viernes, 8 de enero de 2021

El origen de la leyenda (Talismán)

 

El viejo se sentó en la mecedora con un resoplo de alivio. El niño, que no era más que un crío de siete años, lo vio y corrió hacia él. Entre sus piernas llevaba un madero que en la parte superior lucía una bella cabeza de caballo, visiblemente labrada con destreza y esmero.

—¡Hey, Timi! ¿Cómo estuvo esa cabalgata? —preguntó el viejo Bill con una mezcla de amor y orgullo al mismo tiempo.

—Abuelo, gracias por tallarlo para mí. Es el mejor regalo que recibí —respondió Timi emocionado, aunque lo dos sabían que era el único regalo recibido.

—Eres un buen niño, quizás mejor de lo que era tu padre. Te mereces más cosas, pero yo solo puedo darte estas.

—¡Es genial, abuelo! Y mientras practico para cuando pueda montar en serio —respondió feliz—. Quiero ser como el Necio John cuando sea grande.

—Ese era un tonto, Timi, no te confundas. Pero, ¿quién te mete esas ideas en la cabeza? —respondió sorprendido el viejo.

—Mis amigos, abuelo. Clay y Ed, cuando seamos grandes formaremos una banda.

—No creas todo lo que te dicen, Timi. O, ¿por qué crees que le decían el Necio John? Nunca será un buen ejemplo a seguir para ti, hijo.

—Pues, yo querría robar un tren y darte todo el dinero para que dejes de labrar esa tierra dura.

El corazón del viejo Bill se estrujó de amor y de miedo al mismo tiempo. Abrazó a su nieto, su único familiar vivo y le dijo:

—No lo necesitamos, Timi. Acá somos felices y cuando yo muera heredarás esta tierra y traerás a tu mujer. Tendrás hijos, y con el tiempo, nietos, y entonces entenderás.

Pasaron algunos años y Timi, al que ya no le gustaba que le dijeran Timi, contaba con doce años. El abuelo Bill se había ido al pueblo a comprar unas semillas y él había quedado a cargo de la granja. Cuando terminó sus labores, entró a la casa y se lavó. Comió un trozo de pan y tuvo ganas de practicar en las figuras talladas que su abuelo le enseñaba. Buscó por todos lados la navaja de Bill y no la encontró. Quizás esté en una de sus gavetas, se dijo. Las gavetas para él estaban prohibidas, pero eran tantas las ganas que tenía de hacerle un regalo especial al viejo Bill que se animó a buscar. La guardaré antes que regrese, pensó, no se enterará. Buscó en la primera y no la encontró, solo halló algunos papeles de la granja y dos Colt 45 de su abuelo. Las acarició como si fuesen la mano de la chica que tanto le gustaba, pero no se animó a agarrarlas, sabía que estaban vedadas para él, hasta que dejara de ser un niño. Abrió la segunda gaveta y, entre una pila de cosas viejas, descubrió una foto de su abuelo, su abuela y su padre, cuando aún era un bebé. Observó detenidamente al viejo Bill y notó cuánto había envejecido. Su rostro lampiño dejaba ver una gran cicatriz en forma de cuña en su mejilla izquierda que él jamás había visto, la gran barba blanca se lo impedía. Cuando quiso abrir la tercera gaveta estaba cerrada con llave. Pero sabía en dónde la guardaba el viejo, aunque él no lo supiera, la buscó y abrió. Sus ojos comenzaron a crecer de tamaño hasta casi salirse de las órbitas, su mandíbula cayó laxa y un gemido extraño surgió de su propia boca, sobresaltándolo.

—Me mentiste —sentenció el niño, apenas el viejo bajó del caballo.

—Hola, Timi, ¿de qué me hablas? —preguntó el viejo Bill, aunque en su fuero interno ya lo intuía, pues, los secretos bien guardados no existen.

El niño no respondió, estaba sentado en su mecedora y lo miraba fijamente. El sol del crepúsculo bañaba sus pupilas dándole un aspecto felino, sagaz. Sobre su regazo tenía un cartel. Y sobre la parte superior se leía: $5000 de recompensa. Se busca vivo o muerto. John W. McCarthy., mejor conocido como “Necio John”. Más abajo, la imagen, hecha con un antiguo daguerrotipo, mostraba al reo en cuestión.

—No sé de qué hablas, yo… —empezó diciendo el abuelo.

—Córrete la barba, quiero ver tu mejilla —exigió Timi.

Y como ya nada había por hacer, el viejo lo hizo.

—Eres el Necio John, no sé si reír o llorar —dijo turbado.

—Timi, no hacía ningún bien al decírtelo, es historia antigua.

—Timothy, es mi nombre, llámame así —y como pensándoselo mejor, agregó—. Quiero saber toda la historia y me enseñarás a disparar, quieras o no.

El viejo lo miró en silencio, mientras juntaba el coraje necesario para explicarle toda una vida de engaños.

—Yo era joven y estúpido, Timi. Era bueno con las armas cortas y largas, no fallaba. El país estaba en plena guerra civil, yo solo tenía veinte años, pero aproveché la ocasión —explicó, sincero y avergonzado al mismo tiempo—. Empecé robando diligencias y todo fue bien, entonces le tomé el gusto. Pero no solo hacía cosas malas, también enfrentaba a los indios, así fue como rescaté a tu abuela.

—¿La rescataste de los indios? —preguntó asombrado.

—Ella y su familia fueron atacados en el camino mientras viajaban. Olive fue secuestrada por los indignos Yavapai, la gente del sol de las sedientas praderas de Arizona; ellos la golpeaban y enviaban a buscar agua o alimento sin compasión ni descanso—contó—. Fue esclavizada durante un año en las tierras del norte. Cuando la rescaté jamás se separó de mí y nos casamos. Fue la mejor mujer que conocí.

—¡Abuelo, esa parece una historia de mis Dime Novels!

—Puedes apostar tu pellejo a qué sí —respondió—. Tu padre vino pronto y formamos una familia, y yo seguí robando, era fácil, supongo. Más tarde les tocó el turno a los trenes y jamás me atraparon, ni siquiera sabían quién era, no era suerte, solo que era listo y nunca lo hacía en mi zona.

—¿Y mi padre? —preguntó Timi, absorto por lo que escuchaba.

—Tu padre, cuando tenía unos años más que tú, quiso participar. Sé que está mal decirlo, pero, era mi socio en el negocio —suspiró y concluyó—. Éramos una familia de bandoleros. Ese fue el error más grande que cometí y que no quiero cometer contigo.

Timi absorbía cada palabra que decía su abuelo, su mente era como una ardilla histérica recogiendo nueces, solo que, en lugar de nueces, eran ideas.

—Después tu padre conoció a tu madre y la trajo a vivir al rancho y pronto viniste tú. Ahí fue cuando tu padre quiso retirarse y tuvo la peor idea del mundo. Idea que yo secundé.

—¿Y qué idea fue esa? ¿Fue poco antes del accidente en carreta?

—Sí, Timi. Pero tu padre, tu madre y tu abuela no murieron en un accidente, esa es la historia que te conté. Lo siento, hijo.

Timi no dijo nada, solo lo observó fijamente.

—Tu padre quiso que nos retirásemos en grande y asaltáramos el banco general del pueblo. Nos cubríamos las caras con pañuelos, por supuesto, nadie podría descubrirnos. Fue una buena idea si todo hubiese salido bien, pero no fue así. Entramos, y de los dos guardias que debían estar, había cinco. Rápidamente todo se fue a la mierda y comenzaron los disparos. Y, créeme hijo, una vez que cruzas esa línea, ya no puedes parar —explicó el viejo—. La idea era sencilla, uno reducía a los guardias y el otro robaba el millonario botín, pero al entrar con las armas en alto al grito de “nadie se mueva o entraremos a tiro limpio”, los guardias que estaban detrás del cajero comenzaron a disparar de antemano. Ellos eran cinco y nosotros dos, el resultado fue brutal. Uno de los tiros alcanzó a tu padre, lo miré y estaba muerto. Ahí fue cuando comencé a disparar a dos manos, mi mayor destreza. En treinta segundos estaban todos muertos, incluso el cajero —dijo. tomándose la cara con las manos, sus ojos, enclavados en una red de arrugas estaban rojos y húmedos—. Lo siento, esto es difícil para mí.

—Está bien, abuelo, no pasa nada —respondió muy cerca del llanto el niño—. Sigue.

—Robé lo que pude y hui, dejando ahí a tu padre. Sabía que lo reconocerían e irían a por mí. Traté, juro que traté de ir lo más rápido posible hasta el rancho, mi idea era llegar y llevarme a las mujeres y a ti lejos, con el botín podríamos empezar en cualquier parte una nueva vida. Pero me pisaban los talones. Cuando llegué al rancho, solo atiné a subirme al molino y comencé a disparar. Los maté a todos. Cuando bajé a ver a las mujeres estaban muertas, tú te salvaste porque estabas gateando por el piso. Agarré lo poco que pude, te subí al caballo y huimos durante días, escondidos en las montañas. A veces, bajaba a algún pueblo perdido a comprar víveres. Así fue como conseguí ese cartel —dijo señalando las manos del niño—. Lo demás ya lo sabes, llegamos aquí, nos cambié los nombres y compré la granja con el dinero del botín. Fin.

—Entonces, mi nombre no es Timothy Warth, dime como me llamo.

—William McCarthy III, yo soy John William, tu padre también. Te llamábamos Billy, Billy the Kid, o Billy el niño, en español, como te llamaba tu madre que venía de esas latitudes.

El Necio John, muy a su pesar, le enseñó a Billy todo lo que sabía; desde disparar encima de un caballo al galope, hasta abrir fuego a dos manos. No fue tarea difícil; Billy the Kid era ambidiestro como él… y también un talentoso forajido. Hice lo que pude, pensó el viejo, su destino ya no depende de mí, sino de Dios.

Y no tardó mucho en darse cuenta que su nieto le seguía los pasos. Con solo quince años ya se iba del rancho días enteros y volvía con grandes sumas de dinero, y, ¿qué podía decirle él? Nada, la sangre no se lava con un par de mentiras…, la sangre llama y tira, como una Colt 45.

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