Por Carmen Gutiérrez.
—Pero le traje un café…-dijo ella con timidez.
—Pero le traje un café…-dijo ella con timidez.
—Sí, es cierto.
Perdone por eso. Nunca un “correcto” se me había acercado con buenas
intenciones —respondió él con una mueca y luego agregó al ver que la chica parecía
confundida—; un “correcto” es alguien como usted. Personas que están haciendo lo que
se supone que deben hacer, tienen un trabajo, una casa, una familia ¿Sabe cómo?
—¿Usted fue un
“correcto” alguna vez? —preguntó ella
sonriendo.
—Hace mucho
tiempo. La gente piensa que somos diferentes, que algunos estamos locos —se llevó el índice
sucio a la sien y lo giró levemente—. Pero nosotros buscamos lo mismo que ustedes. Comida
para un día, un techo donde dormir, un abrigo para las noches heladas, pero no
podemos quedarnos en un solo lugar y estar encerrados en una oficina no es una
opción ¿Sabe cómo? No encajamos en nada.
—¿Le gusta el
café?
—Es bueno —dijo dando un
sorbo a su bebida—, colombiano con fuerte aroma. Ah, no se sorprenda. Soy un vagabundo,
pero no siempre lo fui. Hay una cafetería en el centro que me da una taza o dos
en el invierno. Tengo un fino paladar —y soltó una carcajada que mostró una dentadura casi
perfecta, si el sarro no fuera tan evidente.
Siguió
riendo a carcajadas por algo que sólo a él le parecía gracioso. Adriana lo
observó con interés; usaba una camisa de leñador con un suéter debajo,
pantalones de lona raídos por las rodillas y guantes que no eran par. Parecía
un vagabundo, sí, por la suciedad y su morral del ejército pero no parecía
tener más de cincuenta años ni pasar hambre. Se llamaba Rey, que bien podría
ser por Reynaldo…
—¿Ha visto esa
película? —señaló Rey a un viejo cartel del otro lado del parque. En la imagen
aparecía Will Smith con su hijo, Will llevaba un maletín y el niño una mochila
a la espalda mientras un rayo de sol detrás de ellos daba la impresión de un
atardecer— “En busca de la Felicidad” —dijo ensanchando los brazos como para dar importancia
al significado.
—Sí, hace años.
—¿Le gustó? — Rey parecía muy interesado en su respuesta.
—Es bonita.
Triste pero con un bonito mensaje.
—Es el mensaje el
que importa ¿Sabe cómo? —sacó un cigarrillo arrugado del bolsillo de su camisa
y lo encendió— Vi esa película en el centro, en ese viejo cine. Una pareja de gringos
me había pagado cien grandes por tener sexo con la mujer, era una foca pálida
con un buen par de tetas que se movía como poseída… saliendo del motel me
encontré este boleto de cine así que aproveché la oportunidad. Los gringos me
habían dado un baño y ropa limpia así que parecía un correcto…
Dio una
calada larga a su cigarrillo y Adriana tuvo un extraño pensamiento. Por un
segundo se imaginó a Rey sobre ella, desnudo, jadeando. Se lo imaginó limpio
con la larga barba recorriendo sus pechos. En ese escenario incluso la enorme
cicatriz de Rey que le cubría parte del ojo derecho parecía excitante. Con un
estremecimiento alejó el pensamiento y cruzó las piernas.
—Pero el cartel —continuó Rey
ajeno a los pensamientos de la chica—, no dice nada de lo que será la historia ¿Sabe cómo?
Yo pensé que sería una película de negros, en un barrio negro y que el tipo ese
estaría todo el rato tratando de sacar a su hijo de las drogas o algo.
—En cierto modo
así es ¿no? —preguntó ella y agregó— Will está toda la película tratando de eliminar los
paradigmas de ser negro en mitad de los ochentas.
—Sí. Trata de ser
un negro metiéndose en el paradigma de un blanco —volvió a reír.
Adriana se
vio de pronto sonriendo ante la ocurrencia, pero seguía preguntándose porqué
estaban hablando de una película vieja.
—Mi punto es —dijo Rey como si
adivinara sus pensamientos—, que uno ve las imágenes como ve a las personas. Esa
foto no dice nada de la historia, deduces que será una lucha porque la
felicidad se esconde entre más la persigas, pero puede ser diferente para cada
uno. Para el protagonista, al menos lo que nos dice la historia, la felicidad
es un buen empleo que le dé suficiente dinero para mantener a su hijo y que éste
no termine vendiendo drogas, esa es su felicidad.
—Pero aun no
entiendo…
—Cuando usted se
acercó a mí hace un rato pensé que venía a acusarme de violación o algo así. Ha
pasado. A mi amigo Pelucas lo arrestaron porque una mujer que le fue infiel a
su marido y quedó embarazada dijo que la habían violado en la plaza. Así que al
igual que a la película, yo la juzgué a usted en un inicio. Ahora estoy
tratando de saber qué demonios quiere y a donde me llevara esta historia.
Adriana
guardó silencio. Trató de decirlo pero los ojos negros de Rey se clavaban en su
mente y no podía concentrarse. Lo había observado por días, y no podía dejar de
pensar en él desde que lo vio sentado en la acera cuando ella iba para la
universidad. Había imaginado diez escenarios posibles en los que hablaba con él
y no se había preparado para un vagabundo filósofo que hablaba de películas
sentimentaloides. De pronto los billetes que llevaba en el bolso le parecían un
despliegue iluso de su parte.
—Yo te ví hace
unos días —dijo por fin-, mi padre era policía así que me enseñó a memorizar a la
gente que me encuentro día a día, a los vecinos, a los empleados…
—Y a los
vagabundos…—completó él.
—Sí, pero no
vengo a buscarlo para acusarte de nada. Yo…el edificio donde vivo tiene un
sótano que nadie usa. Tengo la llave y pensé en dejártela para que…ya sabes…la
uses esta temporada, con las nevadas y eso; dicen que este invierno será muy
crudo.
Rey la miró con escepticismo. Le había pasado
de todo en la vida pero lo malo siempre había venido de alguien “correcto” y
ahora esta muchachita veinteañera de cabellos cortos y ojos cafés venía a darle
un refugio para el invierno.
—Si algo nos enseña
el cine, chica —dijo después de analizar sus opciones—,
es que nada viene gratis. Nadie da ni el saludo sin
esperar, al menos, un saludo de vuelta. El sótano me caería de perlas, pero no sé
qué quieres a cambio.
Ella se
puso de pie y le dio la espalda. Se miró las manos y luego habló con voz
temblorosa.
—Cuando
mi padre se jubiló pasó varios años
tratando de buscar cosas que hacer con su tiempo libre pero encontró al alcohol
y se fue de casa. Hace dos años me avisaron de su muerte. Lo encontraron
congelado en Canadá, vivía como vagabundo y se dedicaba a beber y pedir dinero
para comprar más bebida. Me prometí ayudar a alguien que estuviera en la misma
situación que él. Si alguien en Canadá le hubiera ofrecido aunque sea un
abrigo…
Él se puso
de pie y le colocó una mano callosa y ruda en el hombro. Quizá tenía razón en
que nada era gratis. Quizá él le arreglara la calefacción o alguna fuga sin
cobrarle nada mientras ella le ofrecía refugio. Quizá limpiaría los pasillos
del edificio o sirviera de protección; podría hacer esas cosas mientras pasaba
el invierno y él pudiera moverse y cambiar de ciudad. La chica parecía muy
joven y ¡qué demonios! Tampoco era un adefesio, parecía amable, además no se
había alejado cuando la tocó.
Adriana le
sonrió y desvió la mirada al notar la suya. Él le hizo un ademán y comenzaron a
caminar. La gente los miraba al pasar. Formaban una curiosa pareja, algunos los
vieron pasear con sus respectivos vasos desechables llenos de café, hablando de
calderas y puertas, de llaves y entradas.
Mientras
pasaban frente a una cafetería llena de
estudiantes, Adriana se tropezó y Rey se apresuró a sostenerla. Una chica de
lentes los grabó con su celular cuando ella se arreglaba el abrigo y él le
tendía la mano, subió el video a internet y se volvió viral con el
#FéEnLaHumanidadRestaurada antes de que ellos llegasen al edificio.
Rey esperó
en la entrada mientras ella subía a su apartamento y bajaba algunas mantas y
almohadas, rodearon el edificio y Adriana le dio una pequeña llave.
—Abre —dijo señalando
una puerta metálica—, si este va a ser tu casa estos
meses debes cuidar la llave.
Rey
obedeció y la puerta lo llevó a una angosta escalera de metal.
—¿Sabes? —dijo tomando las
mantas de los brazos de la chica— Una de las cosas que hizo que el negro ese de la
película sufriera más de lo necesario, es que nunca admitió que necesitaba
ayuda. ¿Sabes cómo? Si él hubiera dicho en algún momento que necesitaba dinero
para su hijo, quizá alguien le hubiese ayudado —dijo mientras bajaban.
—Bueno, tú no
dijiste nada y yo me ofrecí a ayudarte.
—Pero, niña, mi
situación es obvia —dijo con una risita dejando las mantas en un pequeño catre junto a la
caldera—. Yo no ando por la calle vestido de traje, lo que ves es lo que hay —y se señaló de
cuerpo entero.
Adriana
sonrió un poco, se sentía más confiada y tranquila; durante la mañana, mientras
planeaba encontrar a Rey, le preocupaba que él intentase atacarla o robarle, y dejarla desangrándose en el sótano.
—No tengo mucho —dijo recordando
los billetes en su bolso y se los entregó a Rey—, pero quizá puedas comprar algo de cenar. No voy a
tener mucho que compartir, pero si necesitas algo puedes pedirlo.
Rey se sintió incómodo. Pensó en rechazar el dinero
pero recordó que por estar hablando con la chica no había pedido en la avenida
de siempre así que se lo guardó tratando de hacer que sus manos no temblaran.
—Hay una
puerta que conecta al sótano con el edificio, soy la encargada del
mantenimiento así que sólo yo tengo la llave. Te la voy a mostrar en caso de
cualquier emergencia.
Rey comenzó
a seguirla, confuso. Esa chica lo confundía. No había puesto ninguna regla, no
había dicho “por favor no robes nada” o “No puedes entrar aquí”. Ella daba por
sentado que él se comportaría bien. No le había preguntado si bebía o si se
drogaba. Tampoco le había impuesto condiciones ni plazos. Simplemente le daba
un lugar donde pasar el invierno. Quizá eso era la felicidad.
Adriana
rodeó la caldera y lo guió por un pasillo hasta una puerta, le dio una llave y
le hizo un ademán para que se acercara a abrir. Él la miró a los ojos y sonrió,
la cicatriz en el rostro se estiró tanto que sintió un tirón en el musculo de
la frente. Hacía años que no sonreía tanto. Tomó la llave pensando en la mano
de ella sobre su hombro. Lo tocaba. No quiso hacerse muchas ilusiones pero su
cuerpo no estaba acostumbrado al contacto femenino, ya ni recordaba cómo se sentía
tener a una joven entre sus brazos, aunque podría ser su hija.
—La llave no
entra —dijo sin volverse—, quizá esté equivocada…
No pudo continuar, Adriana rodeó su cuello y lo
degolló con una navaja de afeitar que llevaba oculta en el abrigo. Rey trató de
luchar a pesar de que no podía respirar y sentía el calor de su sangre
empapando su pecho, pero Adriana se alejó por el pasillo, retrocediendo,
encantada ante el horror que los ojos del hombre reflejaban.
—Mi padre
violó a tres niñas en Canadá antes de morir —dijo ella con tranquilidad—, no fue sino un
alcohólico desde el principio que abandonó a su familia en busca de su
felicidad ¿Sabes cómo? —dijo ella imitándolo—. Si algo nos enseña el cine, Rey. Es que la gente
puede cambiar, pero la escoria es escoria aquí y en China. No puedo saber que
andas por aquí y esperar a que seas una buena persona, Rey. No puedo
arriesgarme a que toques a las niñas de mi vecina. No voy a permitir que robes
o violes a alguien sólo porque está de moda pensar en que la gente es buena —Limpió la navaja
con la camisa ahora más sucia de Rey y agregó—¿Sabes cómo? pero siempre hay que limpiar muy bien la
sangre… el cine enseña muchas cosas…
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