Por Evelia Garibay.
Ana revolvió por quinta vez el cajón en donde guardaba sus accesorios, el meticuloso orden con el que siempre tenía todo separado se había perdido desde hacía más de media hora, aretes revueltos con collares, pulseras mezcladas con los anillos y la desesperación creciendo dentro de ella con cada minuto que pasaba. Los anillos no estaban, esa era la verdad que su cerebro tenía que procesar…
Ana revolvió por quinta vez el cajón en donde guardaba sus accesorios, el meticuloso orden con el que siempre tenía todo separado se había perdido desde hacía más de media hora, aretes revueltos con collares, pulseras mezcladas con los anillos y la desesperación creciendo dentro de ella con cada minuto que pasaba. Los anillos no estaban, esa era la verdad que su cerebro tenía que procesar…
—Que
horribles son los bloqueos —pensó el escritor con las manos
suspendidas sobre el teclado de la computadora pero sin tocarlo— sentir a tus
personajes ahí pero que se nieguen a hablarte, tener todo esbozado; saber el
principio, el nudo y el final pero aun así sentir como las palabras tropiezan
unas con otras sin fluir en la dirección que deberían sin dejar que la historia
nazca y se desarrolle nutriendo la esencia de los personajes, haciéndolos más
fuertes con cada línea que se completa, con cada coma, punto y símbolo que le
da cadencia a las palabras y que crea un mundo nuevo para el escritor y para
sus lectores.
Leyó
las palabras en la pantalla del ordenador y suspiró sin saber cómo continuar el
párrafo que había empezado, Ana tenía meses dándole vueltas en la cabeza, una
mujer trabajadora de treinta y pocos años, mamá de dos niñas y a punto de
divorciarse de un hombre que había perdido el interés casi desde el día de la
boda siete años antes. La situación estaba muy clara dentro de su cabeza, el
anillo de compromiso y la argolla de matrimonio de Ana habían desaparecido,
casi sin pensarlo los dedos del escritor comenzaron a moverse sobre el teclado.
…tenía meses sin usarlos, con su
matrimonio desmoronándose a su alrededor no tenía mucho caso el pretender que
esos anillos significaban algo, al fin y al cabo Hugo tampoco usaba su argolla,
y a pesar de que una parte de su mente le decía que esos anillos solamente
representaban algo que ya no existía, otra parte estaba desesperada por
encontrarlos, eran el símbolo del amor que una vez había existido entre ellos.
Ana suspiró dándose por vencida y levantó la mirada para encontrarse con su
reflejo, lo que la hizo parpadear fue el no encontrarse con la mirada cansada
que veía siempre que se encontraba frente al espejo últimamente sino con una
mirada brillante de una Ana vestida con un hermoso vestido de novia, una Ana
que no tenía patas de gallo alrededor de los ojos ni líneas de expresión
marcadas en el rostro, era una Ana feliz, a punto de comenzar una vida al lado
del hombre al que creía amar.
Y aun así, cuando el reflejo comenzó a
hablarle sus palabras no fueron para animarla.
—De haber sabido que todo iba a terminar así
¿lo hubieras hecho de todos modos?
Porque hubo señales, y lo sabes, desde
antes que me pusiera este vestido blanco, todo estaba ahí clarísimo y decidiste
ignorarlo, ¿recuerdas?.
La cena no había sido muy romántica que
digamos, una cena común y corriente en un restaurante cualquiera y de repente entre la ensalada y el plato
fuerte, él saco una pequeña caja negra y dijo como si estuviera hablando del
clima, ahí está tu anillo ¿contenta? Y claro que lo estaba, por fin iba a salir
de esa casa de locos, por fin iba a ser una mujer casada, y sin dudarlo ni un
segundo apagó todas las alarmas que le avisaban que algo andaba mal, que la
entrega del anillo de compromiso tenía que ser algo más, algo por lo que los dos
se alegraran y no que se sintiera como si estaban cumpliendo un trámite, todas
esas voces las acalló en su cabeza y sonrió, iba a casarse y era lo único que
importaba.
Todo fue bien por un tiempo, el sexo era…
bueno, el sexo, cuando había, no era nada del otro mundo, no entendía cuál era
todo el alboroto que hacían las demás personas por algo que no era agradable, y
parecía que para él tampoco, era como si corrieran un maratón y quisieran
terminar lo antes posible, y después cada uno se volteaba hacia diferente lado
y dejaban un abismo entre ellos en la cama, y no es que lo hicieran muy
seguido, solo cuando sabía que podía quedar embarazada, porque una vez casada,
el siguiente paso eran los hijos y ella quería 3 así que tenía que empezar ya.
Entre el trabajo y la rutina de la casa
el tiempo pasó, hablaban de lo que era lógico para ella en el matrimonio, la
casa y las obligaciones de cada uno, él siendo el hombre tenía que mantenerla,
mantener la casa y hacerle compañía, quizá comenzó a exigirle más de lo que
podía dar, desde la primer semana después de la boda el viernes él se fue con
sus amigos y no llegó hasta las cuatro de la mañana y esto continuó durante
todo el tiempo que su matrimonio duró, en algunas ocasiones, cuando sus
llegadas tarde lanzaban a Ana por el borde del precipicio y las peleas y
reclamos se hacían más frecuentes, él cedía un poco y por algunas semanas no
salía, pero después de dos viernes de quedarse en casa las salidas se
reanudaban y todo volvía a ser igual.
Con cada pelea se distanciaban más, hasta
que un día Ana se dio cuenta de que estaba viviendo con un completo
desconocido.
La llegada de las niñas no mejoró nada,
al contrario, el abismo entre ellos creció mucho más, ella se dedicó en cuerpo
y alma a las gemelas; como siempre quería tenerlas cerca las acostaba con ellos
en la cama, al principio cabían los cuatro pero cuando las niñas comenzaron a
crecer expulsaron de la cama a Hugo y él se fue al cuarto de invitados, desde
que nacieron las niñas no volvieron a compartir la cama como marido y mujer y
en realidad ninguno de los dos lo intentó mucho.
Ana aun recordaba una conversación que
había tenido con su hermana antes de la boda, su hermana le preguntó si estaba
segura de que Hugo era “el indicado”, ella con todo el cinismo que le daba la
juventud le contestó que si no funcionaba se divorciaba y ya, al parecer había
decretado su futuro. Los anillos desaparecidos no hacían nada más que
confirmarle este hecho. Desde el principio, cuando las peleas subían de nivel y
Hugo realmente buscaba lastimarla siempre le echaba en cara la cantidad de
dinero que había gastado en los anillos y para Ana era lógico que lo primero
que Hugo intentara recuperar ahora que su matrimonio realmente estaba llegando
a su fin fueran los anillos, lo que no alcanzaba a comprender era por qué
hacerlos desaparecer en vez de simplemente pedírselos.
Ana se frotó los ojos y la imagen en el
espejo volvió a ser la real, claro que sabía que Hugo no iba a pedirle los
anillos porque ella le iba a decir que no, porque a ella le hubiera gustado
conservarlos como un recuerdo de lo que había sido, como algo que enseñarle a sus hijas cuando
crecieran y preguntaran por el amor de sus padres, para poder explicarles que
aunque ese amor se había acabado si había existido, pero ahora, con los anillos
desaparecidos ya no estaba segura si ese amor había existido alguna vez o si
todo se lo había inventado en su afán por conseguir la vida perfecta que le
habían inculcado desde pequeña.
El sonido del auto de Hugo al
estacionarse fuera de la casa la hizo volver a la realidad, se levantó de la
cama y se preparó para tener una de las pláticas más difíciles de toda su vida.
Comenzó a bajar la escalera lista para pedirle el divorcio a su marido.
El
escritor levantó las manos del teclado, por hoy había terminado. Sabía que no
era perfecto pero las ideas principales estaban ahí, quizá el bloqueo que tanto
temía estaba retirándose, decidiendo que después de todo aun no era tiempo de atraparlo entre sus garras.
Guardó
el documento y apagó el ordenador, por la mañana, cuando volviera a visitar el
mundo de Ana podría empezar a desmenuzar su vida, escribir con más detalle cómo
había conocido a Hugo, cómo había sido su relación de novios, detallar todos
los pormenores que se fueran revelando en su cerebro, todos los detalles que
Ana quisiera susurrar en sus oídos para que más adelante sus lectores
conocieran y aprendieran de la vida de
Ana, de sus errores y de sus aciertos. Aun no sabía si la historia de Ana iba a
ser un relato o si se iba a extender hasta ser una novela; una idea había
comenzado a insinuarse en su cabeza, quizá podría escribir la historia de Ana
como si fueran páginas de un diario en donde Ana relatara en primera persona
los pormenores de su vida… quizá…
Como
desafío se me pidió escribir un relato de género dramático con una extensión
mínima de dos páginas y máxima de cuatro.
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