Despertada por el sonido de centenares de pasos permanezco unos segundos sin abrir los ojos esperando a que se detengan. En el momento en el que el silencio de la noche vuelve a ser eterno miro hacia arriba. Gracias a lo que veo sobre mí sé, por primera vez desde que me quitaron el móvil y el reloj, qué hora es con exactitud. En la pulcra espuma blanca que hay encima de mi cabeza decenas de diminutas arañas han usado sus peludos cuerpos para dibujar en el techo, con milimétrica exactitud, que son las 3:28 de la madrugada.
Al
verse descubiertas, se abalanzan sobre mí como una lluvia de gotas negras y, al
entrar en contacto con mi cuerpo, se meten por mi ropa, correteando como locas por
él, acariciándome. Suben y bajan por mis pezones, deambulan por detrás de mis
orejas y, por último, se deslizan por mi sexo haciéndome sentir de nuevo lo que
ella me regaló. Tras dejar fluir el placer, sonrío. No hay duda de que lo
sucedido es una señal suya. El portal se abrirá en breve y ella, sin duda, lo
cruzará. Después de transmitirme el mensaje, sus bellas criaturas se escabullen
por todos los rincones y vuelvo a quedarme sola en mi inmaculada habitación.
Con
mis sentidos ya alerta, pienso en que, si estoy equivocada, solo quedan poco más
de cuatro horas para que el hijo de puta del celador venga a traerme la dosis mañanera
de tranquilizantes que me han recetado para que no monte follón durante el día.
Jaleo que podría armar si denunciara lo que el seboso cabrón me obliga a hacerle
entre la hora feliz de las pastillas y la del desayuno continental
que aquí nos sirven. Todavía tengo marcados sus dientes en uno de mis pechos
desde que ayer por la mañana no controlase su excitación. Pero no hay problema,
a todo cerdo le llega su San Martín. Eso es lo que ella siempre me contó. Y sé
que no me fallará.
Al
pensar en sus enseñanzas entiendo que jamás supe lo vacía que estaba mi vida
hasta que apareció para llenarla. Mi marido y yo éramos la típica pareja que,
por una egoísta elección, había sustituido tener hijos por triunfar en las redes
sociales. En ellas volcábamos todos nuestros complejos disfrazados de oropel y glamur.
Éramos felices siendo la envidia de nuestros amigos cuando la verdad era
que, de puertas para adentro, nos comportábamos como dos imanes encarados por un
mismo polo. Pero todo valía para mantener viva la farsa. Creíamos que nos bastaba
con ser ricos y guapos. ¿Qué más podíamos pedir? Yo pensaba que nada.
Y
así era hasta que una noche un grito desgarrador me despertó del sueño de los
justos. De inmediato busqué, bajo la luz fluorescente del despertador que
marcaba las 3:33 de la madrugada, el origen de ese sonido que me había sacudido
por completo. Al ver a mi marido roncando a mi lado supuse que él no lo había oído.
Pensé en zarandearle, pero algo en mi interior me lo impidió. Fue como si sintiera
que él no tenía que enterarse de lo que iba a pasar esa noche.
Me
escabullí de la cama y caminé por el pasillo de mi apartamento mientras un
canto ancestral flotaba a mi alrededor liberándome del yugo que hasta entonces aprisionaba
mi cuello y del cual yo no era consciente. Mis sentidos se agudizaron hasta
límites insospechados ya que podía ver en la oscuridad cual gata callejera
mientras mi piel reaccionaba a la más ligera brisa haciendo vibrar el vello rubio
que cubría mis brazos. Pero lo más sorprendente fue que mi olfato comenzó a sentir
un aroma embriagador a más no poder. Era dulce a la vez que áspero, olía a
jazmín y a naranjas amargas. Anunciaba cambios. Y así fue. Ese olor vino
acompañado de una neblina que me rodeó, aislándome de todo. Al introducirse en
mí a través de mi boca y de mi nariz, mi alma abandonó mi cuerpo volviéndose también
etérea. Desde las alturas me vi tirada en el suelo mientras mi yo fantasmal
abandonaba la casa y se dirigía hacía lo desconocido guiada por un instinto
nuevo y salvaje. En un instante me encontré en los confines del mundo y del
tiempo. Bienvenida a Babilonia me susurró una voz.
Flotando,
entré por los pasillos y recovecos de unas catacumbas hasta llegar a un espacio
rectangular en el cual vi lo que parecía un aquelarre. Formando un círculo
había cinco mujeres vestidas solo con una capa que estaba sujeta, bajo su mentón,
con un broche rojo rubí que parecía un ojo enfurecido. En una armonía perfecta,
todas ellas alzaban rezos en lenguas ya muertas al techo ennegrecido que las
cobijaba. A la luz de las velas pude ver, en el centro del conclave, una estatua
que representaba a la mujer más hermosa que jamás había visto. Un ídolo al que las
sacerdotisas estaban adorando con todo su ser.
Conforme
avanzaban las canciones, el aura de poder que emergió de la figura hizo levitar
sus mantos mostrando cómo se erizaba la piel desnuda de todas ellas. Cántico a cántico
iban cayendo en trance hasta que, en el último instante, todas alcanzaron, al
unísono, lo que supuse era un orgasmo. Tras dejarse llevar por el deseo quedaron
exhaustas y jadeantes en el sucio suelo de tierra.
Yo,
que solo conocía la petite mort por haber leído sobre ella, al verlas
tan hermosas y radiantes quise sentir, al menos una vez, una ínfima parte de lo
que allí había sucedido. Ante mi plegaria, la imagen de piedra alzó su cabeza y
me aseguró que así sería si hacía lo que ella me pidiese. Pero, cuando estaba a
punto de responder, me desperté aterida en mi salón con una sensación de urgencia
que quemaba todo mi ser. Lo primero que pensé es que había sido una pesadilla o
que había tenido un episodio de sonambulismo. Pero cuando el mismo sueño hiperrealista
vino a mí varias noches seguidas a la misma hora, puntual como un reloj suizo,
supe que había algo más detrás. Por eso, al sexto día me propuse averiguar más
sobre lo que me estaba ocurriendo. Así que fui a la biblioteca en busca de
respuestas.
Empecé,
siguiendo un pálpito, por la hora en la que ella venía a mí, ya que supuse que
era una clave del misterio. No tardé en encontrar que a esa hora la llaman la
hora de los muertos ya que es en esa franja horaria cuando nuestros cuerpos son
más vulnerables y se producen más muertes que en ninguna otra. Pero eso no me
ayudaba a desentrañar el misterio de la maravillosa diosa que me había convocado.
Seguí indagando y encontré que, en los círculos esotéricos, el 333, al igual
que el 666, también está asociado al Diablo, ya que él, en su afán por irritar
a Dios, utiliza este número fruto de combinar la hora en la que murió Jesús (3
p.m.) con la edad a la que lo hizo (33 años) y lo traduce en ese momento de la
madrugada en el cual las puertas del más allá se abren y los demonios pueden
campar a sus anchas por nuestra realidad.
Pero
esa explicación no me aclaraba por completo si la aparición que me visitaba
todas las noches era uno de esos demonios. Estaba en un callejón sin salida. Ya
casi me había dado por vencida, tras horas de lecturas infructuosas, cuando una
mujer se me acercó y, sin mediar palabra, dejó un incunable sobre la mesa en la
que yo estaba. Tras hacerlo, se marchó sin mirar atrás, desapareciendo al instante.
Al
mirar el ejemplar, que de manera tan extraña había venido a mí, me di cuenta de
que una de sus páginas tenía doblada la punta. Abrí el libro por esa hoja y
allí encontré un dibujo de la estatua de mis sueños. El pie de la imagen
anunciaba que se trataba de la diosa Lilith venerada desde tiempos antiguos como
la verdadera primera mujer. Aquello sí que no me lo esperaba. Cristiana no
practicante siempre creí que Eva fue la compañera de Adán en el paraíso, pero
allí estaba ella, pionera en emanciparse del patriarcado masculino.
Leí
que, aunque fue creada para dar a luz a la humanidad, se rebeló ante el sometimiento
decretado por Dios y Adán. Ante la exigencia de tener que hacer el amor siempre
bajo el primer hombre le espetó: ¿Por qué he de acostarme debajo de ti si ambos
estamos hechos del mismo polvo y por tanto somos iguales? Él se escudó en que
era la voluntad de Yahveh, a lo que ella pronunció el nombre de Dios en vano,
se elevó en el aire y se marchó del Edén convertida en un espíritu libre. Después
de aquello, se transformó en un ser vengativo, madre de demonios (fruto de quedar
preñada con todo el semen que los hombres desperdician fuera del único lugar consentido:
la matriz de sus esposas legítimas) y que aprovecha la hora de los muertos para
acceder a nuestro mundo tanto para raptar niños menores de ocho días antes de
que les hagan la circuncisión, como para reclutar mujeres que mantengan vivo su
culto y le den el poder para seguir existiendo. Y por lo que se ve, me había
elegido a mí para formar parte de su séquito.
Ante
esta revelación tuve miedo. Pensé que ella pertenecía al ejército de las tinieblas
y por lo tanto no quería lo que ella me ofrecía. Quise aferrarme a mi vida aun sabiendo
que era un pobre simulacro, una mísera mentira.
Así
que, durante las siguientes sesenta y cinco noches, a la hora maldita, cuando ella
venía en mi búsqueda, yo me escondía bajo la manta acurrucada cual cachorro
abandonado, oyéndola danzar junto a otros espíritus alrededor de mi cama,
llamándome, tentándome, excitándome. Ilusa de mí creí poder vencerla, soñé con
derrotarla y salir indemne de su acoso. Pero era imposible. Debido a la falta
de sueño mi carácter se agrió, fruto de lo cual fui perdiendo followers
ya que mis vídeos empeoraron a pasos agigantados hasta convertirse en auténtica
basura. Cuando mis canales desaparecieron del mapa de los grandes influencers
me volví antipática y huraña. No me lavaba, no me arreglaba, apenas salía de
casa. Y claro, mi marido fue dejándome de lado. A eso contribuyó que ya no le
dejaba tocarme ya que sabía que ni había estado ni estaría jamás a la altura de
lo que ella me prometía. Y al final pasó lo inevitable, caí en sus brazos, cedí
a su llamada.
Aquel
seis de junio del sexto año de mi fracasado matrimonio, cuando ella pronunció
mi nombre, me levanté y fui a su encuentro dispuesta a todo. Acepté su
invitación, cogí su mano y en el momento en el que nuestras pieles se tocaron,
un relámpago de adrenalina recorrió cada célula de mi cuerpo y fuimos una, y
esa una fue poder. Bailamos durante horas hasta que el primer rayo de sol del
amanecer entró por mi ventana y al rozarme sentí el primer orgasmo de mi vida,
y fue tan sublime que me hizo aullar como una loba en celo. Ya nada importaba,
no había ni pasado, ni presente ni futuro, solo nosotras. Y así fue durante
varias noches mágicas.
A
lo largo de las mismas fui empapándome de la historia de Lilith y sus súcubos
conociendo como habían llegado hasta mí. Supe que fue adorada bajo el nombre de
Wesa por los Cherokee. Este pueblo guerrero la veneró como
la diosa gato dueña de la noche y la oscuridad. Aprendí incluso que, en tiempos
lejanos, todas las sacerdotisas del culto demoniaco que la adoraban como Talto
fueron empaladas mientras su nombre escapaba de sus bocas con su último aliento.
También me contó las conquistas conseguidas por algunas de sus discípulas más
importantes: vi a Cleopatra manipulando a su antojo a Julio César y a Marco
Antonio, obteniendo de ellos todo lo que deseaba. Observé a Catalina la Grande ordenar
a los hermanos Orlov acabar con su marido para evitar cualquier posibilidad de
revolución que menoscabara su reinado. En un día soleado contemplé como Jacqueline
Kennedy dedicaba una mirada extraña y misteriosa hacia Grassy Knoll cuando la
cabeza de su marido explotaba en mil pedazos en su regazo. Y
no solo me mostró a mujeres poderosas de la historia, también pude ver a
mujeres anónimas que se emancipaban de sus vidas anodinas y escapaban hacia una
vida plena y maravillosa o que abandonaban a sus maridos maltratadores y
conseguían no solo sobrevivir sino sobreponerse a las adversidades de la vida.
Pero
yo seguía temiéndola. No podía evitar imaginármela encorvándose sobre miles de
cunas para llevarse entre sus brazos a los hermosos bebes que allí descansaban.
La última noche en la que me pudo visitar, ella leyó mis pensamientos y se rio
con tantas ganas que no pude evitar mirarla estupefacta. Hablándome con una voz
risueña me preguntó si me quedaría más tranquila si sabía lo que ella hacía con
los niños que, según decían las malas lenguas, ella se llevaba. Tras decirle
que sí, me contó que solo se llevaba a aquellos recién nacidos que, o bien iban
a morir pronto, o que su futuro iba a estar lleno de sufrimiento y pena. Ella
los liberaba de un destino cruel y les daba la vida eterna. Yo le pregunté cual
era el precio que tenían que pagar por su regalo a lo que ella respondió cerrándome
los ojos con un ligero movimiento de su mano.
Cuando
los volví a abrir nos rodeaba una playa paradisíaca. Ambas estábamos sentadas
bajo las palmeras sobre una manta de mil colores. A nuestro alrededor pude ver
como varios bebes dormían en hamacas colgadas de los troncos bajo la amorosa
mirada de varias mujeres. También vi a muchos niños corretear por la arena riendo
y jugando sin preocupación alguna. De pronto, a mi espalda, oí varios gemidos
de placer que me intrigaron. La duda duró unos instantes ya que a los pocos
minutos vi aparecer, de detrás de unos arbustos, a varias parejas que
se miraban con amor y deseo, formadas por mujeres que tomaban de la mano a bellos
jóvenes.
Fue
entonces cuando comprendí que Lilith y su clan no odiaban a todos los hombres.
Ellas solo querían ser amadas y para ello hacían lo que tenían que hacer. Una
vez supe la verdad fue fácil aceptar y desear formar parte de su familia.
El
problema fue que a la mañana siguiente todo estalló sin verlo venir. Al llegar a
casa, después de dar un paseo, me sorprendí al ver a mi marido junto a dos
hombres fornidos, vestidos de blanco, que me miraban con cara de circunstancias.
El desgraciado empezó a hablarme con falsas palabras intentando justificar lo
que a todas luces era una putada. Me dijo que todo era por mi bien, que me
amaba, que no había terceras personas pero que él notaba que yo no estaba bien
y que necesitaba ayuda profesional.
Intenté
resistirme, llamé a Lilith, pero al ser de día no pudo acudir en mi ayuda, y al
final, los dos enfermeros me sacaron a volandas de mi apartamento y me metieron
en una furgoneta discreta que me llevó, a toda velocidad, a lo que sería mi nuevo
hogar. Al ver mi destino comprendí que era un centro psiquiátrico. No me podía
creer lo que me estaba pasando. Dentro me esperaba un comité de evaluación que,
sin darme muchas opciones de réplica, me explicó que estaba claro que mostraba
signos de esquizofrenia que debían ser tratados a la mayor brevedad posible si
es que quería tener opciones de volver a mi vida anterior en un corto espacio
de tiempo.
Obviamente
yo protesté (tal vez con demasiada vehemencia), acusé a mi despreciable marido de
querer deshacerse de mí para quedarse con todo nuestro dinero y gastárselo con la
puta que seguramente se la estaba chupando. Pero, como si lo tuvieran
preparado, el médico que me estaba juzgando me enseñó unos vídeos, que el muy
cabrón había grabado, en los que se me veía bailar como una loca, hablar con seres
imaginarios y por último, masturbarme hasta llegar a perder el control mientras
recitaba las oraciones paganas que ella me había enseñado. Frente a aquello poco
pude alegar. Me tenían en sus manos. De aquel despacho salí custodiada por los
dos maromos mientras pataleaba desesperada. No sirvió de nada. En pocos minutos
me tenían encerrada y drogada en una habitación de aquel manicomio vestida con
un simple pantalón de chándal color gris claro y un top de tirantes blanco.
Y
desde entonces creen que me han mantenido sedada a los niveles que ellos
consideran óptimos. Al principio fue así, lo que no saben es que, poco a poco,
ella ha enviado a sus huestes para liberarme de las esposas químicas que mis
captores cernían sobre mí. Durante días, miles de hormigas han venido para
llevarse las pastillas, que me han suministrado, a las entrañas de las paredes
acolchadas que me rodean y así es como al fin he conseguido que mi mente esté despejada
y abierta para recibirla de nuevo. Y hoy, tras lo ocurrido con las arañas, sé
que ella viene en mi ayuda.
Me
levanto del camastro y aguzo el oído. Mi reloj interno me dice que ya deben
haber pasado cinco minutos desde que recibí la buena nueva de su cruzada para
liberarme pero necesito confirmar que no es una alucinación. Me acerco a los
barrotes ya que creo haber oído un susurro al otro lado de los muros. ¡Allí
están! ¡No me han abandonado! Temblando en el oscuro manto de la noche las veo venir
en comitiva. Lilith al frente, como la hermosa diosa del viento y del placer que
es, marca el ritmo al grupo. Detrás de ella mis compañeras y amigas elevan al
cielo los salmos que cuentan sus historias que son como la mía, mientras danzan
como llamas que escapan de un fuego perpetuo. Sus gargantas braman los nombres
de todos aquellos que les hicieron daño y que después sufrieron por ello. Y de
pronto todas ellas me miran a los ojos incitándome a que me una al coro.
Y
a la espera de que me liberen para poder acompañarlas a difundir su palabra, comienzo
a cantar los nombres de todos aquellos que, en cuanto salga, pagaran las deudas
que tienen conmigo. Y Lilith, al oír mi voz, me sonríe.
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