lunes, 10 de mayo de 2021

Wesa

 De nuevo las 3:33 de la madrugada. Esta vez el grito es más desgarrador, si es que eso es posible. Todavía con el pulso acelerado me incorporo en la cama. La luz anaranjada de las farolas proyecta las mismas sombras de todas las noches sobre las paredes. Al menos hoy hay brisa. Los veranos en la ciudad son desquiciantes. La humedad se pega en la piel con sus patas viscosas como una oruga o una lombriz, o casi como una sanguijuela. El peso ardiente del sudor se queda incrustado como un tumor negro y nauseabundo que no se va ni con una ducha fría. Pero hoy el visillo ondea suavemente y a través de la ventana se ve la Luna. Hoy puedo ver con claridad el comienzo del pasillo.

Sé que no va a servir de nada buscar la postura en la cama para conciliar de nuevo el sueño. Tampoco encontrar en la radio una emisora de jazz para aplacar las pulsaciones. No voy a poder dejar de mover insistentemente el pie intentando averiguar si hoy la encontraré al final del pasillo. Así que me levanto.

Caminar en la noche no es nada nuevo para mí. Soy una criatura nocturna que se agazapa en las sombras de la casa disfrutando del silencio. Aborrezco con frecuencia la luz del día y los ruidos cotidianos me mortifican. Sin embargo, desde hace un tiempo, me despierto empapada en sudor tras oír un grito que parece venido de otro mundo. Es un alarido aterrador que sale de las entrañas mismas del ser; es un grito que tiembla de puro terror y se rompe en mil pedazos al salir de su boca. Su boca. Yo sé que no hay nadie más en la casa. Tengo la certeza de que estoy completamente sola, pero ella grita en la noche. Lo cierto es que me despierto resoplando y con la garganta irritada. Temblando y con los ojos fuera de sus órbitas. Me acerco a la ventana: la Luna se ha convertido en un leve rumor plateado oculto entre las nubes. Cojo aire y avanzo hacia la salida.

El pasillo se pierde delante de mí sumido en la más profunda oscuridad. Allá, al otro lado, el leve resplandor de la calle entra por la ventana de la habitación del fondo. Voy caminando como otras noches, sigilosamente, como si pudiera molestar a alguien. Con el corazón en un puño recorro lentamente el corredor cuando, de pronto, ahí está de nuevo. El aroma más cautivador que jamás he percibido. Es dulce y a la vez áspero; huele a jazmín y también a naranjas amargas. Y la brisa. Un leve suspiro que esparce la esencia y me estremece y embriaga hasta perder los sentidos. Es entonces cuando me siento por fin liviana y un ansia loca de libertad me lleva a quitarme la ropa y reír a carcajadas. Enciendo un cigarrillo y lo saboreo lentamente sentada en el suelo con las piernas cruzadas. No sé qué me espera hoy, pero la vista del cielo estrellado desde aquí es grandiosa. El suelo está frío, pero eso no evita, como viene pasando últimamente, que caiga rendida en un sueño profundo.

***

Te miro desde un pequeño hormiguero. Me he metido aquí para escuchar los pasitos de estos bichos que entran y salen con tesoros entre las mandíbulas. Te asombrarías de la fuerza que tienen estos pequeños seres y de su instinto de supervivencia. Es aterrador. Y tú estás ahí afuera, sentada en un escalón comiendo pipas desenfadadamente, echándonos las cáscaras para que tengamos algo con lo que pasar los días. Te miramos con ojitos curiosos y alcanzamos a sentir una sacudida de felicidad cada vez que suspiras. Miras al mar como quien busca mundos por descubrir y, en el verde de tus ojos, se reflejan las gigantescas patas del kraken y las mandíbulas ardientes del leviatán. También piensas a menudo en un barco de vela pequeño que se aleja en calma hacia el horizonte, pero eso no lo sabe nadie.

Podría salir de aquí y meterme en tu bolsillo. Me llevarías a visitar mundos lejanos donde solo tus pequeños pies pueden llegar. Yo soy pequeña y parca en palabras, pero tú me contarías historias llenas de personajes asombrosos que bailan enloquecidos al son de tus tambores. Tum, tum, tum. Las madres cherokees ponen a sus hijos recién nacidos el nombre de lo primero que ven al dar a luz. Eso me lo contaste tú. Desde entonces comencé a llamarte Wesa.

***

Despierto de nuevo, Wesa. Ya ha amanecido, We-sa. Esta vez nuestro encuentro ha sido muy breve. Querría haber llamado tu atención y que me miraras y me hablaras y me contaras quién eres y qué haces en mis sueños. O qué hago yo en los tuyos. Porque sé que percibes mi presencia. Sé que sabes que te observo.

El día es anodino, carece de emoción alguna. Trabajo en un lugar gris donde me pagan por prestarles algo de mi tiempo y mi esfuerzo. Suficiente para poder vivir holgadamente. Almuerzo en la misma cantina de siempre y vuelvo a casa al atardecer, cuando por fin el cielo se tiñe de rojo y el ritmo del día se ralentiza. Adoro llegar a casa, soltarme la melena, quitarme la ropa y sentarme en el sofá con mis libros. Ese era el mayor placer del día, hasta que un día comenzó a ocurrir.

Ese día me despertó en mitad de la noche un alarido. Aquello parecía todo menos humano. Me quedé petrificada en la cama sin saber a dónde mirar. ¿Había sido real? ¿Provenía del exterior? ¿Había alguien más allí? Conseguí a duras penas levantarme de la cama y encender todas las luces de la casa. Inspeccioné cada estancia con sumo cuidado y temor, pero no encontré nada fuera de lo habitual. Volví a tumbarme pensando que todo había sido un sueño. Seguramente yo me había despertado gritando presa de alguna pesadilla y no era consciente de ello. Pero continuó ocurriendo.

El segundo día miré la hora cuando me despertó ese aullido terrorífico: las 3.33 a.m. marcaba el reloj. Era un número curioso y como tal se habría quedado el asunto si no hubiera sido porque, al día siguiente, y al siguiente, y al otro, me desperté exactamente a la misma maldita hora tras escuchar ese aullido. Aquello era algo, como mínimo, extraordinario. No sabía si benévolo, maléfico, sobrenatural o qué mierda más, pero algo se había colado en mi vida de pronto y no conseguía darle una explicación.

Así que decidí dejarme llevar. Llegó el día en que ya no miré el reloj ni agucé el oído por si se repetía aquel pavoroso grito o conseguía escuchar alguna voz o algún susurro que me llamara desde el más allá. Ya no me quedé debajo de la manta mordiéndome las manos imaginando espectros danzando a mi alrededor. Dejé de revisar habitación por habitación y cerré los ojos. Respiré profundamente y me dejé llevar. Algo me condujo al pasillo y lo recorrí con los ojos cerrados. Entonces lo sentí por primera vez. Era embriagador. Era el aroma fresco que llevaba el viento en las noches de verano cuando paseaba de niña de vuelta a casa. Una fragancia casi inocente cargada de recuerdos. Entonces, creo que me desmayé, y es cuando la vi por primera vez.

***

Reposaba en una toalla de playa con sus grandes gafas de sol. El bikini blanco resaltaba su piel morena y hacía alguna mueca mientras leía un tomo de Bukowski. De pronto, se giró sobre sí misma y miró hacia donde yo estaba. Bajó ligeramente sus gafas y fue entonces cuando lo supe. Aquella mirada felina era la que me había estado invitando cada noche. Lo supe porque alguien así no te pide nada ni suplica ni ordena. Alguien como ella se muestra como es y te invita sin ataduras. Es obvio que nadie puede decirle que no. Nadie puede escapar de sus redes porque en su mente transcurren las mejores historias jamás contadas. Y también en su piel. Pero allí acabó todo.

***

De pronto desperté en el suelo de mi casa con una sensación de tranquilidad que hacía tiempo que no disfrutaba. Por supuesto, quise saber más.

Se sucedieron varias noches en las que a la hora prevista el chillido me despertaba. Esa siempre ha sido la peor parte. Por mucho que supiera que iba a suceder, nunca he llegado a estar preparada. El dolor es inmenso, así como el terror. Ella sufre, por supuesto. Sufre con fuerza y apretando los dientes. Lo hace en la noche cuando la oscuridad la acecha, porque todos tenemos miedos irracionales que nos quieren devorar. Sufre y grita, y su grito llama. Y quien la escucha, acude.

Cuando esto sucede voy en su busca. Me adentro en el pasillo y espero con ansia transportarme hasta donde ella esté. A veces soy un insignificante gusano y otras una cometa en lo alto del cielo que anhela bajar para encontrarse con ella. He sido agua de lluvia cayendo sobre su rostro y también tierra marchita entre los dedos de sus pies. Wesa me muestra sus ideas y aventuras, me cuenta historias sobre lugares remotos en los que no existe el tiempo y aves tenebrosas se estrellan contra las puertas que no quieren abrirse. A veces me lo cuenta entre susurros enroscada en mi cuello; otras, escribe en pequeños papelitos y los lanza al aire para que yo misma componga su historia. De vez en cuando, me deja leer los grabados sobre su piel que cuentan intimidades valiosas y, cómo no, es deliciosa cuando coge un palito y garabatea figuras obscenas en la arena de la playa. Su mente vuela, y la mía con ella.

Lo que Wesa no sabe es que yo la llamo así y que vivo tan fervientemente sus historias que se han convertido en mías. Vivo en ella y sonrío en ella. Ya el resto es poca cosa.

La última vez fue una noche de tormenta.

***

El cielo se rompía y una cortina de agua no dejaba ver nada alrededor. Yo andaba perdida buscándote por cada rincón cuando, de pronto, me agarraste por el pescuezo como hacen los animales con sus crías y me sacaste de allí. Me llevaste a un lugar que parecía un desierto completamente vacío y carente de vida. Encendiste una hoguera en silencio y nos sentamos la una frente a la otra. Tu caballo reposaba en un montículo de arena cercano y yo solo tenía palabras de agradecimiento, pero no me escuchabas. Canturreabas una melodía y te levantaste para taparme con una manta enorme hecha con retales. La miré asombrada, pues parecía pintada a mano y cada imagen representaba a los indios aborígenes en distintas estampas de su vida. Volviste a tu sitio y te apartaste el flequillo de los ojos.

***

Y eso es lo último que vi. Tus ojos mirándome fijamente, como aquella primera vez.

No he vuelto a oír su grito retumbar desde ese día, y eso que he estado en vela noche tras noche buscándola por todas partes. He atravesado la casa de punta a punta esperando encontrar su aroma embriagador, me he tumbado en el suelo frío y seco en busca de su manta cálida de mil colores. He suplicado, llorado, maldecido, gritado con furia al cielo y a la tierra que quiero volver a verla. Que la necesito. Pero lo único que consigo es caer rendida entre lágrimas cuando despunta el alba.

Por fin una noche conseguí conciliar el sueño. Dejé mis ilusiones hechas pedazos y decidí descansar y seguir con mi anodina vida de siempre. Terminé de leer la novela que llevaba entre manos, apagué la lamparilla y sucumbí al sueño como un bebé agotado después de un berrinche. Entonces sucedió. Una sombra gigante y nauseabunda rondaba por mi cuarto. La sentía. Iba moviéndose de lado a lado hasta que acabó tumbada sobre mí. Entonces, a escasos centímetros de mi rostro me miró fijamente. Abrí los ojos sabiendo que estaba allí y, al ver el oscuro abismo de sus cuencas, desperté entre gritos de puro terror completamente sudada. ¿Qué era eso? ¿Qué demonios era eso? Temblando de miedo, por fin atiné y encendí las luces. No había nada. Se había ido. Miré el reloj. Eran las 3.33 de la madrugada.

***

Estoy mirando por el diminuto ventanuco de un faro. Las olas arrecian y la tempestad se divisa a lo lejos. El viento produce un sonido casi hipnótico y soy feliz. Me siento en el suelo con las piernas cruzadas mientras la tormenta se desata afuera y escucho las gotas golpear con fuerza. Entonces comienzo a contar una historia, una de las que Wesa me enseñó, porque sé que hay alguien observándome. Sé que, oculto en una rendija de este sucio suelo de madera, un diminuto ser me está escuchando. Al principio sentirá miedo porque no comprenderá lo que está sucediendo. Más adelante, querrá volver para seguir escuchando nuestras historias, que le fascinarán, hasta llegar a un punto en que lo único que le importe en la vida sea dormirse y que mis gritos la despierten en mitad de la noche. Lo sé porque yo ya he estado antes en su lugar. Entonces, mi historia comienza a desarrollarse por sí sola porque está viva y sé que estoy haciendo feliz a alguien a quien espero encontrar noche tras noche hasta que esté preparada para contar nuestras historias.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario