Por Alejandra López.
¡Qué artista que sos hija de puta!
Casi, casi me haces creer que estás mal. Dejá de llorar, si es eso lo que
querías.
Bah… mejor dicho, lo que vos
hiciste.
Y el César ni se da cuenta, se come
el verso de que fue un infarto. Claro, el pobrecito está tan destrozado… Lo
quería mucho al Julio. Creo que mucho más que a la madre. O mejor dicho, no la
quiere nada a la vieja podrida. Si le hizo la vida imposible cuando se casó con
la Lili , “esa
atorranta” le decía siempre.
Pensar que yo vi todo lo que hizo
con el Julio y no pude hacer nada para impedirlo…
La vi sacar varias pastillitas de
esas que ella usa para dormir. Las molió con sumo cuidado en la mesada de la
cocina y se las puso en el tecito.
“Tomá, te compré este té de yuyos
en la farmacia. Es para que puedas dormir mejor, viejo. Cien por ciento
natural” le dijo con esa sonrisa chueca que tiene mientras se sentaba en el
sofá, al lado de él y le extendía la taza tibia.
Y el Julio se lo fue tomando de a
sorbos, y unos veinte minutos más tarde, cuando la bruja lo agarró del brazo y
lo acompañó a la cama, él se tambaleaba que casi, casi se durmió parado.
La verdad es que hasta ahí no me
imaginaba lo que quería hacer. Eso sí, me pareció un poco raro tanta amabilidad
con el Julio, ella que siempre lo trataba mal y a los gritos por cualquier
cosa: que si hacía caca y no apretaba el botón, que si comía el guiso con la
mano en lugar de usar cubiertos, que no se podía abrochar los botones de la
camisa sin ayuda. Y así infinidad de cosas, todo le molestaba, no se aguantaba
la enfermedad del pobre.
¡Qué basura! Hacer esto… al menos lo hubiera abandonado, o qué sé yo…lo podría haber metido en un geriátrico.
¡Qué basura! Hacer esto… al menos lo hubiera abandonado, o qué sé yo…lo podría haber metido en un geriátrico.
Pero, claro. Eligió el camino más
fácil para que no la critiquen, eligió matarlo. Yo vi cuando le aplastó la cara
con la almohada un montón de tiempo. Vi los temblores en el cuerpo del Julio y
la vi a ella redoblar los esfuerzos con la almohada que no soltó hasta que vio
que por un buen rato el Julio permanecía inmóvil.
Después agarró el teléfono y llamó al médico. Cuando vino el gordito ése, trataba de consolarla: que la demencia senil estaba muy avanzada, que el corazón de su esposo era débil y ¡ja!, que no se sintiera mal porque ella lo había cuidado mucho.
Después agarró el teléfono y llamó al médico. Cuando vino el gordito ése, trataba de consolarla: que la demencia senil estaba muy avanzada, que el corazón de su esposo era débil y ¡ja!, que no se sintiera mal porque ella lo había cuidado mucho.
Recién llegaron de la calle, traen
olor a flores y tierra. Ella sigue sollozando de a ratos sobre el hombro del
César hasta que le dice que va a preparar café y se aleja.
El César me mira de repente como
dándose cuenta de mi presencia. Me acaricia la cabeza mientras pronuncia mi
nombre. Yo le muevo la cola y lengüeteo su mano, más no puedo hacer.
Conmovedor siempre resulta el testimonio de un perrito; ésta especie que nos supera en honestidad y buenos sentimientos, tal como se detalla aquí con la vieja malvada.
ResponderEliminarCuan difícil no ser paranóico en un mundo donde únicamente los paranoides sobreviven.