Por Carmen Gutierrez.
Despertó en medio del bosque, igual que la noche anterior. Y la anterior a esa. Estaba hambrienta y adolorida por haber dormido hecha un nudo bajo un árbol. Años atrás atravesó el mismo bosque en menos de dos días, pero ahora parecía que la zona se había extendido hasta triplicar su tamaño. Había árboles nuevos, jóvenes; árboles que no estaban ahí la primera vez que cruzó el área. Al ponerse de pie, estiró su delgado cuerpo con un movimiento gatuno que le permitió desentumirse. Buscó en su ajada mochila un poco de agua y pan que le dio El Cocinero días atrás. El agua estaba helada y el pan duro, pero era más de lo que había conseguido en meses. La miseria de su vida no le molestaba, lo que le molestaba era que había sido su elección.
Despertó en medio del bosque, igual que la noche anterior. Y la anterior a esa. Estaba hambrienta y adolorida por haber dormido hecha un nudo bajo un árbol. Años atrás atravesó el mismo bosque en menos de dos días, pero ahora parecía que la zona se había extendido hasta triplicar su tamaño. Había árboles nuevos, jóvenes; árboles que no estaban ahí la primera vez que cruzó el área. Al ponerse de pie, estiró su delgado cuerpo con un movimiento gatuno que le permitió desentumirse. Buscó en su ajada mochila un poco de agua y pan que le dio El Cocinero días atrás. El agua estaba helada y el pan duro, pero era más de lo que había conseguido en meses. La miseria de su vida no le molestaba, lo que le molestaba era que había sido su elección.
A veces pensaba que podría solucionar las cosas si ella fuese
diferente. Si no hubiese vendido su alma ahora tendría una casa, comida, agua,
una cama caliente y con seguridad sería amada por alguien. Si fuera una simple
mortal viviría en alguna comuna de las nuevas, con sistemas perfectos de
irrigación y un sentido abstracto de la naturaleza. Pero era un Sicario. No era
mortal, ni normal, ni mucho menos tenía un alma.
Comenzó a caminar despacio pero con decisión, consciente de que su
condición de renegada la llevaba más allá de lo que quería. No podía ser la
única. El Cocinero había mencionado entre acertijos, como siempre, la
existencia de los artefactos, la existencia de Babel. Él estaba en algún lado,
ella lo sentía, escuchaba los latidos de su corazón enterrado en la
cotidianidad. Babel se había dejado conquistar por “El cambio”.
Fue un sistema tan puramente planeado y tan rápido que ella apenas tuvo
tiempo de huir. La humanidad había “cambiado”. Se habían contagiado de un modo
inevitable y ella se había quedado sola; sin tener con quien pelear pues no
había contrincantes, sin misiones que seguir, sin Kulja, su creadora.
Kulja, la eterna, la cegadora de vida, la armonía espiritual; el arcano
perfecto, guía de su camino y poseedora de su alma. Pensaba en ella al despertar,
al comer, al caminar, a cada momento. La llamaba con desesperación desde que
“El Cambio” inició, pero Kulja se negó a atender sus plegarias y ella comenzó a
creer que había perdido. «Mi Dios está muerto»escribió
con letras rojas de aerosol afuera de una de las comunas, años atrás. Los
humanos rieron al ver el anuncio y escribieron con pintura vegetal color verde«Ven
con nosotros, nuestros Dioses viven»
Enfurecida planeó un ataque nocturno, incendiarles la comuna sería tan gratificante. Se le ahogaron los
planes al no encontrar combustible, la distrajo aquel estúpido oso que trató de
comérsela en la noche y terminó perdiendo las ganas, aunque siguió pintando la
misma frase en cuanta comuna se encontró.
Todo fue por el internet, de
eso estaba segura. La gente comenzó a darse cuenta de su poder, a rebelarse
contra la tiranía, a mostrar al mundo lo que el poder de los humanos podía
lograr. Si un gobierno oprimía a su pueblo este se ponía en movimiento casi de
inmediato. Los países tercermundistas fueron los primeros. Haití organizó un
cambio de gobierno tan eficaz y de una rapidez tan espeluznante que los demás
países siguieron su ejemplo. En las redes sociales se denunciaba la esclavitud,
el maltrato animal, el abuso de poder, la violencia contra los vulnerables y a
todo se le encontraba una solución.
Un caso muy sonado fue el del niño maltratado por sus padres en El
Salvador. Una vecina grabó mientras lo mojaban con una manguera en el patio de
su casa, era de noche y estaban a temperaturas muy frías. La mujer subió el
video a su muro, y de inmediato una agrupación de vecinos tomó cartas en el
asunto. El chico fue rescatado y enviado a vivir a España con una pareja que se
ofreció a cuidarlo.
La humanidad se dio cuenta de que podía hacer un mundo perfecto.
Distribuir equitativamente el poder, el dinero y el amor.
Y lo hicieron.
En un momento, sin que nadie aparte de Yúrei lo notase, surgió “El
Cambio”. Nuevos Dioses fueron creados abandonando a los antiguos, aquellos que
no pudieron mejorar nada durante siglos. No había religiones, ni credos, ni
rezos. Había filosofía y bienestar. El Vaticano cayó cuando el Papa en gestión
sacó a la luz todas las mentiras; no había un redentor, ni un salvador, ni una
virgen. Cada humano era un dios en potencia, un ser de luz. Hasta la ilusión de
la vida extraterrestre se perdió en cuentos infantiles. Si un niño escucha una
historia, la cree, la analiza y la cuenta a otros niños entonces esa historia
no existe.
La Diosa Rehtom creadora de
vida era la más grande. No se le rezaba, ni se le pedía; se le agradecía por lo
que daba. Si la cosecha era buena, gracias. Si no, gracias. Anojra, Dios del arte y la música era el
siguiente, se le representó como un hombre solitario, lleno de alegría y amor
al mismo tiempo. Cada canción creada y por crear llevaba una alabanza
implícita.
Y así la humanidad dio rienda suelta a su armonía.
Un buen día se acabaron los robos. Las noticias destacaron que era la
primera vez en la historia, en que las personas no envidiaban a sus semejantes.
Esto sorprendió a Estados Unidos, líder del capitalismo basado en el deseo de
poseer. Al poco tiempo el presidente de la nación más poderosa del mundo
anunció el desarme total de su sistema de defensa y nadie se escandalizó, pues
no había miedo en el pueblo.
Las ciudades, antes rebosantes de vida, se programaron para ser únicamente
alojamientos. La prioridad de la gente era el campo, la cosecha, la naturaleza.
La salud mejoró, desapareció el cáncer, el SIDA, el ébola. Los animales fueron
liberados de sus jaulas y se restableció el control natal. El marfil, los
diamantes, incluso el oro perdieron su preciado valor. A nadie le resultaba
atractiva una cadena dorada cubierta de piedras preciosas, o las estatuillas
hechas con colmillos de elefantes y estos fueron los más agradecidos.
Surgieron las comunas, se abolió el matrimonio pero se protegió a los
niños por sobretodo. Se les enseñó a respetarse, a cuidarse y a defender sus
ideales. Se les enseñó a sembrar tres árboles por cada uno que se cortaba;
recuperaron los caminos y eliminaron los automóviles. Sin embargo, el internet
prevaleció. Había ciudades enteras que se dedicaban a que siempre hubiera
conexión disponible y a mejorar los sistemas de comunicación. La televisión se
volvió obsoleta y dejaron de usar papel.
Así que después de casi diez años el mundo… era un mundo perfecto para
ellos, las ovejas. Para Yúrei era un mundo post apocalíptico donde era la única
sobreviviente. Las ovejas trataban de llamarla a su lado cuando la notaban
cerca. Le dejaban comida y agua si la veían rodear algún campamento. Le dejaban
respuestas a sus graffittis invitándola a conocerlos. Apestaban.
En más de una ocasión se había topado con alguna tropa de exploración y
había huido despavorida ante sus llamados; al principio incluso desenvainaba su
katana sólo para devolverla a su lugar casi de inmediato. Las ovejas
“cambiadas” ni siquiera se amedrentaban ante sus amenazas, seguían sonriendo y
ofreciendo amparo. La veían de un modo escalofriante, como si la conocieran de
toda la vida.
Una noche acampó cerca de una comuna en la montaña dedicada a resaltar
el valor del arte. Hacía tanto frío que renunció a dormir a la intemperie y se
coló en un pasillo protegido del viento helado, desde donde escuchaba a un
grupo pequeño de ovejas que contaba historias dentro de uno de los campers.
Estaban bebiendo y disfrutando de los cuentos que una anciana de dientes
amarillos dibujaba con acuarelas a medida que soltaba la narración con voz
pastosa pero demasiado juvenil para su aspecto.
Yúrei estaba haciendo planes mentales para entrar sin ser vista y
disfrutar del calor de la estufa de hierro a pesar de la peste a oveja, cuando
se quedó paralizada al escuchar una palabra en especial: Kulja.
«…un arcano terrible y
poderoso, lleno de rencor y ambición, creado en las entrañas mismas de la
tierra vistiendo espectro de mujer. Kulja es la más poderosa defensora de todo
lo prohibido, de lo bajo y la traición. Antes creíamos que una entidad maligna,
con cuernos y alas de murciélago nos llevaba por el camino de la perdición.
Pero esas eran mentiras inventadas para subyugar nuestra luz. Kulja iluminó el
sendero de la envidia y el odio pues ella misma envidiaba a los demás arcanos y
odiaba a la humanidad. Su poder se ha debilitado con el paso de los años y hoy
en día, nuestros nuevos dioses la detienen y le impiden destrozar todo lo que
hemos conseguido, por lo cual hay que agradecer cada mañana y cada noche.»
—¿Hay más arcanos,
madre? —preguntó un chico de
unos once años que miraba a la anciana con una sonrisa tranquila.
—Ya no. El cocinero de
la ciudad de Angerona, el gran conocedor, es el único que podía localizarlos a
todos. Es el vigilante nocturno, aquel que alimenta las fuerzas de las energías
creando platillos exquisitos que sólo unos cuantos pueden probar.
—¿Dónde está Angerona? —preguntó una pequeña.
—Ah, es una ciudad que
no existe para nosotros —dijo la anciana y
volvió a pintar—, nosotros los simple
mortales tenemos prohibida la entrada a la cocina de la creación. Somos los
restauradores, repararemos el daño que hicimos durante siglos. Nosotros
pagaremos la deuda que la humanidad se ha echado a cuestas. Angerona está
rodeada por murallas invisibles que protegen secretos más antiguos que nuestra
tierra. Los antiguos dioses despreciaron la protección de la ciudad para
acercarse a nosotros y llenarse de alabanzas y sacrificios; han sido
castigados. La puerta a Angerona, es ésta…
La anciana presentó a sus oyentes un dibujo en tonos grises. Yúrei
arriesgó su seguridad y asomó la cabeza por la ventana para ver la ilustración
que mostraba una grieta en un gran monolito de piedra sin tallar. La piedra
tenia la forma reconocible de un huevo y la textura porosa de las rocas de mar.
Yúrei la reconoció al instante. Ella había visto esa piedra en otro tiempo,
ella no era una mortal.
Tan embebida estaba con el relato de la anciana que no se dio cuenta de
que ésta la miraba por encima de las cabezas de sus discípulos.
—Gogino te dará las
respuestas, chinita —dijo la anciana
dirigiéndose a la intrusa; los oyentes se volvieron a ver a Yúrei quien por
instinto llevó su mano a la empuñadura de la katana. La anciana la tranquilizó
con un gesto—. Debes buscarlos a
todos, es tu destino.
Yúrei se alejó de la ventana sin poder dejar de observar los ojos de la
vieja que le sonreía con un cinismo que no había olvidado. ¿Sería posible que
fuera…?
—Cuando lo veas, dile
que La Sanguijuela le envía sus saludos.
Yúrei escapó.
Encontró al cocinero, a costa de muchos viajes y huidas. Y ahora estaba
a punto de encontrar a Babel.
Llegó a la ciudad que antes se llamaba Madrid (y que ahora era el Asentamiento de investigación no. 10), una mañana de invierno. Tuvo que
soportar el hedor a oveja mientras atravesaba la ciudad guiándose sólo por el
olor a quemado que aun distinguía al gran BabelAldajaskary. Lo encontró sin
mucho esfuerzo, pero apenas pudo reconocer a su antiguo líder en aquella
imitación de oveja en que se había convertido. Babel había cambiado sus ropas
oscuras por un traje de lino blanco, demasiado ligero para el clima, se había
quitado la barba y unos rizos escandalosos cubrían su cabeza anteriormente
calva.
Yúrei se mantuvo distante, alerta mientras lo seguía por la calle. Los
mortales la miraban, siempre con compasión y tuvo que subirse el cuello de la
chaqueta para soportar el mal olor y esquivar sus palabras curiosas. Babel no
se fijo en ella. Fue su sombra cuando él llegó al campamento de niños, lo
observó mientras jugaba en el parque con una pequeña muy hermosa y parecida a
él, lo acompañó cuando él llevó a la niña a sus clases de canto y se quedó
afuera hasta que lo vio salir. De nuevo se encaminó junto con él desandando el
camino hasta una pequeña y austera oficina donde Babel se sentó frente a un
ordenador. «Se convirtió en un
investigador» pensó Yúrei
mientras se colaba detrás de él y se preparaba para saludarle.
—¿En qué puedo
ayudarle, señorita? —preguntó el hombre sin
volverse a verla, presintiéndola, como siempre.
—Ayúdame —suplicó ella sin pensar en sus palabras
pues sólo al verlo tan cerca se dio cuenta de que no sabía que decirle.
Babel se giró entonces para encararla.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó con frialdad.
—Cómo se encuentras las
cosas perdidas —contestó ella con más
seguridad—, buscando.
—Ha pasado mucho
tiempo, querida. No deberías estar sola.
—Ya no lo estoy —replicó Yúrei mirándolo con
desconfianza, también como siempre.
—Ni yo —dijo Babel desafiante y ella entendió
que se refería a la niña.
—¿Dónde está Kulja? —preguntó la oriental sin más preámbulos.
—Está muerta —contestó el moreno encogiendo los
hombros, sin darle importancia.
—Sabes que eso no es
cierto. Ella no se rendiría sin buscarnos.
—Está muerta —repitió el hombre justo antes de recibir
un puñetazo en la nariz.
Yúrei estaba enfurecida, llena de miedo y perdida. No hay nada más
impredecible que una mujer insegura que se siente defraudada por las personas
que aprecia. Ella adoraba a ese hombre, era su mentor, su líder y ahora se
había convertido en un guiñapo cambiado.
—¡No seas una oveja común,
Babel!—gritó con lágrimas en los ojos— ¡Tu no!
Él se quedó justo donde
estaba, se llevó una mano a la nariz, sin apenas hacer caso del chorro de
sangre que le manchaba las ropas blancas. La miró sonriendo, le guiño un ojo, y
soltó una carcajada escalofriante.
—Mi pequeña niña, no puedo
regresarte el golpe —se quitó la camisa y la rompió para usarla como
esparadrapo improvisado—. Sigo en el radar, si lo hago me expulsarán.
—Que lo hagan. —dijo ella en
un siseo antes de asestarle otro golpe sin que él hiciera nada por detenerla.
Esta vez sí logró que Babel se
recostara en la silla ergonómica con ambas manos en el rostro, sin quejarse
pero demostrando dolor. Sus ojos se llenaron de lágrimas aunque siguió
sonriendo.
—No voy a detenerte si me
matas —dijo con voz apagada por la tela en el rostro—. ¿No lo ves? Puedes
asesinarme aquí mismo y dejarme tirado como una basura, pero no pasará nada.
¡Nada! Kulja no vendrá, no vendrá porque está muerta…
—No quiero matarte, quiero que
vengas conmigo a buscarla —dijo ella conteniendo un sollozo, no había llorado en
siglos, pero ahora al ver a su mejor amigo abatido por las rutinas y las
costumbres tuvo miedo, pavor de estar realmente sola —. Si está muerta me
enterraré con ella, si está viva la liberaré. Si no vienes… no puedo obligarte,
pero necesitaré a alguien que cabe mi tumba.
Babel se puso de pie mirándola
a los ojos, era mucho más alto que ella, más corpulento, más fuerte pero Yúrei
no retrocedió cuando él se abalanzó sobre ella, al contrario, abrió los brazos
y lo recibió en un abrazo eterno, como una madre recibe al hijo ausente, como
un arcano recibe el caos y lo dejó llorar en su pecho. Y Babel lloró al
percibir el olor a eternidad que desprendían las ropas de la mujer. Olía a
muerte, a destrucción, a dolor… a todo aquello que lo había mantenido vivo por
muchos años, antes del “cambio”, antes de Claudia.
—Vamos, entonces —dijo él
cuando pudo controlarse—. Todos vamos a morir, pero eso es irrelevante; lo
importante es que ahora estamos vivos.
Y tomó a Yúrei dela mano y
salió al mundo, sin importar que no llevara camisa.
Bárbaro relato que nos interna en la utopia y pleno de presagios y consejos para la necesaria reparación de la especie.
ResponderEliminarEl internet nos tiene a punto de desatar un movimiento masivo de libertad y creatividad y ésta historia cubre muchos aspectos que esperamos resulten proféticos.
Vivimos en la esperanza de que se recicle el mal para tornarlo en bien.
Hoy mismo debemos sembrar ésos árboles y no dejar ésa labor para el futuro, hoy mismo salir a echarles pan y semillas a las aves, hoy mismo hacer trabajos útiles en vez de lamentar el desempleo.
Gracias por el comentario, yo soy de las creyentes de que el Internet puede llegar a ser algo muy bueno.
EliminarMe gustó mucho la historia. Muchas cosas sugieren aspectos de la sociedad de hoy que están en decadencia y la idea de un nuevo mundo, por más raro que sea, esta a la vuelta de la esquina.
ResponderEliminarLo único que quisiera preguntar es en la parte donde se hace mención a un dios del arte y de la música, el por qué de la separación. ¿A caso la música no es arte?
Hola, Gracias por el comentario!
EliminarEn realidad no noté la separación hasta que lo has mencionado, pero creo que queda bien ya que en este relato se le da más importancia a la música que a cualquier otra expresión del arte.