Santiago Ramón y Cajal llevaba más de un día sin
dormir. Apenas había salido del sótano de su casa de Barcelona, donde tenía
montado un pequeño laboratorio. Los avances sobre los tejidos cerebrales iban por buen camino. Aunque aún quedaban
unos meses para el Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana, que se celebraría
en Berlín a lo largo del verano de 1889 donde expondría sus conocimientos… En
mayo del año anterior había publicado en la Revista Trimestral de Histología
Normal y Patología que los tejidos que cubren el cerebro no eran compuestos de
conexiones continuas como se creía tras las investigaciones del doctor italiano
Camilo Golgi, que permitían ver los nervios y los tejidos cerebrales pero no
así la evidencia de las neuronas. Quería mostrar su estudio en el congreso
alemán junto a los avances que consiguiera hasta la fecha.
Pero no era solo aquello lo que le mantenía pegado al
microscopio. Su ayudante de cámara le surtía de anfibios varios para sus
experimentos y la mañana anterior cuando el muchacho bajó las escaleras para
traerle los animales vio algo en su rostro picado por la viruela que le hizo
levantar la vista de la lente.
─Que cara me traes muchacho. ¿Algún problema? Parece que
viste una aparición.
─Don Santiago, Don Santiago−comenzó balbuceante el
zagal−. ¡No sé lo va a creer!
─ ¡Pero habla ya chaval, mi tiempo es lo más valioso
que tengo!
El muchacho dejó la urna de cristal donde transportaba
los pequeños animales. Estaba sudando y no cesaba en morderse los labios una y
otra vez.
─Doctor−continuó nervioso−Como cada mañana que usted
me encarga nuevas piezas, bajé bien temprano al rio Besós, es cuando las ranas
están aún adormiladas por la frescura de la madrugada y es mucho más fácil
cogerlas. Me acerqué a la orilla sin hacer ruido portando mi red entre mis
manos. Había un fuerte olor. Un olor diferente a las adelfas, los juncos y las
cañas. La parte izquierda de donde me encontraba estaba arrasada, como si algo
hubiera arrollado a las plantas y árboles. Me acerqué siguiendo el surco…
─ ¡No te detengas ahora zopenco!
─Perdón Don Santiago, es que los nervios me pueden...
Al final del surco de árboles tronchados y plantas aplastadas había un gran
agujero y dentro… una gran piedra color azulado… ¡Jamás había visto algo así!
─Interesante…Apunta a una piedra estelar…
─ ¿Una qué? Preguntó el joven con cara de asombro
abriendo mucho su boca mellada.
─Un meteoro muchacho. Caen del cielo al atravesar
nuestra atmosfera. Continúa chaval.
─Me introduje en el agujero que casi me cubría. Toqué
la piedra. Estaba caliente Doctor, era como si desprendiese un calor interno. Y
entonces lo vi...
El muchacho se quedó en silencio, como buscando las
palabras adecuadas.
─ ¿Qué viste por el amor de Dios?
─Escuché como un gorgoteo. Provenía del suelo
cenagoso. Rodee con dificultad la piedra y entre el barro surgió “eso”… lo que
le traigo junto a las ranas en la urna…
Don Santiago apartó de un empujón al muchacho y se
plantó delante de la urna. Cuando se agachó a mirar el interior se quedó
perplejo. Junto a una decena de batracios se hallaba un extraño ser. Era
gelatinoso, con varios tentáculos y cuatro pares de ojos. No alcanzaba la
treinta de centímetros y se movía entre una baba azulada.
─¡Santo Dios!
─¿Qué es, Doctor, qué es?
─No lo sé chaval, no lo sé. Ahora necesito estar solo.
¡De esto ni una palabra!
Llevaba un día entero estudiando aquel ser. Sin previo
aviso, con sus tentáculos, se fue adhiriendo a las ranas. Era como si se
estuviera alimentando de ellas, que apenas podían moverse. Llegó un momento que
no supo distinguir cual era el extraño ente o las ranas. Una amalgama de una
masa informe se retorcía en la vitrina. Había aumentado considerablemente de
tamaño y ocupaba casi toda la urna. Estaba por momentos horrorizado y lleno de
emoción ante el descubrimiento de una nueva especie. Su cabeza no dejaba de
darle vueltas. Aquella extraña piedra azul en la orilla del río, esa enigmática
criatura. ¿Qué tenía ante sus ojos?
Ordenó que nadie entrara en el laboratorio y que no le
molestaran. Quería tomar muestras de aquel ser, realizar una biopsia,
estudiarlo. Abrió la vitrina con una mano, mientras que con la otra portaba un
bisturí. La criatura se había adueñado de los cuerpos de los batracios
completamente. Se removía sobre sí misma gorgoteante… Cuando intentó acercarse
a la carne blanda del ser uno de los tentáculos le picó en la mano que portaba
la herramienta afilada. Su instinto le llevó a clavar el bisturí en aquella
masa informe. Se retorció emitiendo un chillido infernal por sus múltiples
bocas. Se alejó de la vitrina tapándola de nuevo. La picadura le dolía mucho.
Aquella noche
tuvo fiebre y la sensación de que iba perdiendo el dominio de sus pensamientos.
Su mujer estuvo atenta a él toda la madrugada, pero declinó su ayuda y al final
se fue solo a dormir al cuarto de invitados. En una de las veces que fue a
vomitar al aseo se miró en el espejo. Su rostro estaba demacrado y una extraña
luminiscencia parecía brotar detrás de sus pupilas. Fue entonces cuando se
percató de que sus pensamientos estaban dejando de ser suyos.
A la mañana siguiente se bajó al laboratorio. Lo
primero que hizo es sacar el cadáver de la criatura aún con el bisturí clavado
e introducirla en el pequeño horno que utilizaba para quemar los restos
orgánicos de los cuerpos que usaba en sus ensayos. Lo tenía claro. No podía
quedar ni la más mínima prueba de lo sucedido.
Lo primero que tenía que hacer era terminar sus
estudios. La voz dentro le ordenaba y le iba a ayudar para que su proyecto
fuera aceptado en el congreso alemán…
Santiago Ramón
y Cajal recibía desde el atril del palacio de congresos de Berlín una sonora
ovación de todos los asistentes. Su exposición fue brillante.
Cuando se marcharon a la sala de recepción a tomar el
aperitivo recibió multitud de elogios y saludos. Pero él sabía a quién debía
acercarse. El presidente alemán era un hombre orondo y calvo. Solo esperaba que
fuera un recipiente y aguantara la transformación… Le apretó con fuerza la
mano, mientras desde la palma de su mano le salía un tentáculo y se introducía
con un pinchazo en el cuerpo del teutón. El alemán se alejó confundido. Ya
estaba hecho. Él había cumplido con su trabajo.
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