Seudónimo:
El Fumador.
Autor: Juan Carlos Santillán.
Autor: Juan Carlos Santillán.
1
Edificio
del FBI; Quantico, Virginia
El
recio taconeo resuena en el corredor. Se detiene frente a la puerta. A través
del recuadro esmerilado se puede adivinar el desorden del interior. La mano
pequeña de uñas cortas sin esmaltar coge con firmeza el picaporte y abre. Al
fondo de la oficina, bajo docenas de lápices ensartados en las baldosas
acústicas del cielo raso como estalactitas amarillas, un hombre está sentado de
espaldas a la puerta tras el pesado escritorio de madera. Contempla un afiche
que muestra la imagen borrosa de un platillo volador. En la parte inferior se
lee una frase que expresa fe y desafío a la vez: "quiero creer".
— ¿Por
qué tardaste tanto?
La
recién llegada, pelirroja de facciones fuertes y profundos ojos verdes vestida
con un traje sastre de color café, tuerce los labios en una sonrisa irónica.
— Lo
siento, Mulder: me cuesta convencer a las monjas del hospital de que buscar extraterrestres
es más importante que salvar la vida de los niños enfermos.
La
silla gira. El hombre de cabello castaño oscuro y rasgos adormilados viste traje
gris oscuro y corbata azul.
— Esos
pingüinos endemoniados siempre son tan egoístas. Deberías dedicarte a labores
más altruistas, Scully.
Dana
Scully baja la cabeza y menea la roja cabellera sin dejar de sonreír, como una
madre resignada a los engreimientos del hijo unigénito. Toma asiento en el
único mueble que no está cubierto de papeles impresos y evidencia dudosa. Fox
Mulder levanta el fragmento de meteorito con la forma del estado de Iowa que
emplea como pisapapeles y tiende a Scully un informe policial.
— El
primer análisis de ADN dio como culpable del asesinato a Mike Foster, de
Vermont —lee ella—. Pero el segundo dio a... Akira Ito, de Osaka. Falló el
examen de ADN. Es algo muy raro, pero no imposible.
— ¿Cuántas
veces has sabido que ocurriera?
— ¿Has
oído hablar de las "quimeras"? —pregunta Scully, cerrando la carpeta.
— Dos
embriones comparten matriz, uno no llega a término y el otro absorbe su
información, resultando con dos juegos de ADN diferentes. Pero en ese caso
hablamos de hermanos, hay similitud fenotípica: dos individuos de ascendencia
noreuropea, por ejemplo, uno gordo de ojos azules y otro delgado de ojos
verdes. No uno europeo centro-occidental y otro asiático oriental.
— ¿Nunca
has conocido a dos hermanos muy diferentes? —pregunta Scully, con el mismo tono
que emplearía con uno de los niños del hospital—. ¿Dos hermanos que no se
parecen en absoluto?
— ¿De
un mismo embarazo? —pregunta Mulder a su vez, con tono burlón—. Los mellizos
que conozco suelen parecerse aunque sea un poco.
— Ocurre.
En especial si se trata de una misma madre pero dos padres diferentes.
— Entonces
creo que nos hallamos ante una madre bastante promiscua —Mulder le alcanza otra
hoja. Scully la coge, le da una ojeada y levanta el rostro con los ojos muy
abiertos.
— ¿Un
tercer juego cromosomático?
— Malina
Ajarboyá, mujer pakistaní. Que los resultados coincidan con otras personas
existentes creo que tampoco es muy común en mellizos —ironiza Mulder—. O en
"quimeras".
Scully
sostiene los tres resultados disímiles, pasando la mirada de uno a otro.
Finalmente, encara a Mulder.
— Me
parece que debemos viajar a Vermont.
— Ya
compré los pasajes —responde Mulder—. El vuelo sale en cuarenta minutos.
2
Instituto
Karl Landsteiner de Investigación en Genética Forense; Universidad de Vermont
en Montpelier
Al
otro lado del vidrio, el laboratorio luce como una gran pecera. Los sujetos en
batas blancas se mueven apenas entre el brillo metálico de los aparatos, bajo
las tenues luces de tonalidad turquesa. De la penumbra surge una figura
fantasmal. Trae la melena grisácea alborotada y lentes de marco grueso montados
en la nariz huesuda. Oprime un botón y la puerta de vidrio se desliza a un lado
con un bufido.
— ¿El
doctor Garrison? —pregunta Mulder.
— El
mismo. Síganme.
Mulder
y Scully ingresan al laboratorio. En la oscuridad, Mulder tropieza con una
consola. Los recipientes sobre ella tintinean, amenazando con caerse. Todas las
cabezas se dirigen hacia Mulder, que se queda quieto hasta que los recipientes
recuperan su verticalidad y las espaldas vuelven a curvarse sobre el
instrumental. Sólo un muchacho robusto de cabello rubio pregunta:
— ¿Está
todo bien?
— Sí,
gracias —responde Mulder—. Lo tengo todo bajo control.
El
doctor Garrison resopla.
— Estamos
experimentando con organismos fotosensibles, por eso la penumbra —explica—. Ya
se acostumbrará. Mientras tanto, procure no romper nada.
— Claro.
Perdone.
Scully
levanta una ceja. Mulder sonríe y se encoge de hombros.
— Ésta
es la muestra —dice Garrison, tomando un tubo—. Y estos son los cuatro
resultados.
— ¿Cuatro?
—pregunta Scully.
— Sí
—responde el doctor, revisando los resultados—: Mike Foster, Akira Ito, Alina
Majarboyá y... Fox Mulder.
Con
los ojos muy abiertos, Scully voltea a ver a Mulder, que ha quedado mudo. Una
luz roja parpadea en la pared.
— Deben
excusarme un momento —dice Garrison, y sale.
— ¿Qué
está pasando, Mulder? —susurra Scully, acercándose a su compañero.
— No
lo sé, Scully, estoy tan sorprendido como tú.
Scully
examina su rostro.
— Tú
no estás sorprendido. Ya conocías ese cuarto resultado, ¿verdad? ¿Para qué
hemos venido?
Cuidándose
de que ninguna cámara de seguridad lo capte, Mulder deposita un pequeño
cilindro en la mano de Scully.
— Esto,
si no me equivoco —explica Mulder—, es uno de muchos experimentos de
divergencia genética que se realizan aquí; la investigación forense es sólo una
fachada.
— ¿Es
un espécimen en estado embrionario? —pregunta Scully, abriendo la mano. En el
interior del cilindro se agita una diminuta criatura con forma de renacuajo.
— Sí,
uno humano.
Scully
cierra la mano compulsivamente.
— ¿Montaste
todo este teatro para robar un embrión humano genéticamente modificado? ¿Cómo
sabías dónde estaría?
— Conocí
a Gary en uno de esos foros sobre "teorías de la conspiración" que
tanto desdeñas. Es el muchacho que preguntó si todo estaba bien.
— Y
tú respondiste "tengo todo bajo control", claro. ¡No puedo creer que
llegaras tan lejos! ¿Cómo introdujiste tu nombre en los resultados?
— Yo
no lo introduje. Eso es real.
Se
oyen pasos. Scully guarda velozmente la cápsula en un bolsillo.
— Agente
Fox Mulder —dice uno de los dos oficiales que vienen con el doctor—, ¿está usted
listo para ir a la prisión?
— ¡No
pueden detenerlo! —Se adelanta Scully—. ¡La disparidad de los resultados no
permite determinar...!
— No
sé de qué habla, agente... Scully —interrumpe el oficial, leyendo el nombre en
el photocheck—. No hemos venido a detener al agente Mulder, sino a conducirlo
ante el recluso de categoría especial Mike Foster, tal como se nos solicitó.
Scully
gira sobre sus talones. Sus ojos verdes se fijan duramente en los pardos de
Mulder.
— Enternecedora
defensa —dice éste, sonriendo–. Realmente me emocionaste.
3
Penitenciaría
de varones de Burlington, Vermont
Al
cerrarse la reja, la cerradura electrónica se activa con un chasquido. Mulder
se acerca a la mesa y toma asiento en una de las dos sillas plegables. Una
cámara de seguridad gira en lo alto, enfocándolo. La puerta metálica al otro
lado de la habitación se abre. Un presidiario en traje naranja ingresa
encadenado de pies y manos. Tiene la cabeza rapada. Haciendo tintinear las
cadenas, arrastra las zapatillas blancas hasta la mesa y toma asiento en la
otra silla. Su rostro es pálido y anguloso; verdes ojeras rodean los saltones
globos oculares.
— ¿Mike
Foster? —pregunta Mulder.
— Por
el momento, agente Mulder —responde el otro, mostrando una doble hilera de
dientes disparejos.
— Lo
curioso es —Mulder gira la carpeta abierta que reposa sobre la mesa, deslizándola
hacia el presidiario—, que Mike Foster fue ejecutado en Oregon hace tres años.
— Evidentemente
no estoy muerto, ya que estoy sentado frente a usted, hablando —El presidiario
no aparta la vista de Mulder—. A menos que fuese un fantasma. Eso lo convertiría
a usted en Hamlet, tal vez. Y a la agente Scully en una atractiva Ofelia
pelirroja. ¿Y quién sería el director Skinner? ¿Polonio? ¿Le gusta Shakespeare,
agente Mulder?
— ¿Quién
es usted? —pregunta Mulder.
La
cámara gira hacia otro lado. La luz roja que indica si está funcionando se
apaga. Vuelve a asomar la dentadura retorcida. Mulder adelanta el cuerpo sobre
la mesa.
— ¿Qué
es usted? —corrige.
El
rostro cadavérico se adelanta a su vez, hasta casi tocar el de Mulder, que
puede sentir el olor a amoniaco en su aliento.
— "Somos
Legión" —contesta.
— Son
fenómenos salidos de un laboratorio. ¿Qué pretenden, reemplazarnos a todos? ¿Por
qué mi ADN, cómo lo hacen?
— Reemplazarlos
es sólo una parte de algo mucho más grande. ¿Cómo obtenemos el ADN de cualquier
individuo? Estamos en el FBI, agente Mulder, en la CIA, en la NSA: tenemos la
información de todo el mundo. ¿Por qué usted? Porque queremos enviar un mensaje.
Y usted es el indicado.
— ¿Y
cuál es ese mensaje?
— Su
tiempo ha terminado —sentencia el presidiario, ampliando su sonrisa al tiempo
que se reclina en el asiento—. Nosotros ocuparemos su lugar.
Mulder
se pone de pie. Da media vuelta, dirigiéndose a la puerta.
— Agente
Mulder.
Voltea
al oír la voz del presidiario. Pero, al encararlo de nuevo, quien está sentado
a la mesa con el mono naranja y las cadenas es un hombre calvo de mediana edad,
de complexión atlética, expresión beatífica y nariz bulbosa.
— Estamos
en el FBI —Mulder vuelve a oír la frase, esta vez en la voz del director
Skinner.
La
cerradura se desactiva, abriendo la reja. Mulder se precipita al pasillo y echa
a correr. En la admisión recupera su teléfono celular. No se detiene a recoger
su abrigo. Sale del edificio a la ventisca helada que le azota el rostro,
calándole los huesos, y llama a Scully.
— ¡Mulder,
he intentado ubicarte varias veces! —dice Scully, apenas contesta—. Mandé a
analizar una muestra de tejido del espécimen. Arrojó seis resultados
diferentes. Y uno de ellos...
— ...
Eras tú.
— ¿Cómo
lo sabes?
— ¡Escúchame
bien, Scully: debes salir de ahí!
— ¿De
qué hablas, Mulder? En este momento estoy entrando a la oficina del director
Skinner; necesitaremos su ayuda si queremos solucionar esto. Te llamaré luego.
— ¡No,
Scully, no entres a... !
Pero
ya la comunicación se ha cortado. Mulder contempla impotente el aparato. Se oye
el ruido de un motor. Un auto negro de lunas polarizadas está estacionado
frente a la puerta. De la parte posterior se eleva una voluta de humo. Una mano
huesuda y arrugada arroja la colilla al aire.
— Arranque
—Se oye la voz rasposa del Fumador.
— ¡Oiga!
—grita Mulder, corriendo hacia el vehículo.
El
vidrio sube. El auto parte. Mulder lo persigue varios metros hasta que, sin
aliento, lo ve salir del complejo penitenciario y perderse en la tormenta.
Intenta volver a contactar al teléfono de Scully, pero la monótona grabación lo
manda al buzón de voz. Realiza dos llamadas más. Aeropuertos y carreteras están
cerrados. Luego, la línea empieza a fallar.
En
ese momento, un mensaje de texto enviado desde un número desconocido llega a su
celular, justo antes de que la señal se pierda del todo.
— "El
resto es silencio" —lee Mulder en voz alta, viendo sus palabras
transformarse en vapor. Tiembla. Levanta la vista y otea el borroso horizonte
cubierto de nieve más allá de la alta valla electrificada.
La
verdad está allá afuera.
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