SARAH
El
primer bofetón la sorprendió. El segundo la avergonzó, al percatarse de lo
estúpida que era por sorprenderse.
Llevaba
ya dos años de relación con ese animal de Michael. Se conocía bien a sí misma;
sabía que inconscientemente buscaba relaciones en las que dar y sacrificar más
de lo necesario. Una amiga le había explicado los riesgos de esa actitud con
unos diagramas de Venn que solía recordar. Pero continuaba sin aprender de sus errores, volviendo al
trigo como la burra estúpida del refrán. Michael no era distinto del resto;
simplemente había estado en el momento justo en el lugar adecuado. Adecuado
para él, claro.
No
pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, impetuosas como siempre. Su pareja
cambió entonces su expresión, que un momento antes mostraba ira y
autosuficiencia. Esta vez Sarah no esperó a las acostumbradas palabras sedosas
que siempre le dirigía, luego de agredirla, para hacerse perdonar. Fue al
dormitorio, metió en una bolsa de deporte tres vestidos, unas cuantas bragas y
el cepillo de dientes y salió rápidamente del cuchitril en que vivían.
Diez
minutos más tarde entraba por la puerta de su casa materna y se dirigía a su
antiguo cuarto, que nunca había sido abandonado del todo. Esa noche tenían cena
familiar, así que quizás su presencia no llamara mucho la atención. Su padre la
vio andar con paso firme desde el garaje, donde estaba trabajando en su hobby.
JOHN
Estaba
intentando perfilar el cuello de la muchacha cuando vio a través de la ventana
a su hija caminando hacia la casa. Conocía bien esa forma de andar y ese gesto
lleno de rabia. No era la primera vez que lo veía. Sabía cuál era el motivo más
probable. Pensó por unos instantes en la llave inglesa que guardaba en el cajón
de las herramientas. Respiró profundamente.
La
figura de barro, una muchacha intentando desenterrarse de la arena, no le
estaba quedando como deseaba. Media vida como mecánico de autobuses le había
proporcionado fuerza en las manos, pero le había restado delicadeza en los
dedos. Y también cierta capacidad en su hemisferio derecho. Aunque el izquierdo
tampoco estaba teniendo un gran desempeño a sus 65 años: Sophie seguía viéndose
con su amante. Que era nada más y nada menos que Albert, el soltero más
fantasmón del condado. Seis meses llevaban con el asunto. Pensaba que sería
algo pasajero, una especie de alegría que ella se quería permitir, cercana ya a
la vejez, y que él estaba dispuesto a asumir. Pero no estaba siendo así ¿Era
culpa suya? ¿No la cuidaba lo suficiente? ¿Y si simplemente no era bastante
bueno en la cama? Al borde de una jubilación que en absoluto deseaba, no sabía
cómo afrontar la situación.
Pensó
de nuevo en la llave inglesa en el cajón de las herramientas. Respiró
profundamente, una vez más. Mientras tanto un desvencijado Buick Electra, con
su esposa al volante, entraba en el jardín de la casa.
SOPHIE
No
puedo creer que me haya dicho eso. Dos semanas inventándome la excusa perfecta
para disfrutar de un fin de semana romántico en Dayton. Comprometiendo a mis
amigas en la historia, y cuando ya está todo perfilado me dice que tiene un
compromiso ineludible. Un compromiso EN FIN DE SEMANA. Y luego, que mira qué
bien, que por lo menos podremos cenar juntos el viernes. Claro y cómo arreglo
yo toda la historia que me he montado. Y le veo venir. Una cena rápida llena de
tres bromas gastadas y a la cama, a darse el gusto él. Porque lleva unos meses
que sólo piensa en su placer, en sus posturas, y luego un whisky y se va. Ni
conversar un poco ni por supuesto dormir juntos, al menos, durante un rato . Si
esto sigue así, no sé si voy a poder seguir viéndole, cada vez me es más
difícil. Yo quería alguien con quien poder hablar ¡joder! alguien con el que
compartir cosas. Y mira que él era así al principio, con esa actitud atenta que
tanto me gustaba y ese amor por los detalles. No sé si es que se está cansando
de mí. O quizás siempre fue así y yo soy la gilipollas.
¡Mierda!
se me ha derretido el helado de mantequilla de cacahuete, solo faltaba que se
me enguarre el coche. Todo para que el señorito de mi hijo lo tenga disponible
para la cena de esta noche. Vaya asco de día .Y a ver qué le respondo a James.
Y a John, claro.
MARVIN
El
ataque de ansiedad (uno de los serios) se le insinuó con un desagradable
cosquilleo en la tráquea. No había bastado que hubiera perdonado a su marido
los tejemanejes económicos, por los que había distraído más de medio millón de
dólares de su empresa de informática. Dos meses después de aquello le había
pedido el divorcio. Y ahora, con esa carta que rompía dos semanas de tensa
negociación, le exigía la casa.
Mientras
leía la misiva, redactada en impecable estilo legal, empezó a transitar de la
angustia a una decepción gris y apagada, como un patio abandonado. Hasta que
llegó a la exigencia final. Le pedía la custodia de Moby. El miembro de la
familia que, en ese momento, como siempre, estaba pegado a su tobillo, con la
lengua fuera, pendiente de él y de su atención.
Se
sentó en el suelo al lado del animal. Con el ánimo al mismo nivel. Luego se
levantó, se preparó un whisky, se lo tomó, se duchó, se cambió y se dirigió con
su Ford Mustang a la cena familiar de esa noche
JOHN
Se
le estaba resistiendo el cuello de la muchacha. Tres veces lo había rehecho,
humedeciendo la arcilla y modelándolo de nuevo. Estaba dejándose el alma en esa
escultura. Su figura, saliendo de la tierra y estirando el cuello para respirar
mejor, le había surgido en un turbio sueño dos semanas atrás. Desde entonces
había puesto todo de su parte para llevar esa imagen al barro.
Estaba
acabando de perfilar la curva de la nuez cuando tropezó con un nudo. Era
inusual encontrarse con algo así, una pequeña zona en el bloque de arcilla
especialmente espeso. Lo normal habría sido cambiar su cuchilla por otra
aserrada y con menos filo, para extraer la nuez de greda. Pero estaba ansioso
por finalizar su obra, y decidió aplicar toda la fuerza de su brazo a su fina
navajilla. Sucedió lo que suele suceder en estos casos. En el momento que
estaba aplicando todo su esfuerzo el trozo de arcilla cedió. El brazo continuó
su movimiento y cercenó el brazo izquierdo a la altura de la muñeca,
El
chorro de sangre era muy abundante. John apenas pudo atajarlo con la mano antes
de marearse y perder el sentido
SARAH,
SOPHIE, MARVIN, JOHN Y UNA MUCHACHA DE BARRO
A
las diez de la noche Marvin decidió ir al garaje para que su padre dejara lo
que estuviera haciendo en su maldito garaje y empezaran a cenar. El resto de la
familia pronto oyó un grito alarmado. Cuando estuvieron los tres en la cochera
pudieron atender a John, asustados, con un pequeño torniquete. El corte era
mucho menos grave de lo que la aparatosidad de la sangre y su desmayo sugerían.
Le sentaron y le refrescaron la nuca.
Mientras
esperaban a la ambulancia. Sophie reparó en la muchacha de barro. Se quedó en
un estado cercano al shock. Un reguero de sangre le recorría el cuello hasta el
seno izquierdo, el primero que estaba consiguiendo sacar de la arena. Su cara
denotaba desesperación y el escorzo de la figura respecto al plano del suelo
transmitía una dolorosa tensión. Se vio por un momento reflejada en la muchacha
¿Huyendo de su monótono matrimonio, o de su aventura absurda con una
excrecencia de hombre? Se quedó luego mirando a John, mareado pero sereno
mientras se sujetaba el torniquete sobre su muñeca izquierda. El mismo John
aburrido, calmado y seguro de sí mismo de siempre ¿Tendría también por seguro
su amor por ella?
Sarah
fue la siguiente que reparó en la muchacha. Se quedó un rato observando su
cuello nervado, que parecía supurar realmente sangre. Se vio claramente a sí
misma en pocos años. Tenía además el mismo cabello, los mismos ojos, su misma
expresión asustada que tantas veces había visto en el espejo. Estaba claro
quién era la modelo que su autor había tenido en mente Pero ese reguero de sangre no le hablaba del
presente, sino del futuro cercano.
Marvin
fue el último en fijarse en la doncella de barro. Su figura suplicante le
recordó inmediatamente la cara compungida y tensa con que su todavía marido le
solicitó su perdón cuando descubrió su desfalco. El sufrimiento que su pareja
impostó en su expresión avergonzada. Empezó a sentir náuseas, ampliadas por la
visión de la sangre derramada sobre aquel cuello femenino. Pero, cuando éstas
remitieron, una extraña fortaleza, nacida del orgullo herido, comenzó a
ascender desde lo más profundo de su estómago.
John
estaba mientras tanto recostado en un viejo sofá roto del garaje, sosteniéndose
el torniquete y bastante mareado. Su corazón fue capaz de retomar por unos
instantes un ritmo más vigoroso. Sintió enseguida el mayor aporte de oxígeno en
su cerebro; se le aclaró la vista y levantó la cabeza.
Lo
que vio entonces le pareció inaudito. Sarah estaba abrazada a su esposa,
hundiendo su cabeza en el cuello de ella, como si fuera una niña pequeña que
quiere sentirse protegida. Marvin estaba apoyado en una pared, y tenía una
mirada torva, tal vez resentida. Pero llena de una energía que John no había
visto en su hijo en los últimos tres años.
Y
Sophie... Sophie le miraba con una expresión ciertamente indescifrable. Cuando
se juntaron las miradas, ella dijo sencillamente “John..”
El
viejo mecánico empezó a pensar que esa velada, que podría haber resultado
trágica, quizás fuera, de una manera inesperada, el comienzo de un cambio de
rumbo para su atribulada familia.
FIN
Por Senderista gris
Consigna: Deberás escribir un relato basándote en la sinopsis del siguiente libro:
Un
pequeño inconveniente
de Mark Haddon
Género: drama.
Un entrañable clan, los Hall, se encuentran a punto de
una crisis nerviosa. El padre de la familia, George, está por jubilarse y debe
afrontarlo. No hará caso a la aventura que tiene Jean, su esposa. A Jean se le
hace cada vez más difícil encontrarse con su amante. Encima ambos son testigos
de cómo, Jamie y Katie, sus dos hijos, se aparejaron de la peor forma. Todos
van a tener que hacerle frente a sus temores para ordenar sus vidas.
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