Por María Galerna.
El timbre de la puerta sobresalta a la señora Kuiper que se encuentra ensimismada arreglando unos arietes de peonías en el jardín trasero de su encantadora casa. El cartero vuelve a insistir y la anciana, frotándose las manos contra el mandil verde pistacho, se dirige sin prisa alguna hacia la puerta de entrada.
El timbre de la puerta sobresalta a la señora Kuiper que se encuentra ensimismada arreglando unos arietes de peonías en el jardín trasero de su encantadora casa. El cartero vuelve a insistir y la anciana, frotándose las manos contra el mandil verde pistacho, se dirige sin prisa alguna hacia la puerta de entrada.
El hombre de
uniforme gris, gorra de plato y sonrisa de esas que dicen <<estoy hasta
los mismísimos…>> le entrega una carta certificada al tiempo que le dice:
—¿Me hace usted el favor de firmar aquí, en la hoja, al pie,
donde pone <<firma del receptor >>?
La mujer lo mira con cara de no entender y una muda
interrogación en sus burlones ojos azules.
—Siiii señora Kuiper, igual, igual que las últimas veinte
veces que le he traído otras cartas parecidas —refunfuña el tipo— Y es de su
hijo, igual, igual, que las otras veinte…
La buena mujer
firma, mirando de reojo y con sarcasmo al estoico funcionario, procurando eso
si, que éste no se entere, sólo faltaría eso…
El hombre le entrega la carta y dando media vuelta se aleja
mientras murmura entre dientes alguna maldición. Igual, igual, que todas las
otras malditas veinte veces.
La señora Kuiper
rasga con cuidado el sobre:
Mi muy querida madre:
Como todos los años por estas fechas,
emprendo mis vacaciones, le avisaré a mi vuelta.
Le
besa su hijo.
Simplicio.
—¡Otra vez se va de vacaciones! Y no se da cuenta que ya no
queda sitio… —mira a su espalda, hacia el jardín y continúa con su monólogo—
¿Unas margaritas o unas caléndulas? ¡Uhm! Tendré que mirar las flores de
temporada.
Simplicio es un muchacho de cara alargada
sin fuste, ojos grandes y estúpidos y sin chicha que le cubra los huesos, esos
que al trasluz se podrían hasta contar. Esta mañana se muestra nervioso, se
acerca el momento de irse de vacaciones y aún no ha decidido el destino. Acaba
de romper su hucha de cerdito y lo que encuentra no le alcanzaría ni para salir
al portón de su casa. En fin, echará mano de los ahorros que guarda para
emergencias.
Enciende el
ordenador y empieza una búsqueda en Google << Viajes para pobres sin espíritu >> y espera…la pantalla
parpadea, un resultado encontrado, lo mira, lo remira, lee las ofertas y lo que
incluye el viaje.
¡¡VENGA con nosotros a
un lugar distinto, disfrute del calor, del paisaje y de sus variopintos habitantes. No se arrepentirá.
Excursiones en barca.
Espeleología. Fauna autóctona.
Un paraíso del que no
querrá regresar!!
Reserva sin
pensarlo, entra dentro de sus posibilidades. Anota la ruta para decírselo a La Yeni ,
su GPS.
Prepara el equipaje
que consiste en una mochila con lo imprescindible y una maleta de dimensiones aceptables que deja vacía.
¿Qué por qué la lleva así?, bueno, siempre que vuelve de su viaje la trae
llena. Se ahorra comprar una nueva en cada salida.
El coche, un Renault Gordini de un color gris
desvaído y con años para aburrir, se queja cuando lo ve llegar <<¡Buf! Otro año más…>>, chirría
su carrocería. Simplicio acomoda la maleta en el maletero y la mochila en el
asiento del pasajero. Y se prepara para la aventura.
Tras horas y
horas de vicisitudes, pérdidas de rumbo y mil cosas más, que darían para tres
tomos de <<Lo que no se debe hacer
cuando sales de viaje>>, llega a su destino.
El lugar no puede
ser más desolador, un monte pelado y unas puertas desvencijadas. Se arma de valor y pasa al interior
acompañado por el tétrico chirriar de las bisagras. Un golpe de calor le da en
toda la cara y apenas alcanza a ver al enorme perro que lo mira con sus seis
ojos inyectados en sangre y le enseña los colmillos de sus tres feroces fauces.
Oye un carraspeo a su espalda.
—Joven —le dice una voz con tonalidades cavernosas— Debe cambiar su dinero por el del complejo,
puede hacerlo en esa taquilla. Y le señala una caseta de feria situada cerca de
un lago hediondo y más negro que la noche más negra. Simplicio se dirige hacía
el lugar indicado no sin antes echar un vistazo al propietario de tan peculiar
acento. Se trata de un tipo entrado en años, con tripa y un bonito color
encarnado. Lleva un extraño sombrero adornado en su copa con dos puntas de
¿cuernos? El chapoteo de un remo en el agua lo distrae del examen del colorado
personaje.
Una barca se
acerca a la orilla guiada por una figura encapuchada. Al ver a Simplicio
extiende una mano.
—Su visita guiada —le dice— ¿Tiene los óbolos? Sino tendrá
que hacerla nadando.
El joven le da
tres monedas, le ha advertido el gerente que le convenía ser generoso porque el
barquero tiene malas pulgas. Según el tipo había clientes de temporadas pasadas
aún esperando, por tacaños.
Ya cumplido con
el trámite, sube a la barca y entonces es cuando la ve…la criatura más hermosa
que vieran sus vacuos ojos. Si la tuviera que definir, diría que es etérea.
Rostro blanco lechoso, con unas graciosas ojeras negras alrededor de unos ojos
que ocupan media cara; transparente, porque no es delgada, es más. Y vestida de
novia premonitoria…
A partir de ese
instante el viaje pierde interés para Simplicio. No se percatará de las abrasadoras
termas, ni de los baños de barro, ni las bañeras de hidromasajes con aguas
burbujeantes, ni siquiera de las grandes saunas con enormes fuegos humeantes…Ni
de sus variopintos usuarios que con sus gritos amenizan el lento deslizar de la
barca.
Ha pasado un mes
desde la última vez que fue a casa de la señora Kuiper y se le ha hecho corto
el tiempo. El cartero mira el sobre que lleva entre manos y llama al timbre.
Clotilde, que así se llama la buena señora, abre la puerta.
—¿Me hace usted el favor de firmar aquí, en la hoja, al pie,
donde pone <<firma del receptor >>?
La mujer lo mira con cara de no entender y una muda
interrogación en sus burlones ojos azules.
—Siiii señora Kuiper igual, igual que las últimas veintiuna
veces que le he traído otras cartas parecidas —refunfuña el tipo— Y es de su
hijo, igual, igual, que las otras veintiuna…
La buena mujer
firma, mirando de reojo y con sarcasmo al estoico funcionario, procurando eso
si, que éste no se entere, sólo faltaría eso…
El hombre le entrega la carta y dando media vuelta…
—¿Podría usted esperar un segundo? —le dice Clotilde al
cartero mientras sigue leyendo la carta— me haría un gran favor. Miré, mi hijo
me dice que este año no vendrá y tengo que plantar unas margaritas, pesan mucho
y le estaría muy agradecida si…
Si las miradas
matasen, la señora Kuiper habría caído fulminada en ese mismo instante, pero
como funcionario, se debe a la comunidad (maldita sea su estampa).
—Por supuesto, será un placer —le dice atragantándose
con las palabras.
La mujer lo
acompaña hasta el jardín, le señala unas enormes macetas y cuando el tipo se
agacha a coger una…
Mi muy querida madre:
He conocido a una chica especial. Iremos
a visitarla a usted las próximas vacaciones. Es la hija del dueño complejo
vacacional. Aquí le mando una foto de nosotros dos.
P.D. La maleta sigue
vacía.
Le
besa su hijo
Simplicio
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