Por Yolanda Martí Martí.
Odiaba aquella maldita cueva. No comprendía cómo era posible que tanta gente viniera a visitarla. Sin duda, el mundo estaba lleno de tarados. Iban dando tumbos de aquí para allá como pollos sin cabeza. Por un momento se imaginó a su jefa sin cabeza y la muy puta seguía andando como si tuviera un palo metido en el culo... «Ambrosio, antes de marcharte pasa por la cueva a cambiar esos leds», le había dicho, recostándose tras el escritorio de su elegante despacho y cruzando sinuosamente las piernas. La falda se le había subido y una buena porción de muslo había quedado a la vista. No había duda de que sabía calentar a los hombres, aunque se comentaba que prefería a las mujeres...
Odiaba aquella maldita cueva. No comprendía cómo era posible que tanta gente viniera a visitarla. Sin duda, el mundo estaba lleno de tarados. Iban dando tumbos de aquí para allá como pollos sin cabeza. Por un momento se imaginó a su jefa sin cabeza y la muy puta seguía andando como si tuviera un palo metido en el culo... «Ambrosio, antes de marcharte pasa por la cueva a cambiar esos leds», le había dicho, recostándose tras el escritorio de su elegante despacho y cruzando sinuosamente las piernas. La falda se le había subido y una buena porción de muslo había quedado a la vista. No había duda de que sabía calentar a los hombres, aunque se comentaba que prefería a las mujeres...
El puto chico de los recados, eso era lo que
era. Como si no fuera bastante ocuparse del mantenimiento en el hotel, también
lo enviaban a la cueva. ¡Diablos!, cada vez que ponía un pie allí sentía cómo
el vello del cuerpo se le erizaba. Pero ya quedaba poco —sonrió al pensarlo—.
En unos meses se jubilaba y lo mandaría todo al carajo.
Localizó los leds que no funcionaban y avanzó
con la linterna en la mano sobre la pasarela de madera que conducía a la otra
orilla del riachuelo subterráneo. La corriente era muy débil, el agua apenas se
movía y reinaba el silencio, pero de repente escuchó el silbido del viento
creando ecos entre las paredes de roca. Cuando eso ocurría, decían que se
trataba de los lamentos de las almas de los muertos, que deseaban escapar de
allí. Además, los supersticiosos creían que en algún lugar de aquella cueva
había una entrada al inframundo.
Se encontraba examinando la pared, donde las
luces estaban situadas estratégicamente tras un conjunto de estalactitas,
cuando oyó un chapoteo en el agua. Dio un respingo y dirigió el haz de luz
hacia las aguas negras.
—¿Quién anda ahí? —preguntó moviendo la
linterna para iluminar un mayor ángulo a su alrededor. Durante un segundo, a su
derecha, distinguió las piernas desnudas de una mujer junto al riachuelo. Se
sobresaltó tanto que le cayó la linterna al suelo. Sintió que unas garras se
hundían en su pecho y espalda. Gritó y se debatió, presa del pánico. Sin
embargo, la criatura era fuerte y lo empujó, derribándolo boca abajo. Escuchó
un gemido de placer mientras unos afilados dientes penetraban en su nuca y se
hizo la nada.
****
—¿¡Cómo que no hay nada que celebrar!?
—exclamó Kimi levantando su jarra de cerveza—. ¡Por la soltería!
Miguel sonrió y los dos amigos brindaron. En
un primer momento se habían desanimado al saber que el tercer miembro del grupo,
Carlos, no vendría. Al parecer, después de tanto tiempo huyendo de los
compromisos, lo habían pillado. Una vez al año se reunían durante un fin de
semana para celebrar su soltería, pero en esta ocasión solo iban a ser dos.
—¡Él se lo pierde, Miguel! Oye, voy a darme
una ducha porque ya he reservado hora para un masaje. Precisamente me
recomendaron este hotelito por la buena fama de las masajistas.
—¿Aún te molesta la rodilla?
—En realidad, está mucho mejor. Pero hay que
aprovechar que estamos aquí, ¿no? ¡Anímate tú también! —Se incorporó y dio una
palmada a Miguel en la espalda.
—Yo prefiero ir a visitar el Refugio de la
Sibila —contestó mostrando unos folletos sobre la historia de la cueva que
había estado hojeando.
—Bah, ¡ya salió el intelectual! No sé cómo te
pueden gustar esas cosas...
Un rato después, Kimi entraba con solo una
toalla anudada a la cintura en la habitación que le habían indicado. «Ya
salgo», dijo una voz femenina. Comprendió que ella se encontraba en un pequeño
cuarto anexo, aunque la puerta era acristalada y podía entrever su silueta. La
chica se sacó el suéter por la cabeza y él contempló con deleite el vaivén de
sus generosos pechos. Luego, mientras se bajaba los pantalones, admiró las
curvas de sus caderas y comenzó a preguntarse cómo sería acercarse a ese
cuerpo, rodeándolo con sus brazos desde atrás mientras posaba los labios sobre
la delicada piel de la garganta... Su propio cuerpo empezó a reaccionar y se
recolocó la toalla. Esperaba que no se notara. Mientras, ella se cubrió con una
sencilla bata y abrió la puerta.
—Hola, soy Estrella —dijo tendiendo una mano.
Al hacerlo, Kimi no pudo evitar fijarse en cómo se marcaban los pezones de la
chica en el suave tejido de algodón. Su piel morena contrastaba
maravillosamente con la blancura de la ropa, de igual modo que los cabellos
negros y rizados, que escapaban indómitos de la coleta. Kimi recuperó la
compostura y le contó lo de la lesión en la rodilla.
Tras unos minutos, Kimi estaba boca abajo y
Estrella le masajeaba la pierna. Iba haciendo movimientos ascendentes y
descendentes, pero cada vez ascendiendo más, hasta el punto de que los dedos de
la chica llegaron a meterse bajo la toalla que cubría el trasero. Era una
delicia sentir el movimiento de sus manos expertas, aunque al mismo tiempo se
estaba convirtiendo en un tormento. Entonces, ella apartó un poco más la toalla
y masajeó la parte posterior del muslo rozando la nalga.
Sin lograr contenerse, Kimi acercó la mano
hasta la pantorrilla de Estrella. Su piel era tan suave como había imaginado.
Viendo que no se inmutaba, siguió acariciando su pierna con el dorso de la mano
hasta alcanzar el muslo. Allí se detuvo y posó sus cinco dedos sobre la cálida
piel, presionándola con suavidad pero también con avidez. En su imaginación ya
la estaba haciendo suya. Los dedos subieron un poco más... hasta que
acariciaron el encaje de la ropa interior. Estrella le apartó la mano.
—No tan rápido, caballero. Aquí mando yo.
En ese mismo instante, Miguel se acomodaba en
un bote junto a otros visitantes. Aquella mañana había pocos turistas, por lo
que con un bote era suficiente. Se encontraban en la parte más amplia de la
cueva, donde había un lago subterráneo rodeado de espectaculares formaciones de
estalactitas y estalagmitas. La iluminación, situada en los puntos
estratégicos, incrementaba la sensación de estar en un lugar irreal.
—Desembarcaremos al otro lado del lago
—explicaba la guía, que seguía de pie mientras todos los visitantes se habían
sentado—. Allí podrán ver unas peculiares estalagmitas rojizas. Dice la leyenda
que fue en ese lugar donde mataron a la sibila. Le cortaron la cabeza y las
extremidades, arrojándolas en diferentes direcciones. En el punto donde cayeron
surgieron esas extrañas formaciones.
Un turista adolescente que había metido el
brazo en el agua comenzó a gritar en ese momento. Intentaba sacarlo, pero no
podía. Se produjo un tumulto en el interior del bote y la guía perdió el
equilibrio, quedando prácticamente sentada encima de Miguel. El chico que había
conseguido asustar a todos los presentes soltó una carcajada y sus compañeros
lo felicitaron por la ocurrencia.
—Lo siento —Se disculpó la chica,
incorporándose un poco avergonzada. El cabello rojizo le había caído sobre los
ojos y sujetó un mechón tras la oreja.
—No hay de qué... Ilargi —respondió él,
leyendo el nombre que la joven llevaba escrito en una tarjeta indentificativa.
Ella sonrió y Miguel tuvo la impresión de que sus ojos verdes brillaban.
Entonces reparó en las pecas que salpicaban su piel—. Curioso nombre. ¿Tiene
algún significado?
—Significa Luna en euskera.
Siguió el recorrido por la cueva y Miguel y
Ilargi continuaron intercambiando impresiones. Ella le comentó que aquella
noche se celebraba el solsticio de verano, una fiesta popular curiosa en la que
la gente del pueblo recorría un sendero por la montaña sujetando antorchas
hasta alcanzar la entrada de la cueva. La mayoría lo hacía para que se
cumpliera un deseo o, simplemente, para tener buena suerte.
—Es digno de ver, te lo recomiendo. Desde la
terraza del hotel, en el restaurante, hay una vista espectacular —indicó ella.
—En ese caso... ¿Qué te parecería que esta
noche te invitara a cenar?
****
Kimi contó a su amigo que había invitado a
cenar a Estrella, la masajista, y ambos se rieron mucho al descubrir que habían
hecho lo mismo. Dejándose llevar por el morbo, decidieron que podrían cenar los
cuatro juntos y que ya verían sobre la marcha... Sin embargo, los sorprendidos
fueron ellos cuando las chicas se presentaron juntas y les dijeron que eran hermanas.
—¡Menuda casualidad! —soltó Kimi.
—Las casualidades no existen —comentó
Estrella, que se había sentado a su lado—. Si nos hemos encontrado es por algo.
Tras decir esto y dedicar un guiño a su
acompañante, la chica colocó su mano izquierda sobre el muslo de Kimi. Este,
que no se lo esperaba, a punto estuvo de tirar el tenedor. Estrella, que
llevaba un vestido rojo escotado y era evidente que no se había puesto
sujetador, soltó una risita. Ilargi, por su parte, vestía de negro, medias
incluidas. Cuando tomó asiento junto a Miguel, este pudo ver cómo la falda
subió unos centímetros, hasta casi medio muslo, quedando expuesto el encaje del
final de la media y el principio del liguero. La lencería era su debilidad y de
inmediato se sintió acalorado.
Mientras comían la ensalada, las chicas
contaron anécdotas ocurridas en el hotel con algunos clientes y en la cueva con
los visitantes. Cuando trajeron el segundo plato, más allá del ventanal
panorámico se podía apreciar cómo la gente subía por el sendero con las
antorchas. Sin embargo, ninguno de los cuatro prestó demasiada atención.
Estrella había realizado avances con su mano hasta alcanzar la abultada
entrepierna de Kimi. Ilargi, viendo que Miguel no se decidía, tomó su mano
izquierda y la puso sobre su pierna. Él se olvidó de la comida y se concentró
en seguir explorando bajo la falda. Acarició el encaje de la ropa interior,
presionando con suavidad en la parte central de la prenda, que empezaba a
humedecerse. Ilargi ahogó un gemido casi al mismo tiempo que Kimi.
Ninguno quiso postre. Marcharon directamente a
la habitación, deseosos de liberarse de las ropas y sentir el calor de otra
piel. Tras cruzar el umbral, Estrella empezó a besar a su hermana mientras le
desabrochaba la blusa. Kimi se acercó por detrás y bajó la cremallera del
vestido de Estrella, que ella dejó caer al suelo. La besó en el cuello y
encerró entre sus dedos aquellos pechos que tanto deseaba. Por su parte, Ilargi
acariciaba el culo prieto de Miguel mientras ellas seguían besándose.
Después, Kimi y Estrella se acomodaron en el
sofá. Ella misma liberó el henchido miembro de la prisión de la ropa y lo rodeó
con sus labios. En la cama, Miguel se colocó entre las piernas de Ilargi, que
seguía con las medias y el liguero, y se esforzó en estimular el centro de su
femineidad. A juzgar por sus grititos, lo estaba consiguiendo.
Durante varios minutos solo se escucharon
gemidos de placer. Estrella cabalgaba sobre Kimi como una experta amazona y
Miguel hacía lo propio con Ilargi. Ambas parejas estaban concentradas en
alcanzar sus orgasmos, lo que ocurrió casi al unísono. Y en ese instante,
mientras cada uno podía sentir el orgasmo del otro, tuvo lugar la
transformación: ambas chicas sintieron cómo sus dientes crecían y sus manos se
convertían en garras, al mismo tiempo que la sed de sangre lo dominaba todo.
Mordieron el cuello de los hombres y sintieron multiplicar su orgasmo mientras
se llenaban de nueva vida.
Bonita la historia de las seis partes convirtiéndose en seis mujeres; tiene el sólido aire de las leyendas. Pero… el resto no me deja nada. Perdón, escritor/a, es que me ha parecido un relato por demás convencional, plagado de lugares comunes. Cierto que el género tampoco permite proezas en la prosa, pero se puede intentar. Algunas fallas de escritura estorban un poco la lectura: “La iluminación, situada en los puntos estratégicos…” una aclaración innecesaria porque ya antes se había aclarado; “…indentificativa…” tiene una “n” de más; “…Miguel y Ilargi…” debería ser “Miguel e Ilargi”.
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