Cuando
los demás alumnos avisaron a Wilco de que era su dispositivo el que sonaba este
dejó de barrer de inmediato y fue presa de los nervios. Era la primera vez que
recibía una llamada. Pasó, al menos, otro minuto, hasta que encontró la manera
de responder. En cuanto lo hizo, se puso firmes, entrechocó sus talones y se
llevó la escoba al hombro, como si empuñara un rifle de rayos.
—
Cadete Wilco. Por fin. Preséntese de inmediato al comandante.
Los
cadetes del patio que aún no se habían reído de él lo hicieron al verle marchar,
con aire marcial, entusiasmo infantil y escoba al hombro, hacia las oficinas.
Roger
Wilco era, posiblemente, el miembro más veterano de la Academia de Cadetes
Espaciales, más incluso que el propio comandante. Era ignorado sistemáticamente
por los demás alumnos, lo que se veía en su historial de llamadas, pero su
nombre gozaba entre ellos de una vergonzante fama por ser el fundador y, hasta
la fecha, único miembro de la tuna de la academia (a pesar de lo cual ocupaba
el cargo de primer pandereta suplente) pero, sobre todo, por haber fracasado
hasta en diecisiete ocasiones en los exámenes finales. Era entusiasta pero
rematadamente inútil. Las canas que ya peinaba le conferían un cierto atractivo
para el sexo opuesto, atractivo que se desvanecía en cuanto le escuchaban
hablar durante más de dos minutos, razón por la cual no se le conocía ninguna
relación hasta la fecha. Era, en general, un tipo cargante, a quien los años no
habían borrado la impronta fantástica que los comics de héroes espaciales
habían grabado en su pequeño cerebro cuando aún era un niño.
Ahora,
de adulto, su cerebro seguía igual de pequeño.
—
¡Señor, sí, señor! ¡Se presenta el cadete Wilco! ¡A sus órdenes, señor!
El
comandante se vio tan sorprendido por su enérgica aparición en la puerta que
derramó su taza de té al son de los taconazos militares. Al cadete le
encantaban los taconazos.
—
Por Dios, cadete Wilco, haga el favor de no gritar tanto… Ande, suelte usted
esa escoba y acérqueme unas servilletas de papel.
—
¡Señor, sí, señor! ¡Aquí tiene señor! ¡Sus servilletas, señor!
El
comandante suspiró profundamente, enjugó sus pantalones y, tras escrutar de
nuevo el aspecto del cadete, resopló y tomó asiento.
—
Cadete, debo decirle que la dirección está muy satisfecha de su trabajo en las
áreas comunes del patio. Muchos de los cadetes recuerdan aún con alegría sus
logros en el ámbito de los sanitarios: jamás los azulejos de los baños lucieron
más limpios. Verá: es usted un veterano. El más veterano, a decir verdad, y su
castidad es poco menos que legendaria. Este detalle no es en absoluto baladí,
pues es el único de la academia que no se ha dejado llevar por la fogosidad
propia de la juventud. Debe usted saber que le ofrezco la posibilidad de pasar
por alto la formalidad de los exámenes, y que se convierta usted en un piloto
espacial de primera categoría.
»
Debe usted saber que el principal mecenas de esta academia, el Sr. Sierra, necesita
ahora de los servicios de un hombre de sus virtudes: su hija menor, la joven
Bárbara, ha sufrido un accidente con su nave mientras orbitaba Ganímedes. Ha
caído en una zona que está fuera del control de la Federación. Un sátrapa
gorkiano que se hace llamar a sí mismo “el rey Gator” domina la zona con mano
de hierro. Los accionistas de Sierra Adventures Inc. tienen sólidos principios
tradicionales y necesitan saber que el presidente de la compañía defiende a su
propia familia. Pues bien, necesitamos que alguien se infiltre en el territorio
e intente encontrar a la pequeña Barbie a través de su brazalete
geolocalizador, y traerla de vuelta. Usted, con sus habilidades y su
continencia a prueba de bombas, representa esa defensa. Aún no lo comprende,
pero ya lo hará. Usted es nuestra esperanza, hijo mío. Dígame: ¿podemos contar
con usted? ¿Es usted el valiente que llevará a cabo esta heroica misión?
—
¡Señor, sí, señor! ¡Soy su hombre! —los ojos del no-tan-joven cadete temblaban,
húmedos, por la emoción—. Pero… ¿por qué yo?
—
La academia es una institución de la Federación Planetaria. No puede
comprometerse oficialmente en esto. ¿Sabe usted las consecuencias que tendría
si uno de nuestros cadetes avanzados cayera en la misión? No sólo sospecharían
de nosotros, sino que perderíamos todo lo invertido en él: años y años de
exitosa formación. Con usted eso no sucedería. Si llegara a encontrarse con
usted, el rey Gator descartaría de inmediato que se tratara de una misión
oficial. Usted, querido Roger, tiene una triple virtud: su marcha tranquilizará
a los accionistas de Sierra Adventures Inc., usted resulta inconcebible como
héroe y en caso de caída no compromete excesivos recursos estatales. Ahora no
piense más en ello o se provocará una hernia neuronal. Vaya a intendencia, ellos
le proporcionarán una nave y todo lo que necesite.
Y
así, Roger Wilco, se encaminó hacia su destino, sin saber exactamente si debía
sentirse ofendido u orgulloso.
Poco
más tarde, a bordo del cohete the great
expendable, básicamente un gigantesco supositorio plateado incautado a un
traficante de ajos, el cadete Wilco se sintió, finalmente, un auténtico héroe
estelar. A pesar del penetrante olor de la cabina, prefirió prescindir del
casco hasta llegar al Ganímedes, pues sospechaba que el de intendencia había
reutilizado una antigua pecera, cuyo aroma resultaba aún más desagradable. Por
fortuna el piloto automático había sido programado para llegar hasta el
satélite por la vía más corta y, una vez allí, localizar la señal de la niña y
aterrizar en las proximidades. Echó otro vistazo a los cientos de lucecitas que
parpadeaban en la cabina de control y se sintió más incapaz que nunca de
aprobar los exámenes. Realmente aquella sería su única oportunidad de convertirse
en un auténtico piloto espacial.
La
cosa, realmente, resultó más fácil de lo que él mismo había imaginado. La nave
aterrizó en una especie de prado ajardinado, no lejos del palacio del rey
Gator. El aspecto de Ganímedes le recordó a cierta alucinación que tuvo durante
la única fiesta del campus de la academia en la que había conseguido colarse. En
esta ocasión, sin embargo, tenía la intención de conservar su ropa y vigilar
bien todos los orificios de su cuerpo. Apenas había avanzado un centenar de
metros cuando la vio. Desde luego, no se trataba de la niña que había imaginado,
pero hubiera jurado que se parecía bastante a alguna de las mujeres que había soñado,
pero con la ropa puesta. La joven Barbie era una exuberante joven que paseaba
sensualmente entre extraños corales y setas gigantes. Wilco se acercó sigilosamente
por su espalda hasta que la tuvo al alcance de la mano.
— ¿Bárbara Sierra? No tema. Estoy aquí
para llevarla a casa. Venga conmigo.
La
tomó del brazo con fuerza y comenzó a correr hacia la nave. Tras un momento de
estupor ella comenzó a resistirse, gritando cosas como “¿pero qué estás
haciendo?” o un aún más elocuente “suéltame, imbécil”. El futuro piloto Wilco seguro
de su misión, achacó estas expresiones al síndrome de Estocolmo y apretó el
paso. Ella golpeaba repetidamente la pecera de su cabeza pero desde dentro él
sólo percibía algo así como un “zoing – zoing” con cada golpecito. De pronto
algo le empujó con una fuerza brutal por la espalda, arrancándole a la joven de
la mano y lanzándolo a varios metros de distancia. Se dio la vuelta y tomó con
fuerza su fusil de rayos, intentado parecer agresivo. Tal vez lo hubiera
conseguido de no haber tenido el arma cogida al revés.
Ante
él un gigantesco lagarto gorkiano llevaba con su poderoso brazo izquierdo a la
joven como si fuera una delicada pluma. Era un ejemplar magnífico, musculado,
varonil. Ella acariciaba su piel azul con fruición rayana en la lujuria.
—
Alí, oh Alí, has venido a buscarme. Oh, eso te hace aún más deseable. Venga,
acaba con este mequetrefe y hazme tuya aquí mismo.
Wilco
estaba confundido. ¿Qué significaba eso? Aún estaba intentando aclararse
cuando, de pronto, una pelirroja se abalanzó sobre el rey Gator con un grito
histérico, pero él evitó la acometida con un rápido movimiento de su cola.
—
¿Así me tratas ahora? Maldito seas, Alí. Tú ya tienes a tu muñequita rubia y
por eso me desprecias, pero yo tengo mis necesidades. ¡Soy una mujer completa,
auténtica…! —Y rompió a llorar— ¿Qué voy a hacer ahora?
—
¿Qué haces aquí, humano? —Prosiguió el lagarto ignorando la presencia de la
celosa pelirroja— ¿Tú también has venido a intentar destruirme? Los de tu
especie sois tan básicos que no suponéis una verdadera amenaza. Muchos como tú
han venido antes. Incluso la Federación ha intentado entrar en mis dominios,
pero las feromonas que exuda mi piel convierten a los de tu especie en esclavos
de sus instintos primarios. Todos los humanos que llegan hasta aquí se ven
arrastrados por su deseo sexual y abandonan cualquier otro propósito, incluidas
las órdenes de la Federación. Vosotros me consideráis una aberración porque me
apareo con vuestras hembras una y otra vez para crear criaturas híbridas. Pero
si mi experimento tiene éxito, mis vástagos acabarán para siempre con el odio
entre hombres y gorkianos.
Y
a continuación el rey Gator describió profusamente sus planes para extender el
amor entre especies a todos los planetas y satélites conocidos. Tal vez Wilco
hubiera llegado a comprender algo, pero en realidad tenía sus ojos fijos en la
pelirroja.
—
¿Eso que se le ve es la aréola del pezón? —pensaba— Oh, sí. Qué sonrosado y erecto. Y qué carne
tan turgente. Seguro que su piel sabe a helado de vainilla. Oh, cómo me está
poniendo la pelirrojita…
—
¡…Y de esta forma acabaremos con las guerras y el hambre en el sistema solar!
—
¿Eh? ¡Ah! Disculpe… no estaba escuchando.
El
rey Gator pareció sorprendido. Miró alternativamente a Wilco y a la pelirroja.
El cadete intentó justificarse con las razones más profundas que pudo
encontrar:
—
Es que se le ve la aréola del pezón…
—
¡Cómo! ¿Estoy aquí, frente a ti, explicándote mi gran proyecto y tu atención no
puede apartarse de esta mujer? Hum, —exclamó pensativo— levántate y ven hacia
aquí. Creo que podemos arreglar esto fácilmente.
—
Bueno… no se ofenda, su majestad —respondió el cadete, indicando la erección
que abultaba su entrepierna— pero es que en este momento no puedo levantarme.
*
* * * * * * *
En
la alcoba del rey Gator tres humanos y un gran lagarto yacían, desnudos y
exhaustos tras haber hecho el amor durante horas.
—
Desde hoy, querido Roger, serás mi consejero. Eres el primer humano a quien mis
feromonas no suscitan el deseo de copular conmigo, sino que potencian tu deseo
hacia las hembras. Y lo más importante para un líder es la seguridad de poder
dar la espalda a sus colaboradores. Lo segundo más importante es asegurarse de
que nadie de su entorno le hará sombra, y tu exigua capacidad mental es
garantía de ello. Además, tú mismo participarás en mi proyecto apareándote con
las hembras de mi especie.
—
Majestad, puede usted estar seguro de que no encontrará a nadie con una lealtad
más férrea que la mía. Esto es mucho mejor que ser piloto —dijo abrazándose a
su pelirroja—. Y aunque en este momento esté agotado, juro solemnemente que
estoy deseando iniciar los apareamientos con las hembras gorkianas.
— ¡Ese es mi hombre! Sinceramente a mí, las hembras de
mi especie nunca me han gustado: tienen largas barbas y la vagina llena de
espinas urticantes, pero seguro que eso no será problema para un héroe como tú.
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