viernes, 15 de julio de 2022

Cuatro + Uno = Uno

SARAH

El primer bofetón la sorprendió. El segundo la avergonzó, al percatarse de lo estúpida que era por sorprenderse.

Llevaba ya dos años de relación con ese animal de Michael. Se conocía bien a sí misma; sabía que inconscientemente buscaba relaciones en las que dar y sacrificar más de lo necesario. Una amiga le había explicado los riesgos de esa actitud con unos diagramas de Venn que solía recordar. Pero continuaba  sin aprender de sus errores, volviendo al trigo como la burra estúpida del refrán. Michael no era distinto del resto; simplemente había estado en el momento justo en el lugar adecuado. Adecuado para él, claro.

No pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, impetuosas como siempre. Su pareja cambió entonces su expresión, que un momento antes mostraba ira y autosuficiencia. Esta vez Sarah no esperó a las acostumbradas palabras sedosas que siempre le dirigía, luego de agredirla, para hacerse perdonar. Fue al dormitorio, metió en una bolsa de deporte tres vestidos, unas cuantas bragas y el cepillo de dientes y salió rápidamente del cuchitril en que vivían.

Diez minutos más tarde entraba por la puerta de su casa materna y se dirigía a su antiguo cuarto, que nunca había sido abandonado del todo. Esa noche tenían cena familiar, así que quizás su presencia no llamara mucho la atención. Su padre la vio andar con paso firme desde el garaje, donde estaba trabajando en su hobby.

 

JOHN

Estaba intentando perfilar el cuello de la muchacha cuando vio a través de la ventana a su hija caminando hacia la casa. Conocía bien esa forma de andar y ese gesto lleno de rabia. No era la primera vez que lo veía. Sabía cuál era el motivo más probable. Pensó por unos instantes en la llave inglesa que guardaba en el cajón de las herramientas. Respiró profundamente.

La figura de barro, una muchacha intentando desenterrarse de la arena, no le estaba quedando como deseaba. Media vida como mecánico de autobuses le había proporcionado fuerza en las manos, pero le había restado delicadeza en los dedos. Y también cierta capacidad en su hemisferio derecho. Aunque el izquierdo tampoco estaba teniendo un gran desempeño a sus 65 años: Sophie seguía viéndose con su amante. Que era nada más y nada menos que Albert, el soltero más fantasmón del condado. Seis meses llevaban con el asunto. Pensaba que sería algo pasajero, una especie de alegría que ella se quería permitir, cercana ya a la vejez, y que él estaba dispuesto a asumir. Pero no estaba siendo así ¿Era culpa suya? ¿No la cuidaba lo suficiente? ¿Y si simplemente no era bastante bueno en la cama? Al borde de una jubilación que en absoluto deseaba, no sabía cómo afrontar la situación.

Pensó de nuevo en la llave inglesa en el cajón de las herramientas. Respiró profundamente, una vez más. Mientras tanto un desvencijado Buick Electra, con su esposa al volante, entraba en el jardín de la casa.

 

SOPHIE

No puedo creer que me haya dicho eso. Dos semanas inventándome la excusa perfecta para disfrutar de un fin de semana romántico en Dayton. Comprometiendo a mis amigas en la historia, y cuando ya está todo perfilado me dice que tiene un compromiso ineludible. Un compromiso EN FIN DE SEMANA. Y luego, que mira qué bien, que por lo menos podremos cenar juntos el viernes. Claro y cómo arreglo yo toda la historia que me he montado. Y le veo venir. Una cena rápida llena de tres bromas gastadas y a la cama, a darse el gusto él. Porque lleva unos meses que sólo piensa en su placer, en sus posturas, y luego un whisky y se va. Ni conversar un poco ni por supuesto dormir juntos, al menos, durante un rato . Si esto sigue así, no sé si voy a poder seguir viéndole, cada vez me es más difícil. Yo quería alguien con quien poder hablar ¡joder! alguien con el que compartir cosas. Y mira que él era así al principio, con esa actitud atenta que tanto me gustaba y ese amor por los detalles. No sé si es que se está cansando de mí. O quizás siempre fue así y yo soy la gilipollas.

¡Mierda! se me ha derretido el helado de mantequilla de cacahuete, solo faltaba que se me enguarre el coche. Todo para que el señorito de mi hijo lo tenga disponible para la cena de esta noche. Vaya asco de día .Y a ver qué le respondo a James. Y a John, claro.

 

MARVIN

El ataque de ansiedad (uno de los serios) se le insinuó con un desagradable cosquilleo en la tráquea. No había bastado que hubiera perdonado a su marido los tejemanejes económicos, por los que había distraído más de medio millón de dólares de su empresa de informática. Dos meses después de aquello le había pedido el divorcio. Y ahora, con esa carta que rompía dos semanas de tensa negociación, le exigía la casa.

Mientras leía la misiva, redactada en impecable estilo legal, empezó a transitar de la angustia a una decepción gris y apagada, como un patio abandonado. Hasta que llegó a la exigencia final. Le pedía la custodia de Moby. El miembro de la familia que, en ese momento, como siempre, estaba pegado a su tobillo, con la lengua fuera, pendiente de él y de su atención.

Se sentó en el suelo al lado del animal. Con el ánimo al mismo nivel. Luego se levantó, se preparó un whisky, se lo tomó, se duchó, se cambió y se dirigió con su Ford Mustang a la cena familiar de esa noche

 

JOHN

Se le estaba resistiendo el cuello de la muchacha. Tres veces lo había rehecho, humedeciendo la arcilla y modelándolo de nuevo. Estaba dejándose el alma en esa escultura. Su figura, saliendo de la tierra y estirando el cuello para respirar mejor, le había surgido en un turbio sueño dos semanas atrás. Desde entonces había puesto todo de su parte para llevar esa imagen al barro.

Estaba acabando de perfilar la curva de la nuez cuando tropezó con un nudo. Era inusual encontrarse con algo así, una pequeña zona en el bloque de arcilla especialmente espeso. Lo normal habría sido cambiar su cuchilla por otra aserrada y con menos filo, para extraer la nuez de greda. Pero estaba ansioso por finalizar su obra, y decidió aplicar toda la fuerza de su brazo a su fina navajilla. Sucedió lo que suele suceder en estos casos. En el momento que estaba aplicando todo su esfuerzo el trozo de arcilla cedió. El brazo continuó su movimiento y cercenó el brazo izquierdo a la altura de la muñeca,

El chorro de sangre era muy abundante. John apenas pudo atajarlo con la mano antes de marearse y perder el sentido

 

SARAH, SOPHIE, MARVIN, JOHN Y UNA MUCHACHA DE BARRO

A las diez de la noche Marvin decidió ir al garaje para que su padre dejara lo que estuviera haciendo en su maldito garaje y empezaran a cenar. El resto de la familia pronto oyó un grito alarmado. Cuando estuvieron los tres en la cochera pudieron atender a John, asustados, con un pequeño torniquete. El corte era mucho menos grave de lo que la aparatosidad de la sangre y su desmayo sugerían. Le sentaron y le refrescaron la nuca.

Mientras esperaban a la ambulancia. Sophie reparó en la muchacha de barro. Se quedó en un estado cercano al shock. Un reguero de sangre le recorría el cuello hasta el seno izquierdo, el primero que estaba consiguiendo sacar de la arena. Su cara denotaba desesperación y el escorzo de la figura respecto al plano del suelo transmitía una dolorosa tensión. Se vio por un momento reflejada en la muchacha ¿Huyendo de su monótono matrimonio, o de su aventura absurda con una excrecencia de hombre? Se quedó luego mirando a John, mareado pero sereno mientras se sujetaba el torniquete sobre su muñeca izquierda. El mismo John aburrido, calmado y seguro de sí mismo de siempre ¿Tendría también por seguro su amor por ella?

Sarah fue la siguiente que reparó en la muchacha. Se quedó un rato observando su cuello nervado, que parecía supurar realmente sangre. Se vio claramente a sí misma en pocos años. Tenía además el mismo cabello, los mismos ojos, su misma expresión asustada que tantas veces había visto en el espejo. Estaba claro quién era la modelo que su autor había tenido en mente  Pero ese reguero de sangre no le hablaba del presente, sino del futuro cercano.

Marvin fue el último en fijarse en la doncella de barro. Su figura suplicante le recordó inmediatamente la cara compungida y tensa con que su todavía marido le solicitó su perdón cuando descubrió su desfalco. El sufrimiento que su pareja impostó en su expresión avergonzada. Empezó a sentir náuseas, ampliadas por la visión de la sangre derramada sobre aquel cuello femenino. Pero, cuando éstas remitieron, una extraña fortaleza, nacida del orgullo herido, comenzó a ascender desde lo más profundo de su estómago.

John estaba mientras tanto recostado en un viejo sofá roto del garaje, sosteniéndose el torniquete y bastante mareado. Su corazón fue capaz de retomar por unos instantes un ritmo más vigoroso. Sintió enseguida el mayor aporte de oxígeno en su cerebro; se le aclaró la vista y levantó la cabeza.

Lo que vio entonces le pareció inaudito. Sarah estaba abrazada a su esposa, hundiendo su cabeza en el cuello de ella, como si fuera una niña pequeña que quiere sentirse protegida. Marvin estaba apoyado en una pared, y tenía una mirada torva, tal vez resentida. Pero llena de una energía que John no había visto en su hijo en los últimos tres años.

Y Sophie... Sophie le miraba con una expresión ciertamente indescifrable. Cuando se juntaron las miradas, ella dijo sencillamente “John..”

El viejo mecánico empezó a pensar que esa velada, que podría haber resultado trágica, quizás fuera, de una manera inesperada, el comienzo de un cambio de rumbo para su atribulada familia.

 

 

FIN

Por Senderista gris

Consigna: Deberás escribir un relato basándote en la sinopsis del siguiente libro:

Un pequeño inconveniente

de Mark Haddon

Género: drama.

Un entrañable clan, los Hall, se encuentran a punto de una crisis nerviosa. El padre de la familia, George, está por jubilarse y debe afrontarlo. No hará caso a la aventura que tiene Jean, su esposa. A Jean se le hace cada vez más difícil encontrarse con su amante. Encima ambos son testigos de cómo, Jamie y Katie, sus dos hijos, se aparejaron de la peor forma. Todos van a tener que hacerle frente a sus temores para ordenar sus vidas.


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