El día que me dijeron
que lo conocería en persona tuve una mezcla de sensaciones. Obvio que estaba
sorprendida, pero lo que predominó fue el miedo. Miedo a quedar mal,
desubicada. A equivocarme. Era mi primera vez y el debut sería con una
celebridad, un escritor de su talla.
Me habían entrenado
poco. Casi nada. “Entrás, son unos minutos y te vas. No hables. No es necesario
hacerlo. No interactúes.”, fueron las instrucciones. Me dijeron que no se podía
charlar, llorar, reír. Me lo prohibieron en realidad. Pero había un problema, desde
siempre sentí admiración por él. No tanto por sus grandes novelas, aunque si
por sus cuentos. Y eso quería decirle. Que sus cuentos eran tan extraños como
mi vida. Que me habían acompañado en mis peores momentos y que de alguna
manera, fueron un consuelo en mis horas oscuras.
—Recordá, son solo 5
minutos con él—escuché al atravesar la puerta. “Cinco minutos”, pensé. “No me
va a alcanzar. No se puede”.
Entré a la habitación
donde él yacía. Había cierta luminosidad que lo rodeaba. Casi angelical. Jamás
había visto algo semejante. Mágico. Se encontraba acostado en una enorme cama.
En la mesita de luz había numerosas fotos de su familia. Ninguna de sus logros.
Solo de sus afectos. Estaba solo, sin embargo. Quizás sabía de mi visita,
después de todo.
Me acerqué dudosa.
Temía hacer el ridículo o equivocarme. Eso sería terrible, una equivocación que
alterara el curso natural de las cosas. Sin embargo me di cuenta de que era él.
No podía ser otro. Era inconfundible. Los años habían sido buenos con él aunque
se le notaba el cansancio en la mirada, en sus ojeras. Ya no quedaba mucho
tiempo. Era claro que los míos serían sus últimos cinco minutos.
—¿No dirá nada? —dijo y
me quedé petrificada.
—No puedo…—comencé.
Pero enseguida tiré las reglas al tacho de basura—Tengo tanto que decir que estos
cinco minutos no me van a alcanzar, Gabo…perdón Señor García Márquez. —no debía
hablar y lo hice. Era imposible entrar y salir sin emitir sonido. Observar y
salir. Él se merecía más que eso y era mi primera vez. Creo que los dos
merecíamos más que el silencio.
—Llámeme como quiera y terminemos.
Se incorporó en la cama
con dificultad y clavó sus ojos en los míos. Puedo jurar que el mundo se frenó
en seco en ese instante. Temí por las reglas, por él y por mí. Quizás me
castigarían pero…valía la pena arriesgarse. Sin embargo noté que la parquedad
de sus palabras no eran las de él. Sus ojos invitaban a quedarse, a charlar e
inventar historias. Y de pronto me encontré recordando mi infancia. Sin
pensarlo, me senté en la cama junto a él y le conté que era nueva en esto. Que
él era el primero. Mi debut. Le dije que era huérfana desde muy chica y que
leer sus relatos me había salvado de la angustia. También le conté que mientras
leía su Crónica de una muerte anunciada,
el amor de mi vida moría de igual manera, con un cuchillo atravesándole el
abdomen y desgarrando sus intestinos.
—¿Es coincidencia? —le
pregunté con un llanto ahogado.
—La vida es un gran
material para la literatura como la literatura lo es para la vida. Quién sabe
qué se alimenta de qué. Si la vida de las ideas o viceversa. Es un misterio,
como el universo en sí mismo.
“Como yo”, pensé y la
angustia se calmó de pronto. Él era un consuelo para mí. Me repuse un poco y
recordé el motivo por el que estaba ahí. Eso me entristeció nuevamente por lo
que continué con la charla que era mucho más interesante.
—Una vez pensé que
usted me escribía a mí. Qué locura ¿no?
—No veo locura en eso. Yo
escribí para todos y para nadie en particular. Mi cabeza siempre estuvo llena
de ideas que fueron tomando forma lentamente. Así nacieron mis personajes,
alimentados de la vida cotidiana, y transformados en maravillosos seres. Vos
podrías haber sido uno de mis entrañables personajes. Estoy seguro….
Recuerdo que lo observé
y sentí que me convertía en uno de ellos. Me imaginé como protagonista de una
maravillosa historia de amor y desesperación. O quizás lo deseé. Pensé que
aquel encuentro estaba solo en su mente, que yo era producto de su imaginación
y que esos cinco minutos eran su encuentro final con la literatura. Tal vez así
fue. Porque para mí parecieron horas de charla y encuentro mutuo aunque
realmente solo fueron cinco minutos. O quizás menos.
Antes de irme le conté
que había muerto luego de la muerte de mi prometido. Que me corté las venas en
la bañera de casa porque lo extrañaba demasiado. El dolor que me penetró hasta
los huesos persistió demasiado y me sentí muy sola. La soledad es un gran
enemigo cuando hay dolor, le dije.
—Ese es un gran final
de historia, mi amiga Parca.
—Lo es. Aunque ahora
debo hacer esto para poder redimirme. Una eternidad de miserias. Pero tengo una
duda: ¿Lo hice bien, querido Gabo?
—Lo hiciste muy bien.
Me diste paz, me quitaste el miedo y ahora puedo abandonar este lecho e ir a un
lugar mejor.
—Sí, vas a un lugar
mucho mejor. Sólo te pido que me recuerdes y que si algún día volvés…escribas alguna
historia sobre mí.
Fue un 17 de abril de 2014,
cuando tomé la vida de Gabriel García
Márquez. Ese fue mi primer trabajo, mis primeros cinco minutos de muchos otros
que se fueron sumando. Aquel día, como pude, lo acompañé al otro lado. La
tristeza apareció por supuesto, aunque entendí que él me dio mucho más de lo
que yo le quité.
FIN
Consigna: deberás escribir un relato
en primera persona en el cual nos contarás tu experiencia de haber conocido a Gabriel
García Márquez.
¡Muy bueno, me emocionó!
ResponderEliminarMuchos saludos.