Cuentan
los que cuentan (y así me lo contaron a mí) que hace cientos de años en un
lugar donde hoy encontramos a Perú, Bolivia y Chile vivía a orillas del lago una
tribu liderada por el cacique Rimach. Era un pueblo que se dedicaba a la caza y
la recolección de alimentos. Entre las mujeres de la tribu había una bella y
humilde muchacha que estaba secretamente enamorada del hijo del cacique. Ella
no sabía que su amor era correspondido por el valiente Hakan. La joven era
pretendida por otro miembro de la tribu: Quri, quien era holgazán y pendenciero.
Quri intentaba atraer a la doncella con obsequios, chucherías que robaba como alguna manta o ropas que hilaban su
madre y hermanas. Mas el corazón de Killa (tal era el nombre de la indiecita)
ya tenía dueño, lo cual enfurecía a Quri.
Cierto
día corrió en la aldea el rumor de que los dioses habían enviado un castigo
divino, el hombre blanco acechaba el territorio dispuesto a acabar con ellos.
El terror se apoderó de los aborígenes que se pusieron en alerta para defender
su pueblo y sus vidas. Fabricaron más lanzas y más arcos y flechas preparándose
para un inminente ataque.
Pero
un día se declaró en el pueblo una epidemia de fiebre que nadie sabía cómo curar.
Quienes caían víctimas de la enfermedad deliraban hasta la muerte. Luego se
supo que era una de las extrañas pestes que trajeron los europeos con el
desembarco. Hakan, el hijo del cacique, cayó preso de esta enfermedad. El joven
ardía de fiebre noche y día y su cuerpo se debilitaba cada vez más. El corazón
de Killa se estrujó de dolor y una mañana salió de la aldea dispuesta a ayudar
a Hakan.
Caminó
un día entero por el bosque, trepó la montaña lastimándose los brazos y las
piernas pues la layqa, la hechicera del pueblo, le había dicho que el joven
solo podía curarse con una infusión hecha de unas flores rojas que crecían en
la cima de la montaña.
Cuando
la joven regresó el cacique salió a su encuentro, ella llegaba a su casa con la
infusión ya preparada. El cacique sabía del amor de Hakan por la muchacha, pues
en sus delirios no hacía más que nombrarla. Pasaron los días y el joven fue
recuperándose con el brebaje que le llevaba Killa. Rimach miró con beneplácito
el amor de la pareja. Agradecido a la
pequeña Killa que había salvado la vida de su hijo y primorosamente lo había
cuidado, anunció que pronto se celebraría la unión entre ellos.
Esto
enfureció a Quri que corrió por los bosques con su sed de venganza, dispuesto a
traicionar a su tribu. Se encontró a escondidas con los españoles que ansiaban
el dominio de las tierras y selló con ellos un sucio trato. Los europeos le
prometieron riquezas y, por supuesto, capturarían a Killa y se la entregarían.
A cambio de esto Quri les enseñó las armas con las que contaba su pueblo y les
mostró el terreno que ellos desconocían. Como se comunicaban por señas y
algunos ideogramas todas estas tratativas llevaron bastante tiempo ya que no
hablaban el mismo idioma.
Mientras
tanto a Quri no se le agotaba el ansia de derrotar a su rival. ¿Será que acaso
la sed de dominio es más poderosa que la de libertad? ¿En qué momento se
instala el odio en el ser humano? ¿Es innato o va surgiendo como respuesta a
estímulos que le provocan contrariedad? ¿Cuándo germina la semilla del odio al
punto de desear la muerte de sus propios hermanos?
Quri
habló con la gente de la aldea, con aquellos a quienes era más fácil de
convencer, ya sea por su ignorancia o por no estar de acuerdo con la política
del cacique. A ellos les habló de un futuro mejor que llegaba como un don de
los dioses de manos de los europeos. A escondidas, armó un pequeño ejército
para aliarse a los españoles.
Así
es como donde un sector del pueblo veía a los europeos como una amenaza, otros
veían una oportunidad de progreso.
Cuentan
los que cuentan que el hombre blanco había recibido la certera información de
que la tribu liderada por Rimach era belicosa y tendrían que pasar por sus
cadáveres para poder emprender en esas tierras la búsqueda del oro que estaban
llevando a cabo por todo el continente.
Cierto
día se produjo el inminente enfrentamiento y las aguas del lago se salpicaron de
rojo. Fue una lucha despareja sin ninguna duda. Pero los guerreros de la tribu
defendieron sus tierras y sus mujeres con toda la fuerza de la que fueron
capaces.
Aunque el reflejo del sol enceguecía sus
ojos cuando miraban las brillantes armaduras, aunque sus arcos y sus flechas y
aún sus lanzas no podían atravesarlas. Aunque el rugido de las extrañas bestias
que montaban los aterrorizaba. Aunque eran pocos, muy pocos porque una epidemia
había ya matado a gran parte de la población. Aunque los blancos contaban con
más experiencia porque guerreaban desde la antigüedad. Aunque el ruido de las
armas de los europeos atronaban sus tímpanos. Lucharon en una guerra desigual,
lucharon contra el castigo que habían enviado los dioses sin tener muy en claro
el porqué. Así fueron sometidos, destruyeron sus costumbres y religión por la
sed de sangre y de dinero.
También lucharon entre hermanos, los que Quri había reclutado por despecho.
También lucharon entre hermanos, los que Quri había reclutado por despecho.
La
joven Killa lloró mucho tiempo la muerte de Hakan, ella fue tomada prisionera
junto a otras mujeres de su tribu y junto a Quri. El traidor quiso su recompensa
y ¡vaya si la tuvo! Ante sus ojos vio cómo un hombre blanco envuelto en vahos
de alcohol violaba a la indiecita. Desesperado e hincando los dientes en las
sogas que amarraban sus manos, se soltó y se tiró sobre el hombre blanco. Fue
lo último que hizo, recibió un disparo en sus espaldas y cayó muerto.
Cuentan
los que cuentan que Killa tuvo hijos de hombres blancos (de varios, por cierto)
y que a sus hijos los trataron con algunos privilegios por ser hijos de padres
blancos. De ella se dice que la sometieron a la esclavitud y allí se pierden
los datos.
Cuentan
los que cuentan, así me lo dijeron, que debo seguir contando esta historia
porque todos los testimonios que existen solo pertenecen a los europeos, ya que
los aborígenes desconocían la escritura. Y que debo seguir contándola para que
quede en la memoria de la humanidad. Pero por sobre todo, en la memoria de mi
gente que hoy en día transita el camino de la extinción y el olvido.
Así
me contó esta historia mi padre y a él el suyo y así sucesivamente. Así también
se la contaré a mis hijos porque llevo en mi sangre un poco de la sangre de
Killa y de un pueblo que luchó por ser y no pudo.
– FIN –
Consigna:
Escribir un relato bélico.
Un relato excelente, con un tono de leyenda y aunque los personajes sean ficticios, el fondo histórico es cierto.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Saludos.