Por Soledad Fernández.
Observo el dispositivo de autocongelamiento y miles de imágenes aparecen en mi mente. Recuerdos, anhelos. Imágenes de las posibilidades esfumadas en un futuro aun no escrito, aun siquiera imaginado. Todo puede ser tan diferente que es difícil de comprender. Sé que estoy sellando definitivamente mi destino. Lo sé por él. Porque lo susurró en mi oído, cuando murió.
Observo el dispositivo de autocongelamiento y miles de imágenes aparecen en mi mente. Recuerdos, anhelos. Imágenes de las posibilidades esfumadas en un futuro aun no escrito, aun siquiera imaginado. Todo puede ser tan diferente que es difícil de comprender. Sé que estoy sellando definitivamente mi destino. Lo sé por él. Porque lo susurró en mi oído, cuando murió.
Parezco loca pero es la verdad. Soy la última
humana pensante en este momento. Solo quedo yo. El resto ya ha sido congelado y
se encuentra en una especie de hipersueño del que despertarán en dos mil años. Mi
corazón y mi mente están llenos de dudas. ¿Los acompaño? Miro el aparatito y
aun no puedo decidir si continuar con este proyecto o morir en el mundo que
conozco, junto a la tumba fresca de mi amor. Un futuro extraño sin él, sola, es
algo que jamás esperé. “Te extraño terriblemente”.
Pero el mundo gira e imagino que dos mil años
de descanso pueden ser suficientes para mitigar este dolor. Sin embargo, antes
de tomar la decisión final, camino por las destruidas calles de la ciudad. Por
todos lados veo el desastre y el caos que dejamos atrás. Pienso que si solo un
puñado de seres humanos pudo hacer esto, quizás no merezcamos la felicidad. Guerra,
hambre, miserias humanas terminaron con todo lo bello del mundo. Debería
interpretar este presente como la premonición de un futuro condenado. Sin
embargo, somos el legado de la humanidad.
Entonces voy a casa, me siento en mi silla
favorita, observo el cielo una vez más, pienso en él y me congelo por dos milenios.
***************
Despierto. Mi cuerpo aún está entumecido. La
oscuridad se encuentra por doquier, es envolvente e intimidante. El aire…aun no
decido si el aire cambió. Yo soy la misma pero en un mundo que es muy diferente.
¿Y si estoy muerta y esto es el cielo? ¡Que estupidez! No existe el más allá.
Dicen que en hipersueño las cosas cambian. Que tu mente varía y puede jugarte
malas pasadas. Todo es conjetura en este momento. Es la primera vez que se lleva
adelante semejante experimento y nadie sabe a ciencia cierta que nos puede
pasar. Pero siento que no cambió nada. Soy la misma. Solo que no puedo moverme
aun.
Hace frío. El manual decía que una vez que se
despierta hay que estar quieto por un rato. Esperar que las funciones se
acomoden. Que nuestros ojos se acostumbren a la luz. Que nuestros oídos
escuchen otra vez. Que los músculos se aflojen un poco para poder usarlos.
Respirar despacio. Eso tengo que hacer. Lento,
de a poco, para que el oxígeno llegue a los pulmones y la sangre circule bien.
¿Y si no hay oxigeno? ¿Y si el mundo se destruyó? No seas tonta. El mundo sigue
girando. Sos testigo viviente de eso. Dos mil años en un abrir y cerrar de ojos:
maravilloso y aterrador. ¿Habrá despertado el resto? Ojalá que sí. No quiero
estar sola.
Con lentitud mis brazos responden. La oscuridad
aún persiste y eso me pone tensa, casi en estado de alerta constante. “Enfocate”,
me digo. La superviviencia depende de eso, de entender el nuevo entorno. Tal
vez estoy ciega. ¡No seas pesimista! Mi cerebro es mi peor enemigo. Un ruido me
desconcentra. En medio de este silencio sepulcral, unas pisadas aparecen como
en ecos a la distancia. Rebotan en mi cabeza, se magnifican, se hacen lejanas y
distantes a la vez. ¡Auxilio!, quiero decir pero mi garganta está seca y no
sale ningún sonido. Apenas un quejido. Con dificultad puedo ponerme en pie. Las
piernas me tiemblan y siento una inestabilidad tremenda. El mundo gira y no hay
de donde agarrarse. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que las
pisadas se hacen más cercanas. Agudizo mi oído para descifrar algo que
desconozco por completo. Sé que se acerca a gran velocidad y no es humano,
estoy segura. Un hilo de luz aparece a la par de una enorme bestia que ruge
delante de mí. No sé qué hacer. Estoy paralizada. Quiero correr pero no puedo.
No puedo moverme. La bestia me olfatea tratando de decidir si soy comestible o
no. La baba de uno de sus colmillos me chorrea el pecho, se desliza por mi
cuerpo espesa y con olor pútrido. Lloro en silencio. Quieta. Entonces abre su
enorme boca y me devora completa.
****************
Mi corazón está desbocado. Tengo un grito
atravesado en mi garganta. La bestia no está. No a la vista. “Es un sueño”,
pienso. Mi mente es extraña, lo era antes y lo es ahora, dos mil años más
tarde. Ya no hay oscuridad. Así es el futuro, me digo, radiante, cálido. La luz
brillante y cristalina del sol me envuelve, me acuna y puedo relajarme. Por un
instante solo veo blanco con destellos amarillentos y naranjas. Parpadeo muchas
veces porque me duelen los ojos. Y el cuerpo. Siento que mis músculos están
atrofiados pero esta sensación es mejor que la oscuridad y la bestia maloliente.
Aguardo a que el efecto del descongelamiento se
complete. Mientras, siento la brisa en mi rostro y comienzo a distinguir
bultos. Algo verde, tal vez un árbol, se balancea al ritmo de la brisa.
Recuerdo el árbol del jardín, el que planté con mi esposo al mudarnos. Imagino que
debe estar enorme, que gracias a que la humanidad se congeló, el planeta
recuperó su vitalidad y ahora el oxígeno es mucho mayor. Imagino el verde de
los campos y el cielo azul y límpido. Las nubes ¿seguirán siendo blancas?
Quiero pensarlas de muchos colores, como el arco iris. Todo es posible ahora.
Mi cuerpo comienza a moverse. Me desentumezco y
enseguida un temblor violento me invade por completo. Cada fibra muscular toma
vida propia y no responde a mi conciencia. Caigo al suelo en una convulsión
imparable. Mis huesos se astillan y atraviesan mi carne con cada contracción de
los músculos. El dolor es insoportable y está presente en cada parte de mi
cuerpo. En mi corazón. Mi garganta hierve como un volcán en erupción derramando
lava en mi interior. El aire es tóxico, ahora lo entiendo. No hay oxígeno. Lo
sé. Mi mente me lo dice. Lo de la bestia fue premonitorio, un sueño
anticipatorio. Voy a morir porque destruimos el planeta y ahora el planeta nos
destruye a nosotros.
Las convulsiones cesan. Mi corazón se detiene.
La oscuridad me invade.
**************
Una mano acaricia mi rostro. Quizás ahora sí
sea el Cielo. Pero no creo en Dios así que no puede ser eso. Si creo en el
Diablo. Porque sólo un ser demoníaco puede ser capaz de llevarme al infierno, de
aprisionarme ahí. Sólo un demonio puede hacerme creer que el mundo será
diferente cuando despierte.
Pero esa mano cálida está, no se va. Su aroma
es conocido. Abro mis ojos y estoy en mi lugar amado. En mi casa. Antes del
congelamiento, antes de la guerra devastadora que eliminó prácticamente toda la
humanidad. Estoy con él, con mi esposo.
—¡Estás vivo!—le digo llorando de felicidad.
—¿Tuviste una pesadilla?—pregunta
sonriente aunque algo desconcertado.
Sí, me digo, fue una pesadilla espantosa. Le
sonrío y él me besa en los labios. Lo atraigo hacia mí y lo abrazo fuerte,
demasiado. Necesito sentir su cuerpo cerca del mío, su piel, su corazón latir
acelerado. ¿Será un recuerdo en mi estado de hipersueño? Tal vez. Pero no
quiero dejarlo partir, no quiero pensar mas.
Sin dejar de observarlo ni un instante,
desayuno junto a él. Todo tiene un sabor intenso y me desconcierta. Muy dentro
de mí corazón deseo jamás despertar. Quedarme por siempre en este sueño
acompañado. De fondo, la televisión está prendida. Hablan de que la humanidad
ha llegado a su punto crítico: veinticinco mil habitantes en todo el planeta.
No hay salvación posible.
—Moriremos todos—le digo con tristeza.
Pienso en mis pesadillas recientes, en el congelamiento.
En los milenios por delante y en los que dejamos atrás. Todo se me torna
pesado, triste, viscoso. Intento despejar ese sentimiento y tomo su mano, la
sostengo entre las mías.
—Vamos a morir. —repito triste.
Él me observa.
—No te preocupes—me dice—Yo tengo la solución. Nos vamos a
salvar. Diseñé algo que nos dará otra oportunidad.
Y todo se acomoda, el día, la semana, el año.
Hoy es el día en que todo pasa: el diseño del dispositivo, el fin de mi
felicidad. Es él quien hizo que el futuro de la humanidad sea posible. Él hizo
que todos podamos dormir dos mil años para tener una chance de salvación. Pero
también él morirá hoy mismo, por una explosión y seré yo quien encuentre el
diseño y lleve adelante la tarea de salvar a las personas.
Pero ahora, ahora que sé lo que va a pasar, no
quiero ser esa persona. No deseo salvar nada. Quiero cambiar todo lo que está
escrito.
Él se levanta y se va a trabajar, como siempre.
Lo observo con tristeza. Intento capturar ese instante para recordarlo, para que
me acompañe cuando despierte, cuando esté sola en el futuro. Mi corazón se
debate entre lo que es y lo que debería ser. Imagino mi despertar en dos mil
años en un mundo extraño, diferente a lo conocido. Imagino el dolor aun
presente a flor de piel.
Se va a su muerte y nada puedo hacer, pienso. ¿Nada?,
me pregunto.
Sé que el futuro no se puede alterar porque
estoy congelada. ¿Lo estoy? Es todo tan confuso. Pienso que lo que deba ser
será. Pero… Me levanto de la silla, me apresuro y tomo su mano. Nos miramos una
vez más. Él me sonríe y yo le beso los labios. Mi corazón decide y salgo con
él, y juntos vamos en busca de nuestro futuro sea cual fuere de ahora en más.
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