Por Daniel Mario Echeverria.
Se
puede correr por un largo tiempo
Correr
por un largo tiempo
Correr
por un largo tiempo
Tarde
o temprano, Dios te hará caer
Jonnhy
Cash.
Hoy salí a
correr como todos los días de mi vida. Digo de mi vida porque cuando uno pasó
los cincuenta años, las cosas que hace, son las que hizo toda la vida. Nadie
empieza algo nuevo después de los cincuenta. Para ser preciso debería decir que
corro hace treinta años, pero no está mal pensar que tal cantidad bien puede
ser una vida entera.
Las rutinas
disuelven las fechas importantes. Da lo mismo que sea Navidad, año nuevo, el
día de la bandera o mi cumpleaños o el de mis hijos. Yo me levanto, me pongo la
remera (casi siempre uso una color naranja que me va cómoda ahora que estoy un
poco gordo) las zapatillas, y salgo. Sin cuestionarme nada, sin pensar, llueva,
truene o haga mucho frío. Corro.
A veces pienso
cuán egoísta fui con mi mujer y con mis hijos por hacer lo que me gusta. Ellos
nunca compartieron mis rutinas, y yo jamás dediqué mucho empeño por incluirlos.
Me cacé grande y cuando nacieron mis hijos, las rutinas ya eran carne.
Hoy tomo este
apunte no como una memoria sino porque ocurrió algo extraordinario. Pero antes
debo contar algo más.
Otra rutina
vitalicia y que también me aisló es la de escribir. Siempre llevo una libreta y
una birome para que no se me escapen las ideas. Corriendo se me han ocurrido
los mejores textos. Espero que este se pueda leer, porque escribo sin lentes
–cuando salgo a correr no los uso-. No sé si podré terminarlo. Estoy recostado
debajo de un árbol al costado del camino y me duele mucho el pecho.
Y a pesar de que
escribir y correr se complementan: escribir me mantiene muchas horas sentado y
correr lo contrario; hay un punto en el que no se llevan bien. La tensión de
muchas horas escribiendo me hace fumar. Y fumo mucho, y también –y esto es
literal-, de toda la vida. Un amigo médico me dice que deje de fumar o de correr,
porque las dos cosas juntas son peligrosas. Yo no puedo.
Fui competitivo,
quiero decir que de joven corría para ganar carreras aun fumando. Ahora, en
cambio, corro casi exclusivamente para destapar de nicotina los pulmones. Una
hora por día. Pero contra las siete u ocho que escribo y fumo, son pocas. Cada
vez me cuesta más correr, sobre todo si hace mucho calor como hoy.
Correr duele y los
corredores estamos acostumbrados al dolor. Duele al principio, pero con los
kilómetros algunos dolores ceden. Yo los conozco, tuve todas las lesiones que
se pueden tener, hasta una fractura en el cuarto metatarsiano. Sé cuándo
conviene parar o cuando el dolor va a desaparecer.
Como
últimamente, durante el primer kilómetro, me duele el pecho y se me seca la
garganta, pero ni bien llego a la calle Roma, donde se cumple el primer
kilómetro y empieza el camino, el dolor cederá.
Hoy, el dolor no
me abandonó y por eso tuve que parar, pero antes ocurrió algo que jamás hubiera
imaginado.
Jamás corro
solo. Me sobrevuelan los fantasmas que creé a lo largo de mi carrera de
escritor. Por el camino, a la vera del rio, dirimí sus conflictos, se
enamoraron, se besaron y hasta tuvieron sexo –detesto la palabra coger-, frente
a mis ojos. Vi sus caras sobre mi propia sombra, o entre las ramas de los
sauces y los ceibos que bordean el camino. Acá, una mañana diáfana, se me
apareció el demonio y nació mi novela sobre el pacto diabólico.
Ya dije que
cuando corro no uso lentes y lo único que veo con claridad –además de los
fantasmas-, son dos metros de camino delante de mí. Lo otro ocurre dentro de
una niebla en la que sólo distingo los colores fuertes.
En el kilómetro
tres, rumbo al punto en el que emprendo la vuelta, donde el follaje se cierra
en un techo verde claro sobre el camino, vi que en sentido contrario avanzaba
un corredor con una remera del mismo color que la mía. Nada extraño, por este
camino corre mucha gente. Y suelen usar colores fuertes para llamar la atención
cuando el camino se termina y se deben esquivar los autos en la calle. Pero al
acercarse, la remera dejó de ser la única similitud. Corría con un estilo
similar al mío, tenía la misma altura y hasta mis canas. A corta distancia,
aunque aún dentro de la niebla que me circunda, escuché su respiración forzada,
el mismo silbido asmático que tengo. Cuando nos cruzarnos, hice un gesto de
saludo bajando un poco la cabeza. Él sonrió con naturalidad. Con la misma
naturalidad con la que yo veía a los fantasmas de mis relatos. Tomé nota de sus
rasgos, por la manía que tenemos los escritores. Y deberá creerse esto en
sentido absolutamente literal: el corredor que crucé hace un rato, tenía mi
cara.
Paré y me di
vuelta. Mientras él se alejaba, pensé: esto no puede estar pasándome a mí. Es
un argumento de película de bajo presupuesto. Le eché la culpa al calor, a la
deshidratación, o a la falta de oxígeno que sufro por el cigarrillo.
Retomé la
marcha, el pecho me dolía cada vez más. Pero en lugar de preocuparme, me
pregunté si sería esa cara el inicio de la continuación de mi novela: el
demonio que duplicándome se cobra la deuda que tengo con él.
Tuve que parar.
Salí del camino y me senté debajo de un ceibo frondoso y florido. ¿Qué pasaría
si ese tipo se presentara en mi casa? ¿Se darían cuenta mis hijos y mi mujer
que otro estaba tomando mi lugar? Me puse de pie y volví al camino. Sobre el
asfalto vi la imagen de ese hombre jugando con mis hijos. Besando a mi mujer.
Caminando con ella abrazados por una playa.
El dolor en el pecho
me venció y tuve que volver debajo del árbol en busca de un poco de aire fresco.
Me recosté. Ahogado y casi inmóvil saqué la libreta. Estaba húmeda y me costaba
escribir. Mi intención, más que literaria, fue la de avisar –cuando alguien
encuentre la libreta-, a mi mujer y a mis hijos que los amo y que ese tipo que
ahora está viviendo en mi casa no soy yo. Que estoy acá tirado, pasando el
kilómetro tres.
Fin
Me gustó... me pregunto si su familia no se vio beneficiada por el cambio jejeje
ResponderEliminarMe encanto ¿como sigue la historia? imagino que esa hora corriendo se sigue repitiendo, acaso dejo su rutina por puro descubrimiento personal ¿no se pregunta si volvera a verse a si mismo correr? un abrazo.
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