Estaba listo para la batalla, al pendiente de las
campanadas aleatorias para iniciar el combate. Aunque el llamado era casi
diario enfrentarnos con el enemigo el tiempo de los enfrentamientos siempre cambiaba
y no nos podíamos dar el lujo de bajar la guardia. Las armaduras un poco menos
oxidadas pero más resistentes reposaban al alcance de mis brazos, no me podía
dar el lujo de reposar mi cabeza ni siquiera contra la pared o podría perder
valiosos segundos al salir del campamento. Estaba cerca la hora la podía
sentir, la densidad del aire cambiaba ligeramente cada vez; para los primerizos
era indetectable pero tantos años en este puesto me han hecho desarrollar un
sentido casi canino para detectar espíritus errante, fragancias perdidas al
olfato humano y percibir cambios en el ambiente tan ligeros como libélulas.
No quería llegar al punto de tomar mis armas y ajustar
mis sandalias tan prematuramente y esperar a una batalla que no se daría como
había pasado con anterioridad; y solo me dejaba en ridículo con el resto del
batallón. A pesar de que soy de los más longevos en la fila de batalla y llevo
un rango importante esto no impedía controlar los comentarios ajenos que
siempre llegaban a mis oídos. El general era el cargo más importante y solo
arriba de él se encontraba el orbe, el ente que tomaba todas las decisiones
finales y a veces pienso que también sabe el resultado de nuestras batallas con
esos monstruos rebosantes y sin forma definida.
Todos estos factores me hacían soñar despierto de las posibilidades
del destino y si todo en esta vida estaba ay decidido a pesar de mis esfuerzos
o falta de ellos, pero muchas veces las victorias que teníamos eran
fabricaciones de magia, cuando todo estaba perdido en un micro parpadeo llegaba
una sensación de heroísmo, una ración de valor que nos empujaba a enviar de
regreso a esas criaturas. Nunca he entendido, a pesar de mis sentidos
desarrollados, de donde venían estos impulsos. Serian del orbe, de las
estrategias del general, o tal vez solo de mi desesperación por ganar y la
satisfacción de haber ganado. Sea lo que sea cada día era diferente y ya no sabía
que pensar al respecto, lo único que hoy sabia era que el aire estaba denso y
que tal vez me enviaran a entrar al campo de guerra.
Recordé controlar mi respiración a un paso como trote
de caballo, mirando a mí alrededor con serenidad pero con una cara tosca y
determinada. Me propuse mantener este ejercicio por lo menos veinte minutos
aproximadamente. Si nada pasaba en este espectro de tiempo no creo que pasar
nada y podría relajar mis músculos faciales hasta esperar nuevas órdenes. A
mitad de mis ejercicios de respiración me levante de mi lugar sin alterar a
nadie, era solo para estirar las piernas y caminar un poco, no lejos de mis
armas, y al mismo tiempo mantener alerta a los soldados que tenían su atención
lejos de sus cuerpos. Al tercer recorrido por el campamento se escuchaban los
singulares canticos que anticipaban el orden o caos, no eran en si las
campanadas que nos decían que era tiempo para pelear, era un aviso prematuro de
tomar nuestras posiciones y estar listos para lo inesperado. Aunque estos
sonidos eran temidos por muchos y por razones distintas; para mi estos cantos
de sirena eran melodiosos y me llenaban de vigor. Era el preámbulo que me decía
estas vivo, tienes un propósito ¿Que puede ser mas motivador que un
recordatorio de que tienes un deber que cumplir? Llegue en instantes hasta
donde estaban mis fieles compañeras, dos sables afilados, uno más largo que
otro por cuestiones de movilidad y para tener un reemplazo de ser necesario.
Todo el mundo estaba en alerta y el general aun no salía de su tienda a lo alto
del campamento con la decisión final, que al parecer solo él podía obtener de
algún poder especial.
Espero que vayamos a luchar hoy, necesito mostrar que
he mejorado y también me gustaría presumir algunas técnicas nuevas que he
estado ensayando. Se escucharon nuevamente los cantos a lo lejos como si las
nubes cantaran, ovacionando a los jugadores de esta plataforma para su deleite.
Yo como responsable del batallón número trece salí de la tienda y todos los
demás responsables solo observaban a la tienda del general esperando la
decisión.
El elegante uniforme color azul intenso con detalles
en rojo apareció en la colina, el general sostenía su taza de porcelana, lo que
le gustaba beber era un misterio para todos en el batallón, pero parecía estar
fundido a ella como si fuera una extremidad mas. Dio un sorbo de ella y con su
mano libre y con mucha elegancia expulso su espada y la apunto hacia el
horizonte. Era tiempo de ir a emboscar al enemigo. Los soldados fervientes y
consumados por lo inesperado tomaron el resto de sus artefactos bélicos, se
pusieron en formación y mi batallón con
un grito en unisonó marchamos con el resto hacia el campo de batalla.
El campo seguía estéril y desolado, la moral era bueno
el día de hoy después de un lapso de cuatro victorias consecutivas pero al
mismo tiempo la mentalidad de “nada dura para siempre” era una constante en la
mente de muchos. Pero yo estaba satisfecho mirando aquel campo rebosante de
silencio y sangre seca.
El suelo inicio a retumbar lentamente, la sentía en la
suela de mis pies como el latido de la tierra agitándose más y más con cada
segundo. Eran los pasos de esas monstruosidades, los Laiskinen, ballenas
terrestres que a pesar de su magnitud de tamaño y peso se podían mover bástate
bien en dos o tres patas dependiendo de las mutaciones que los afligían. No
sabían otra cosa que avanzar, aplastar, gemir y aumentar su tamaño de un par de
elefantes. A pesar de la magnitud de los oponentes y lo feroces de las batallas
estos encuentros eran siempre relativamente rápidos en que se determinara el
lado victorioso. Al igual que los sonidos antes de cada batalla cuando un lado
era e más favorecido por los dioses el ente esparcía su poder y convocaba quien
había ganado ese día la guerra de incontables días. Si los Laiskinen ganaban un
sentido de desolación nos invadía pero desde el campamento el general llamaba a
una retirada para poder retomar energía o solo regresar cabizbajos con nuestra
desolación y lamento de compañía. Sería interesante ver a los Laiskinen
emprendiendo una retirada presurosa pero sus solos movimientos inspiraban
cansancio, así que si nuestro lado vencía ellos simplemente de volvían en un
estado sólido y apático a la merced de los elementos y así no imponían ningún
poder sobre nosotros.
Nubes de polvo se podían ver a lo lejos, y con un paso
constante y forme de los Laiskinen estarían en nuestro lado de la frontera en
poco tiempo si no los deteníamos. La llamada al ataque llego a los oídos de
todos y avanzamos con un paso forzado y rápido para poder abarcar lo que esas
masas sin forma avanzaban con un par de pasos.
Nosotros siempre iniciábamos los ataques mientras que
el enemigo solo aplastaba a su paso a nuestros soldados o los empujaba contra
el suelo rompiendo varios de sus huesos en el mejor de los casos. Lo impráctico
de luchar contra los Laiskinen era que no tenían puntos débiles, todo su cuerpo
era grotescamente gordo, escamoso y con varias bocas en distintas partes de sus
cuerpos. Las espadas muchas veces no pasaban las capas o rasgaban los pies para
poder detener a la mayoría y formar una especia de barricada Laiskinen
moribundos que aun buscaban saciar su hambre hasta que se daban por vencidos y
sucumbían a la descomposición natural.
Los gritos se apoderaban del campo de batalla,
mientras intentábamos derribar al oponente uno por uno. Pero la moral se esfumo
tan pronto como el primer sable se desenfundo y uno vez mas parecía que estas
criaturas ganaban más fuerza por solo existir. Al principio parecíamos más
fuertes que estas criaturas pero cada zarpazo de mi espada se hacía mas y mas
largo; las ráfagas de mis brazos se convertían en simples brazadas de alguien
rendido en el mar y que solo quiere ahogarse. No solo era yo, a lo que podía
ver de mis compañeros era muy obvio que de estar en dos pies ya era imposible y
sucumbían a sus orígenes animales y cada vez se fundían con el piso y andaban
en cuatro extremidades mientras que los Laiskinen con solo caminar los absorbían
y aplastabas con sus capas viscosas de piel; como si la arena inerte quisiera
luchar contra las oras furiosas del mar.
Pero tenía que poner el ejemplo, no solo por mis
compatriotas sino por mí; tenía que comprobar que era capaz de hacer ante esta
montaña de carne; la única aprobación que necesitaba no era del general ni de mis
soldados; era de mi mismo. Así que no sucumbí ante el dolor o la pereza,
escalaba a los Laiskinen para tomar aire para sumergirme a las profundidades
nuevamente esperando un milagro con cada respiro. Tenía la mayor parte del peso
de un enemigo apoyándose descaradamente a un costado mío, como si aun quisiera
descansar en plena batalla, el peso era demasiado y mi rodilla izquierda
averiada de enfrentamientos anteriores estaba cediendo. Mi espalda y pulmones
estaban colapsando por igual, el peso solo me empujaba a relajar mis manos y
soltar la angustia, solo cerrar los ojos y dejar ir todo lo que me convertía en
lo que era. En uno de lo últimos saltos
que pude dar, como un delfín tomando aire, di un giro para ver si aun podía
divisar aliados en ese territorio fétido. Ya había perdido una de mis fieles
espadas y al empuñar mi sable con una chispa de esperanza y con una bocanada
exhausta logre ver uno de esos días mágicos. Vi no lejos de donde me encontraba
a una fresca estampida de soldados bajando por a pendiente a darnos una
inyección de vigor. Solo pude verlos venir como un zarpazo de un tigre
arrasando todo a su paso. Di un grito de lucha con todo lo que me quedaba de
aire y empujaba y empujaba a las masas de carne esquivando sus golpes torpes
pero fuertes, en menos de cinco parpadeos sentí a los refuerzos avanzar mucho más
de lo que habíamos logrado en nuestro batallón y al verme rodeado de figuras
familiares mi corazón y espíritu descansaron, me hinque en la tierra aun
caliente de tanta fricción y mire al cielo; era cuestión de tiempo para oír esa
dulce sonata de triunfo la podía sentir en mis huesos. El ente parece
complacido con la decisión ya sea por nuestra ayuda o ya predispuesta, siento
que se y al mismo tiempo que no comprendo esas batallas constantes pero sé que
tienen un beneficio más grande que solo los soldados que emprendemos los
combates de una manera eterna en cierta percepción.
La conquista sobre la pereza personalizada era para
nosotros el hoy y e ahora estaban ganados, había sido una batalla gloriosa y
aunque ya había perdido batallas antes y lo valioso era seguir con vida para
dar lo mejor de ti a la siguiente ocasión; nada se compara al sabor de los
laureles, esa sensación de ver llover pétalos de flores al regresar a casa;
nada se compara, para eso existo para eso mantengo es mi propósito.
Esta es mi batalla interna para levantarme de todos
los días.
– FIN –
Consigna:
Escribir un relato bélico.
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