Por Vanesa Ian.
Era la noche del dos de agosto en las afueras de Bariloche, una de esas noches que son frías, pero a la vez reconfortantes, cuando la vida te premia y estás dentro de una gran estancia, con el hogar rebosante de leños crepitantes y viendo caer la nieve detrás de un gran ventanal.
Era la noche del dos de agosto en las afueras de Bariloche, una de esas noches que son frías, pero a la vez reconfortantes, cuando la vida te premia y estás dentro de una gran estancia, con el hogar rebosante de leños crepitantes y viendo caer la nieve detrás de un gran ventanal.
El cumpleaños del abuelo había empezado a la
mañana, con la llegada de todos los parientes que pudieron concurrir, los
cuales no eran pocos. El Toto, apodo cariñoso con el que lo llamaban todos y
especialmente sus siete nietos, cumplía noventa años.
La
mayoría de los invitados se estaban yendo, solo quedaban los que vivían muy
lejos o en otras provincias. El abuelo, a pesar de sus recién cumplidos
noventa, no dejaba de darle a la lengua, hasta que una de sus hijas llamó
disimuladamente a sus dos nietos mayores.
̶ ¿Podrían
acostar a su abuelo? ̶ preguntó Nancy, la única solterona de la familia, a la
que en secreto le decían “la chupa cirio” porque se la pasaba en la iglesia y
no dejaba de dar órdenes a diestra y siniestra.
̶ Pero si recién
son las diez de la noche tía, dejemos que disfrute un poco más su día ̶ repuso
Ezequiel, el menor de los dos.
̶ Para ustedes
será temprano chicos, pero no olviden que su abuelo acaba de cumplir noventa
años y se cansa con facilidad, no quiero terminar la noche en urgencias ̶
contraatacó Nancy.
̶ Si tía, ahora
lo llevamos, no te preocupes ̶ terció Facundo, el mayor de todos, el que sabía
mejor que nadie que discutiendo con “la chupa cirio” no se lograba nada.
Se acercaron a su abuelo, quien en ese
momento se hallaba sumergido en una gran discusión con su cuñado sobre quien
ganaba el campeonato de fútbol local.
̶ Vamos a
acostarte abuelo que ya es tarde ̶ dijeron al unísono Ezequiel y Facundo.
̶ Seguro los
manda la aguafiestas de Nancy. ¡Son dos gobernados! ¡Uno veintiséis y el otro
treinta años! ¡Qué vergüenza!
̶ No abuelo,
queremos que nos cuentes la historia que nos debés desde que éramos
adolescentes. ¿Te acordás? ̶ dijo Facundo, aunque hacía más de diez años que no
pensaba en eso y siempre había creído que era un mal chiste para asustarlos.
̶ ¿Cuál? ¿la del
Führer? ̶ preguntó Ezequiel con una sonrisa dibujándose en las comisuras de su
boca.
̶ La del Führer
no, él es uno de tantos, la historia es la del Dragón de fuego, así debería
llamarse. Vamos que ya es hora de que se la cuente, ya están mayorcitos ̶
respondió Toto pensativo.
̶ Exactamente
esa abuelo ̶ respondió Facundo, no podía creer que por algo que se le ocurrió
de repente, surgiera esa historia olvidada que tanto había deseado escuchar en
su adolescencia.
Fueron hasta la habitación, lo ayudaron
a ponerse el pijama y lo acostaron. Muy oportunamente Ezequiel preguntó:
̶ ¿En serio abue
Toto nos vas a contar esa historia?
̶ Claro, son mis
nietos, solo les pido discreción y que abran su mente. Lo que les voy a contar
va más allá del sentido común.
̶ Estaremos muy
atentos abuelo ̶ contestó Facundo ansioso.
El abuelo, que desde hacía años esperaba
el momento adecuado y nunca lo encontraba, temiendo que lo tildaran de viejo
chocho o en su defecto de loco, empezó a contar…
̶ Solo voy a
pedirles que no me interrumpan, excepto que sea necesario o no entiendan algo,
aunque me temo, que mucho no van a entender ̶ dijo sonriendo ̶. Como ya saben,
toda mi vida viví aquí. Antes esto era casi un páramo helado, solo había
algunas chacras, una de esas era la de mi familia, lo que es esta estancia hoy.
Criábamos ganado ovino, al igual que hacemos ahora, solo que en menor medida,
los tiempos de antes eran diferentes chicos. Un día, siendo un muchacho de 22
años, conocí a una chica muy linda que vino a vivir a unos kilómetros de
nuestra chacra. Su nombre era Elizabeth Blumberg. Se comentaba que era una
refugiada de los campos de concentración de Auschwitz, era un secreto a voces.
Acá mucho no se hablaba de la guerra, pocos tenían radio y el diario con suerte
lo veías una vez al mes. No tardé mucho en hacerme su amigo, me importaba un
carajo lo que dijeran, en ese momento creí estar enamorado… ¡No me miren con
esa cara de tontos! ¡Después conocí a su querida abuela que en paz descanse! ̶
gritó el abuelo riendo con esa voz cascada.
̶ Pero si no te
dijimos nada abuelo, seguinos contando. ¡No Pares! ̶ contestó Ezequiel, con esa
cara de yo no fui que fastidiaba a
medio mundo, menos a su abuelo.
̶ Bueno, no me
interrumpan que me pierdo. Nos hicimos amigos sin darnos cuenta, nos veíamos en
el pueblo cuando hacíamos algún mandado o en el campo. Si bien yo quería
conquistarla, ella nunca se dio por aludida. Era mayor que yo, solo un par de
años, pero en esa época… ya saben. Un día, mientras íbamos hasta el pueblo a
comprar algunas cosas, me preguntó si sabía algo de lo que se comentaba en
Bariloche sobre el Führer.
Yo había
escuchado a mi padre hablar con el jornalero, decían que algunos hacendados que
lo habían visto, estaban seguros de que era él.
̶ Pero abuelo,
Hitler se suicidó en su bunker. Eso lo sabemos todos ¡cómo puede ser! ̶
interrumpió Facundo.
̶ Cállese la
boca y escuche dije, los libros de historia ya los leí, esto es otra cosa.
¿Puedo seguir o no quieren saber de que va la historia? ̶ preguntó irónico el
abuelo.
̶ Seguí abuelo,
estoy más intrigado que nunca ̶ dijo Ezequiel. Y era cierto.
̶ Cuando ella me
preguntó eso, lo negué, le dije que no sabía nada. No sé por qué mentí, ni
tampoco me lo pregunten. Entonces Elizabeth empezó a hablar, supongo que
necesitaba desahogarse con alguien y ahí estaba yo. Me dijo que se decía que
era él o alguien muy parecido; el tipo era prácticamente un ermitaño, casi
nunca se lo veía afuera. La gente que tenía trabajando para él se ocupaba de
todas las faenas de su estancia. Hasta mi padre, que de vez en cuando le
llevaba algún animal que venían a encargarle, nunca lo vio. Pero tenía una
costumbre, u obsesión diría yo. Todas las noches caminaba hasta el puentecito
que lo separaba de la estancia vecina, como ya sabrán, ese puente es público.
Llegaba hasta ahí, se asomaba al barandal, se quedaba mirando el lago y prendía
un cigarrillo, lo terminaba y volvía hacia su estancia. Todas las noches lo
mismo, llueva, nieve o estén las estrellas, él estaba. Siempre.
̶ ¿Vos lo viste
alguna vez abuelo? ̶ preguntó Facundo.
̶ ¿Era Hitler? ̶
repreguntó Ezequiel.
̶ ¿Puedo seguir?
̶ dijo riendo el abuelo y los tres rieron juntos.
̶ Adelante
abuelo, no te interrumpimos más ̶ contestó Facundo.
̶ Bueno muchachos,
ese día ella me dijo algo que me heló la sangre. Recuerdo esas palabras como si
fuera hoy, y su voz… tan marcada con su acento extranjero, pero a la vez, tan
firme y decidida. Ella me dijo: << Si es él, Toto, algo tiene que
hacerse. Podrá protegerlo el poder político, la policía, el FBI, pero de mi, no
podrá protegerlo ni el mismísimo Dios >>. Yo me sonreí y le pregunté si
pensaba apuñalarlo con su lápiz labial, pero ella, mirándome seriamente a los
ojos, me respondió: << No amigo mío, yo soy otra cosa, no soy solo lo que
ves, cuando quiero puedo transformarme, ¿cómo piensas que me escapé de Auschwitz?
>>. Chicos, les juro que en ese momento pensé que estaba alardeando, ella
había sufrido mucho, perdió a toda su familia allá; creí que estaba dolida,
escaparse a Argentina tan joven, sola, a la casa de unos tíos lejanos (los
cuales la hacían trabajar noche y día sacándole hasta la última gota de sangre),
era algo muy espantoso para cualquiera. A parte, para ser sincero, debo
decirles que nunca me creí eso de que el Führer viviera a dos kilómetros de mi
propia casa. ¿Ustedes lo hubieran creído si estaban en mi lugar? ̶ preguntó.
̶ No creo
abuelo, tendría que verlo con mis propios ojos y así y todo mmm no sé…Hay mucha
gente parecida en el mundo ̶ respondió Ezequiel.
̶ ¡Es verdad! La
semana pasada vi un especial en televisión sobre gente común que era parecida a
gente famosa y, puedo asegurarles, que algunos pasaban por gemelos ̶ acotó
Facundo.
̶ Eso mismo creí
yo muchachos, estén atentos que este es el final de la historia. Pasó algún
tiempo hasta que ella volvió a tocar el tema. Después de ese día, si bien nos
seguíamos viendo, hablábamos de otras cosas. Hasta que una tarde, caminando
hacia el pueblo, me dijo: <<La otra noche me escondí al costado del
puente Toto, lo olí, lo olfateé, es él, es ese maldito>> No sé la cara
que habré puesto, supongo que una muy graciosa, porque al segundo la tenía
encima mío, me tomó de los brazos con tal fuerza, que la marca de sus dedos me
duraron veinte días; su cara estaba frente a la mía, nariz con nariz, y sus
ojos… ¡Dios bendito!... estaban tan rojos como una puesta de sol en verano,
esos ojos podían quemarme…y eso no era lo peor, lo peor era que yo quería arder
en ellos. Ejercían una fascinación muy difícil de explicar, me doblegué ante
ellos; ese día me perdí en sus ojos, chicos. Al instante volvió a tener los
ojos de siempre, de ese azul tan nórdico que tanto me había cautivado y con ese
acento suyo me dijo: <<Nunca me hagas enojar Totito, yo huelo con la
mente ¿entiendes? y, por lo que más quieras, no te acerques al puente esta
noche >>.
̶ Pero si te
acercaste ̶ dijo boquiabierto Ezequiel.
̶ ¿Qué pasó en
ese puente abuelo? ̶ preguntó Facundo con un hilo de voz.
̶ Esa noche me
oculté entre unos árboles del camino y esperé a que ella pasara. Habrá pasado
una media hora más o menos y ahí venía ella caminando como siempre. La luna
llena bañaba su rubio cabello y su vestido rosa con una tonalidad luminosa, más
que una mujer, era un fantasma. Dejé que se adelante unos cien metros y la
empecé a seguir. Ella se estaba adentrando en una arboleda al costado del
puente y yo me oculté lo más que pude entre unos arbustos. Desde donde yo
estaba tenía el privilegio de ver en ambas direcciones. Pasaron unos minutos y
un hombre con un bigotito muy particular, se acercó. Todo pasó muy rápido y en
silencio, es por eso que él no se dio cuenta de que algo iba mal. Unos bruscos
movimientos se adueñaron de ella, estuve a punto de salir disparado porque
pensé que estaba teniendo convulsiones o algo así, pero en ese momento cayó al
suelo y su espalda se abrió y de ella surgieron dos alas muy grandes y
membranosas, sus uñas se convirtieron en garras. Su piel se fue deslizando de
su cuerpo como una tela barata y en su lugar salieron escamas rojas, su boca se
estiró hasta formar un hocico en el que sus dientes eran descomunales. Como un
rayo se acercó y aunque él, preso del pánico quiso correr, ella lo sujetó con
su garra derecha mientras la izquierda le desgarraba la camisa y dejaba su
pecho al desnudo. En el segundo siguiente, esa garra estaba hundida en su
corazón, y una voz, que no era de este mundo, dijo: <<ASESINO>>,
mientras caudales de fuego carbonizaban su cara. Tiró su cuerpo como un despojo
y levantó vuelo. Nunca más nadie volvió a saber de ella. Desapareció.
̶ ¡Dios mío
abuelo! ¿Cómo pudiste guardarte eso? ¿Cómo hiciste? ̶ gritó Facundo.
̶ La abuela lo
sabía y su padre también ̶ respondió
̶ ¿¡Papá!? ̶
gritó también Ezequiel.
̶ Si, no griten
chicos, que la “chupa cirio” no lo sabe.
̶ Pero ¿qué pasó
después? Algo tuvo que pasar ¿no? ̶ preguntó intrigado Facundo.
̶ No crean que
pasó mucho, el diario del día después decía que habían hallado a un hombre de
origen alemán carbonizado en un puente y que la policía estaba buscando si
había testigos. Su nombre era Kurt, no me acuerdo el apellido. Lo gracioso fue
que se presentó un testigo. Era el vago del pueblo, dijo con lujo de detalles
lo que acabo de contarles, él estaba debajo del puente durmiendo y espió, yo
nunca lo vi, ni él a mí, lo que fue una suerte. Obviamente nadie le creyó, y si
hoy viviera, todavía le seguirían haciendo bromas y asustándolo, pobre hombre.
̶ ¿Y con ella
que pasó? ̶ quiso saber Ezequiel
̶ Nunca nadie
más la vio. Sus tíos estaban preocupados, sacaron su foto hasta en un diario de
la capital, pero nunca más se supo nada.
̶ ¿Por qué nunca
contaste esto abuelo? ¡Podrías haberte hecho famoso! ̶ dijo Facundo.
̶ Jamás
muchachos, nadie lo creería…Ni siquiera sé si ustedes lo creen. ¿Lo creen? ̶
preguntó ansioso.
̶ Si abuelo, yo
lo creo, te quiero viejo ̶ dijo Ezequiel al borde de las lágrimas.
̶ Yo también te
creo y también te quiero abuelo, gracias por confiar en nosotros ̶ dijo Facundo
con un nudo en la garganta.
Se abrazaron los tres y se despidieron
del abuelo hasta mañana para que pudiera descansar. Toto, se quedó despierto un
largo rato recordando; cuando al fin se durmió, soñó con un ser todo rojo, un
dragón de fuego, pero los ojos de este dragón eran azules, tan azules como un
océano profundo, en esos ojos se acunó y descansó.
Fin
Basado en «Micro relato del Haiku» de Romina Hernández García.
Me gustó. Salvo algun detalle minúsculo, la narración me parece que está perfecta. Saludos!
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