Autora: Soledad Fernández.
―Necesito ubicar a la Dra. Scully de inmediato.
―Sí, señor.
―Doctora Scully…tiene una llamada del subdirector
Skinner.
―Estoy por entrar a una cirugía
―Dice que es urgente…
Scully tomó el
teléfono y escuchó atentamente lo que Skinner tenía para decirle. Sus ojos se
llenaron de lágrimas al instante. Colgó, se colocó el barbijo y entró al
quirófano.
*********
Los pasillos
del FBI estaban cambiados desde la última vez que ella los había transitado.
Las luces más blancas, los mármoles más lustrados, las caras de los agentes
demasiado jóvenes. Ya no quedaba ninguno de los viejos. Habían caído en pos del
deber o los habían retirado. Todo aquel que alguna vez había rozado siquiera la
oficina de los Expedientes X, había sido trasladado, jubilado o muerto en
acción. Sospechoso como mínimo. Salvo ella y Skinner que aún estaban a salvo.
Ella porque se exilió a sí misma. Prefirió operar niños, curar indigentes. Él,
porque se acomodó a la burocracia. “Sabe que así puedo velar por usted y por
Mulder”, había dicho varios años atrás. Aunque poco conformaba eso a Scully.
Incluso Dogget había desaparecido y Mónica…ella ahora era dueña de un bar en un
país del caribe. En cuanto a la protección, Scully sentía que para ella había
funcionado de alguna forma. Para Mulder no tanto…
Dana se paró
frente a la puerta del subdirector. Los años se vinieron a su memoria y la
golpearon violentamente. Más allá de las diferencias que tenía con Mulder y
Skinner, más allá de la distancia que había crecido entre ellos, extrañaba
trabajar en el FBI. En los Expedientes X. Mientras dudaba si avanzar o volver
al hospital, recordó la primera vez que traspasó aquella puerta. Recordó la
primera entrevista, las risas socarronas de ellos que sabían a dónde la
mandaban. Ellos creían que no duraría ni un mes con él. “Menudo error”, pensó.
Fueron los años más productivos, bizarros e irrepetibles de su vida.
Tomó coraje y
golpeó. Podría haber dejado todo en manos del forense local. Podría solo haber
leído el reporte, reconocer el cuerpo o quien sabe qué. Podría irse ya.
―Dana…dudé en llamarte. No estaba seguro de si…
―Hiciste bien. ¿Qué sabemos del incidente?
Ella se sentó
y cruzó sus piernas. Como antes. Como cuando la citaban para un caso de
avistamiento o de asesinato. Uno de esos que no encajaban en el perfil de normalidad
de la policía local o incluso del FBI.
―El cuerpo apareció en una pequeña ciudad de
Argentina. Allí los avistamientos son numerosos…
―¿Es él?
Scully estaba
al borde del llanto. Su corazón se había acelerado, sus manos estaban
temblorosas. Ya no tenía veinte. Ya no aguantaba las pausas misteriosas o las
introducciones forzadamente largas. Ya no. Era una prominente cirujana que
luchaba día a día contra la muerte, pero que no se bancaba las medias frases.
―Dana…
―¡Necesito la verdad! Me debe la verdad…después de
tantos años, de haberme escondido para que usted siga con su culo calentito en
esta silla…
―Dana
―¡De una vez! ¿Es él o no?
Skinner se
paró, rodeó el escritorio y se sentó junto a ella. En muchos casos esa simple
acción ablandaba al oponente. En este caso, él se sentó donde Mulder se sentaba
cada vez que iba a dar explicaciones. A pelear por los viajes no autorizados,
por el dinero mal gastado, por los expedientes poco claros. Pero ahora, el que
se sentaba a dar explicaciones era él. “¿Podrá ella con esto?”, se preguntó. No
estaba seguro. Dana era fuerte. Pero en lo que a Mulder se refería, ella poseía
una fragilidad particular. Una sensibilidad peligrosa. Era vulnerable por él.
―No lo sabemos. Por eso te llamé.
―¿Sabemos? ¿Quién más está involucrado en esto? ¿El
fumador? Seguro que está regodeándose con esto…
―No tengo la libertad de decir quién más está
involucrado…
―¿No tiene la libertad? ¿Desde cuando las libertades
son una cuestión en esta oficina? ¿A quién responde Skinner? ¿A quién?
―Dana…no puedo…Solo cumplo en decir que hay un vuelo
esta noche al pueblo donde encontraron el cuerpo. Un agente la estará esperando
ahí y usted será la encargada de realizar la autopsia. Lo siento. Es todo lo
que puedo informarle.
Scully salió
de la oficina y cerró la puerta con violencia. Arrebatada por la ira y la
frustración entró al ascensor. Una vez que la puerta se cerró, en la soledad
del cubículo metalizado, ella lloró desesperada. “Estoy acá, Scully. Tenés que
encontrarme”, sintió y se sobresaltó. Miró el celular pero estaba apagado.
Buscó en el ascensor, en los rincones, las cámaras. “Me estoy volviendo loca”,
pensó y salió de inmediato, solo para darse cuenta de que estaba en la antigua
oficina. La de los expedientes X. Miles de recuerdos se agolparon en aquella
oficina vacía ahora, pero donde, en cada sitio, ella pudo visualizar lo que
había antes: el archivo, el escritorio, el poster. Pudo ver a Mulder con las
piernas en el escritorio, aburrido, lanzando lápices al techo. Se le escapó una
sonrisa y una lágrima. “No dejes de buscarme Dana”, escuchó nuevamente y su
pecho se contrajo.
De inmediato
se fue a preparar un bolso para alcanzar el vuelo.
***************
―Bienvenida a la Argentina
Una sonrisa
conocida provocó que Scully se relajara de inmediato.
―Mónica…creía que eras dueña de un bar. Me alegra
verte.
Ambas se
fusionaron en un abrazo. De inmediato salieron del aeropuerto y entraron a un
auto oscuro que las esperaba. Aún quedaba un trecho importante hasta llegar a
la ciudad de 25 de Mayo y una vez ahí, una hora más al sitio en donde se
hallaba el cadáver.
―Mónica…necesito que seas sincera conmigo… ¿es él?
―Scully sintió que la voz se le quebraba de pronto. Miró por la ventanilla para
disimular, aunque Mónica adivinó lo que escondía su compañera.
―No puedo asegurarlo. Por eso llamé y le pedía a
Skinner que vinieras. Este es el expediente. Están las fotos. Si no podés…
Scully agarró
la carpeta con mano temblorosa. “No soy yo, Dana. Ese no soy yo. No te dejes
engañar”. Scully se sobresaltó y la agente Reyes lo notó.
―¿Estás bien? Te noto alterada.
―Necesito saber que no es él, Mónica. No puede ser…
―de inmediato interrumpió su frase al ver una de las fotos del expediente. Era
Mulder. No cabían dudas. Las ropas, la contextura, el tatuaje en su pierna
derecha. Todo coincidía. Pensó en lo que escuchaba ¿dónde quedaba eso? ¿Era su
corazón agobiado que inventaba fantasmas? Como Mulder, ella quería creer. Pero
era una delgada línea que separaba la ilusión de los deseos. Los fantasmas de
los delirios y alucinaciones.
―Lo encontraron en un campo. Tirado. El capataz que
estaba cosechando alertó a las autoridades. ―agregó Mónica y el silencio las
acompañó durante las siguientes 4 horas.
***************
La morgue del
pueblo era pequeña. Tanto los azulejos envejecidos como el mobiliario, no
mellaron el alma de Scully que se sentía aturdida por las circunstancias. Había
estado en lugares peores, en el pasado, con Mulder. Este era un lugar más.
Aunque los acontecimientos era extraordinarios.
Se colocó las
gafas de acrílico y se acercó a la camilla metálica. Allí, un cuerpo cubierto
con una sábana celeste esperaba por su arte, el de practicar una autopsia que
dilucidara lo acontecido. Y sobre todo, la identidad de ese ser humano muerto
que se parecía tanto a Mulder.
Tomó el
bisturí, descubrió el cuerpo y un temblor la invadió de pronto. Sus ojos se
llenaron nuevamente de lágrimas al ver el rostro desfigurado de quien parecía
cada vez más el cadáver de su compañero. Ahogó el llanto y apoyó el escalpelo
en la piel blanca del cadáver. “No creas todo lo que ves, Dana. He vuelto de la
muerte. Siempre volví a tu lado. A pesar de la distancia, de la vida, de las
circunstancias. A pesar de tu distancia”. Sin dudar hizo la incisión en Y.
*************
―Mulder, te
extraño. Duele tanto tu ausencia que veo fantasmas en cada rincón del planeta.
No podés dejarme sola.
―Estoy acá, Dana.
―¿Dónde es acá?
Dónde. Te escucho, pero no puedo encontrarte. El cadáver es tuyo, sos vos. Es
tu cuerpo, no cabe dudas.
―No soy yo. Hacele
caso a tu instinto. Sos científica…
―Soy científica. Y
la ciencia dice…
―Confiá en tu
instinto, en tu ciencia.
****************
―Dana, despertá. Estos son los resultados.
―Necesito el expediente médico de Mulder. Necesito
chequear algo.
Mónica se comunicó con el FBI y consiguió lo que su
compañera necesitaba. La veía más animada, quizás había descubierto algo y eso
era un aliciente.
Unas cuantas
horas después, Mónica le entregó una carpeta con los registros médicos y Scully
leyó todo. Sin embargo, se decepcionó de su esperanza y lloró porque todo había
sido en vano. “Es él”, se dijo y rompió en llanto. “Es Mulder. Murió lejos y
solo”.
Mónica abrazó
a su compañera que no paraba de llorar. “Confiá en la ciencia”, sintió Scully y
de inmediato apartó a Mónica. Abrió nuevamente el expediente de Mulder. Comparó
radiografías, tomografías hasta que finalmente llegó al laboratorio.
―Es como en aquel caso del niño que regresó 20 años
después…
―No entiendo ¿me perdí de algo?
―¡De todo, Mónica! Este cadáver aquí no es Mulder. No
sé dónde estará Fox, pero esto de aquí no es él.
Mónica temió
que su compañera de hubiera vuelto loca. Intentó frenarla, convencerla de que
ese cuerpo era Mulder.
―Mónica… ¡es un clon! Sus laboratorios son iguales a
estos que están aquí. Todos sus estudios son una copia exacta. La ciencia no
falla. Nadie, ningún ser humano puede tener dos laboratorios idénticos en su
vida. Es antinatural. Es un clon de ese Mulder, de esa época.
Mónica observó
el cadáver con desconcierto y no supo qué decir ante tan fantástica hipótesis.
―No sé qué está pasando aquí, pero larguémonos ya de
este sitio ―dijo Dana de inmediato. ―Algo peor se avecina, lo puedo sentir en
mis huesos.
Ambas agentes
volvieron al FBI, esperanzadas. Era claro que la conspiración jamás se había
detenido y que estaba más viva que nunca. Era obvio que querían anular a Scully
a través de sus sentimientos por Mulder. Ahora que estaban las cartas sobre la
mesa, era necesario reabrir los expedientes X y ella debía volver a convertirse
en una agente por él, una vez más.
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