Puso la pequeña caja envuelta en papel rosado
con impresiones a rayas negras bajo la chimenea. O tal vez fuera negra con rayas rosa…
Bueno no importaba mucho.
Dejó el paquete allí un segundo mientras buscaba en el
bolsillo la etiqueta, cuando escuchó unos pasos detrás de él. Por un momento
pensó que imaginó el sonido.
—¿Quién eres? —preguntó una voz aguda tras él.
Se giró con sobresalto y vio a la pequeña niña a la que
supuso pertenecía el regalo.
No dijo nada, desde que empezó en la compañía nunca lo
habían descubierto de aquella manera tan directa.
—Eres un… —siguio ella, puesto que él no tenía palabras
para justificar su intrusión en aquella casa— ladrón?
—¿Un ladrón?, ¡No! Yo no soy ningún ladrón yo…
—Mmm… Entonces ¿qué eres, y qué haces en mi casa?
—Soy Desconocido y no soy un ladrón.
—Pues los desconocidos no entran en las casas de los demás,
a menos que sean ladrones. ¡O un gato! Pero los gatos son lindos.
—Mira niña estoy cumpliendo mi trabajo, esto es para
beneficio tuyo, así que no estaría mal que vuelvas a la cama, vamos anda, los
niños tienen que dormir bastante si quieren crece...
—¡Un regalo! —exclamó la pequeña cuando divisó la caja
envuelta—, ¿Es para mi?
—Pues… si, ¡digo!, ¡no! —empezaba a ponerse histérico— ¡Aún
no puedes abrirlo! Tienes que esperar a que amanezca, como todos los niños
buenos.
—¿Por qué debería esperar?, ¡además que yo no soy como los
demás niños! —gritó, también exasperada.
—¡Shhh! ¿Es que piensas despertar a tus padres o qué?, no
sabes los problemas que tendría si me vieran.
La niña pareció no darle mucha importancia a lo que dijo.
—Entonces… ¿Eres un ladrón sí o no?
—¡NO!
—Bueno así que eres un ladrón que trae regalos… eso no
cuadra.
—Mira niña —dijo mientras cruzaba la habitación en
dirección a la ventana abierta de la sala de la casa—, el tiempo sigue
corriendo y ¡POR DIOS! ¡ya son las once y todavía me queda trabajo por hacer!
Así que me haces el favor y te vas a dormir.
—Oye pero no me trates así… Yo solo quería conocerte. —empezó
a llorar.
Esto no puede estar pasando… dijo en su cabeza mientras se frotaba las sienes para
intentar conciliar la paciencia.
—Ok, ok… te seré claro, te contaré todo sobre mí, o mas o
menos eso intentaré si me prometes que no le dirás nada de esto a nadie y luego
que termine te iras a dormir ¿quedó claro?
La pequeña, que vestía con una pijama amarilla pareció
indecisa y triste pero asintió al final sin protestar mucho.
—Bueno, esta bien.
—A ver… —¿Por dónde empezar? Tenía que
ser lo más breve posible—, soy una especie de… empleado, ¡sí! empleado. Es una
compañía secreta o al menos así debe mantenerse. Nos crían desde pequeños allí,
en el subterráneo, donde nos entrenan en el arte del ensamblaje y el sigilo. Y
a partir de los dieciocho años a cada uno se le asigna una zona específica en
el mundo para el Día del Juguete, no podemos casarnos, tener hijos ni familia,
solo vivir y morir para con el deber, fin. Ahora me voy.
—¡No!, ¡Espera! —la niña pareció no entender
nada —¿Cómo es eso de una compañía? ¿Los crían? No comprendo, o sea ¿Es un
trabajo eso de repartir juguetes?
—Claro niña ¿O quién crees que te trae los
regalos?, ¿Santa? —emitió una fuerte carcajada—, el pendejo ese no mueve ni un
dedo. Todo lo tenemos que hacer nosotros. ¡Todo!, el año entero la
pasamos haciendo juguetes hasta más no poder, y luego nos toca repartir lo
creado en el Día del Juguete. Solo para complacer a ese gordo imbécil y quedar
ante todos como “El hombre que reparte felicidad a los niños del mundo”,
cuando en realidad somos nosotros los que trabajamos como unas mulas bajo el
estandarte de un hombre gordo con todo el dinero del mundo que no nos deja
hacer más nada que trabajar.
—Entonces… ¿Santa si existe?
—Sí. Ahora me largo y dejo de existir para ti.
—dijo mientras salía por la ventana.
—¡No te vayas! —exclamó la pequeña que corría
hacia él—, Por favor, llévame contigo.
—No puedo, está en contra de miles de reglas
además, ¿para qué quieres venir?, ¿para trabajar como una burra? Créeme que no
es muy divertido. Además tus padres estarían muy preocupados si desapareces.
—Mis padres murieron cuando era muy pequeña y
desde entonces he vivido con mis tíos que son de lo peor, me pegan, me gritan y
me tratan mal. Por favor te lo suplico —la niña lloraba desenfrenadamente.
—Lo siento, cumplo con mi deber. —concluyó y
empezó a caminar en dirección a la calle con una bolsa negra sobre los hombros.
Que niña tan peculiar, se decía desde que salió de allí. No paraba
de pensar en ella. Nunca había tenido problemas con los niños, una que otra vez
alguno sonámbulo o con tanto sueño que no distinguirían una banana entre un
ramo de uvas. Pero lo que le parecía interesante es que nunca había entablado
una conversación tan larga con nadie.
Siguió casa por casa, dejando regalos aquí y
allá. Iba saliendo de una cuando se tocó el bolsillo y sintió algo.
—Me faltó la etiqueta… —murmuró a la noche. La sacó y se
quedó mirando el nombre— Patricia…Así que ese es su nombre.
Empezó a correr con la bolsa dando golpes a la espalda. Se sentía
terrible, no podía pensar siquiera en dejar un trabajo inconcluso.
Llegó a la casa y entró por la ventana como
había hecho antes. El paquete seguía donde lo había dejado, la niña ni siquiera
se había preocupado en abrirlo. Puso la etiqueta sobre una de las líneas negras
del estampado pero no se sentía satisfecho aún, le faltaba algo.
Escuchó un llanto en alguna parte de la casa; estaba seguro
que seria de ella. Se empezó a sentir mal. Tomó el paquete y se lo llevó bajo
el brazo.
Se detuvo frente a una puerta de madera que disminuía un
poco el llanto pero aun así retumbaba bastante en las paredes. Si sus tíos se
despertaban estaría en verdaderos problemas. Por un segundo se preguntó qué
estaba haciendo ahí en vez de seguir con su deber, no podía responderse a sí
mismo las preguntas que se planteaba.
Tocó la puerta antes de entrar. La niña estaba enrollada a
la almohada de su cama, bañándola de lágrimas en sonoros sollozos. Al escuchar
la puerta se sobresaltó, seguro que no esperaba volverlo a ver.
—¿Qué quieres? —preguntó con los ojos rojos abiertos como
platos.
—Te traigo un regalo —le puso la cajita frente a ella.
—Anda a ponerlo bajo el arbolito —lo tiró al suelo y se
abrió permitiendo al conejo de peluche que había dentro respirar un poco de
aire—, y sigue con tu trabajo.
—Pero… bueno está bien… ¿eso de ahí es una mesa de ajedrez?
—se sorprendió al ver una dentro del cuarto de esa niña, el ajedrez, aparte de
leer era su hobbie favorito.
—Sí, ¿por qué? ¿La quieres regalar a alguien?
—Seguro que te puedo ganar.
—¡No te creas mucho! —la niña esbozó una pequeña sonrisa.
Se sentó en una de las sillas y se le quedo mirando a los
ojos fijamente hasta que desistió de su momento de rabia y se acercó lentamente
al otro lado de la mesa.
No hablaban, se limitaron a armar estrategias, jugar, reír
y olvidarse del mundo y sus problemas. A las afueras retumbaban en el cielo los
fuegos artificiales.
—Jaque mate —dijo por fin la niña.
—No puede ser… —murmuró mientras veía un leve
brillo que entraba a través de las persianas— está amaneciendo.
—¿Te tienes que ir? —sonaba triste.
—No solo eso… me faltaron cientos de regalos
por entregar, ¡me van a matar!
—¿Y ahora?
—No puedo dejar que me vean, tengo que
escapar.
Ambos jadeaban, llevaban al menos una hora
subiendo aquella larga montaña y el peso de los morrales que habían llenado de
comida los estaban matando, la niña se detuvo a mirar.
—Que hermosa se ve la ciudad desde aquí. —dijo
con su voz aguda.
—No hay tiempo de detenerse, creo que ya habré
perdido la cuenta de cuantas reglas hemos roto ya. —se detuvo un segundo a
mirar también— tenemos que seguir y llegar a algún pueblo pequeño, conseguir
trabajo y ver cómo nos mantenemos. Creo que va a ser difícil y… —empezó a
llorar.
—Oye… No me has dicho tu nombre aún.
—No tengo nombre. Soy Desconocido ya te lo
dije.
—Pues no creo que nadie te crea que te llamas
así, necesitas un nombre, o algo así como un alias. ¿Cual te gustaría?
—Me gusta Robe, Robe Ferrer, alguna vez lo vi
en un regalo y me gustó.
—Un gusto Robe, yo soy Patricia pero ahora
seré… ¡Alicia! Sí, ese mismo. Ahora párate y vamos.
—¿A dónde vamos a ir? No sé como lleva la vida
la gente común.
—Yo tampoco, nadie lo sabe. ¿O acaso crees que
existen los manuales que enseñan a vivir?, el futuro es impredecible y a veces
trae cosas buenas y cosas malas, cambios inesperados y muchas cosas más. A
veces lo mejor es dejarse llevar por la vida.
—Vivo en un subterráneo comandado por un obeso
donde no hay mucho que hacer, ¿cómo esperas que te entienda?
—Pues vamos a averiguarlo, Robe. —concluyó y
le estiró la mano para que se levantara.
Emprendieron la caminata otra vez montaña
adentro, habían descansado un rato entre la pequeña charla que tuvieron y se
sentían con algo más de energía. Pensaba en muchas cosas; en lo mal que había
dejado su labor, en las reglas rotas, pero por un momento no le importó, no le
importaba nada ya, simplemente dejarse llevar por sí mismo, hacia donde sea que
el destino los fuera a deparar.
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