Por Ismael Manzanares.
Consigna: Escribe sobre El libro de la selva y todos sus personajes. Mowgli encontrará huevos de Critters, a partir de ello debes vincular la historia con los seres de la película.
Consigna: Escribe sobre El libro de la selva y todos sus personajes. Mowgli encontrará huevos de Critters, a partir de ello debes vincular la historia con los seres de la película.
La consigna es delirante, pero no
queremos que el cuento lo sea. Evita la comedia y lo grotesco.
Texto:
Mowgli
sueña.
El
verde intenso de las hojas atravesadas por los rayos de luz. Las ramas de los
árboles. La respiración jadeante. Los pies que se deslizan sobre la hojarasca
sin dejar marca de su paso. El roce de la vegetación como una caricia sobre su
cuerpo desnudo. El corazón que palpita con la emoción de la caza.
Mowgli
sueña con Shere Khan. Lo sabe como se saben las cosas en los sueños. Delante, siempre
unos metros más allá, puede vislumbrar apenas el pelaje a rayas, el colchón
mullido de una zarpa que se levanta, la cola que se balancea para compensar la
cojera. Es Shere Khan, y Mowgli lo está persiguiendo a la manera de los lobos.
El
murmullo crece en intensidad y así sabe que se encuentra cerca de la cascada.
De repente no tiene prisa. Piensa en Bagheera y se hace uno con las sombras, detrás
de los grandes troncos, oculto entre los helechos. Avanza con cautela, cerrando
cualquier vía de escape.
El
farallón está a plena vista junto al poderoso caudal de agua que cae. Shere
Khan le está esperando, de nuevo vivo y poderoso. El ruido es ensordecedor. Mowgli
avanza sin miedo. Ya le venció una vez y puede volver a hacerlo. Pero el tigre
no busca pelea. En su lugar gira la cabeza, y Mowgli sigue su mirada para
descubrir un hueco oscuro entre las rocas. Ignorando al depredador, se acerca.
Dentro de la cueva el sonido llega amortiguado, lejano. El olor es ácido y
penetrante. Y allí, en la oscuridad, los encuentra.
Los
cachorros de Shere Khan.
Despierta
con un sobresalto. Siente humedad en la piel, y el movimiento le provoca un
escalofrío. Junto a él se encuentran los extraños huevos que nadie ha sabido
identificar. ¿Por qué esperan que él sepa qué hacer con ellos? Se ha criado en
la selva y ha aprendido a fiarse de sus instintos, y estos le dicen que no
tendrá que esperar mucho tiempo para saberlo.
—Más
de doscientos son, locos como los Bandar-Log y rápidos como Chikai, la ratita
saltarina. Yo estaba comiendo fresas silvestres, pues ya sabéis que en esta
temporada es cuando son más jugosas, cuando ellos pasaron cerca de mí aullando
y saltando como si estuvieran locos y no tuve más remedio que protegerme, y un
par hasta tuvo la indecencia de reírse cuando vio mis púas erizadas.
—Ikki,
tus historias son exageradas, como siempre. Seguro que no eran más que unos
ratones recién salidos del Waingunga con el pelo esponjado por el agua.
—Os
digo que no, Hermanitos —replicó el puerco espín, balanceándose de un lado a
otro con entusiasmo. Raro era tener tantos oyentes y disfrutaba de la ocasión—.
Os digo que no he visto otra criatura como esa en todos los años de mi vida. Los
milanos siguen su rastro de destrucción desde millas de distancia. Y aún os
diré más; se dice que Mowgli, el Cachorro Humano, estaba con ellos cuando
salieron de sus huevos…
—¿De
sus huevos? —se mofó Mao, el Pavo Real—. ¿No serían cocodrilos?
—…de
sus huevos, digo, y recién rompieron la cáscara le mordieron y le obligaron a
huir por toda la selva aullando como un chacal de los Gindir-Log.
Esta
vez la risa fue general.
—Has
ido demasiado lejos, Ikki. Cuando Mowgli se entere de esto te va a colgar
cabeza abajo de una rama para que aprendas modales.
—Yo
creo que te encontraste con Nag, la Cobra Negra, y del susto te inventaste
todas estas patrañas.
—¿Echaban
tus cocodrilos peludos Flores Rojas por el culo?
Ikki
intentó protestar, pero fue en vano. Los murmullos y las risas se extendieron
por el claro, y la voz del pequeño mamífero se perdió en la algarabía.
Refunfuñó un par de veces haciéndose el dolido, pero la verdad era que ya había
cumplido con su cometido al avisarles. Lo que pasara después no era cosa suya.
La
luna, que caía tamizada a través del entramado de hojas, bañaba el lomo de Bagheera
de reflejos oscuros, dúctiles como el aceite. El felino se desplazaba en
silencio, disfrutando de sus sentidos aumentados. El goteo del rocío condensado
sobre el suelo; el agudo chillido de Mang, el Murciélago; el olor de la tierra
húmeda que remueve el Pueblo Venenoso cuando se desplaza. Bagheera era
consciente de todo esto y de mucho más, sensaciones que no se pueden describir
con palabras de los humanos. Bagheera no era un depredador más en busca de su
alimento. Bagheera era la misma noche, que envuelve al Pueblo de la Selva en un
abrazo oscuro de muerte y sueño.
Había
devorado hacía una hora un ratón gordo que prácticamente se le había echado
encima sin saber que su juego le deparaba un destino mortal. El roedor le había
disgustado, pues no había saciado su hambre y le había privado del placer de la
caza. Por eso ahora se adentraba en la jungla, impaciente y juguetona,
siguiendo un rastro nuevo.
Bagheera
había escuchado los rumores. Las extrañas criaturas que habían eclosionado de
los huevos que custodiaba Mowgli no le temían a nadie y estaban sembrando el
terror en la selva. Animales feroces, decía Chil, el Milano, que se daba un
festín con los despojos que dejaban los seres a su paso. Dewanee, había aventurado el viejo Baloo. La locura o la rabia, pegajosa
e imprevisible. La pantera negra se estremeció de placer, y un brillo chispeó
en sus ojos de esmeralda. La Manada de Lobos de Seeonee haría cumplir la Ley de
la Selva, estaba segura de ello. Pero los seres habían cometido dos errores que
le concernían de manera personal. Primero, habían invadido su territorio, sin
dignarse a proferir la Llamada de Caza del Forastero. Y segundo, y más
importante, habían despertado su curiosidad.
La
criatura correteaba entre los árboles, exultante. Era un depredador, de eso no
cabía duda, pues las fauces estaban repletas de pequeños dientes, y en el lomo
unas agudas púas recordaban las defensas de Ikki, que algún disgusto le habían
causado durante sus aventuras de juventud. Bagheera saboreó el torrente de
emoción que inundaba su cuerpo sin mover un solo músculo, concentrada por
completo en la caza. Había otras criaturas cerca, pero a ojos del gran felino
eran tan diáfanas en la penumbra nocturna como si fuera pleno día.
Fue
paciente. Y, cuando llegó el momento, ronroneó suavemente, lo suficiente para
que el ser advirtiera su presencia y pudiera mirar al verde de sus ojos a
través del manto de la noche. De otro modo el juego no tenía sentido.
—Oh-oh.
—Alcanzó a decir la cosa.
Bagheera
saltó. La criatura emitió un crujido húmedo cuando las fauces se cerraron sobre
su cuerpo peludo. Una sangre verdosa y de sabor indefinible asaltó los
delicados sentidos de la pantera, que escupió asqueada. El bicho había muerto
al instante sin ofrecer resistencia. Una presa indigna. La pantera lo golpeó un
par de veces con la pata, haciéndolo rodar de un lado para otro, hasta que su
curiosidad fue saciada. Su manada, si es que se le podía llamar así, ni
siquiera había notado la muerte de uno de sus miembros. Bagheera bostezó, con
el cuerpo relajado tras la muerte insulsa, y se alejó de allí con zancadas
perezosas. Los lobos se encargarían de ellos, no le cabía la menor duda. La
noche misteriosa engulló el cuerpo elegante del felino hacia su siguiente caza.
—Ya
no estoy para aventuras.
El
viejo oso trotaba con pesadez, jadeando por el esfuerzo. Su corpachón mostraba
los estragos de la edad. Demasiadas primaveras había rondado ya la selva y su
pelaje, antaño lustroso, dejaba entrever calvas y pliegues donde antes hubo
músculo. Se sentía cansado, pero ignoraba que su cuerpo adulto y vencido por
los años era hermoso, pues todo lo que nace y crece en el Pueblo de la Selva
tiene la belleza de la libertad. Se detuvo bajo un árbol, olfateando, y arrancó
unas raíces con sus zarpas, esperando aliviar el sufrimiento de la carrera, con
tan mala suerte que una piedrecita le raspó la garra. Soltó un bramido de
angustia y enojo del que se arrepintió al momento.
—Mírame.
No sé ni cavar.
Masticó
sin embargo las raíces y se sintió un poco mejor. Pero la punzada de temor hizo
que se levantara de nuevo y retomara el trote. La Manada de Lobos de Seeonee
había reconocido una amenaza en las extrañas criaturas y había organizado una
partida de caza para diezmarlas antes de que la devastación que causaban a su
paso fuera irreparable. Baloo sabía que Mowgli también iría porque, aunque no era
ya de la Manada, mantenía con ellos unos lazos estrechos que no podían ser
rotos.
—Una
banda de criaturas que todo lo muerden, peores que los Bandar-Log y más infames
que las Hienas, sin respeto alguno por la Ley. ¡Buf! Los tiempos han cambiado.
Soy demasiado mayor para esto. Espero que Mowgli esté bien.
La
canción de muerte de Ko, el Cuervo, advirtió al viejo oso de la cercanía al
lugar de la batalla. Allí se detuvo, atónito. Las criaturas estaban oponiendo
una feroz resistencia. Múltiples lobos yacían heridos o moribundos entre la
vegetación de la sabana que crecía a orillas de la selva. Aparentemente, los
seres habían intentado escapar de los dominios del Pueblo de la Jungla, tal y
como había predicho el chico. Baloo barrió el escenario con los ojos buscando a
Mowgli, y por fin lo encontró, encaramado a un árbol. Incluso desde la distancia
distinguió la sibilante voz del chico pronunciando «Tú y yo somos de la misma
sangre», las Palabras Maestras del Pueblo Venenoso; y en respuesta una oleada
susurrante de serpientes cargó hacia los feroces invasores. Pero la
contribución de Mowgli iba mucho más allá. El viejo oso tragó saliva. Unos
silbidos agudos hicieron descender de las alturas a un grupo de águilas, que se
lanzaron en picado a la lucha. El chico señaló hacia una de las criaturas que
huía, y una pequeña familia de rinocerontes se lanzó en estampida hacia ella. Mowgli
dirigía al Pueblo de la Selva como si de un general se tratara. Las extrañas
criaturas estaban condenadas. Baloo sintió miedo y respeto ante el poder y
sabiduría del ser humano, y no por primera vez. Lejos quedaba ya el Mowgli
reflexivo que le había pedido consejo hace apenas un día, y mucho, mucho más
lejos aún, aquel muchacho indefenso al que había enseñado la Ley años atrás.
Pues
un día atrás Mowgli había llegado, magullado y taciturno, hasta el claro donde
Baloo enseñaba las leyes a los más pequeños. Bagheera se encontraba echada
sobre una rama, lánguida en el calor de la tarde.
—¿De
dónde vienes tan arañado, Hermanito?
—Los
huevos se han roto —gruñó Mowgli—. Y lo que ha salido de ellos no os va a
gustar nada.
—¿Por
qué lo dices? —intervino Baloo—. La verdad es que nunca he visto huevos como
esos.
Mowgli
no respondió. En vez de eso, desvió la mirada hacia la distancia. La tarde caía
y bañaba el claro de una luz anaranjada y difusa. Por un momento, pareció
querer responder al oso, pero entonces se lo pensó mejor y guardó silencio. Bagheera
movió la cola con curiosidad. Hacía tiempo que no podía adivinar lo que pensaba
su protegido. Por fin Mowgli habló, pero sus palabras brotaban despacio, como
si le costara pronunciarlas.
—Baloo,
Bagheera. Ayer, antes de que los huevos se rompieran, soñé con Shere Khan.
—Está
muerto —musitó la pantera—. No tienes porqué preocuparte.
—Lo
sé. Pero en el sueño tuve frente a mí a sus cachorros.
—Ah,
ahora te entiendo —respondió Baloo con su voz grave—. Te encuentras inquieto
porque piensas que las criaturas que han salido de esos huevos son peligrosas.
Y al mismo tiempo dudas, porque las sabes cachorros. Crees que no merecen la
muerte.
—Si
las dejo marchar, sé que causarán un gran daño a mis dos pueblos, al de la
Jungla y al de la Manada Humana. Pero, por otro lado, ¿qué oportunidad han
tenido, si acaban de dar sus primeros pasos por el mundo?
El
claro quedó en silencio, sumergido en la luminosidad imprecisa que precede al
ocaso. Bagheera rio suavemente, y el viejo oso se permitió, por primera vez
desde hacía años, darle un cachete a Mowgli en la cabeza, que protestó enojado.
—Mowgli,
en muchos aspectos eres sabio como el más sabio de entre el Pueblo de la
Jungla. Y en otras cosas sabes menos que cualquier cachorro recién nacido.
»La
Ley de la Selva prevalecerá. Rige nuestras vidas igual que el Sol y la Luna son
dueñas del cielo. Todos estamos bajo su égida y a ella debemos obediencia. La
Ley nos envuelve y nos da fuerza. Sin ella no somos más que polvo en el camino.
Confía en la Ley, Mowgli, y al hacerlo estarás confiando en tu propio corazón».
Las
palabras de Baloo resonaron limpias en el claro, flotaron en el aire durante
unos segundos y se desvanecieron. Y los últimos rayos de sol iluminaron el
cabello desgreñado de Mowgli, que lentamente alzó la cabeza y asintió, con la
chispa de la determinación iluminando la profundidad de sus ojos oscuros.
La canción de los Critters
Como, como, como y como,
Devoro, engullo y troncho.
Vengo de muy lejos, o eso dicen
Las voces que tengo dentro de mí.
Pero yo soy solo un Critter, me
digo,
Un indefenso y pobre Critter,
Con un apetito feroz. ¡Ay!
Tengo hambre, mucha hambre.
Dame tu mano, ¡ay!
Y verás lo que hago de ti.
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