¡¡RECOMPENSA!!
30
MONEDAS DE ORO
Para quien dé caza a la bestia que
está matando a las cabezas de ganados de los vecinos del pueblo y a los ciervos
del coto privado de caza del Duque.
Los ataques han ocurrido durante el
alba de diferentes días.
—Eso
solo traerá a caza-recompensas sin escrúpulos al pueblo y acabarán con todos
los animales del bosque —comentó una muchacha con un tatuaje cerca del ojo
derecho que observaba como el alguacil colgaba el cartel que acababa de leer en
voz alta para que el mensaje llegase a todos los vecinos de la aldea.
—¡Mejor!
—le respondió un hombre ya entrado en años—. Así no perderemos nuestro ganado.
Nos llevan a la ruina.
—Pero
se acabamos con todos los depredadores, la población de conejos se disparará y
acabarán con nuestras cosechas y eso también nos llevaría a la ruina —repuso de
nuevo la muchacha.
—¡Eso!
Mi familia vive de las cosechas —se escuchó otra voz.
—¡Y
la mía! —gritó una mujer enjuta vestida de luto—. Tuvimos que vender la vaca
que nos dejó en herencia mi padre para pagar las deudas.
La
crispación entre los vecinos comenzó a crecer y las discusiones entre los que
pedían defender la ganadería y los que querían defender la agricultura se
fueron dividiendo en pequeños grupos que en breve llegarían a las manos.
De
la taberna del pueblo salió un forastero que se montó en su caballo. Antes de
partir, y llamado por el tumulto, se acercó a la muchedumbre. Se abrió paso con
su corcel hasta el letrero, y tras preguntarle a un aldeano que estaba próximo
al mismo, se dirigió al resto de los allí congregados.
—¡Yo
acabaré con La Bestia! —exclamó para llamar la atención de los presentes.
Cuando el bullicio fue disminuyendo, repitió su mensaje—. ¡Yo acabaré con La
Bestia! No será la primera ni la más fiera que venzo. Mi nombre es Ralph. Ralph
El Norteño me llaman por estos lares.
Se
escucharon susurros de aprobación y se vieron gestos de asentimiento. Algunos
afirmaban conocerlo y otros decían haber oído de sus trabajos.
—Yo
acabé con las Sierpes de Burgo Alto,
también me enfrenté al Uro de Portvalley
y salí victorioso ante la Hidra de
Tavarés. Me pondré a ello esta misma noche. ¡Que alguien me de cobijo para
descansar y alimente a mi caballo! —ordenó.
La
multitud se fue disgregando ya habiendo olvidado la discusión que tenían unos
con otros y poniendo toda su fe en el caza-recompensas. Un joven imberbe
conducía el caballo del nuevo héroe local a los establos de su familia,
mientras sus padres y alguna de sus hermanas mayores charlaban con él camino de
su morada donde le darían asilo el tiempo necesario.
Los
días y noches siguientes pasaron sin que nada reseñable sucediese en el pueblo
ni con sus vecinos, hasta que al amanecer del cuarto día el caza-recompensas
hizo acto de aparición en la plaza central del pueblo con un enorme lobo gris,
muerto, sobre la grupa de su caballo. Allí ante la admiración y los vítores de
los presentes lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó al suelo.
—¡Aquí
tenéis a La Bestia! —bramó—. La sorprendí cuando se acercaba al río. Un certero
disparo con mi arco acabó con su vida.
El
alguacil se acercó a estrechar su mano cuando bajó del corcel.
—Mil
gracias, Ralph. Tu gesta será cantada durante años. —Después le dirigió una
mirada temerosa al cadáver del animal—. Esta misma tarde el Duque te hará
entrega en persona de tu recompensa. Hasta entonces, come y bebe cuanto quieras
en la taberna, los gastos corren de nuestra cuenta.
Acompañado
de algunos hombres y varias jóvenes que querían merecer los favores del asesino
de La Bestia y corresponder su valentía con sexo apasionado, el
caza-recompensas entró en la taberna para saciar su apetito tras una larga
madrugada vigilando y esperando a La Bestia.
—Cerca
de donde abatí al lobo descubrí otras huellas, más pequeñas, de una manada
—anunció El Norteño tras apurar su
tercera jarra de cerveza—. ¡Voy a organizar una batida de caza esta misma noche
con todos los valientes que quieran acompañarme!
Dos
chicas le acariciaban los brazos, el cuello o la espalda. Una se le acercó al
oído para susurrarle algo, sin que los demás pudieran oírla.
—Por
supuesto que antes tengo tiempo para ti —dijo poniéndose en pie y cogiendo de
la cintura a la mujer—. ¡Y también para ti! —agregó agarrando a la otra fémina
con el brazo que tenía libre.
Los
tres pusieron rumbo a la parte alta de la taberna, donde se encontraban las
habitaciones para los pocos huéspedes que visitaban la zona.
A
media tarde, cuando el caza-recompensas roncaba en un camastro y algunos de los
que le habían acompañado a beber lo hacían sobre las mesas y asientos, un
aullido desgarrador quebró sus sueños.
—¡Es
el Macho Alfa! ¡Es el Macho Alfa! —gritaba El
Norteño a la vez que bajaba las
escaleras a trompicones—. ¡Una moneda de oro para todo aquel que esté en la
entrada del pueblo en cinco minutos. Sereno y armado!
Cuando
hubieron pasado los cinco minutos de rigor, Ralph se encontró con cuatro hombre
armados y dispuestos a dar caza al Alfa de la manada.
—Habrá
otra moneda más para todo aquel que regrese sano y salvo, y dos para las viudas
y familias de los que no lo consigan —prometió.
Los
cinco hombres se adentraron en el bosque, hacia el lugar del que afirmaban los
vecinos que había venido el aullido. Efectivamente, como habían dicho, en aquel
sitio había estado La Bestia, ya que había huellas de lobo, muy grandes y muy
profundas.
—Tiene
que ser enorme —exclamó uno de los hombres.
—Cincuenta
kilos, por lo menos.
Una
sombra se movió entre los árboles.
—¡Allí!
—gritó uno.
Casi
antes de acabar de hablar, del arco del caza-recompensas salió una flecha que
impactó contra la criatura que acechaba. Un leve quejido les indicó que había
hecho blanco.
—¡A
por él!
Los
cinco se internaron tras la arboleda en busca del lobo herido para rematar la
faena, sin embargo, lo que se encontraron fue algo que no hubieran podido
imaginar ni en sus peores pesadillas: habían caído en una emboscada lobuna.
Un
nutrido grupo de lobos le estaba esperando y les cerró el paso en cuanto
llegaron a su destino. Había demasiados para hacerles frente sin sufrir las
consecuencias, aún así Ralph empuñaba su arco apuntando en todas direcciones en
busca del Alfa. El resto blandía su espada o su hacha con poca convicción.
—No
quieren haceros daño —dijo una voz desde lo alto de un árbol—. Solo están
asustados y se defienden de vuestros ataques. Si tiráis las armas estoy segura
de que no os verán como una amenaza y se irán.
—¿Qué
sabrá una mocosa como tú? —le respondió El
Norteño. Quien hablaba era la muchacha del tatuaje en el ojo derecho.
—Es
la hija del druida —dijo uno de los hombres—. Su familia siempre se ha
comunicado con la naturaleza. Deberíamos hacerle caso. —Y dejó su hacha en el
suelo. El grupo de lobos abrió el círculo por donde estaba el hombre desarmado.
Otros dos hombres hicieron lo mismo y el círculo se abrió más.
La
muchacha bajó del árbol y se encaminó hacia ellos con los brazos abiertos y las
palmas de las manos bien visibles para que los lobos no la vieran como una amenaza.
—¿Veis?
—les dijo cuando llegó junto al grupo de hombres. Cogió el brazo del
caza-recompensas y le hizo bajar el arco. El otro hombre también depuso su
espada. La manada de lobos se fue de allí a la carrera dispersándose en varias
direcciones. El Norteño se quedó
mirando por donde se iba el mayor de ellos.
Cuando
se vieron a salvo del ataque, los vecinos del pueblo agradecieron a la hija del
druida se ayuda.
—Regresad
a casa con vuestras familias. Los lobos cazan conejos, ciervos y alguna cabeza
de ganado que se despista del rebaño, pero no atacan a los hombres si no se ven
amenazados.
Los
hombres recogieron sus armas del suelo y emprendieron el camino a casa. Todos
excepto Ralph El Norteño que,
mientras la chica hablaba, emprendió una carrera salvaje tras La Bestia, tras
el Alfa. Cuando la chica lo vio ya era demasiado tarde para detenerlo, pero,
aún así corrió tras él para detenerlo.
Era
ligera y rápida, pero eso no le bastó para llegar a darle alcance antes de que
entrase en la cueva que era la lobera del Alfa. El lugar era pequeño y estaba
iluminado por un tragaluz natural horadado en la roca. Allí lo vio apuntar con
su arco tenso y soltar la cuerda. Vio la flecha volar y escuchó la vibración de
la cuerda al recuperar su posición original. El proyectil se clavó en el
vientre del lobo que, en un intento de defenderse, se había lanzado hacia El Norteño. El cuerpo sin vida del
animal cayó a los pies del cazador que respiró aliviado.
—¡¡NOOO!!
—exclamó la muchacha al borde del llanto. Corrió junto al cadáver del lobo e
intentó cubrirlo con su menudo cuerpo para que el caza-recompensas no se
hiciera con él.
—¡Aparta,
niña! —le ordenó. Ella obedeció y se puso en pie respirando agitadamente—. He
matado al Macho Alfa y cobraré mi recompensa.
—Has
matado al macho, pero no al Alfa. No permitiré que te lo lleves. —La voz se le
había quebrado y parecía más grave que unos momentos antes. La semioscuridad de
la lobera no permitió ver al cazador que el cuerpo de la chica estaba empezando
a cambiar y se había hecho más grande.
—He
matado a La Bestia y me lo voy a llevar.
—¡Con
La Bestia te encontraste, muere ahora como mataste! —le dijo la chica con una
voz que era mitad humana mitad gruñido de lobo a la vez que se lanzó sobre él.
Le clavó unos colmillos lobunos en la garganta y se la arrancó de un solo
mordisco.
En
la lobera, la chica, convertida en una gran Hembra Alfa lanzó un aullido
desconsolado por la pérdida de uno de sus hermanos.
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