Seudónimo: Alice Kyteler.
Autora: Paloma Celada Rodríguez.
Era una mañana soleada de mayo, el calor a pesar de ser muy pronto ya empezaba a hacerse notar de manera que más pareciera ser un día propio del verano. En la cuneta de una carretera secundaria, un Mondeo Berlina negro estaba parado, en su interior se encontraban los agentes especiales del FBI, Fox Mulder al volante y Dana Scully en el asiento del copiloto.
Autora: Paloma Celada Rodríguez.
Era una mañana soleada de mayo, el calor a pesar de ser muy pronto ya empezaba a hacerse notar de manera que más pareciera ser un día propio del verano. En la cuneta de una carretera secundaria, un Mondeo Berlina negro estaba parado, en su interior se encontraban los agentes especiales del FBI, Fox Mulder al volante y Dana Scully en el asiento del copiloto.
Mientras
el agente Mulder manipulaba el GPS, la agente Scully miraba con cara de
resignación por la ventana lateral al mismo tiempo que tamborileaba con los
dedos impacientemente el salpicadero.
— Puedo aceptar
que me hayas traído hasta este recóndito rincón de Nueva Jersey sin apenas
informarme del nuevo caso –comentó Scully sin desviar la mirada de la
ventanilla– pero que nos hayamos perdido y sigas en tu mutismo empieza a
exasperarme.
— Tranquila,
Scully –respondió Mulder mientras seguía tecleando coordenadas en el navegador
del auto–. En cuanto me haga con la ubicación exacta de la casa de la familia McArthur
te informaré detenidamente sobre este interesante caso. No te lo vas a creer.
— A estas alturas
de ti me creo ya cualquier cosa, Mulder.
— ¡Ya lo tengo! –exclamó
Mulder al tiempo que ponía en marcha el coche y retomaba la ruta–. En breve te
presentaré a la interesante señora McArthur o Neville, su apellido de soltera y
como ella quiere que la llamen desde que enviudó. Mientras, te pongo, ahora sí,
en antecedentes.
Así,
el agente Fox Mulder empezó a relatar los extraños fenómenos que desde hacía
varias semanas estaban afectando a una familia del condado de Somerset y que
eran la comidilla de la pequeña población de Bridgewater.
Dos
meses atrás, la matriarca de la familia McArthur empezó a tener un
comportamiento extraño. Marjorie Neville, de 67 años, viuda desde hacía 36 y
con cinco hijos, se levantaba de su cama en plena noche dando alaridos y
huyendo de no se sabía muy bien qué. Con una fuerza inesperada en una mujer de
su edad se zafaba de todo aquel que quería hacerla volver en sí e intentar que
se calmara. Entre balbuceos inconexos y con la mirada desorbitada gritaba
aterrada en una especie de trance que nadie sabía cómo describir.
Después
de unos momentos angustiosos la sonámbula, pues de sonambulismo creyeron sus
hijos que se trataba el mal de la señora Neville, parecía despertar del todo y
entonces caía inconsciente en el suelo. Tras recobrar el sentido, Marjorie no
recordaba nada pero en su rostro se reflejaba un gran temor.
Al
principio nadie dio importancia a estos sucesos nocturnos, ni siquiera la
propia Marjorie; todos creyeron que se trataba de pesadillas que acabarían
despareciendo con unos ansiolíticos. Pero, poco a poco, los ataques se fueron
recrudeciendo, a pesar de la medicación que el doctor de la familia le
prescribió, y en algunas ocasiones los balbuceos inconexos se convertían en
frases comprensibles en las que la señora Neville decía “No, por favor, no lo
hagáis. Tened piedad.” u “Os lo ruego, soy inocente, siempre fui leal a mi
señor, el rey”.
A
medida que trancurrieron las semanas Marjorie recordaba imágenes sueltas de sus
pesadillas, entre las que siempre había un elemento común: un hombre con el
torso desnudo y una negra caperuza se acercaba a ella con un hacha enorme. A
veces, la señora Neville refería que ese mismo hombre levantaba un bulto con su
mano izquierda y cuando se giraba hacia ella podía ver que ese bulto era la
cabeza ensangrentada de la propia Marjorie.
Ni
los ansiolíticos más potentes ni los neurolépticos más fuertes de la farmacopea
consiguieron hacer desaparecer semejantes pesadillas y se barajó la posibilidad
de ingresarla en un hospital psiquiátrico aunque ningún especialista en la
materia supo diagnosticar su enfermedad.
El
sheriff de Bridgewater, Jef Burton, había realizado un curso de actualización
en las instalaciones de Quantico y allí supo de la existencia de Fox Mulder, el
“Siniestro”. Burton, un hombre abierto a innovadoras alternativas y angustiado
porque su amiga Marjorie empeoraba a ojos vistas decidió contactar con el
agente Mulder y ponerle al corriente del comportamiento de su vieja amiga. Este
no se hizo de rogar, avisó a Scully de un nuevo caso y sin comentarle nada más se personó delante
de la casa de la familia McArthur.
Antes
de acercarse a la vivienda contó la extraña historia a Scully, y esta asistió
al relato con cierta actitud burlona.
— ¿Me estás
diciento que hemos recorrido 200 km para ver a una mujer que padece de un
trastorno del sueño? Mulder, te dije que de ti ya me creía todo pero me parece
que me quedé corta. Esta vez te has superado.
— No, Scully. La
señora Neville no padece ningún trastorno, por eso la medicación no ha surtido
efecto.
— Bien, entonces
según tú ¿qué es lo que le pasa a la señora Neville? –preguntó Dana Scully
entornando los ojos y ladeando la cabeza.
— La señora
Neville es la reencarnación de Margaret Pole –respondió Mulder con todo el
aplomo de quien está convencido de lo que dice.
Scully
miró a Mulder con una media sonrisa en la cara y con cierto aire de
conmiseración dudó antes de decir:
— Reencarnación.
Ya. Margaret Pole. ¿Quién es Margaret Pole, Mulder?
Mulder
sonrió abiertamente pues estaba deseando compartir con su compañera toda la
información que había recabado desde que el sheriff Burton contactó con él.
Saliendo del coche e invitando a Scully para que hiciera lo propio, se dispuso
a contar la historia de Margaret.
— Prepárate,
Scully, para aprender un poco de Historia británica.
Y
mientras Scully se apoyaba en el capó del Ford Mondeo cruzando los brazos y con
una expresión burlona en la cara, Mulder procedió a relatar el triste sino de
Margaret Pole.
En
la Inglaterra del siglo XVI, la condesa de Salisbury Margaret Pole fue
ejecutada acusada de alta traición al rey Enrique VIII. Su fidelidad a la
religión católica y su abierta oposición a la escisión de la Iglesia por parte
del monarca la pusieron en el punto de mira de la cólera real y murió
decapitada en la Torre de Londres, la madrugada del 27 de mayo de 1541.
— Te agradezco que
me documentes sobre uno de los episodios más negros de la Historia de
Inglaterra, Mulder. Pero ¿qué tiene que ver esto con lo que le ocurre a la
señora Neville? –argumentó Scully.
— Tú misma te vas
a contestar esa pregunta en cuanto hables con Marjorie y ella te cuente de viva
voz qué sueña y qué siente. Verás cuántas similitudes tienen sus sueños con lo
que le pasó a Margaret Pole –dió como respuesta Mulder a la vez que enfilaba el
camino de gravilla que conducía hasta la puerta de la casa que tenían frente a
sí.
Mientras
los dos agentes llegaban a la casa, les salió al paso una anciana con el pelo
blanco, la tez pálida y con unas grandes ojeras que ensombrecían pero que no
conseguían afear los preciosos ojos azules que evidenciaban una belleza ajada
pero sumamente atractiva a pesar de su edad. Con un apretón de manos firme, más
propio de un varón, saludó a los agentes y se presentó como Marjorie Neville.
Tras
invitarles a entrar en la casa y una vez servido un refrigerio para aliviar el
calor de un mes de mayo especialmente sofocante, Marjorie contó a los dos
agentes sus angustiosos sueños.
—
Al principio no era capaz de recordar nada de lo que soñaba –comenzó su relato
Marjorie– pero con el transcurrir de los días los sueños han ganado en realidad
y definición. Siempre empieza igual: siento una presencia extraña en la
habitación, como un aliento que sopla en mi cuello, me despierto, o sueño que
lo hago, no estoy segura. Entonces veo entre sombras un hombre corpulento con
la cabeza y el rostro completamente cubiertos con una especie de gorro horadado
por dos orificios a la altura de los ojos, en sus brazos porta una enorme
hacha, se acerca a mí y entonces intento escapar. Luego todo se vuelve confuso
y entre brumas veo cómo ese hombre se gira hacia mí llevando en una de sus
manos mi propia cabeza decapitada y en la otra mano el hacha ensangrentada.
Durante
unos segundos Marjorie calló y parecía que no podría continuar, pero se repuso
tomando aire profundamente y siguió hablando.
—
Cada día que pasa el sueño es más real. Ayer mismo noté cómo ese hombre me
agarraba del pelo mientras profería insultos, me llamaba zorra católica,
traidora y me avisaba de que mi muerte sería dolorosa.
En
este punto Marjorie empiezó a sollozar y no pudo continuar. Mulder intentó
consolarla mientras que Scully permanecía en silencio. Tras unos minutos de
conversación intrascendental se despidieron de la señora Neville pues esta
estaba sumamente afectada y ya no fue capaz de aportar más información.
***
Ya
instalados en un modesto motel de carretera a las puertas de Bridgewater,
Mulder y Scully hablaban sobre el caso delante de unos platos combinados y un
par de cafés.
—
Estoy deseando saber qué te hace decir que lo que le ocurre a la señora Neville
es un caso de reencarnación, Mulder –comentó Scully mientras daba un sorbo a su
humeante café.
—
Sé que eres reacia a creer en reencarnaciones, pero en este caso vas a darme la
razón –respondió Mulder. Margaret Pole y Marjorie Neville tienen muchas cosas
en común, Dana. La localidad en la que nacieron tiene el mismo nombre,
Somerset, la primera en el condado que está en Inglaterra y la segunda en el de
Nueva Jersey. Las dos tuvieron cinco hijos y se quedaron viudas a la misma
edad. La madre de Margaret se apellidaba Neville. Has de reconocer, Scully, que
las coincidencias son alarmantes.
—
Te sorprendería saber hasta qué punto la probabilidad estadística juega con
nosotros haciéndonos ver semejanzas donde no las hay –respondió Scully. En
cualquier caso todo lo que cuentas no me parece suficiente para sustentar tu
absurda teoría de la reencarnación.
—
Espera Scully, que aún hay más. Margaret Pole murió decapitada a la edad de 67
años, los mismos que tiene ahora Marjorie. La señora Neville nos ha contado que
el sujeto que la visita por las noches le avisa de que su muerte será dolorosa.
Margaret Pole recibió diez golpes de hacha antes de morir definitivamente, fue
un 27 de mayo y hoy estamos a 26. Esos sueños son el aviso de que la historia
se repetirá.
Scully
dejó la servilleta que tenía entre las manos para exclamar:
—
No puedes hablar en serio, Mulder. ¿De verdad crees que el espíritu de una
condesa decapitada hace casi 500 años se ha reencarnado en la señora Neville?
—
No me negarás, que hay demasiadas similitudes y si no ¿qué explicación tiene
todo esto, además por qué Marjorie sueña esas cosas? –argumentó Mulder.
Apoyándose
sobre la mesa Scully se acercó a su compañero para replicar:
—
Hay expertos que creen, basándose en investigaciones previas, que la memoria se
puede heredar. Determinadas vivencias de nuestros antepasados pueden residir en
forma de recuerdo en nuestro cerebro. Mientras tú ibas a registrarnos en el
motel yo he estado haciendo mis deberes y he indagado por internet sobre la
familia Neville. Son oriundos de Gran Bretaña y adivina en qué zona vivían sus
antepasados. Sí, Mulder, en el condado de Somerset.
—
¿Heredar la memoria, Scully? –respondió Mulder– ahora eres tú la que no puedes
hablar en serio. En el caso de que así fuera ¿cómo pudo heredar ese recuerdo
Marjorie si la vivencia traumática de su antepasada Margaret fue en el momento
de morir?
—
Es posible que el recuerdo heredado no provenga de la propia Margaret sino de
alguien que presenció su muerte, por ejemplo alguno de sus hijos –respondió muy
segura de sí misma Scully.
—
Daré por un momento validez a tu teoría, Scully, solo por un momento. Ahora,
¿me puedes explicar por qué precisamente ahora, cuando se va a cumplir la
efemérides de la ejecución de su antepasada y en el año en que las dos tienen
la misma edad, Marjorie tiene esos sueños inquietantes? ¿Por qué no los tuvo
hace años, por ejemplo?
—
Quizás la propia Marjorie leyó algo sobre su antepasada y lo olvidó –respondió
Scully sin ceder un ápice de terreno en su teoría– y ahora su subconsciente le
haya traído el recuerdo. Los mismos expertos que apoyan la hipótesis de la
memoria heredada, afirman que los recuerdos pueden despertarse por sensaciones
relacionadas con la escena recordada, como un olor.
Scully
dio un sorbo más a su café y continuó.
—
Me he dado cuenta de que en el porche de la casa de la señora Neville hay un
parterre con peonías. Esas flores también se dan con frecuencia en Londres, es
posible que el olor que desprenden, dada la época, haya sido el desencadenante
de todo esto.
—
De todas formas, Scully, me quedaría más tranquilo si vemos a la señora Neville
mañana, el 27 de mayo –insistió Mulder.
—
Como quieras, total ya doy por perdida la semana –contestó Scully.
***
Al
día siguiente volvieron a la casa de Marjorie Neville, ella, una vez más salió
a recibirles en la entrada. Pasaron al interior de la vivienda y los dos
agentes pudieron constatar que la señora Neville tenía un aspecto mucho más
relajado que el día anterior. Según ella misma les relató, la noche anterior
era la primera desde hacía varios meses en que no había tenido ninguna
pesadilla, ningún verdugo ni ninguna voz amenazante la visitaron mientras
dormía. El alivio y la esperanza se reflejaban en el rostro de Marjorie.
Los
dos agentes se despidieron de la señora Neville después de que ella les
agradeciera la cortesía y las molestias que se habían tomado al interesarse por
lo que, ahora estaba segura, había sido una manifestación de un estado de
ansiedad provocado por la edad.
Una
vez en el coche, Scully, se giró hacia su compañero para decirle.
—
Bien, ya has visto que la señora Neville sigue teniendo la cabeza sobre los
hombros, además sus pesadillas han desaparecido de la misma manera que
empezaron.
—
Parece que el caso se ha cerrado inesperadamente –contestó Mulder de manera
taciturna.
—
Nunca hubo caso, Mulder. Tan solo una historia que tu mente excesivamente
imaginativa formó alrededor de unos hechos sin demasiada importancia. El mundo
onírico es tremendamente extraño. Anda, volvamos a casa.
El
Mondeo Berlina negro enfiló la carretera y cuando tomó la primera curva dejó
atrás la casa de la señora Neville. Justo en ese momento un hombre, con el
torso desnudo y con una caperuza negra que le cubría completamente la cabeza,
entraba por la puerta principal pisoteando previamente el parterre de peonías; en
su mano derecha portaba un hacha.
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