Por Luis Seijas.
En lo
más alto de la torre, Roland despierta y me ve. Su ropa sucia y descosida, las
botas cubiertas con manchas granate y desgastadas en las puntas, dan fe de lo
que las batallas, tanto ganadas como perdidas, pueden hacer de un hombre.
Observo todo eso y lo que siento es respeto y admiración hacia él.
—Largos
días y placenteras noches, sai—me saluda aturdido aún.
—Y
que veáis el doble, pistolero —le contesto y hago una pequeña reverencia.
Se
levanta del catre con muestras de cansancio y dolor a pesar de haber dormido
desde que llegó, hace ocho días. El olor a rosas se aviva al acercarse a la
ventana y observa como el sol se pone en el horizonte. Disfruta el momento sin
saber que ese mismo ocaso, es la ilusión repetitiva de su destino.
—Llegaste
hace ocho días, pistolero.
Se
volvió al escuchar mi voz.
Espero
sentado, con mi espalda apoyada en la puerta, la primera pregunta. Siempre es
así: Dos preguntas y dos respuestas.
—¿Y
tú desde cuándo estáis aquí?
—No
lo recuerdo. Pero si sé para qué… y es para decirte que los mundos se seguirán
moviendo y que la única forma de salir
es saltando por esa ventana.
El
pistolero vio de nuevo hacia la ventana, para luego acercarse y sentarse en el
piso frente a mí. Envuelve un cigarrillo y lo enciende.
—¿Tenéis
tiempo, para escuchar mi historia? —Me pregunta luego de soltar una bocanada de
humo.
—Tiempo
es lo que me sobra aquí, pistolero —Le contesto guiñándole un ojo.
Y
me cuenta todo sobre el amor, la amistad, las balas, la sangre y sobre todo el destino.
Al terminar su relato se levanta, camina hacia la ventana y salta.
*************
Así
es como Roland, cada ocho días me relata su historia. No me canso de escucharla
ni de disfrutar este olor a rosas.
Quizás
un día salte también y sienta la arena caliente en mis pies.
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