I
Los teléfonos de su casa no paraban de sonar para invitarlo a
programas de televisión, de radio, entrevistas en el diario de mayor
circulación de la ciudad argentina de Rauch, lugar donde lo vio nacer. Todos
querían una primicia de los próximos trabajos que estaba por publicar, qué idea
estaba rondándole. Ansiosos de saber de la vida de ese talentoso escritor como
lo es Juan Esteban Bassagaisteguy. Había trascurrido diez meses desde el lanzamiento
de su libro “Historias de Azotea” y el éxito estaba en pleno apogeo.
Sentía en su fuero interno un deseo inmenso de seguir escribiendo
hasta que se les gastaran las huellas dactilares. Pero cuando llegaba a su
hogar y encendía la PC, todo se esfumaba, como si le hubiese deslizado un interruptor.
Sentado frente al monitor con la página de Word
en blanco y el puntero titilando, taladrándole los ojos, deseaba que esa
“puerta de siete cerraduras” se abriera y dejara salir las cantidades infinitas
de historias que hacían vida en su mente.
A pesar de esos diez tortuosos e insomnes meses, la página en blanco
le decía presente aún.
Los preparativos para la navidad lejos de relajar y hacer fluir las
letras a Juan, lo presionaban y su espiral lo ahogaba poco a poco. Se exigía
cada vez más, deseaba demostrarse que ese éxito no había sido casualidad.
II
— ¡¡¡ Navidad, navidad, blaaaanca naaaaviiidad…!!!
La algarabía de los tres hijos y Mariana (su esposa) armando el
árbol de navidad y cantando villancicos, inundaba toda la casa. Para la mayoría
de las personas, es la época donde los buenos deseos y la alegría están a flor
de piel. No importa si están jodidos hasta el cuello, los otros once meses del
año, la magia surge como si tuviera vida propia.
Pero esa magia se negaba a entrar en el estudio de Bassa…
Había probado todos los métodos recomendados para salir del llamado
bloqueo de escritor: escribir en otro sitio, darse una ducha y cambiarse de ropa
para empezar de nuevo, leer más de lo que estaba acostumbrado, ver películas
con más frecuencia, contarle a algún ser inanimado o imaginario qué era lo que
estaba tratando de escribir, jugaba fútbol con sus amigos más de lo habitual…
pero nada de nada.
Sentado en su estudio, recordó la última vez que tuvo un bloqueo y, por
coincidencias de la vida, había sucedido en una temporada navideña pero hacía
ya diecisiete años. No recordó la causa, pero si el remedio que encontró para
librarse de el: un paseo y un encuentro.
Aún guardaba el morral y el block
de notas que había llevado a ese paseo a “El Castillo de Egaña”; una mansión
(abandonada desde mucho tiempo) construida entre los años 1918 y 1930. Ubicada en Rauch a
unos 275 kilómetros de Buenos Aires – Argentina.
III
Ese día cansado de no hacer nada, tomó su morral, una botella con agua,
algunas provisiones, un block de rayas, dos lápices afilados, un sacapuntas y
un borrador nuevo. Se encaminó a esa vieja mansión de visión lúgubre y descuidada
pero que para Bassa surtía un efecto tranquilizador, necesario para aquietar su
mente y su corazón.
En todo el partido de Rauch, la época navideña se sentía en cada esquina y él
se concebía como un grinch. No le importaban las sonrisas y las risas inocentes
de los niños que se portaban bien, para que “San Nicolás” le trajera el regalo
que deseaban. Las personas con su árbol de navidad en mano, bolsas repletas de
regalos, paseaban a su lado.
Bassa los observaba sin ver y los oía sin escuchar, solo tenía en mente su
destino.
Al abrirse camino por el sendero y al ver a unos pocos metros al Castillo,
sonrió. Una sonrisa pura y simple… como lo son las mejores cosas de la vida.
Faltando pocos metros, notó unos resplandores que provenían del piso de
arriba. Intrigado, apuró el paso tratando de explicarse qué serian esas luces.
Arribó a la planta baja jadeando, las gotas de sudor bañaban su rostro y
cuando alzó la vista a la ventana de la torre, vio una silueta que resaltaba en
cada resplandor. Tenía en su mano derecha un artefacto que Bassa no lograba
descifrar qué era. Subió con cuidado las maltrechas escaleras y al llegar al
rellano una voz a su espalda lo saludó.
—Buenas tardes —dijo la silueta, que resultó poseer una sonrisa radiante y
una mirada pícara y profunda—. Discúlpame si te asusté, mi nombre es Mariana.
—Hola, el mío es Juan —saludó, con los ojos abiertos de par en par y el
corazón palpitándole a mil por hora.
Vio la cámara fotográfica en la mano derecha de Mariana. Ella notó que la
pregunta iba a salir de la boca de Juan
y se le adelantó.
—Vengo acá a tomar fotos para una tarea del colegio, me enamoré de este
lugar desde que lo vi la primera vez —Caminó hacia la ventana.
—Yo, yo… ya me enamoré, te entiendo perfectamente —logró balbucear mientras
la veía atarse una cola de caballo.
Mariana se volvió y lo invitó a ver el atardecer desde la ventana.
Dentro de la cabeza de Juan Esteban las cerraduras empezaron a ceder una a
una. La puerta se abrió lentamente y todo fluyó. Había encontrado la dueña de
las sietes llaves.
IV
Fuera la cena estaba lista y llaman
a Juan. Salió del letargo en que se había sumergido. Sonrió cuando vio en la
página de Word, el nombre de Mariana escrito en todas las
líneas y entendió que la salida que buscaba, estaba llamándolo para cenar y
agradeció el regalo de Navidad que le habían entregado sin pedirlo.
Salió del estudio, abrazó a su mujer
y la besó. Mariana gratamente sorprendida le preguntó
—¿Todo bien? —dijo mientras
acomodaba los platos sobre la mesa.
—Ahora si… todo perfecto. Feliz
Navidad, mi amada cerrajera.
Mariana lo vio con cara de no
entender nada. Toda sonrisa ella, toda alegría.
Juan Esteban, que no necesitaba
explicarle nada, la amó aun más.
Fin…
Una belleza el mostrarnos que lo mas querido es lo que nos rodea. LA MUJER, LA FAMILIA. El resto sobra. Vivir en el amor nos llena de fortuna.
ResponderEliminarHermosa historia!!! A veces no apreciamos como debiéramos lo que nos rodea por el devenir de la vida. El desenfrenado pasar de los días atentos a tantas cosas que podrían esperar, nos aleja de lo verdaderamente importante. Es bueno tener la oportunidad de detenerse y encontrar ese motor que nos mueve como personas. Muchas Felicidades Juan!!! Extiende mis saludos a Mariana!!! Dios los bendiga a Uds. y vuestra flia.!!!
ResponderEliminarJuan Bassa dice: ¡Gracias por tus palabras, María del Carmen!
EliminarLas loas son todas para el/la autor/a que me obsequió tan lindo cuento en esta Navidad, y cuya autoría permanecerá anónima todavía por unos días. Ha sabido captar el sentimiento familiar como lo más importante, sin dudas.
Gracias por tus saludos, se los haré presente a Mariana; retribuidos los mismos, claro :)
¡Y Feliz 2014!