Por Carmen Gutiérrez.
—¿Su nombre?
—¿Su nombre?
—Oiga, ya se lo dije al otro agente.
—Pero a mí no ¿su nombre?
—Ramón Navarro.
—Muy bien, señor Navarro, soy el agente
de investigaciones especiales Rodrigo Cabrera y espero que juntos podamos
resolver esto —dijo encendiendo un monitor donde un video empezó a reproducirse
por un segundo, lo detuvo y se encaró a Ramón—. Sabemos que estuvo en Cataure,
y que usted fue la última persona en ver al señor Néstor Cortez con vida. Si
usted coopera es posible que muchos de los cargos que se le imputan se puedan
pasar por alto.
Ramón se quedó pensativo por unos
segundos. Todo se había torcido al llegar a Cataure y ahora era (analizando el
modo en que lo trataban) sospechoso de asesinato. Por un momento consideró
callar todo lo que había sucedido, pero algo en la mirada de Cabrera le dio un
escalofrío. El agente también estaba cagándose de miedo.
—Está bien —dijo resignado.
—¿Qué hacían en Cataure?
—Investigábamos.
—¿Qué investigaban? —preguntó Rodrigo.
—¿No me diga que no se lo imagina? —Ramón
se dejó caer contra el respaldo de la incómoda silla de interrogatorios.
—¿Qué investigaban? — volvió a preguntar
el agente, estoico.
—Néstor escuchó una historia hace unos
meses acerca de la ciudad de Cataure. Decidimos venir a buscar información ya
que encontramos muchos huecos en la versión oficial y los registros de gobierno.
En la oficina de Población un contacto nos dio los datos de la Dra. Darla
Guzmán, la directora del Centro Psiquiátrico de Colima.
El agente levantó una ceja y su cuerpo se
puso en alerta pero le hizo una seña para que continuara.
—Oiga, esto sería mucho más sencillo si
pusiera el video, es muy difícil pasarle toda la información; tengo la cabeza
revuelta y aún no me he recuperado —dijo Ramón llevándose la mano a la nuca.
Rodrigo asintió y le acercó el portátil,
dejando que Ramón abriera carpetas y localizara archivos. Cuando Ramón abrió un
video en particular, el agente se acercó a él para ver mejor.
La pantalla mostraba la Dra. Guzmán
sentada en su amplio escritorio de roble, con su bata de médico y su cabello
entrecano recogido en la nuca se veía imponente, sin emoción alguna en su
rostro, sus ojos se movían inquietos, dudosos. El audio comenzó con el ruido
típico de un jardín de manicomio. A Ramón le dio otro escalofrió.
«—La verdad es que en Cataure sucedieron
muchas cosas y de una manera totalmente distinta a la versión oficial. La
ciudad se evacuó con el pretexto de que un agente de gran contenido radioactivo
se había filtrado en el agua potable. La ciudad, como ustedes saben, se quedó
desierta y así ha seguido hasta hoy.
—¿Cuál
es la realidad en esta evacuación? —pregunta
la voz “profesional” de Néstor fuera de foco.
—La
gente comenzó a presentar cuadros de esquizofrenia… podría decirse… colectiva.
De pronto los hospitales comenzaron a recibir pacientes afectados con crisis
nerviosas. La mayoría sufría alucinaciones y delirio de persecución a tal grado
de llegar a atacar a sus familiares.
—Y
¿no era, como dice la versión oficial, un agente radioactivo el causante de
esto?
—No
—contesta tajante la doctora—. Hay testimonios de los mismos pacientes y
familiares afectados de que algo muy raro sucedió en aquel entonces. Yo era una
niña, casi una adolescente cuando nos ordenaron evacuar.
—¿Cuántas
personas se vieron afectadas por esto?
—Más
de mil quinientas —dice la doctora
después de una pausa—.La mayoría fue
exterminada.»
Por un momento sólo se escucha el ruido
de fondo, la cámara se mueve hasta enfocar a Néstor que mira a Darla con cara
de incredulidad, después gira para mostrar a la doctora en la pantalla.
«—Por el gobierno —agrega la doctora—. Niños, adultos
y ancianos que habían sido diagnosticados con lo que llamaron en código “La
fiebre de Cataure” fueron exterminados en una noche.
—¿Cómo
puede ser? —exclama la voz de Néstor,
de nuevo fuera de foco.
—Con
un movimiento militar que habría dejado pasmado a Estados Unidos. Los pocos que
lograron escapar fueron localizados y recluidos en diferentes centros de salud,
alejados de sus familiares, disfrazados con diagnósticos exagerados para sacarlos
del radar. Hay un caso en particular, el paciente cero. Sus padres lo sacaron
de Cataure antes de que fuera peligroso. Tardé años en localizarlo.»
Ramón pausó el video y se dirigió a
Cabrera.
—Ella nos presentó con un anciano de
unos sesenta años, el señor Marvin; nunca supimos si era su apellido o su
nombre. Pudimos entrevistarlo, pero al haber sido ingresado como paciente
necesitábamos la autorización de algún familiar para grabarlo. Néstor era muy
estricto con esas cosas. El señor Marvin aseguraba que todo había comenzado con
las ranas menguantes.
—¿Ranas menguantes? —preguntó Cabrera.
—Sí, Néstor le preguntó a qué se
refería. Menguar es disminuir. Sin responder, Marvin tomó una naranja y la
peló, nos señaló la piel sobre la mesa y dijo: menguar. Luego separó los gajos
y señalándolos uno por uno dijo: rana, rana, rana, cada vez que tocaba un gajo.
Dedujimos que las ranas menguaban la dermis y luego se multiplicaban, las
nuevas ranas eran más grandes, el doble de tamaño que sus predecesoras, luego
menguaban la piel y se multiplicaban de nuevo. Algunas ya tenían el tamaño de
un perro cuando Marvin las vio. Según la doctora…
—¡Esas son pendejadas! —interrumpió el
agente golpeando la mesa con el puño— Usted y su amigo Néstor Cortez
traspasaron los límites de la ciudad de Cataure a pesar de todas las
restricciones, desaparecieron por tres días y ahora su amigo está muerto.
¡Necesito que me explique esto! –enfatizó golpeando el monitor con el índice.
El video comenzó a correr. Se ve la
ciudad desierta, sin luces, sin señales de vida. La cámara, manejada por Ramón,
graba la espalda de Néstor mientras éste narra lo que van encontrando. «Aquí hay una escuela… da mal rollo» Siguen
caminando hasta un edificio que al parecer era un hospital. «¿Entramos?» pregunta la voz de Ramón y Néstor
asiente «Nada más no me dejes solo, esto
me pone de pelos» responde nervioso. Con casi un metro noventa de estatura,
cabello largo y una barba que le llega hasta el pecho, Néstor Cortez se ve
asustado.
La puerta del hospital rechina en
un lamento que traspasa los huesos. El lugar está oscuro, frío, mohoso. Las
paredes despellejadas reflejan a duras penas la luz del reflector manual de la
cámara. Cortez se vuelve y sonríe «No
quiero imaginarme estar aquí de noche… graba eso» dice señalando una puerta
de un quirófano. “Ahí vienen las ranas”
está escrito con pintura verde. «¡No
mames! es lo que dijo Marvin» dice Ramón en un susurro. La grabación
continúa a medida que avanzan por el pasillo. Algunas puertas están abiertas,
otras clausuradas. Néstor camina despacio y señala un muro blanco con letras
verdes, igual que en el quirófano “Detrás
de ti” se alcanza a leer. La cámara gira y Ramón enfoca el pasillo vacío.
Se escucha un golpe y un grito de Néstor, la pantalla se agita en un movimiento
rápido y se alcanza a distinguir a Cortez cayendo al piso. Ramón grita. «¡Corre!» grita Néstor. La cámara cae al
suelo y enfoca solo los pies de Ramón mientras huye del lugar. El video se
detiene.
Cabrera esperó a que Ramón
hablara, pero este parecía estar en shock, tenía la cabeza baja y los ojos
cerrados. El agente se alejó un poco y miró alrededor. El equipo médico estaba
listo para entrar en caso necesario.
—Creí que venía detrás de mí —dijo
Navarro por fin—. Creí que alguien nos perseguía. No podía dejar de
correr…cuando llegué a la ciénaga vi que estaba solo. Traté de regresar y
encontrarlo, pero pensé que Néstor me estaría buscando y no quise moverme. Al
caer la noche regresé a buscarlo pero no encontré el hospital ni nuestro auto.
Decidí salir por ayuda y me perdí en los pantanos. Ustedes me encontraron
cuando ya no podía moverme.
—¿Ha
visto el cuerpo de Néstor Cortez?
—Lo despellejaron —dijo Ramón
asintiendo—. Antes de interrogarme me llevaron a identificar el cuerpo.
—Así es, amigo mío. Lo menguaron —aclaró
Rodrigo sonriendo.
Navarro soltó un gemido. Los ojos
del agente se habían vuelto acuosos y parecían salirse de sus cuencas, su piel
estaba tornándose verde y su camisa blanca se llenaba de manchas viscosas.
—A esta hora el forense estará
esperando a que multiplique —agregó la cosa en la que se había convertido el
agente, justo antes de que Ramón se desmayara y el equipo médico entrara en la
sala.
Fin
Es un cuento muy dinámico, expone algunas paranoias contra policías,ranas,los riesgos de mutar,los despellejamientos la posibilidad de incurrir en falla sexual o el perder la memoria. Pero no hay de que preocuparse .Hoy por hoy muchos sufren síntomas peores. Conozco a quienes viven con terror al colesterol, y no satisfechos nos intentan arrastrar hacia sus miedos.
ResponderEliminarPudiése ser clasificado como terror cómico.
Creo que por querer festejar el comentario me pasé de la raya. Pido disculpas aclarando no intentar descalificar, al día siguiente de escribir esto amplié lo aquí expresado en otro post que tienes con tema ranas menguantes pues en las prisas lo confundí con éste.
EliminarSoy merecedor de 70 latigazos pero no creo en flagelarme pues es en extremo doloroso. Un abrazo.
Tanto como latigazos no, jajaja Gracias por la opinión, todo se aprecia
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