Año
980. La invasión de una extraña raza de otro planeta cumple su tercer año. En
ese tiempo han diezmado nuestras fuerzas con sus sofisticadas armas. Sus
modernas naves surcan nuestros cielos dejando una estela blanca que, en el
mejor de los casos, nos hace toser y vomitar.
Nuestro
pueblo siempre ha sido pacífico. Nunca hemos tenido la necesidad de desarrollar
armas porque nunca hemos tenido un
conflicto ni entre nosotros ni entre los planetas más cercanos. Por eso la
invasión nos pilló por sorpresa y sin capacidad de defendernos. Algunos de
nosotros conseguimos organizarnos y defender nuestro más preciado tesoro:
Akhara, nuestra diosa. Ella nos cuida y nos protege de los invasores, incluso
ha llegado a indicarnos cómo podemos derrotarles y quitarles las armas.
Año
982. Continuamos resistiendo el ataque de los invasores. A pesar de ser una
raza visiblemente más evolucionada, su capacidad de reproducción es inferior a
la nuestra.
Akhara
nos ha dicho que no debemos preocuparnos por ellos, que vienen buscando una
cosa llamada llurodio y que, cuando descubran que no lo hay, se irán de nuevo.
Eso
nos ha tranquilizado. Sabe que en nuestro pequeño planeta no existe el llurodio
y que pronto volveremos a vivir en paz. Akhara es sabia y conocedora de todo lo
existente en el universo. Ella vino de los cielos hace tanto tiempo que nadie
lo recuerda. Ya estaba aquí cuando la abuela de mi abuela era una cría y
seguirá cuando los hijos de mis hijos se hayan ido.
Año
983. Gracias a nuestra capacidad de reproducción hemos vuelto a alcanzar la
cota de población que teníamos antes de la invasión. Sin embargo, el número de
enemigos se ha ido reduciendo. Llevamos varios años sin ver sus naves surcando
nuestro cielo. Los que vinieron en un primer momento son todos los invasores
que hemos recibido.
Akhara
nos dice que tengamos paciencia, que pronto se irán. Que no nos enfrentemos con
ellos a no ser que nos veamos en peligro. Harán sus exploraciones y regresarán
a ese planeta que ella llama Tierra.
Año
986. Akhara se ha ido y todo lo que creía saber se ha desmoronado. Todo fue por
mi culpa. Desobedecí su petición y me adentré en las ciénagas siguiendo a dos
invasores. Allí estaban con su piel pálida y su cabeza de cristal. Los seguí
durante dos brazas sin ser descubierto. Les escuchaba hablar entre ellos con
ese acento metálico que los caracteriza. Quería saber a dónde iban, ya que
estaban demasiado cerca del campamento de mi tribu.
Cuando
pararon a descansar, uno de ellos se acercó contra un árbol y vi como
desgarraba su piel en la parte baja del abdomen y emitía un extraño líquido
amarillo contra la base del árbol. Ese fue el momento que aproveché para tomar
al otro invasor por la fuerza y llevarlo ante Akhara.
Su
metálica y estridente voz me perforaba los tímpanos, a la vez que intentaba
zafarse de mi agarre. Por suerte mi fuerza era superior a la suya y pude
cargarla hasta el refugio de Akhara.
Justo
antes de llegar, su compañero comenzó a dispararme. Tuve que repeler el ataque
con mi pistola. Ante el estruendo de los disparos, Akhara abandonó la comodidad
y la protección de su refugio y salió al exterior haciendo aspavientos, tanto
hacia a mí como hacia ellos.
--¡Akhara!
—dijo la voz metálica del invasor—. Llevamos varios días buscándote. Papá y
mamá están preocupados por ti.
—Lo
imaginaba. Hace una semana que mi nave se estrelló en este planeta; pero estoy
bien. No te hace falta el traje, el aire no es tóxico.
Entonces
el invasor se quitó la cabeza de cristal y debajo tenía otra cabeza. Era como
la de Akhara pero con el pelaje más corto.
—Käh,
déjala en el suelo. Es mi hermana, no va a haceros daño.
Obedecí,
y la otra criatura también se quitó la cabeza de cristal para mostrar una
cabeza de piel fina y pelaje largo.
—Käh,
estos son mis hermanos. Han venido a buscarme. Pensaban que estaba en peligro.
Hace unos días que me aterricé en vuestro planeta y me habéis cuidado de
maravilla, pero ahora tengo que marcharme.
—¿Cómo
días? Llevas generaciones con nosotros.
—Mi
tiempo y el vuestro no transcurren a la misma velocidad. En un día de mi vida,
he visto nacer y morir a antepasados tuyos que ni tan siquiera tus ancestros
más longevos recordarían. Vuestros años, apenas son minutos para mí.
Se
acercó a mí y, por primera vez, me tocó la cara. Su piel era fina y su tacto
cálido. Jamás pensé que no iba a resultar repulsivo aquel contacto. Al
contrario, me resultó agradable. Después acercó su boca a mi cara y me rozó con
sus labios dándome las gracias por cuidarla.
Acompañada por los que decía eran sus hermanos, abandonó
nuestro planeta en una de aquellas temibles naves espaciales.
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