Por Muriel Menéndez.
Todo empezó aquella tarde calurosa, a aquellas horas que solo quedan en pié los sedientos…Y como no, un servidor, que por cuestiones del Azar estaba tomando, ¿por qué no? un trago con el resto de los camaradas.
Todo empezó aquella tarde calurosa, a aquellas horas que solo quedan en pié los sedientos…Y como no, un servidor, que por cuestiones del Azar estaba tomando, ¿por qué no? un trago con el resto de los camaradas.
El salón de las 5 patas. El único
establecimiento del pueblo abierto a las 4 de la tarde para huir del calor…
Allí, estábamos los de siempre. Mi querido amigo George el tabernero, Willi
Harper en la barra, Look Stars y sus señoritas, y los hermanos Torres.
Look Stars tocaba la pianola sin mucho ánimo.
Los clientes que frecuentábamos en ese momento el local, no somos sus mayores
seguidores. Lo siento Look. Pero esto ya lo sabías.
Fue entonces, cuando escuché el vaivén oxidado
de las puertas. Al girarme vi la figura de un hombre alto, con un gran
sombrero. Se dirigió a la barra con paso firme. El suelo temblada con cada paso
que daba debido al tacón grueso de sus botas y el rechinar de las espuelas.
Todos lo mirábamos. Aquel hombre, era…simplemente…”el hombre”. Era de ese tipo
de personas que dejan huellas sobre el terreno más árido. Hubo un gran silencio
en el salón. El tiempo quedó ralentizado. Y él, era el sujeto de todas las
miradas. Se sentó en la barra deslizando sus dedos sobre el ala del sombrero
para colocárselo mejor.
-
Dame un trago de lo más
fuerte que tengas. Y dime dónde puedo encontrar al aguacil. Hay un trabajo para
él.
Su voz me era familiar. Era una voz grave,
pausada y clara. Se me pasaron por la cabeza muchos antiguos vecinos nuestros.
Buscaba el nombre de esa voz. Pero no podía ser… no podía ser él.
-
No te veo haciendo
ninguno de las dos cosas Georgy.
-
¿Le conozco?
El camarero parecía igual de confuso que yo.
El forastero tenía la mirada fija hacia delante. Aunque no parecía mirar nada
en concreto. George se acercó hasta el individuo para poder mirarle el rostro
que el sombrero ocultaba parcialmente. El forastero se levantó el sombrero con
un toque de dedos y miró fijamente al camarero.
-
Antes me servía un trago
de whisky nada más verme pasar tras las
puertas del salón. Pensé que me tendría mas cariño Georgy. Jé.
El forastero soltó una leve sonrisa de
satisfacción y picardía. Desde mi posición, podría jurar que éste le guiño un
ojo cómplice a Georgy y volvió a colocarse el sombrero. Le pude ver la cara por
poco y tiempo. Y por ese instante me pareció increíble creer de quien se
trataba. Era más viejo, y tenía una gran cicatriz atravesando su cara. Aún así.
Parecía él, pero él... el no podía ser.
A George se le puso una sonrisa de oreja a
oreja por un instante. Y luego, imagino, intentó disimular al ver que el resto
del salón estaba pendiente.
-
Yo le sirvo whisky a
mucha gente cuando le veo entrar por mis puertas. ¿Le pongo whisky entonces?
Señor …
-
Puede llamarme Joil.
-
¿Joil? De acuerdo. ¿y qué
le trae por aquí? Joil.
-
Eso es solo asunto mío y
del aguacil.
-
Entiendo, entiendo.
Siento decirle que tenemos un aguacil, novato. Depende del trabajo que busque
puedo recomendarle más gente del pueblo.
-
¿Un novato? Vaya, vaya…
No sé por qué no me sorprende. ¿y el sheriff?
-
El sheriff, es el hijo
del antiguo sheriff. Ya sabes cómo van estas cosas… si nadie quiere ser el
nuevo sheriff… entonces cogerá el puesto el hijo.
-
Si, se cómo funciona.
La charla siguió durante unas horas, y la
taberna de las 5 patas empezó a llenarse de gente. Entre ellos el novato
aguacil. Un hombre de treinta y poco años que viene de la ciudad y cree que
para llevar un pueblo, con leyes y lógica es suficiente. Pero un pueblo hay que
llevarlo con algo más que eso. Éste siempre ha creído tenerlo todo bajo
control, conocer a cada persona del pueblo y aun así, no se dio cuenta de la
presencia de un forastero en el salón.
Joil esperó a que todos llevaran un par de
copas más. Después de un tiempo prudencial observando al aguacil, decidió ir a
por él. Lo acorraló en una esquina donde no llegaba bien la luz, lo suficiente
para que no los vieran.
-
El nuevo aguacil. No me
esperaba a un tirilla como tú.
-
Hola, mi nombre es
Enrique Jackson, el aguacil del pueblo.- contestó un poco aturdido por el alcohol
que llevaba. ¿Y usted es?
-
Yo soy su nuevo jefe,
Tengo un trabajo para usted. Debe indicarme donde se encuentra nuestro querido
sheriff normalmente y por supuesto, su querido padre.
-
¿Y por qué iba a contarle
yo eso a alguien que no conozco? Puede que lleve un par de copas en lo alto,
caballero, pero aun sé que no he escuchado su nombre.
-
Mi nombre no le dirá
demasiado. Aunque si insistes puedes llamarme Joil.
-
¿Joil, qué?
-
Jé, no se da usted nunca
por satisfecho. Joil Turnner.
-
Turnner, Turnner, Turnner
… no, lo cierto es que no me dice demasiado.
La conversación duraba demasiado tiempo. El
salón empezó a darse cuenta del encuentro que estaba habiendo en aquella
esquina. La música cesó.
Todo el mundo guardaba silencio y miraba en
dirección a la entrada. El sheriff había entrado.
-
¿Dónde está el forastero?
– Dijo el sheriff haciéndose notar. Tenía una postura algo chulesca. Con las
manos sobre las pistolas.
-
Creo que preguntas por mí.
Aunque yo de forastero tengo poco.
Joil salió de entre la gente y se puso frente
al sheriff. Todo el mundo miraba, la tensión se sentía en el ambiente.
-
Pues no me suena tu cara.
FO-RAS-TE-RO .
-
Igual de arrogante que tu
padre. Y dime, ¿Qué tal el viejo?
Los pueblerinos empezaron a murmurar.
-
¿Quién eres? Aguacil,
¡Aguacil!
-
Dígame señor sheriff
-
Detenga a este hombre.
-
Eso sheriff, ya lo
intentó su padre. El mató a mi mujer y se quedó con mi hijo. Y he venido a
retarle a un duelo.
-
El sheriff soy yo. Yo soy
quien acepta los duelos, no mi padre.
-
Pregúntale a él quien
soy, y dígale que lo espero mañana al amanecer junto a la tumba de Rosa.
Joil se dio media vuelta y salió con paso
firme del bar.
La gente murmuraba mientras que Joil salía.
Todos menos el joven Sheriff sabían de quien se trataba.
A la mañana siguiente casi todo el pueblo se encontraba
en el cementerio. El sheriff llegó el último, y solo. No había rastro del padre
de éste.
-
¿Dónde está el antiguo
sheriff? – preguntó Joil con voz ruda ante la mirada de todo el pueblo.
-
Como le dije ayer, aquí
el único que acepta duelos soy yo.
-
Yo no voy a tirotearle.
La gente empezó a chillar, a correr. Cuando
Joil intentó girarse no pudo. Un hombre lo sujetaba.
-
¿Por la espalda Fred? Muy
propio de ti.
-
¿Por qué has vuelto?
Pensaba que todo estaba claro. Te quiero fuera de mi pueblo.
-
Pero ya no es tu pueblo.
Es del joven Sheriff.
-
Exacto Joil, y según las
leyes del pueblo, éste pertenece tanto al sheriff como a su familia inmediata.
Y eso corresponde a mi padre.
-
¿Has oído Fred? ¿Qué
hacemos ahora?
Joil aprovechó un descuido de Fred para
liberarse de él. Lo empujó y este tropezó sobre uno de los ataúdes y cayó al
suelo. La pistola que sujetaba salió disparada lejos, fuera del alcance de
Fred.
Joil sacó su colt y apuntó a Fred con ella.
-
Diselo tú, o se lo diré yo. Díselo aquí sobre la tumba
de su madre.
-
Fuiste un holgazán, un
mal marido y un mal padre. Y por tu culpa acabó todo como acabó.
-
¿De qué estáis hablando?
– el sheriff no daba crédito a lo que sucedía.
-
Yo soy tu padre. Y esté
te robó de los brazos de mi mujer y luego la mató. Y a mí me obligó a huir
porque ni siquiera era capaz de batirse en duelo conmigo. Dame una sola razón
por la que no deba contarle el resto.
-
Porque no pasó nada como tú
crees. El hijo es mío. Estuvo conmigo dos años antes del accidente. Te engaño
siempre conmigo. Siento que te enteres así.
-
Rézale a mi colt y ruega
para que no te mate. Rézalo sobre la tumba de rosa y .rez..
Joil despertó un día más solo. Había vuelto a
tener la pesadilla. Aun recuerda como no pudo matar a aquel… Pero ya había pasado de aquello alrededor de
50 años. Y Joil solo tenía fuerzas para rezar.
El Edén de los novelistas brutos te informa que debes escribir un
Spaghetti western bajo el título «Rézale a mi colt y ruega para que no te mate»
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