viernes, 15 de julio de 2022

Su olor

El albergue en aquella época del año estaba completo. El otoño estaba bien avanzado, y aunque las noches en la sierra eran frescas, el tiempo era agradable e invitaba a disfrutar de la naturaleza y el ocio. Los muchachos y las chicas daban rienda suelta a su buen humor y a sus hormonas alborotadas. Bill Canario, desde su lugar privilegiado en la barra de la cantina, disfrutaba de la simpatía de la juventud y hasta cierto punto, sus bromas le habían contagiado. Pero algo en su mirada profunda y parda inquietaba, ¿y si volvía a ocurrir?

 Las chicas perreaban moviendo sus traseros, al ritmo de música latina. Algunas incluso, atrevidas y pizpiretas, le invitaban a que saliera de la barra y se uniera a sus bailes sensuales. Los muchachos le vitoreaban pronunciando su nombre, los brazos en alto, los botellines en las manos… Si tuviera 20 años menos…

Las ventanas del local estaban abiertas y en el horizonte se veía el bosque profundo, oscuro. De árboles centenarios y tupidos. Más lejos aún, las altas montañas parecían un cuadro que se mostraba orgulloso. Bill Canario lo intuyó segundos antes de que sucediera. A pesar del sonido de la música el alarido se escuchó perfectamente. Provenía del bosque, de la parte norte, la más zahareña. Un desgarrador grito que hizo que todos se detuvieran. El camarero, mordiéndose los labios, imploró a Dios que aquel alarido no fuera humano. Aquellos segundos se hicieron eternos y el viento traía el aroma de la naturaleza, de la noche, que extendía su manto desde las montañas. Entonces alguien propuso otra ronda y para Bill fue un alivio.

 

Los puedo oler a cientos de metros cuando marchan carretera arriba. Desde mi escondite en el bosque, a pies de la sinuosa carretera. Su aroma a ciudad, a perfumes caros, a pijotería, les precede como un estandarte del capitalismo y el derroche. Pero a mí lo que realmente me gusta es el olor del miedo. Y ellos desprenden mucho olor. Sobre todo cuando los arrastro al sótano.

 Mi madre fue la que se puso en contacto con ellos. Necesitábamos dinero desde que el cabrón de mi padre, un maltratador alcohólico, se marchó de casa para siempre y su mísero sueldo dejó de abastecer la casa. Las deudas nos atenazaban y aún no sé cómo mi madre consiguió el número de teléfono de esa gente. “Solo órganos sanos y en perfecto estado. Pagamos al contado” Dijeron. En aquel oscuro callejón donde se citaron con mi madre y yo escuché escondido entre las penumbras.

Aquella noche vi la incertidumbre en sus ojos de cielo.

─¡Yo lo haré madre!

Ella levantó la vista del caldo con unos pocos fideos que sorbía como un manjar. Mi hermana pequeña nos miraba desconcertada.

 

─ Está bien hijo. Prepararé el cobertizo.

 Y seguimos sorbiendo el plato de sopa como si aquella conversación no hubiera existido. Mi hermana no dejaba de mirarme descolocada. Yo levanté los ojos de la mesa y clavé mis ojos verdes en sus bonitos ojos azules. “Ahora te cuento, leyó en mis pupilas”. Y ya nadie dijo nada más.

 

Aquella mañana Bill Canario limpiaba los vasos con la soltura que le habían otorgado los años. Aún era temprano y la cafetería estaba vacía. Una pareja entró con las mochilas a cuestas y le pidieron un desayuno completo. Bill, hombre avispado y que podía estar haciendo varias cosas a la vez, mientras hacía los cafés, controlaba las tostadas y exprimía las naranjas escuchaba la conversación de los jóvenes.

─Me han dicho que la carretera del norte lleva a unos senderos alucinantes. Dijo el chico entusiasmado.

─¿Y podremos ver animales?

─Claro, bebé, si somos cautelosos seguro que sí.

La chica se reincorporó en su silla y le dio un beso en los labios a su novio. Éste sonrió dichoso.

En ese instante Bill se acercó a la mesa con los cafés.

─¡Perdonen que me meta donde no me llaman, pero no he podido evitar escucharles! Miren, esa ruta es peligrosa. Hay muchos animales salvajes. Lobos, osos… No sé si estaban la otra noche cuando se escuchó el alarido. Provenía de ahí… Hay otras rutas igual de interesantes y menos peligrosas.

─¡Pues sí, está metiendo las narices donde no le importa!−Contestó la chica alterada−. Limitase a servirnos el desayuno que se nos hace tarde.

─Cariño… no hace falta ser borde.

Ella se quedó mirando a su chico. Pensando que quizá le faltaba coraje. Huevos.

─¡Les traeré lo que falta, discúlpenme!

La pareja salió de la cantina discutiendo. Bill Canario les miró preocupado. Aún tenía aquel espeluznante grito metido en su cabeza. “Ojalá no ocurra de nuevo”. Pensó.

Todavía guardaba los recortes de periódicos con aquellas terribles noticias.

Los chicos avanzaban raudos por las calles del pueblo. Ya se les había pasado el enfado y bromeaban entre sí. La carretera comenzaba en la parte izquierda de la población y se adentraba serpenteante a través del bosque. Era de asfalto oscuro y las sombras de los árboles aún la hacía más negra. Apenas había arcén. La naturaleza poderosa llegaba con gran vigor hasta la carretera. Los árboles eran antiquísimos, de troncos retorcidos y ramas grandes y enredadas. No se sabía donde empezaba un árbol y terminaba el otro. Olía a viejo, como cuando se abre un baúl que lleva años por abrir y el aroma a cerrado flota en el aire. Los jóvenes admiraban extasiados la grandeza del bosque, mientras seguían las indicaciones del sendero en los carteles de madera que estaban clavados a pie de la carretera.

 

Mientras espero sentado bajo un viejo roble a que llegue algún iluso los recuerdos me asaltan. Son imágenes que no puedo controlar, algunas me hacen daño. Me clavo las uñas en las palmas de las manos, hasta que brota la sangre…

Veo a mi padre sobre mi madre, borracho, babeando su hombro. La fuerza, la penetra. La mirada perdida de mi madre es dolorosa, mientras aquel cerdo se desfoga y la abofetea.

 “Joder, pareces una puta muerta”. Dice.

Y termina asqueado y sale del cuarto subiéndose los pantalones orinados y metiéndose el pene flácido en los calzones. Yo me quedo quieto en el pasillo. Le quiero matar. Su mirada beoda se cruza con la mía.

“¿Quéee?”

El bofetón me tira al suelo. Luego no recuerdo nada más, solo a mi madre sobre mi cuerpo sangrante para evitar que siga golpeándome.

Recuerdo el primer animal que maté. Solo la sangre calma mi ira, las ansias de destripar al cabrón de mi padre, sacarles las tripas y dárselas de comer a los cerdos... Atrapé a aquel pobre perro con un lazo para cazar conejos. Su mirada imploraba ayuda. Lo arrastré por el bosque mientras el animal aullaba dolorido. Estuve horas despellejándolo hasta que murió. Me supo a poco.

Matar a un ser humano es aún más fácil y más placentero. Ahí es donde entra el factor miedo. Ese aroma característico que emana de la piel. Lo vi a las afueras del pueblo. Estaba removiendo los contenedores de basura. No se podía caer más bajo. Aquel harapiento solo era un estorbo. Su vida no valía nada. Me acerqué a él con sigilo, la llave inglesa en mi mano derecha. El golpe le pilló por sorpresa y cayó al suelo como un saco apestoso.

Lo tuve colgado cabeza abajo de la rama de un árbol en lo profundo del bosque. Su cuerpo desnudo y esquelético me daban nauseas. Lo primero que hice para que el desgraciado no gritara fue cortarle la lengua. Se resistió. Tuve que sujetarle la cabeza bajo mi hombro, mientras, con unos alicates, tiré fuerte del musculo parlante. Intentó morderme, pero cuando las tijeras de podar hicieron su trabajo solo gemía como un animal. Me senté largo rato a contemplarlo. Se mecía levemente, mientras la sangre le corría por la cara barbuda y se le metía en los ojos. Aquellos ojos, no soportaba aquella mirada clemente. Me levanté del suelo. Podía percibir su olor a miedo. Me reconfortaba. Me acerqué al hombre despacio, complaciente. Creo que el idiota pensó que lo iba a soltar. Con agilidad saqué la navaja de mi bolsillo y con cierta dificultad le saqué un ojo. Vi como me miraba desde la ensangrentada palma de mi mano, lo dejé caer al suelo. El hombre se retorcía, se balanceaba, gemía. El otro ojo fue más fácil… estuve observando cómo las hormigas se comían los globos oculares hasta que se hizo de noche.

Cuando volví a la mañana siguiente para seguir con mi trabajo solo quedaba una pierna atada a la cuerda. Las criaturas de la noche se habían adelantado.

 

 

Ya están cerca. Salgo de mi escondite y me tiendo en el centro de la carretera. Cojo una bolsa con sangre de cerdo y mancho mi ropa con ella. Mi plan nunca falla. Les veo llegar curva arriba, escondo la llave inglesa en mi costado. Están animados, hablando sin parar, hasta que me ven.

─¡Mira cariño! ¿Es un hombre tirado en la carretera?

─¡Por Dios sí! ¡Vamos!

Corren hasta mí. Asustados, empiezo a gemir levemente.

─¡Llama a una ambulancia bebé, mira cuánta sangre!

─¡Algún desgraciado lo habrá atropellado y lo ha dejado como a un animal sobre el asfalto! ¡No hay cobertura Carlos!

La pareja está sobre mí. No quieren tocarme. Cuando se agachan actúo con celeridad. Les golpeo en la cabeza. Son solo unos segundos. Éstos no me van a dar problemas como la zorra de la otra tarde. Su gritó fue estridente y se escuchó en toda la sierra. Caen como dos muñecos sobre la carretera. Los arrastro hasta el bosque. Mi camioneta espera a pies de un sendero rural. Cuando se despierten ya estarán en el sótano.

 

Bill Canario está como ausente. Apenas si hace caso a la juventud que baila, ríe, bebe. Trabaja como un autómata. Siempre que puede mira por la ventana. Hacia el norte. Donde el bosque es oscuro y tenebroso. La pareja lleva fuera muchas horas. Ya deberían haber vuelto. Casi espera un nuevo grito desgarrando la inminente noche.

 

La chica está buena. La observo mientras despierta desorientada. Los había despojado de la ropa antes de atarlos uno frente al otro a unas argollas que penden del techo. Miro sus pechos turgentes. Suben y bajan al ritmo de su respiración. Me percato de su pubis depilado. Estas chicas de ciudad siempre tan pulcras. Me gusta… Hace calor aquí. Y el ventilador solo mueve el aire caliente de lado a lado. Me deshago de mi camiseta…

 El hombre despierta y tras unos segundos de confusión se percata de lo sucedido cuando ve a su novia empelotas delante de él. Gruñe como un toro enfurecido, tira una y otra vez de las cadenas, el hierro se clava en sus muñecas y grita de dolor a través de la mordaza. Me quito el pantalón y los calzoncillos y me acercó a su hembra. Puedo sentir su furia. Con un cuchillo de caza comienzo acariciar el rostro de la chica, ella intenta apartarse asustada. Con lentitud deslizo la hoja por su lindo cuello, sus cabellos rubios caen como cascadas sobre sus hombros. Me deleito en sus tetas con el cuchillo y hago círculos continuos en la aréola de los pezones, un pequeño corte los hace sangrar. La chica comienza a retorcerse de dolor. El joven no puede contener su odio y tira aún más fuerte de las cadenas. Eso me excita… en ese instante mi hermana abre la puerta.

─¡Ohhh, perdona, no sabía! Te traigo unos bocatas, son de bacon y queso, los acaba de hacer mamá.

─¡Cierra la puerta, joder. Siempre tan oportuna tú!

─Umhhh, es guapo. Yo también quiero jugar.

─¡Has lo que quieras, pero no tenemos mucho tiempo!

Cojo dos cuerdas y las ato a los tobillos de la chica, intenta resistirse, patalea, pero un fuerte puñetazo en el estomago la deja doblada. Tiro de las cuerdas hasta que su cuerpo queda suspendido. Abierto para mí… Por el rabillo del ojo veo a mi hermana acercarse al hombre. Se ha quitado la parte de abajo del chándal y las bragas. Con destreza, mientras mira como penetro a la chica masturba al hombre. Él quiere resistirse, pero poco a poco su hombría es evidente. Su novia grita de dolor, aunque la mordaza impide que sus gritos se escuchen fuertes. Empujo con violencia mientras aprieto sus senos, los retuerzo. Vuelvo la cabeza y mi hermana se está tocando mientras sacude con vehemencia el falo del chico. Aquello me vuelve loco. Acerco mi boca a una de sus tetas y le arranco un pezón de un mordisco. Puedo sentir la sangre fluir en mi boca. La chica se ha desmayado justo cuando me vuelco dentro de ella. Puedo escuchar los gemidos de mi hermana llegando al clímax, el semen del hombre impregna sus pequeñas manos.

─¡Largo! De esto ni una palabra a madre−Le digo a mi hermana mientras me visto−. ¿Estamos?

Mi hermana asiente mientras pasa su mano pringosa por la cara del hombre enfurecido. Su miembro flácido todavía gotea. Aún lleva las bragas en la mano cuando cierra la puerta.

Tengo dispuesto seis neveras de corcho con hielo encima de la mesa junto a una manta con todo el material quirúrgico necesario. Escojo un bisturí grande, muy afilado. Me planto frente al hombre. Cree que va ser el primero en morir, pero en el último instante le doy la espalda. Escucho sus palabras entrecortadas,  implora que no le haga daño. La hoja es precisa… Poco a poco voy introduciendo los órganos en bolsas herméticas y las introduzco en las neveras. Desde mi posición puedo oler el miedo del hombre, ahora que de su chica solo quedan despojos. A lo lejos se escucha el rumor de un helicóptero. Son ellos.

 

 

Bill Canario aprovecha que no hay nadie en la cantina para echarse un cigarro. La mañana está nublada. Un gran cúmulo de nubes grises se aprieta sobre las montañas nevadas. El aire huele a lluvia.

Primero escucha el sonido de unas hélices y luego ve el helicóptero negro. Se dirige al norte, a la parte salvaje del bosque. ¿Puede ser el mismo aparato que surcó el cielo un año atrás cuando ocurrieron los hechos? No acaba su cigarro. Su mirada parda, oscura, tiene un mal presentimiento.

 

Mi madre es la que cierra los negocios. La veo desde las porquerizas entregar las neveras a unos hombres vestidos de negro y con pasamontañas que ocultan sus caras. Lo que nos importa a nosotros sus estúpidos rostros adinerados. Solo queremos una cosa de ellos, nuestro sustento para el resto del año… Cuando la mercancía está en el aparato, un individuo trajeado, con gafas de sol y mascarilla quirúrgica, le da a mi madre un sobre, que abre y mira. Veo que el hombre del traje me observa. Pero mi sonrisa fría le hace desistir y tras apretar levemente la mano de mi madre se introduce de nuevo en el helicóptero…

Los cerdos están como locos, huelen la comida desde lejos. Vienen en tropel hasta la parte de la valla donde me encuentro. Voy extrayendo de un cubo los trozos de carne sanguinolentos cortados en porciones pequeñas. Sus gruñidos me satisfacen, mientras voy lanzando los despojos al azar sobre la parcela cenagosa.

 Después iré hasta la perrera. Poe, Machen y Bierce  darán buena cuenta de los huesos…

 Por Cuervo

Consigna: Deberás escribir un relato basándote en la sinopsis del siguiente libro:

Pánico Pop

de Curtis Garland

Género: terror

Las risas de los muchachos y las chicas acogieron el evidente buen humor de Bill Canary. Éste hizo un gesto con su brazo, como si todo aquello le divirtiera. Pero lo cierto es que la mirada de sus pardos ojos profundos era grave y preocupada.
Súbitamente, allá en la noche, en la campiña oscura y lluviosa, estalló un tremendo y agudo alarido. Un horrible, largo y escalofriante grito de mujer.

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