Hace 4 días.
Juan
abre la puerta del cuartel general del Edén y el olor a humo de cigarro le
golpea la nariz. Sonriendo, abre las ventanas y descubre una taza de café con
residuos de lápiz labial en el borde; Carmen deja las tazas por dondequiera, al
igual que los ceniceros. Juan es el
primero en llegar y siempre hace el mismo recorrido: de la puerta a las
ventanas y de ahí directo a su escritorio. Revisa las notas del día; es una
jornada larga la que espera por delante. Su instinto de contable lo domina,
descarga los datos de los polls,
elabora un archivo de Excel con los
datos descargados, hace un nuevo archivo para controlar el desarrollo de Versus, hace capturas de pantalla y
revisa las notificaciones de la página de El
Edén de los Novelistas Brutos. Deja notas en la pizarra con el trabajo
elaborado, termina el mate que se preparó antes de llegar y se va a su despacho
real, donde lo esperan más datos y hojas de cálculo por elaborar.
Es curioso este cuartel. Es un refugio y
sala de reuniones al mismo tiempo que ejerce el papel de oficina ejecutiva. Todos
tienen su lugar especial y su modo personal de trabajo. Cada uno tiene su
propio portal que los lleva de sus casas y vidas reales hasta este sitio
secreto del ciberespacio en el que la magia del Edén se forma.
El siguiente en llegar, por lo general, es
Raúl. Entra de prisa, vacía los ceniceros, lleva las tazas de café a la cocina
y revisa las notas que ha dejado Juan. Da su visto bueno, chequea la actividad
en la página y deja aclaraciones pendientes para cuando llegue Carmen. Con la
misma prisa con la que entra, sale como un bólido directo a dormir. En su vida
real trabaja de noche, así que no regresará al cuartel hasta que haya
descansado. Ya en la cama recuerda que la consigna de la siguiente ronda de Versus necesita elaborarse, así que
regresa y deja una nota amarilla que dice: «Más tarde hago el sorteo de las
parejas y redacto las consignas».
Carmen es la última en llegar y entra
directo a la cocina para lavar sus tazas y prepararse otro café. Usará el lugar
de Juan para trabajar solo por ese día —y porque no encuentra su lápiz—.
Descarga los datos de las encuestas y diseña una imagen para dar a conocer los
ganadores de la primera ronda. Coteja los datos de Juan con los suyos, imprime
la imagen y la deja para revisión. Tiene que irse, pero aún tiene medio cigarro
encendido y decide esperar para terminarlo. Mientras, revisa los archivos que dejó
Juan y la aclaración de Raúl. Sonríe. Antes de salir agrega una nota al
pizarrón: «Deberíamos de estar orgullosos, 20 participaciones de 22 apuntados».
Más tarde, cuando Juan regresa, repite
la operación de revisión y descarga de datos. Revisa la imagen con los
ganadores de la ronda y escribe debajo de esta: «Bárbaro, che».
Justo después llega Raúl. Ya descansado
y con la mente despejada se sienta al lado de Juan a realizar los sorteos. Simultáneamente,
ambos se ponen al tanto con lo acontecido en el día. El recinto se llena con el
suave aroma a mates, Juan hace una broma y Raúl ríe alegremente. Así los
encuentra Carmen.
—Noté algo raro —dice esta después de
dar un beso en la mejilla de cada uno—. Como saben, los polls nos dan la dirección IP de cada votante. Hay dos personas que
votan por los mismos relatos, Fulana
y Zutana, con una diferencia de un
minuto o tres, y comparten la misma dirección IP. ¿Las conocen?
—¡La pucha! —dice Juan, revisando los
datos—. No me había fijado. Fulana
lleva años participando con los votos y de vez en cuando veo algún comentario,
pero a Zutana no la ubico.
—Me llamó la atención porque siempre
aparecen juntas —dice Carmen desde la cocina; ya está con otro café.
—¿Anulamos esos votos? —pregunta Raúl
sin levantar la vista de su block de notas.
—¿Y si son hermanas?
—¿Son votos en beneficio de algún autor
en particular? —vuelve a preguntar Raúl.
—No —responde Carmen, sentándose a la
mesa—. Están en todos los polls. No
veo algún voto viciado, lo que veo es una posible identidad dudosa. No infringe
las reglas del anonimato.
—Pues nada —dice Raúl, encogiéndose de
hombros.
—Por lo que decís sobre cada una de las
dudas, Carmen, y dado que no benefician a nadie, podríamos, en este caso en
particular, aceptar ambos votos... Pienso en voz alta —agrega Juan, tocándose
la frente.
—Otra cosa, mariposas… —interviene Carmen—.
¿Puedo poner la imagen de los que pasan a la siguiente ronda? ¡Por favor! ¡Por
favor! ¡Por favor!
—Si ya no hace falta nada, publicá —responde
Raúl, sin dejar de anotar cosas en su libreta.
—¡Yeah!
—festeja Carmen, y se va, pegando saltitos y bailando, a hacer la
publicación.
Juan y Raúl la miran sonriendo mientras
se aleja.
—Me da gusto que regresara —menciona
Juan, señalándola con un gesto—. Tú no das esos saltitos y esos bailes.
—Eso es porque no apreciarías mis
movimientos, pero mirá. –Raúl se levanta y hace los pasos de la Macarena.
Juan suelta la carcajada antes de volver
a sus hojas de cálculo.
En ese mismo instante, se escucha el sonido
que hace el agua cuando aprietan el botón de la mochila del inodoro, y Pepe
sale del baño:
—¿Me perdí de algo?
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