Por Auroratris C.
“Buenas noches, mis queridos radioyentes, sólo os pido un deseo: Suéñenme bonito”
“Buenas noches, mis queridos radioyentes, sólo os pido un deseo: Suéñenme bonito”
De
esta manera tan cálida y cercana, Valeria, cerraba cada noche su programa
radiofónico: “Siénteme en la noche” Un
ritual que se repetía desde hacía algún tiempo.
Todo
comenzó en aquella época en la que decidió hacer unos reajustes en su vida.
Cambió su programa de la mañana por uno para la noche. Además de esta decisión,
programó otro estilo de vida. Todo a raíz de un percance. Había pasado unos años
y todavía mantenía el recuerdo fresco en su mente y en su piel.
Eran sus comienzos en aquella emisora, estaba llena de vitalidad y
jovialidad, de nuevas ideas y con ganas de comerse el mundo. Compartía
micrófono con Tomás, un compañero, junto a él daba las noticias más relevantes
del candelero Nacional, todo aderezado con música y temas variopintos que
conseguían mantener en un buen puesto de audiencia al programa. Sobre todo,
tenían gancho y complicidad, eso gustaba a la gente y ¡cómo no! a los jefes.
Valeria
y Tomás, amigos o más que eso en el buen sentido de la palabra, confidentes de
sus fechorías, juergas o conquistas, no había reparo para contarse el ligue del
momento y el cómo disfrutaban en la cama con ellos. Con ellos… masculino para
ambos. Tomás, no escondía su inclinación sexual, se sentía orgulloso de poder
vivirla en libertad, aunque no faltaban los gilipollas de turno que se mofaran
llamándolo: “maricón de mierda” término que ya tenía más que oído desde la
etapa escolar.
Se
respiraba tranquilidad hasta que un día apareció en escena Daniel, el nuevo
guardia jurado de la emisora. Desde el primer momento, Tomás, fijó toda su
atención en él. No le importó que la condición del otro fuera hetero. Creyó en
su ilusa idea de que conseguiría conquistarle, a pies juntillas apostó el todo.
Por más que ella, le quisiera hacer ver que aquello era una locura, que se
estrellaría y lo que es peor saldría humillado. Tomás, insistía en su empresa,
a veces, con malos modales diciéndole si no serían celos.
Al
mismo tiempo, Daniel, centró sus cinco sentidos en ella, y ésta lo intuyó desde
el inicio. Su excesiva amabilidad hacia ella y la fría hostilidad con Tomás. Es
por eso que su compañero empezó a hacer cambios en su comportamiento. Dejó de
ser el amigo incondicional y pasó a ser su enemigo acérrimo. De nada valía
explicarle una y otra vez que entre ellos no había nada más que una simple
camaradería. Tomás, ya había hecho juicio, la culpaba de haberle arrebatado la
oportunidad de conocer de manera más íntima a Daniel.
Mientras
tanto, ella evitaba todo enfrentamiento con el chico nuevo. Había algo que ninguno
de los dos podía evitar cuando estaban cerca: el fuego que empezaba a prender
desde las entrañas, la sudoración en las manos, la agitación en el pecho… el deseo
con todos los matices, un roce y la batalla empezaba en cada interior.
La
casualidad quiso que un día de invierno Tomás, se quedara en casa a causa de
una gripe. Esa mañana ella se encargaría de llevar sola el programa. El destino
decidió que necesitara agua debido a un golpe de tos, también que no hubiera
nadie disponible y que sólo Daniel, pudiera acercarle tal sorbo. Así ocurrió,
lo fácil hubiera sido traerle un botellín, sin embargo, pidió en la cafetería un
vaso de agua con limón y miel, una vieja receta de su abuela, le diría más
tarde.
A
ella, se le cayeron todos los esquemas cuando lo vio aparecer portando el agua.
Los roces de los dedos provocaron un sinfín de calambres en la boca del
estómago, secando las gargantas, dilatando las pupilas al máximo como en un
intento de engullir al otro en toda su dimensión. Lo sencillo hubiera sido
ignorar, pero cuando algo está prohibido o no debe hacerse es cuando la llamada
se vuelve salvaje, acelerando todo el proceso.
Tras
ese leve encuentro ambos sabían que lo que sentían era imposible de controlar por
más que ella rehuyera mirada o contacto. Algo que él no entendía, si los dos
eran libres.
Un
día que Daniel, acabó su turno. Decidió saber qué es lo que estaba pasando, por
qué ella le evitaba si en un principio fue tan amable. Se presentó en su casa,
tocó el fono y esperó nervioso algún tipo de respuesta, como un quinceañero en
su primera cita. Una animada Valeria, preguntaba al otro lado de quién se
trataba. Nunca esperó que aquella voz pudiera recorrerla como lo hacía desde el
portal. La disyuntiva del sí y el no estaba servida. La súplica de él pudo más
que cualquier negación que le rondara por la cabeza. Sabía que al pulsar aquél
botón le abriría la puerta a algo más.
El
ascensor estaba roto pero las ansías renovadas, así que Daniel, subió las
escaleras de dos en dos con el corazón en la garganta y el deseo de verla a
flor de piel. Tras la puerta la agitación se abría paso por entre los
pensamientos y las ganas de tenerle frente a ella. No hizo falta el uso del
timbre la puerta cedió al leve empuje, ya que estaba entornada, se adentró
hasta encontrarla en el centro del salón, ambos quedaron frente a frente, esta
mantenía la postura inerte esperando el momento, deseándolo y sin ganas de
seguir luchando contra su propio fuero.
Se
miraron por unos segundos evaluando la situación, la voz dejó paso al
vocabulario de las manos, acariciándose mutuamente. Un suspiro de ella cortó el
aire que se interponía entre las bocas. Después de eso no existió nada más que ellos.
La tomó entre sus brazos sin dejar de besarla, recorriendo y deteniéndose donde
la sangre se agolpa, volviendo a ascender para penetrar en la boca buscando la
lengua y enzarzarse como una llama de fuego. Los brazos de ella se aferraron
con devoción a los hombros de él, como si la vida pendiera de ello. Señaló la
habitación y en menos de nada ambos estaban sobre la cama declarándole una
guerra a la ropa. Sin dejar de mirarse, de besarse, todas las prendas fueron
cayendo al suelo mezclándose unas con otras, retorcidas, desparramadas… en
imitación a los cuerpos.
Dicen
que el deseo contenido cuando se desata es como la fuerza de la naturaleza …
arrasa con todo lo que se le ponga por delante. Nada ni nadie podría parar ese
momento de dos. La avidez de las bocas devorando carne, el pecho turgente
reclamando la laceración, el baile de las caderas recibiendo el empuje que
eleva, sublevando al cuerpo, deseando más, alcanzar-se en la pequeña muerte
llamada orgasmo. En ese instante no existía nada que no fuesen ellos, ni Tomás,
ni la radio, ni los puestos de audiencia… nada más que el libidinoso envite
estrellándose en las entrañas de ella, arrancándole los gemidos y prendiéndolos
en el oído de él, en tanto, él hacía lo mismo.
La
tarde dio tregua a la noche. No había saciedad en los cuerpos, se bebían el
exude de la piel, se juraban en todos los lenguajes que el sexo conoce o
reconoce. En un momento dado ella encontró las esposas de él, fue suficiente
para incentivar un juego. Lo tenía a su merced, inmóvil bajo su cuerpo, lo
aseguró al cabezal de la cama. Salió de la habitación volviendo al momento con
un vaso de cristal, le sonrió, y él ya sabía de ese contenido. Una receta
ancestral no podía ser nociva. Bebía sobre él y vaciaba el sorbo en la boca, en
el cuello, en el pecho, en el vientre… en el sexo que pulsaba lujuria… vaciaba
y bebía hasta que él le reclamaba más, que no parara, que acabara con esa dulce
tortura. Llegado el momento ella cabalgaba sobre él, todo comenzaba y acababa
en su rostro reflejando el placer cada vez que se elevaba para volverse a
hundir, sintiendo cómo la fricción la hacía perder la noción, provocando el
espasmo que arqueaba la espalda, ofreciendo los senos erizados y mecidos a
merced del propio ritmo, el vaivén de la cadera la empujaba izándola hasta que
un gemido al unísono la hizo vencerse y respirar la falta de oxígeno junto a su
boca. Fuego líquido invadiendo y recorriendo los muslos, la risa cómplice
pegada en los dos. Tras soltarle las manos, ambos se abrazaron dando paso al
plácido sueño, único testigo de todo cuanto allí había acontecido.
Aquél
encuentro fue el primero de muchos otros, ninguno de los dos podía frenar lo
que estaba pasando. Lo llevaban en secreto, no querían hacer daño a Tomás. Ella
le puso al corriente de los sentimientos de este.
Un
día Tomás, lo supo, no se sabe cómo pasó, pero puso en evidencia a la emisora,
a Valeria, a Daniel, a él mismo en pleno programa. Los celos te llevan a hacer
auténticas barbaridades. No hubo contemplación, así que no duró ni dos minutos
en recibir la llamada de despido, dejando a cargo de aquél programa a Valeria.
Ésta lo intentó durante un tiempo, pero la culpa era mayor y acabó por
abandonar también solicitando un programa nocturno y totalmente diferente.
La
relación entre Daniel y Valeria, siguió durante un corto tiempo hasta que no
pudieron dilatarlo más. Ella necesitaba hacer reajustes, él asumir su parte y
entre tanto iniciaron una separación que acabó por desanimar cualquier intento
de acercamiento.
Desde entonces cada noche ella pone voz a la madrugada ignorando que en algún lugar de la ciudad dos hombres se entregan con la fogosidad de la piel rezumando almizcle, revolcándose entre sábanas hasta caer exhaustos el uno sobre el otro y respirando esencias de miel y limón.
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