Me
gustan los coches de policía. Esas luces azules y rojas son muy bonitas. Se
parecen a los coches que tenemos Luisín y yo pero más grandes. Las luces se
reflejan en los abetos y ahora que está anocheciendo el bosque se parece al
belén que montamos por Navidad o, mejor, a la juguetería del pueblo. Los polis
son muy serios y fuertes. Me gustaría tener uno de esos trajes que llevan, pero
solo si no se me pone la cara enfadada, como a ellos. A Luisín seguro que
también, y luego diría que el suyo es mejor, y pelearíamos, y entonces uno de
los dos haría de ladrón y el otro de poli.
Ahora
han dejado de hacer ruido; solo están las luces encendidas y hablan por las
radios que llevan colgadas. A Luisín le encantaría ver a los polis hacer de
polis. Pero no es como cuando jugamos nosotros, porque ellos se pasean mirándolo
todo, hacen preguntas, hablan por los walky
talkies y dicen “cambio” cuando terminan una frase. La próxima vez voy a
saber jugar a polis mejor que nadie.
Papá
y mamá están de pie, abrazados, frente a la casa y hay un policía al lado
haciéndoles preguntas. Es un hombre feo, con un bigote negro y que huele muy
mal, como la peluquería donde todos fuman y echan humo blanco. Me gusta el humo
blanco, pero no me gusta cómo huele. A Luisín tampoco. Dice que fumar es malo y
que los malos fuman. Mamá tiene en brazos el osito de peluche de Luisín y lo
abraza con fuerza, y lo acaricia y le da besitos. Me acerco a la pierna de mamá
y me cojo a ella. Yo también quiero que me dé besitos y me abrace, pero el policía
se acerca a mí y me coge de la mano. Parece que quiere ser mi amigo porque me
habla con voz suave, como el lobo hace con cabritillos del cuento. Ya me lo
esperaba, pero no me gusta. Me ha dado una piruleta azul. Me la guardo porque a
mí me gustan las rojas, pero no se lo voy a decir; a lo mejor se ofende. Me
hace preguntas otra vez y yo les cuento (¡otra vez!) la misma historia. Le digo
que el señor con cara de malo se llevó a Luisín por el camino del bosque.
Estábamos jugando al escondite en el claro que hay junto al pozo, como todos
los sábados después de desayunar. Me escondí y Luisín tardaba mucho en
encontrarme. Salí del escondite que era muy bueno, detrás del árbol, porque
allí nunca se le ocurriría mirar y podía ir girando por el tronco para que
nunca me viese. No veía a Luisín por ningún lado y entonces miré en el caminito
que se aleja del pozo. Y el señor se lo llevaba a brazos pero ya estaba muy
lejos. Era un señor muy grande, que fumaba. Esta vez le digo que tenía bigote,
porque los bigotes son de malos, como él. Le digo otra vez que Luisín gritaba y
lloraba, pero que el señor lo sujetaba con fuerza y no le dejaba escapar. Le
digo otra vez que el osito quedó en el suelo y que yo lo recogí. Pero ahora lo
tiene mamá y lo abraza como si fuera Luisín, pero ahora el osito es mío y
tendría que estar abrazándome a mí.
El
poli me pregunta otra vez sobre cómo era el señor y le digo que era alto y un
poco calvo por delante. Y tenía bigote y parecía enfadado. Me enseña unas fotos
de varios señores calvos por delante. Pero le digo que no sé si era alguno de
ellos. Son muy parecidos. Me han preguntado lo mismo un montón de veces pero no
me creen. ¿Por qué no me creen? Siempre les cuento lo mismo. Menos lo del
bigote. Eso no se lo había dicho antes.
Entro
en casa y me siento en el sofá. La tele está apagada y no quiero encenderla. Me
duermo y después de un rato me despierto. Me han puesto encima la manta rosa pero
yo quería la azul de los aviones, es la que más nos gusta a Luisín y a mí, pero
él siempre se la queda. Tengo hambre pero la cena no está hecha. Voy al armario
de las galletas y cojo cinco, una para cada dedito. Son mis favoritas. Luisín
nunca come galletas, dice que prefiere los cereales. Mejor para mí.
Aún
hay gente en la casa. Son un par de polis y una señora. Ella no tiene uniforme
de poli, pero habla y los polis la obedecen. Me ve llegar y dice que quiere
hablar conmigo. Quiere preguntarme cosas. Otra vez. Tendré que contarle otra
vez lo mismo y ella me preguntará cosas que no comprendo. ¿Por qué no me creen?
Tendrían que estar buscando por el bosque, por donde les he dicho que el señor
se llevó a Luisín, o metiendo en la cárcel a todos los señores un poco calvos y
con bigote que fumen, pero en lugar de eso quieren preguntarme otra vez. Le
diré lo del bigote. Es un detalle importante. Y volveré a insistir en lo del
camino del bosque que se aleja del pozo.
Papá
no está, pero mamá está de pie. No ha dejado de abrazar el osito de peluche de Luisín.
Ese osito es mi favorito, pero Luisín nunca me lo deja. Dice que es suyo y que
yo tengo otros juguetes. Mamá está llorando y me mira. Entonces, llora más y
más. Le pido el peluche y me lo da. Lo abrazo muy fuerte y mamá me abraza a mí.
Afuera se oyen ruidos raros y la señora sale. Miro por la ventana. ¡Hala! Ha
venido una furgoneta nueva, súper chula, y han bajado unos perros. Entonces
entran en casa y se ponen a olerlo todo. Me gustan mucho los perros. Se acercan
y me huelen, meneando la cola. Entonces la señora me quita el osito. Grito
porque ahora el osito es mío. Esa señora es mala y fea también. Les acerca el
osito a los perros y ellos lo huelen. Lo huelen mucho. Se queda el osito. No es
justo. La señora dice a mamá que ahora los perros seguirán la pista. Los perros
pueden identificar cualquier olor y seguirlo. Nos lo contó a Luisín y a mí el
señor Antonio, el pastor, un día que pasó por aquí con sus ovejas y sus perros.
Los perros son capaces de encontrarlo todo. Yo no sabía que la policía tenía
perros. No. No lo sabía. ¿Quién hubiera podido imaginarlo?
Empiezo
a llorar yo también. Mamá me coge en brazos y me aprieta fuerte. Dice que no
pasa nada, que Luisín volverá y que volveremos a estar juntos. Pero no lloro
por eso. Ahora lloro porque no recuerdo muy bien si al final también tiré la
piedra con sangre al pozo junto con el cuerpo de Luisín.
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