I
Eduardo esperó oculto en el jardín hasta que las luces se apagaran y entró
en la casa. Mientras su vista se adaptaba a la penumbra, tropezó con la mesa y
una bailarina de porcelana se tambaleó. Contuvo la respiración.
Cálmate —pensó—. Abre los ojos muchacho.
Ubicó las escaleras. Al subir hacia la segunda planta, escuchó un
murmullo que lo hizo detenerse, como si se hubiese encontrado con una pared
invisible. Sintió que el corazón le iba a explotar en el pecho. Un frío le
subió por la espalda y le erizó los vellos de la nuca, no tenía permiso ni
tiempo para distraerse.
Caminó lentamente adosado a la pared, al llegar a la habitación vio dos
bultos enrollados en una gruesa cobija. A primera vista, creyó que algo los
estaba engullendo y los murmullos, que de allí provenían, eran llamados de
auxilio. Entró y se detuvo frente a la cama. El movimiento de esa “cosa” en la
cama se intensificó. Al darse cuenta que eran solo palabras sin sentidos, el
corazón regresó a la calma.
Hablan dormidos —pensó aliviado—. Me
imagino que estarán luchando contra dragones y gigantes.
Vio las almohadas esparcidas por todo el piso, signo claro de un sueño
agitado. Se sentó con las piernas cruzadas y acercó su rostro a la almohada más
cercana, cerró los ojos e inspiró. El olor a cabello femenino recién lavado, le
llegó directo al cerebro. Era un olor femenino, sí; un olor delicioso,
también; pero no era el olor de ELLA. El piso se volvió gelatina y todo
se le movió alrededor, se apoyó de
la cama. Mantuvo cerrados los ojos, esperando que todo volviera a su lugar.
Los murmullos se intensificaron, los cuerpos se movieron y una mano
flácida cayó y osciló a centímetros de él. Era señal que tenía que salir
de allí. Pero no pudo. En lugar eso, se escondió bajo la cama tomando la
almohada aun pegada a su rostro, subió las rodillas hasta el pecho y la abrazó.
Esperó la oportunidad de poder salir para seguir buscando.
Estuvo allí agazapado, como un niño jugando a las escondidas, prestando
atención a los balbuceos que fueron bajando de intensidad hasta desaparecer. El
respirar pausado del sueño profundo y tranquilo, le dijo a Eduardo que ya era
hora. Se arrastró y salió de la habitación.
Se detuvo en medio del pasillo e intentó recordar de quién era ese
cuarto.
Sentía que tenía años que no entraba a esa casa (a pesar de haber
transcurrido solo un par de meses). Una casa que había sentido como suya, hasta
que a Elena se le metió en la cabeza que necesitaba ayuda. Había insinuado llevarlo
a un Doctor, para que lo evaluara y le tratara los ataques de pánicos y de ira que
le estaban sucediendo con más frecuencia. Le planteó la situación, por enésima
vez, estando acostados en la cama, luego de hacer el amor. ¿Cómo se atrevía a joder el momento así? le había dicho Eduardo. Luego
se levantó, se vistió y empezó a romper todo y gritando maldiciones a todo pulmón salió de esa casa y
nunca regresó. Hasta ese momento.
Se veían luego de ese episodio, en la casa de Eduardo o en algún motel
barato. Pero algo se había roto. Para Elena, las confirmaciones que él no
estaba bien las tenía día a día.
Una vez consiguió que la acompañara a ver a un psiquiatra, con la
excusa que no podía dormir, y necesitaba que le recetara algún medicamento para
vencer el supuesto insomnio. Convencerlo para que entrara con ella al
consultorio fue tarea titánica. Al estar frente al Doctor, todas las preguntas
y comentarios iban dirigidos más hacia Eduardo que a Elena, quien apenas
balbuceaba un par de palabras. No pudo lograr que fuese evaluado por completo,
porque al notar lo extraño de esa consulta; se levantó, la vio fríamente y se
fue. El Doctor le recetó a Elena unas pastillas para dormir y así lograr que
Eduardo le creyera todo ese teatro y volvieran a verlo. Cosa que no sucedió,
aunque ella le he había mostrado esas pastillas varias veces, en un esfuerzo
para que le creyera.
Salió lentamente del letargo que produce el querer saber. Sin haber
tenido respuesta, reparó en un tenue resplandor azulado que provenía de la habitación
del fondo, guiándolo (como lo hace la luz a los insectos nocturnos) hasta allí.
A cada paso que daba, los buenos y malos momentos con Elena le seguían llegando
uno a uno. Recuerdos que quemaban y le hacían doler el pecho. Algunos por
emoción; otros por incertidumbre.
Abrió la puerta y reconoció
a Elena bajo las sabanas. La respiración se aceleró y el corazón le volvió a
latir con fuerza. Eduardo habría jurado que esos latidos retumbaban por toda la
casa.
Se apoyó del marco de la puerta. Cerró con tanta fuerza los ojos que
cuando los abrió vio estrellas de colores. Se tomó su tiempo viendo toda la
habitación y recordó la última vez que estuvo allí. Recreó en su mente todo ese
espacio claramente iluminado, no como lo hacía esa lámpara estúpida que apenas
alumbraba unos pocos centímetros. No recordaba haberle regalado esa lámpara, sencillamente
porque cuando estuvo con él, ella no le temía a la oscuridad. Pensó que lo estaba
pasando muy mal en esos momentos. Tan mal que necesitaba una lámpara para
dormir. Sintió una pequeña victoria en su corazón y una leve sonrisa afloró.
Elena…
mi Elena. ¿Qué nos pasó? Necesito saber por qué te alejaste.
II
Esa noche, Elena había logrado
conciliar el sueño con ayuda de las pastillas que el Doctor le había recetado tres
meses atrás. Las pastillas de la excusa las había llamado, pero en esos
momentos era lo único que la ayudaba a dormir. Pensaba que nunca las iba a
necesitar. Pensaba que ya no iba a temerle a la oscuridad y mucho menos necesitar
una lámpara de niños para evitar que la imagen de Eduardo la asaltara, si se
despertaba a medianoche. Porque desde que lo vio días atrás cerca de su oficina,
el sueño intranquilo y el insomnio se habían hecho presente
Lo de ellos fue un amor bonito, como
todos los amores al principio. La rutina de esos días, era la propia de una
pareja de enamorados que desbordaban sentimiento a cada espacio donde iban.
Tomados de la mano, comían helados, visitaban, teatros y cines. Siempre con una
sonrisa que iluminaba a todos alrededor. Y quizás muy en el fondo lo sigue
siendo, pero el sentido común prevaleció y terminó la relación de la forma más
sutil.
Esa imagen le revivía una mezcla de momentos
buenos y bonitos para luego dejar entrar
la angustia y a la desesperación, por no saber si lo amaba lo suficiente
para volver y ayudarlo o ser lo suficientemente consciente para alejarse más y
quizás salvar su vida.
III
Eduardo entró en la habitación barriendo todo con la mirada, buscando el
diario de Elena. Sabía que allí iba a encontrar las respuestas a las preguntas
que le rebotaban en la cabeza. Vio el reloj-despertador encima de la mesa de
noche. El tiempo había transcurrido rápido.
Coño, ya se va a despertar —pensó.
Elena dormía. El viento levantaba un poco la cortina y un hilo de
luz de la farola de la esquina se colaba por ese espacio y le tocaba el rostro.
El sonido de la alarma sobresaltó a Eduardo y lo llevo a esconderse en el
armario. Elena buscó a tientas el despertador hasta que logró apagarlo. Medio
dormida, se levantó de la cama. Fue al baño para darse una ducha que lograra
quitarse la flojera que la embargaba todos los lunes.
Eduardo, desde su escondite, vio como se desnudaba, y se vestía con una
bata de baño. El corazón empezó de nuevo a cabalgar. Cuando escuchó el agua
caer, salió y reanudó la búsqueda. La respiración entrecortada jugaba con el
sudor que le escocía los ojos.
Hasta que halló el diario de Elena y tomándolo entre las manos respiró
profundo. Leyó las últimas anotaciones, buscó respuestas pero no halló nada más
que frustración. Con las manos temblando quiso lanzar el diario por la ventana.
El corazón le rebotaba en las sienes, sentía que se iba a desmayar. Aún
escuchaba la ducha.
Rompió las hojas y las lanzó al centro de la cama. Vio en la mesa de
noche un envase con quitaesmalte, por unos segundo se quedó observando la
etiqueta y las letras de: “Advertencia: Producto Inflamable. Manténgalo Alejado
del Alcance de los Niños”. Parecían reírse con él. “Bueno yo no soy un niño”,
dijo y roció toda la cama. Convencido de que todo era un mal sueño y que se
despertaría con Elena a su lado. Extrajo de su bolsillo el encendedor.
Cuando las páginas del diario empezaron a arder, era demasiado tarde
para arrepentirse. La luz dibujaba sombras danzantes en la paredes y lo
hipnotizaba. El placer que recorría su cuerpo al ver arder esas hojas no se
comparaba con nada.
La alarma de incendio se activó. Todos corrieron escaleras abajo,
resguardándose de las lenguas de fuego que amenazaban con salir del cuarto y
acabar con toda la casa. Elena salió gritando del baño, se detuvo frente a su habitación
y vio a Eduardo con las llamas reflejadas en los ojos y una media sonrisa. Las
piernas se les convirtieron en gelatina y casi se cae. Se recuperó a tiempo y
corrió. Escapando más de lo que acababa de ver, que del propio incendio.
Al verla, Eduardo balbuceó un Te Amo que se confundió con la alarma y
los gritos. Un deseo corrió bajo las sabanas humeantes.
En voz baja, se dio valor a sí mismo.
—Todo va a salir bien —se repetía.
Los ojos irritados por el humo bailaban con malicia. En su fuero
interno, se había librado la batalla más dura de los últimos 3 meses. El
corazón le latía suciamente en una mezcla de satisfacción y vergüenza. Se
encerró de nuevo en el armario y abrazando la ropa de Elena, esperó. Sintió
como el humo se iba apoderando de sus pulmones, quitándole poco a poco el
espacio al oxígeno y empezó a toser. El instinto de supervivencia se hizo
presente y desesperado abrió la puerta del armario para irse, era demasiado
tarde… Las llamas consumían la habitación. Él, sentía un ardor interno que lo
asoció con el gran amor que sentía por Elena. La nube lo envolvió y el fuego
terminó de hacer lo que empezó el humo caliente.
IV
Después de unas
obligadas “vacaciones”, Elena volvió a la oficina para tratar de seguir con su vida.
Habían transcurrido varias semanas y estaba un poco más tranquila.
—Buenos días jefa
—la saludó con una sonrisa, Marta, su fiel asistente—. Tenga la correspondencia
que llegó mientras estuvo fuera.
Todos habían
convenido que cuando tuvieran que hablar de la ausencia de Elena, se referirían
como si se hubiese ido de vacaciones. Nada de insinuar el reposo psicológico
que habría necesitado. Nada de preguntar cómo se siente, cómo está…
Elena tomó la
correspondencia y empezó a revisarla. Un sobre en blanco cayó en la mesa, lo
abrió y leyó la pequeña nota que contenía.
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Salió de la
oficina temblando. Bajó el ascensor sin mirarse en el espejo.
Entró a la tienda
por departamentos.
—Por favor
señorita, ¿Tiene de esas lámparas que se usan para que los niños puedan dormir
en la noche?
FIN
Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo
verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar,
inédita, escrita especialmente para el torneo.
Buen final...buena intriga. Me gustó. Tiene algunos detallitos (ojo que yo encontré, por ahi le estoy errando) pero que para mi no le quitan nada al relato. Felicitaciones!
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