Por Robe Ferrer.
Por fin había encontrado trabajo después de tanto tiempo buscando.
Por fin había encontrado trabajo después de tanto tiempo buscando.
Menuda vida: casi veinte años
estudiando para luego irse directo a la cola del paro. Después haces cursos y
más cursos y te reciclas una y mil veces hasta que, por fin, tienes la primera
oportunidad de demostrar que tus años de estudio sirven de algo.
Había tenido la entrevista personal
con el jefe de recursos humanos de la empresa dos días antes y me había dicho
que ya me llamarían. Evidentemente, no pensaba que fueran a hacerlo. Había
escuchado aquella frase tantas veces que había perdido todo el sentido para mí.
Sin embargo, ahí estaba, en mi nuevo puesto de trabajo sentado tras una mesa y
frente al monitor de un ordenador que no dejaba de escupir datos para que yo
los ordenase y los colocase en tablas de tal forma que tuvieran algún sentido.
Mi mesa está cerca del despacho del
jefazo. No sé si eso es bueno o es malo, pero allí me encontraba yo, a escasos
metros de su puerta. Estaba tan cerca que le podía escuchar hablar con su secretaria
personal. Sin embargo, lo que no podía hacer era verlos. Las cortinas siempre
estaban echadas y era imposible ver nada hacia el interior de aquel despacho.
A la hora de la salida vi a mi jefe.
Salía de su despacho cuando yo me levantaba de mi mesa. Me acerqué a él para
saludarlo. Consideraba que era lo correcto en mi primer día de trabajo.
—Buenos días, señor —le dije
acercándome por su espalda—. Soy Emilio, el nuevo administrativo.
Aquel hombre se giró hacia mí y me
sorprendió al observar que se trataba de una persona invidente. Jamás pensé que
el jefe de aquella gran empresa pudiera ser ciego. Ahora entendía porqué su
secretaria le leía una y otra vez los correos electrónicos recibidos y cada
poco le repetía lo que él le acababa de dictar.
—Bienvenido. Espero que te sientas
como en tu casa. Ahora si me disculpas, tengo prisa por ir a comer, esta tarde
tengo una reunión importante y aún me falta mucho por preparar.
—Sí, sí, por supuesto.
Me separé de él y me fui a casa, a
disfrutar de mi tiempo libre.
Aquella tarde no dejé de pensar en
mi nuevo trabajo. Estaba eufórico, como un niño en su primer día de colegio.
Nervioso por las cosas nuevas, con miedo ante ellas, pero ilusionado por
aprender todo lo que pueda.
Al día siguiente la cosa no fue muy
distinta. Colocar los datos en las tablas correspondientes. Así una y otra vez.
Abrir emails y pasar los números que venían en los archivos a las tablas. Así
una y otra vez. La verdad que era un trabajo monótono y aburrido; pero a fin de
cuentas era un trabajo.
Poco después de las nueve llegó el
jefe y entró en su despacho. Al ver que llegaba lo saludé y él me devolvió el
saludo. Unos minutos después, escuché a su secretaria leerle un correo.
No la había visto entrar aquella
mañana, quizá tuviera un horario diferente al mío. Yo solo trabajaba por las
mañanas. Ella seguramente trabajase a jornada completa.
Después silencio. Los email se
acabaron y la secretaria dejó de hablar.
Según iban pasando los días, aquella
voz fue formando parte de mi vida. Me gustaba imaginar como sería aquella
chica. Me la imaginaba joven, con el pelo largo, un cuerpo de infarto y una
cara angelical.
Llevaba allí una semana y no la
había visto aún. Llegaba antes que yo y se iba más tarde. Hubo un par de días
que me decidí a esperarla en la puerta del edificio, pero pasadas varias horas,
decidí irme. Aquella espera no tenía sentido. No sabía como era; lo único que
conocía era su voz, ¿y qué iba a hacer?, ¿obligar a todas las mujeres a que
hablaran cuando salieran de allí? No podía hacer aquello. Mi única oportunidad
de conocerla era esperarla en la puerta del despacho, pero no podía quedarme
allí mucho más allá de mi hora de salida sin llamar la atención.
De momento tenía que conformarme con
escuchar su voz. Incluso en alguna ocasión fingía ir al lavabo para echar un
vistazo al interior del despacho del jefe, pero no podía ver nada, siempre
tenía la puerta cerrada y si la dejaba abierta, lo único que veía era su cara y
su bastón blanco apoyado en un esquinazo de la mesa. Ni rastro de la muchacha.
Tenía una voz realmente dulce y
sensual. Estaba enamorado de aquella voz. Incluso, en ocasiones, fantaseaba que
nos encontrábamos los dos solos en algún lugar paradisíaco y ella me susurraba
palabras al oído. Aquello me hacía sentir cachondo, hasta tal punto que alguna
vez tuve que ir a masturbarme al baño.
La gran mayoría de las ocasiones,
mis fantasías se veían interrumpidas por los gritos que el jefe le dirigía a
Alice. Así era como yo la había bautizado. Me había parecido escuchar en alguna
conversación que el jefe la llamaba Alice, pero aunque no estaba seguro que se
tratase de ella, decidí que aquel sería su nombre.
—En conclusión, los beneficios del
trimestre han sido superiores a los del año anterior durante el mismo periodo
—le dictaba el jefe—. Léeme lo que te he dictado.
—“En
conclusión, los beneficios del trimestre han sido superiores a los del año
anterior durante el mismo periódico”.
—¡NO, NO, NO! Eres una inútil que no
sirve para nada. Ni siquiera eres capaz de escribir lo que yo te dicto. Estoy
harto de ti y de tus errores.
La pobre Alice no respondía nunca a
aquellos gritos y con la misma paciencia y calma repetía lo que el jefe volvía
a dictarle.
Había interiorizado su trabajo como
si fuese una esclava que tenía que callar ante lo que su jefe le decía y
soportar los insultos y vejaciones. El jefe tenía el poder y la sabiduría
suprema. Ella tenía que aceptar todas y cada una de las órdenes del jefe sin
cuestionarlas.
Tras varios meses escuchando las
broncas e insultos que el jefe le dirigía a Alice, decidí que tenía que hacer
algo. No podía soportar más aquella situación. No podía ser que Alice aguantara
aquel tormento por más tiempo, por muy interiorizado que lo tuviera.
Sin más, una mañana, después de que
el jefe le hubiera gritado en diversas ocasiones a Alice, por pequeños errores
en la escritura de sus dictados, no aguanté más. Me levanté de mi sitio, me
acerqué a la puerta del despacho y la abrí de una patada.
No sé como reaccionó el resto de la
gente de la oficina, me imagino que se sorprenderían y algunos hasta se
asustarían.
—¡YA ESTÄ BIEN! —grité en cuanto
puse un pie dentro del despacho. Sin embargo, el resto de palabras que había
ideado mi mente se perdió en la nada en aquel preciso instante.
En el despacho no había nadie más que
mi jefe, sentado en un gran sillón frente a la pantalla de una computadora. En
una esquina de la mesa, reposaba su bastón blanco.
—Pero qué demonios… ¿Quién osa a
entrar en mi despacho gritando y dando golpes? —preguntó. Yo me encontraba mudo
de la sorpresa—. Alice, identifica a esta persona.
En la pared, a la altura del techo,
la lente de una cámara de seguridad enfocó hacia mí y una luz láser de color
rojo parpadeó un par de veces. Indudablemente estaba escaneando mi tarjeta de
empleado.
—Emilio Carlos Agliardi.
Administrativo. Puesto nueve. Planta cuatro —recitó la computadora con la
sensual voz de Alice.
—¿Es una computadora? ¿Alice es una
maldita computadora? —pregunté retóricamente.
—ALICE 3.0 es la mejor
computadora-guía para personas invidentes —puntualizó mi jefe—. Y ahora, si es
tan amable dígame que desea y abandone enseguida mi despacho, tengo mucho que
hacer.
Sin decir nada más, me acerqué hasta
la esquina de su mesa y así el bastón que le ayudaba a no tropezar con los
muebles y comencé a descargar golpes contra el monitor que coronaba la mesa. A
cada bastonazo que le daba, una oleada de chispas saltaba desde su interior.
Mi jefe, asustado gritaba y
preguntaba a alguien que no encontraba allí, qué era lo que estaba sucediendo.
Minutos después, había acallado
todas las palabras de su estúpida computadora para siempre.
El personal de seguridad me retuvo y
me propinó una buena paliza pensando que quería agredir al jefe. Nada más lejos
de lo que realmente sucedía.
Dos semanas después, he salido
del hospital y me encuentro en mi casa solo y sin trabajo. Sin embargo, mi
soledad durara poco. Esta misma mañana he encargado por Internet una
computadora ALICE 3.0 con asistente de voz para personas invidentes.
Fin
Una narrativa interesante.
ResponderEliminarProtagoniza un esquizoide de baja autoestima incapaz de lograr el ideal amoroso de tener el cariño de pareja y lo traspola a una desconocida a la que idealiza por meramente escuchar su dulce voz. Crea una leyenda en su mente en la que su jefe es el peor villano por regañar con severidad a su secretaria, que es ésta misma mujer de la voz.
Finalmente estalla al escuchar una de éstas regañadas y su loco interno entra pateando puertas dispuesto a defender a la dama con uso de violencia.
Pero al entrar resulta que no existe tal dulzura de mujer, sino que en realidad la de la voz era una computadora. Y al ver ésto llega a tal frustración que destruye el privado del jefe , mordiendo así a la mano que lo alimenta.
Esto último ya culmina la sospecha y dudas que teníamos acerca de éste demente.
Y es fuerte porque revela un espejo que ha visto reflejarse legiones de tipos así.
Como nota triste pierde su oportunidad de salvarse al entrar derribando la puerta. Hubiese bastado con la verdad, el jefe habría reído y hasta le pudo haber cobrado aprecio y admiración.
Pero no hubo tal suceso, sino que consistente en la negación de su realidad, termina iniciando una relación amorosa con una computadora igual a la del patrón. Que frustración para quien en realidad anhela tener una mujer.
Es interesante pero el protagonista atrae desprecio y no alcanza ni el papel de antihéroe.