Con el
tiempo me he acostumbrado a que la gente me pregunte cómo conocí a Chuck.
Preguntan si es verdad que hizo un cuento con mi historia, en vez de preguntar
qué me pasó en la cara o cómo perdí el ojo. Prefieren correr a la biblioteca a
buscar el cuento en que aparezco para saber los detalles morbosos de mi
trasformación. Y es que a nadie le gusta escuchar a una chica de diecisiete
contar por qué perdió la movilidad de la mano derecha y menos explicar todas
las cicatrices del cuello y brazos.
Así que les digo que sí. Que el buen Chuck
vino a verme y me pidió permiso para usar parte de mi historia en un cuento. No
les digo que Palahniuk cambió varias cosas, pero usó mi nombre y mis heridas.
Tampoco les digo que lo conocí gracias a dos errores garrafales de los cuales
me arrepiento y me arrepentiré siempre.
A ti te lo
puedo contar. Sé que me juzgarás y emitirás tu sabia opinión. Pero no me importa. No te conozco, nunca me toparé
contigo frente a frente y tu sabia
opinión me la puedo meter por el culo si se me antoja. Además, el famoso es
Chuck no yo.
Hace dos
años caminaba por el centro de Tacoma, Washington (lugar donde vivo), hacía
tanto frío que tenía la cara metida en una bufanda y no sentía mis rodillas.
Estaba enojada. Ahora recuerdo que en ese entonces siempre estaba enojada,
molesta por algo, iracunda. Todo lo que me rodeaba me daba asco…me gusta
justificar esa etapa diciendo que sólo tenía quince años. La gente pasa por
alto muchas cosas cuando se trata de una adolescente. El caso es que eran las
siete de la noche y mi madre me esperaba a esa hora para cenar. Y claro,
pensaba llegar tarde. ¿Por qué? Porque sí.
De un edificio
de vidrio, una especie de hotel o centro de negocios en la calle 4 salió un
hombre. Muy delgado y alto. Llevaba una gabardina negra y una especie de
maletín pequeño. El tipo se detuvo en la acera para arreglarse la bufanda y se
colocó el maletín bajo el brazo.
Ese fue mi
primer error. Sin pensarlo corrí y al pasar detrás de él le arrebaté el maletín
y seguí corriendo. Él gritó pidiendo ayuda, trató de seguirme pero yo era muy
joven y pude perderlo con facilidad. Llegué a la parada junto con el autobús y
me subí a toda prisa. Revisé todo lo que venía en la maletita en cuanto me acomodé
en el asiento. Comencé a sudar por la carga de adrenalina. Era adicta a eso,
creo. Al subidón de energía, a la posibilidad de ser atrapada, a la
satisfacción de no serlo.
¿Necesitaba
dinero? No. Pero robaba de todos modos. Me gustaba robar carteras, bolsos,
maletas. Nunca robaba móviles y jamás usaba las tarjetas de crédito. Unos días
después de mi hurto y de quedarme con el efectivo, reportaba haber encontrado
una cartera o un bolso. Si lo robaba cerca de un café pedía hablar con el
gerente. Ponía mi cara más inocente y decía «Encontré
esta cartera/bolso a una cuadra, quiero saber si alguno de sus clientes reportó
un robo» El gerente entonces me contactaba con mi víctima
quien, en la mayoría de los casos, me daba una recompensa. Era un buen plan.
Este
maletín tenía una agendita llena de anotaciones, un bolígrafo muy fino, un
libro, y una billetera con trescientos dólares en billetes chicos, dos tarjetas
platino y una oro, una licencia de conducir a nombre de Charles Michael no sé qué
y un pasaporte. Coloqué el maletín sin la billetera entre los asientos del
autobús para simular un olvido y guardé la billetera dentro de mi bota. Al menos
hasta que llegase a mi recámara y pudiera planear qué hacer con esos
trescientos dólares sin que mi madre lo descubriera.
Bajé del
autobús a cinco calles de mi casa. Sólo por el placer de retrasarme; ya estaba anocheciendo
y sentía un regocijo insano cada vez que mi madre se preocupaba por mí. Este
fue mi segundo error garrafal. Iba tan contenta, con mi sistema aún inundado de
la euforia de mi pequeña fechoría que no reparé en el auto que pasó tres veces
a mi lado.
Cuando eres
mujer hay una cosa que nunca debes dejar de hacer: Nunca dejar de mirar alrededor. No importa si vas acompañada, si eres
mujer no debes bajar la guardia. Cualquier rincón oscuro puede ser mortal. Si
piensas que soy una feminazi que ve peligro en cualquier hombre fálico opresor,
me importa una mierda tu opinión. Cualquier mujer puede decirte esto, NUNCA
DEBES BAJAR LA GUARDIA. Es algo que nos enseñan las madres, que les enseñaron
sus madres y las madres de sus madres. Ni siquiera es segura una zona iluminada
o el que sea pleno día. Ni siquiera tiene que haber gente en la calle para
sentirte protegida. Nadie se moverá mientras te raptan por mucho que grites. Tienes
quince años, vas sola por la calle, es de noche y se te acerca un tipo que te sobrepasa
treinta centímetros, pesa veinte kilos más que tú y te mira. Todas tenemos esa
alarma que se dispara y te dice que estás
en peligro, hasta que el tipo pasa de largo y sigue su camino.
Pues esa
alarma no me sonó esa noche. No me fijé que del auto salieron dos hombres, no
me di cuenta cuando uno de ellos se me echó encima y me levantó en vilo, como se levanta a un
bebé. ¿Grité? Sí. ¿Me defendí? Sí. ¿Alguien me vio? Sí. ¿Ese alguien llamó a la
policía? No.
Mi madre reportó mi desaparición. Un agente recorrió el barrio de casa en casa y una mujer albanesa mencionó haber visto cómo dos sujetos se llevaban a una joven, dos noches atrás. Entregó mi bufanda a la policía diciendo que la había encontrado fuera de su jardín la mañana siguiente a mi rapto. Cuando me enteré, después de un año y medio en el hospital, fui a buscar a la albanesa para reclamarle. Podrías haber encendido una luz, pensaba decirle. Podrías haberlo reportado, quería reclamarle. Pero nunca la encontré.
Mi madre reportó mi desaparición. Un agente recorrió el barrio de casa en casa y una mujer albanesa mencionó haber visto cómo dos sujetos se llevaban a una joven, dos noches atrás. Entregó mi bufanda a la policía diciendo que la había encontrado fuera de su jardín la mañana siguiente a mi rapto. Cuando me enteré, después de un año y medio en el hospital, fui a buscar a la albanesa para reclamarle. Podrías haber encendido una luz, pensaba decirle. Podrías haberlo reportado, quería reclamarle. Pero nunca la encontré.
Si quieres
los detalles de lo que me hicieron esos hombres, puedes leer el cuento de Chuck
Palahniuk. Se los conté una mañana en la que apareció en mi habitación del
hospital. No había hablado con nadie. No había dicho ni una palabra, ni
siquiera a mi madre. La policía había mandado a un psicólogo para que me
revisara y tratara de ayudarme en la declaración. No dije nada. Pero cuando
Chuck me preguntó, con esos ojos azules fijos en los míos, si podía usar mi
historia abrí la boca por primera vez y a pesar de los dientes rotos, las
puntadas en los labios y la lengua, le dije que no.
Dijo que lo
entendía. Me miró fijamente y entonces lo reconocí. Era el dueño de la
billetera que robé ese día y resulta que el tipo era un escritor famoso.
—¿Tienes miedo? —preguntó— ¿Tienes miedo de que presente cargos por robo?
Miedo… Tuve
miedo de que me violaran cuando me metieron en ese auto. Tuve miedo de que me
molieran a golpes cuando me violaron repetidamente. Tuve miedo de que me
dejaran ciega cuando me golpearon la cara y las manos con un tubo de acero. Cuando
mi ojo izquierdo quedó colgando de su cuenca y quedé ciega, tuve miedo de que
me desgarraran por dentro. Tuve miedo de que me torturaran más cuando me metieron
un tubo de escape por la vagina. Tuve miedo de que nunca me encontraran cuando me
arrancaron el pezón derecho a mordidas.
Fue gracias
a aquel robo que la policía dio conmigo, aunque esperaban encontrar a un ladrón
y no a la chica que llevaba tres días desaparecida. Uno de esos cerdos encontró
la billetera en mi bota, tomó el dinero y las tarjetas y fue a gastar lo que
pudo en cerveza y drogas. El banco ya tenía el reporte de robo; el cerdo usó la
tarjeta en una licorería y la policía lo identificó por la cámara de seguridad.
Comenzaron a seguirlo. Entraron en tropel cuando uno de ellos me orinaba y el
otro estaba muy ocupado penetrándome por el ano. El que meaba escuchó los pasos
de los policías a su espalda y disparó.
Lo abatieron en ese instante. El otro cerdo trató de usarme como escudo humano
y escapar. Pero yo estaba tan débil que me le escurría de entre los brazos,
decidió dejarme tirada y tratar de correr mientras disparaba. Lo mataron antes
de salir de su casa.
—¿Miedo? —le dije a Chuck a través de los vendajes— Miedo me da que no me venga la regla el siguiente
mes. Usted puede hacer lo que quiera.
Se sentó a
mi lado y tomó aliento.
—No lo entiendes, pequeña —dijo con compasión—. Te estoy ofreciendo un escudo. Una distracción. Una
cortina de humo.
No lo
entendí. Pero no se podía esperar mucho de mí. Estaba hasta el tope de
antibióticos y calmantes. Mi cerebro no trabajaba bien.
—Te lo explicaré —dijo acomodando su flaco trasero en el colchón rechinante
de mi cama—. Hay más de quince periodistas ahí fuera esperando a
que des una entrevista. Ahora mismo tu madre no puede ni salir al baño sin que
la molesten. La policía necesita tu declaración para proceder. La necesita. Los
dos tipos que… los que te hicieron esto están muertos. La policía necesita
justificar ese uso de fuerza. Tienes quince años. Pronto vendrá un
representante de alguna cadena de noticias a ofrecerte miles de dólares por una
entrevista, aceptarás porque tu madre no tiene dinero para pagar todas estas
facturas de hospital. Harán un show sobre ti. Te meterán en medio de un
remolino mediático que provocará que nadie te contrate cuando puedas trabajar y
las trabajadoras sociales te miren como a una estadística más cuando te den un
cheque de veinte dólares semanales por incapacidad.
Hizo una
pausa y continuó.
—Entrarás a la escuela y tus compañeros sabrán todo
sobre ti. Tu madre estará siempre deprimida, nunca podrás zafarte de esto. Esos
bastardos seguirán violándote y torturándote una y otra vez, sin piedad por el
resto de tus días, en cada comentario que la gente haga a tus espaldas.
Entrarás a un café y la gente murmurará Oh,
es la chica a la que hicieron pedazos, dirán. Escuché que le gritó a Oprah que la dejara en paz, dirán. Seguro era una de esas rameritas
calientabraguetas, dirán.
Lo miré con
mi único ojo y pensé en lo que decía.
—He retirado los cargos por robo y he prohibido a mis abogados
mencionarlo si quiera. Eso es un hecho. Pero si tú aceptas —dijo ante mi silencio—, me encargaré personalmente de tus gastos médicos hasta
que te den de alta. Usaré el cuento en cada presentación, en cada lectura,
recibirás regalías. Será el cuento más famoso que se escuche de Chuck
Palahniuk. Sólo cierto tipo de personas leen mis libros, lo digo sin molestia
porque es verdad, así que sólo una parte del país conocerá tu historia. Pero
cuando ese representante del canal de los
idiotas venga a tocar tu puerta estarás blindada. Dirás que me cediste la
exclusiva y que no puedes aceptar. No podrán comprarte para usarte. La gente no
preguntará por tus cicatrices, preguntarán por el cuento.
Y esa es,
básicamente, la historia. Un cuento sucio sobre lo difícil que es el mundo
cuando eres mujer. Lo peligrosa que se puede convertir una caminata en tu
propio barrio si tienes vagina. Si crees que soy una feminista amargada no me
importa. Díselo a mi pecho mutilado, a mi ojo vacío, a mi vagina inerte, a mi
mano inútil y a mi ano destrozado. Díselo a tu hermana a la que tocaron en una
fiesta, a tu amiga a la que la violó su novio, a tu prima a la que tu tío le
arrimó la polla, a tu madre a la que tu padre obligó cada noche a hacerle una
mamada.
Quizá pienses que me equivoqué al no aceptar
las entrevistas y shows. Podrías ser una
activista famosa, pensarás. Podrías
haber sacado mucho dinero, opinarás. Y quizá tengas razón. No quiero ser
una activista, ni salir en televisión. En este momento me preocupa más mi
próxima operación reconstructiva que llamarme víctima. ¿Me equivoqué? Probablemente.
Pero he sobrevivido a mis dos últimos errores garrafales…creo que puedo
sobrevivir a uno más.
FIN
Consigna: deberás escribir un relato
en primera persona en el cual nos contarás tu experiencia de haber conocido a
Chuck Palahniuk.
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