son parques de atracciones, nada más.
—Es
algo más. Es donde reside la fantasía y la ilusión de millones de personas en
todo el mundo. Imagina un mundo sin Disney… —Y le dejó unos instantes para
pensar—. No puedes, ¿verdad? Pues tenemos que mantener a Walt Disney en su
estado hasta que todo esto haya pasado y que no haya nadie que amenace las
ilusiones de los niños. Ahora ve a esa dirección. Espero que todo acabe pronto,
pero si no, vas a necesitar un duro entrenamiento.
Cuando
el muchacho, con los pensamientos más confusos que en toda su vida, abandonó la
casa, William acudió al sótano. Allí, en una habitación secreta para el resto
de su familia, recuperó su ropa de asalto y varias armas. Había llegado el
momento de la lucha final, y quería salir victorioso para que su nieto no
tuviera que soportar la carga que él había llevado sobre sus hombros todos
aquellos años.
En
su coche llegó hasta el rascacielos en cuya azotea tenía su cuartel general
Wilhelm Grimm IV. Actual líder de los Grimmers,
que llevaban ochenta años detrás de recuperar lo que creían que les pertenecía
legítimamente. Dejó su coche y se adentró en la oscuridad de la noche.
Al
llegar a la entrada del edificio se encontró que allí había dos guardias
armados. Los Grimmers lo estaban
esperando, no cabía duda. Seguramente ya sabían que los encapuchados habían
caído sin conseguir su objetivo. Sacó su ballesta con visor infrarrojo y
disparó sobre el primer guardia. El virote se le clavó en el cuello matándolo
al instante. Su compañero, empuñó su rifle y buscó en la oscuridad al intruso.
Un minuto después yacía en el suelo con el cuello roto.
Sigiloso
como un felino, William avanzaba por los pasillos del edificio pegado a la
pared, desconocedor que Wilhem Grimm ya sabía de su presencia. Los detectores
de movimiento habían activado las cámaras de seguridad e iban revelando su
posición a cada paso.
Decidió
no coger los ascensores, porque así era más vulnerable. Subiría por las
escaleras.
En
el segundo piso le recibieron con una ráfaga de M-16. Afortunadamente, pudo
retroceder a tiempo y volver a ocultarse en el pasillo. Saco una mascarilla y
un bote de gas lacrimógeno y lo lanzó en las escaleras. Esperó unos minutos a
que la nube de humo se formara y le permitiera avanzar sin ser detectado. Las
toses de sus adversarios le avisaron de sus posiciones y así pudo librarse de
ellos.
No
iba a permitir que lo volvieran a sorprender. Era muy probable que lo
estuvieran vigilando a través de cámaras, y él sabía como evitarlo. En su reloj
activó la función de inhibidor de señales, así desactivaría todas las cámaras y
no verían por dónde iba.
A
pesar de mantenerse en forma, ya no era tan joven como quería pensar y al
llegar al octavo piso estaba exhausto. La combinación de las escaleras con la
tensión y alguna pelea había hecho mella en él. Aún le quedan trece plantas y
muchos enemigos de los que deshacerse y el ascensor empezaba a ser una opción
más que válida.
—El
motor de los ascensores se ha puesto en marcha —indicó el jefe de seguridad a
Wilhelm Grimm
—Estupendo.
Ahora sí que está acorralado. Detén los ascensores y acabad con él.
—Enseguida.
El
jefe de seguridad envió a un equipo de cuatro hombre a la puerta de los
ascensores de la undécima planta. El ascensor se detuvo y antes de abrirse las
puertas abrieron fuego a discreción con sus fusiles de asalto. Cuando cesó el
tableteo de las armas y las puertas se abrieron, un cuerpo sin vida cayó al
suelo. Pero no era el de William, sino el de uno de los guardias de los pisos
inferiores.
—¡En
el techo! —gritó uno de los guardias. Todos abrieron fuego sobre la parte
superior de la cabina del ascensor hasta que hubo más espacio vació que techo.
Las chispas de las lámparas destrozadas saltaban sin control—. ¡Alto el fuego!
Nuevamente
silencio. Un instante después, ocho disparos de una pistola acabaron con la
vida de los cuatro mercenarios. William había puesto en movimiento los
ascensores, haciéndolos bajar hasta la planta baja y después haciéndolos subir
de nuevo (ventajas de los ascensores modernos que poseen memoria), mientras él
subía por las escaleras lo más rápido que podía. No llegó a la par que los
elevadores, pero si a tiempo para acabar con los cuatro guardias.
Ocho
plantas más y llegaría a su destino. Disparos y más disparos lo fueron
saludando a cada planta que ascendía, pero gracias a sus dotes consiguió salir
indemne de todos los ataque recibidos.
A
las puertas del despacho de Wilhem lo esperaba el jefe de seguridad. Vestía un
traje elegante de color blanco. Al ver a William, el hombre se quitó la
chaqueta y la dejó doblada a un lado con la esperanza de recuperarla en breve.
Se
lanzó contra el Guardián del Gran Secreto; este, que esperaba el ataque, se
apartó unos centímetros para esquivar el golpe. Después lanzó una patada a la
rodilla de su adversario haciéndole doblar la pierna. William encadenó otro par
de golpes en la cara de su oponente, pero apenas le hizo mover la cabeza un
poco.
Cuando
recuperó la posición erguida, abrazó con fuerza al intruso derribándolo. Los
dos rodaron por la alfombra que decoraba aquel pasillo. Forcejeos, golpes y
arañazos fueron intercambiados por los dos rivales. Finalmente, el jefe de
seguridad de Wilhem agarró a William por el cuello y comenzó a estrangularlo.
El aire empezaba a faltar y la sangre que debía regar su cerebro había
encontrado una obstrucción que no podía sortear. La vista se le nublaba y
notaba que estaba perdiendo el sentido.
En
un acto desesperado sacó la cuchilla que ocultaba en su cinturón y lanzó un
golpe hacia su atacante. Tuvo la fortuna de que la afilada hoja abrió un gran
tajo en el cuello del que iba a ser su verdugo. La presión sobre la garganta de
William se fue aflojando, y el traje, que había sido blanco, tardó pocos
segundos en tornarse rojo.
Wilhelm
esperaba con una pistola la entrada de William.
—Bienvenido.
Has llegado muy lejos, pero aquí se acaba tu viaje —le dijo al verlo entrar.
—Adelante,
dispara. No temo a la muerte; y si me matas jamás conocerás el paradero de
Disney.
—Te
equivocas, sé donde se encuentra. A la vista de todo el mundo pero oculto de la
gente. La propia estatua que hay en Disneyland es su escondite.
El
semblante de William cambió de inmediato.
—¿Cómo…?
—No pudo acabar la frase. La aparición en la escena de una tercera persona le
hizo quedarse sin habla.
—Hola,
abuelo —le saludó Oswald.
—William,
te presento a mi nieto Jacob Grimm.
Ha sido duro ver como tú y tu hija lo criabais, pero necesitaba meter a un
infiltrado en lo más profundo de tu familia. Jacob nació hace veinte años, al
día siguiente que Oswald. En el hospital cambiamos a los dos niños y asunto
arreglado. Pasados los años me puse en contacto con él y le mantuve al
corriente de todo lo que pasaba… ¡Qué gran invento las telecomunicaciones!
Gracias a Internet podíamos estar en contacto sin que ni tú ni tu hija os
dierais cuenta. —Wilhelm comenzó a reír a carcajadas hasta que le sobrevino un
ataque de tos. Cuando se recuperó, continuó con su relato—. ¿Cómo crees que
supimos cuándo era el momento oportuno para asaltar tu casa? ¿Cómo pudimos
evitar las trampas y las alarmas que tenías preparadas? Sabía que tarde o
temprano le revelarías el secreto al chico y entonces yo también lo conocería.
—Maldito
traidor. Te he tratado como a mi propio nieto, ¿y así me lo pagas? —balbuceó
William al borde de las lágrimas.
—Mickey —interrumpió Wilhelm—. Mic key. Micrófono y llave. Cuando te lo dije
no esperaba que lo entendieras, y estaba en lo cierto. Tu casa estaba llena de
micrófonos ocultos en todos los muñecos del maldito ratón, hablaras dónde
hablaras, yo escucharía todo. Ahora, despídete.
Wilhelm
apuntó de nuevo a William. Un disparo sonó en la sala. La pistola de Wilhelm
cayó al suelo, seguida del cuerpo de su dueño. Jacob Grimm empuñaba un revolver
humeante. Había acabado con la vida de su abuelo. William no daba crédito a lo
que acababa de suceder.
—No
permitiré que un desalmado como él se apodere de la mitad de la fortuna de
Disney ni que acabe con los sueños de miles de personas —le dijo a William.
—Oswald.
Jacob, yo… yo… Me alegro que pienses así.
El
muchacho encañonó a William y disparó tres veces sobre él.
—No
permitiré que se apodere de la mitad de la fortuna de Disney, cuando puedo
hacerlo yo mismo. Oswald fue el que comenzó el Imperio de Disney y Oswald será
el que lo finalice. —sentenció. William ya no pudo oír aquellas palabras.
Encendió
un mechero y acercó la llama a las cortinas del gran ventanal que se abría a la
ciudad. Todo aquel edificio ardería hasta los cimientos y nadie sabría que
había sucedido allí realmente. Pasado algún tiempo, acudiría a descongelar a
Disney y le exigiría lo que era suyo. Ahora nadie podía impedir que se
convirtiera en un hombre muy poderoso.
– FIN –
Consigna: escribir un relato de acción (tipo films de Stallone, Van Damme, Schwarzenegger, Norris), cuyo argumento implique una iinteracción moral entre el «bien» y el «mal» llevada a su fin por la violencia o por la fuerza física.
Impresionante, digno de una película. Si tuviera dinero la haría yo jajaja 10 ptos.!!!!!!
ResponderEliminarImpresionante, digno de una película. Si tuviera dinero la haría yo jajaja 10 ptos.!!!!!!
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