1
“Todos los novios tienen cara de
imbéciles el día de su boda”, pensó Mateo, acomodándose el smoking frente al
espejo. En el reflejo vio a Wilde a su lado, mirándolo con cara de extrañeza.
— ¿Y tú qué miras, mierda?
El perro le movió la cola y se acercó
a olerle los zapatos nuevos.
— ¡Quién como ustedes, carajo, que sólo
se huelen el culo y ya están cachando!
Wilde le mordisqueó la bastilla del
pantalón, gruñendo.
— Sí, ya sé, mierda: yo también lo he
hecho siempre. Pero no todos los culos.
Wilde se irguió y ladeó la cabeza,
dejando colgar una larga oreja peluda. Gimió.
— ¡Ya, mierda, sí, todos! Pero ese culo
fue especial. Fue “EL” culo, ¿me entiendes? ¿Contento? Ya deja de joder.
Mateo cogió el vaso de whisky de la
consola, bebió un largo trago haciendo tintinear los cubos de hielo contra sus
dientes, y se dirigió a la sala de estar dibujando pronunciadas eses al
caminar. El perro lo siguió ladrando.
— Sí, mierda, ya sé que es el quinto.
Métete en tus cosas y no jodas.
Se dejó caer pesadamente en el
taburete, colocó el vaso en la mesilla del costado y levantó la tapa del piano.
En ese instante, sonó el teléfono.
— ¡Puta madre, toda la mañana han
estado jodiendo!
Se levantó a duras y se apoyó mal en
la mesilla, volteándola al caer al piso de rodillas. El vaso se hizo añicos.
Wilde se ocultó bajo el piano.
— ¡La puta madre, mierda!
Se dirigió el teléfono furioso y le
arrancó el cable de un tirón, silenciándolo. Luego se encaminó al bar para
prepararse otro whisky, esta vez puro. Con el vaso en la mano, regresó a su
asiento, pero antes de llegar ya había vaciado el contenido íntegro. Se sentó
de nuevo y volteó a ver a Wilde, que se había sentado a su costado, moviéndole
la cola con las orejas gachas.
— ¿Pedidos? ¿No, ninguno? Qué aburrido
eres, mierda. Bueno, lo que salga, entonces.
Arrancó con la “Marcha Nupcial” de
Mendelssohn.
— Tú sabes, para estar a tono con las
circunstancias.
Pero, algunos acordes después, cambió
a la “Marche Funèbre” de Chopin.
— Boda y funeral es lo mismo, mierda.
Mateo empalmó esta vez de nuevo con
la “Marcha nupcial”, pero a un ritmo muy acelerado, burlesco. Acto seguido,
hizo lo mismo con la “Marcha fúnebre”. Y así, siguió alternando las marchas una
y otra vez, siempre muy aceleradas, gritando y riendo a carcajadas.
El perro saltó de su puesto, empezando a brincar frenéticamente sobre
las tablas del piso alrededor del piano. Mateo tocaba con más fuerza a cada
nota.
—
¡Eso, mierda, baila, baila…!
Bailaban las patas sobre las tablas,
los dedos sobre las teclas, las notas sobre las notas…
Ya era una sola marcha ininteligible la que salía de sus manos cuando
Mateo cayó de bruces sobre las teclas, provocando una estruendosa disonancia.
Wilde lo vio babear sus propios dedos, balbuceando incoherencias.
— Boda y funeral, mierda… la misma
mierda.
Vomitó hasta casi ahogarse,
espantando al perro, embarrando el piano, cayendo al piso.
— Ella debía casarse conmigo, mierda.
Quiero morirme.
Y se quedó dormido.
2
Dos horas después, Mateo despertó y se
levantó de su propio vómito. Se quitó el smoking, se duchó de nuevo, se puso su
mejor terno y se volvió a mirar al espejo para colocarse la flor en el ojal de
la solapa. Cogió las llaves de la consola y abandonó el departamento. Ya no
habló al perro, que lo miraba otra vez desconcertado.
Sin responder al saludo del portero, salió del edificio a la noche nublada,
entrecerrando los ojos al sentir las fuertes luces de la calle. La cabeza le
estallaba. Salió a la avenida a buscar un taxi que lo llevase a la iglesia. Al
pasar por las vitrinas de un centro comercial, observó su reflejo apresurado.
— Y encima, me hacen su padrino de
bodas.
3
— ¡Yo me opongo a la boda porque
forniqué con la novia! —gritó Mateo.
El taxista estuvo a punto de chocar.
— ¿Qué cosa?
— ¿No le parece buena idea?
El viejo se rascó la barba hirsuta,
después de mostrar el dedo medio al colega que le increpaba desde el otro
carril.
— Me parece que la mitad de la gente no
va a saber qué es “forniqué”.
— ¿Usted sabe qué significa?
— Sí, quiere decir que la hiciste
voltear los ojos.
Rió con tal fuerza que casi pierde el
control del auto una vez más.
— Cuidado, maestro.
— Por ahí que te entiende el cura.
— Bueno, eso es lo importante.
El vehículo salió de la vía expresa.
Su destartalada carrocería contrastaba con la moderna arquitectura del distrito
financiero.
— ¿Te das cuenta de que te van a sacar
la mierda?
— ¿Cómo?
— ¿Tú crees que te metes a un casorio, te
llevas a la novia y se quedan tan contentos? Y no esperes tampoco que ella se
arroje a tus brazos apenas te vea.
— No lo había pensado.
— Hay que pensar en todo.
— No importa, vale la pena.
— ¿Tan rica está la hembra?
— Estoy enamorado de ella, maestro. La
amo.
— No te pregunté eso. ¿Qué tal está?
— Es hermosa, su rostro es bellísimo.
— O sea que le faltan tetas.
— Bueno, sí, un poco.
— Ya. ¿Y de culo cómo andamos?
— Bastante bien.
— Eso es lo importante: por un buen
culo, vale la pena que te saquen la mierda.
“Pero ese culo fue especial”, recordó
Mateo, “fue EL culo”.
La vuelta a un vistoso óvalo marcaba
el límite con el tradicional balneario. El chevrolet del ’59 disminuyó la
velocidad hasta detenerse frente a la iglesia de grandes arcos catenarios,
entre audis, mercedes y alguno que otro BMW. Delante de él, la limosina era un
reluciente cadillac del ’72. A los ojos de Mateo, parecía una carroza
funeraria, con esos arreglos florales que semejaban crespones blancos.
— Bueno, muchacho, llegamos.
— Quiero vomitar.
— Todavía estás borracho.
— Sí, es cierto.
— Mejor así.
— ¿Será buena idea?
— No te acobardes, galán, anda y
rescata a tu princesa.
— Sí, tiene razón, maestro. Muchas
gracias.
— Pero primero págame, pues.
— Ah, sí, disculpe. Aquí tiene. Quédese
con el cambio.
— ¡Vaya! La próxima vez que quieras
interrumpir una boda, me pasas la voz.
— Ya.
— ¡Suerte, galán!
El chevrolet arrancó, rozando la
defensa del cadillac con un chirrido desagradable. Dio la vuelta a la plaza y
desapareció. Mateo lo vio perderse, tragó saliva y subió las escaleras del
atrio, decidido a todo.
4
— El velorio es al costado, joven.
La nave estaba vacía. No había nadie
en las bancas, ni mucho menos en el altar. Sólo estaba el viejito que se le
acercaba arrastrando penosamente los pies, haciendo sonar el manojo de llaves.
— ¿Cómo dice?
— Que el velorio es al costado. Ahí están.
— No, yo venía a la boda.
— No hay boda, joven, hay velorio.
— ¿Y qué pasó con la boda, dónde está
la gente?
— En el velorio, joven.
— No, señor, yo no vengo al velorio,
vengo a la boda.
— Por eso, joven, es lo mismo.
Mateo lo miró sorprendido, como en un
deja vú.
— ¿Qué quiere decir?
— La gente de la boda está en el
velorio. Recién me doy cuenta de que no le han avisado. Disculpe usted a un
viejo tonto.
— Descuide. ¿Me explica?
— Sí, cómo no. Ayer murió el padre de
la novia.
Mateo se aferró a la banca que tuvo
más cerca.
— ¿Cómo?
— Fue a cruzar la pista y lo atropelló
un camión. Quedó irreconocible.
Sin preguntar más, Mateo se dirigió
al velatorio, arrancándose en el camino la flor del ojal.
5
Mateo entró al velatorio como a un
mal sueño, con ganas de despertar ya. Todos los invitados a la boda estaban
ahí, vestidos de gala, murmurando en la penumbra, sonriendo discretamente por
algún chiste subido de tono. “Boda y funeral es la misma mierda”, recordó Mateo.
Al fondo se veía el ataúd con la tapa cerrada.
— Mateo, al fin llegaste.
Era Braulio, su mejor amigo de la
facultad. Todos ahí eran de la facultad, incluyendo la novia huérfana, a quien
no divisaba aún.
— Recién me entero.
— Te estuve llamando todo el día, pero
no contestabas.
— Ah, sí. Me sentía mal y desconecté el
teléfono.
— Ahí está Natalia.
La muchacha estaba sentada a un lado
del ataúd, con las manos en el regazo de su traje negro. Debía estar de blanco.
— Anda a saludarla.
— Sí, ya voy.
Mateo caminó hacia ella sin mucho
convencimiento en sus pasos. Cuando llegó, le pareció que había sido demasiado
rápido. Se quedó de pie junto a ella, sin atinar a nada más. Ella levantó la
cabeza
— ¡Mateo!
La muchacha se levantó de un salto
arrojándose a sus brazos apenas lo vio. Mateo la abrazó por la cintura.
“Taxista cojudo”, pensó. Pudo sentir en su pecho las copas del pequeño sostén
que tantas veces le había quitado antes de hacer el amor. Sin pensarlo, subió
las manos por la espalda de ella, hasta que sus dedos pudieron palpar el broche
de la prenda íntima. Tantas veces se lo había abierto así, por encima de la
ropa, por hacerle una broma cuando caminaban por la calle, y ella había
reaccionado quitándoselo por una manga con total desparpajo, muerta de risa.
Debieron seguir riendo y llorando juntos.
– Natalia, lo siento.
– Gracias.
– No, yo quiero decir…
– Mateo, gracias por venir.
Augusto, el novio de Natalia, era un tipo
alto, guapo, rico y odiosamente simpático.
— Hola, Augusto.
Mateo recibió el fuerte apretón de
manos y la palmada en la espalda con ganas de romperle la cara. Y después tuvo
que ver cómo el tipo abrazaba al amor de su vida. Y cómo ella apoyaba la cabeza
sobre el pecho de su novio, abandonándose a su pena. Mateo jamás había visto
esa expresión de paz en el rostro de Natalia. A pesar del evidente dolor que
sufría, era obvio también que se sentía segura y protegida, apoyada. Mateo miró
mejor al novio. No era ni más alto, ni más guapo ni más rico ni más simpático
que él mismo. Pero era el que estaba ahí, el que la apoyaba.
Entonces supo que era tarde para impedir la boda.
6
Sin despedirse, Mateo se dirigie a la puerta como un autómata, con la
intención de marcharse. Al pasar junto a su amigo, se detiene un momento, sin
decirle nada tampoco. Braulio lo mira con cara de haberlo comprendido todo y le
tiende un plato con una cucharita.
— Es el pastel de bodas.
Mateo coge el plato y observa el
contenido. En el centro de su tajada, puede ver el agujero donde alguna vez estuvo
parada la novia. Lo sabe porque es un agujero muy grande.
Sin dejar de observarlo, Mateo reemprende la marcha.
FIN
Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo
verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar,
inédita, escrita especialmente para el torneo.
Transmite muy bien la dimánica del dolor por lo que está viviendo.
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