Santiago
Ramón y Cajal, médico y científico español. Sus investigaciones sobre la
estructura del sistema nervioso y las conexiones entre las neuronas lo llevaron
a recibir, en 1906, el Premio Nobel de medicina.
Notas
del lunes 27 de julio:
Luego de sumergirme horas en las marañas de las
prolongaciones de las células nerviosas, he continuado mis investigaciones en
seres menos complicados: los embriones de pollo. Allí el bosque neuronal es
menos denso y tupido que en los adultos, y puedo rastrear y seguir fácilmente a
cada una de las esquivas terminaciones nerviosas libres. Cuento ahora con una
visión amplia y despejada, que espero me lleve pronto a dilucidar el misterio
de la perfecta comunicación existente en el tejido nervioso.
Si logro intensificar el trabajo y eliminar
distracciones, este será, sin duda, el tema central de mi próxima publicación.
Espero que Silveira haya preparado, como le pedí, los ahorros de este mes para
que pueda imprimir la semana entrante. Siempre le digo que es la última vez,
que debería comprarse vestidos nuevos para ella o ropa para los niños, pero ella
insiste en que su dinero es mi dinero. No hay otra forma de publicar en este
país, más que financiándolo uno mismo. A simple vista puedo parecer egoísta, que
sacrifico a mi esposa y a mis hijos por mi afición, pero la realidad es que es
mi obligación por la profesión que he elegido. La investigación es la base del
progreso; y creo firmemente que el progreso es la religión de nuestra época. Al
fin y al cabo, no es mi culpa que mi trabajo me guste, y sé, que mi querida
esposa lo entiende. Como toda buena mujer, nunca se ha contrariado ni replicado,
y ha aceptado de buen grado lo que implica ser la esposa de un científico; lo
hemos conversado en varias oportunidades: hoy se sacrifican ellos, pero a
futuro se beneficiarán muchísimos más. Es una ecuación simple.
***
—Doctor, espere, llegó Santiago. Ha estado desde
temprano encerrado en su laboratorio, ni siquiera ha salido para comer. Usted
sabe que no le gusta que lo interrumpan, pero gracias a Dios ya está aquí. Hable
con él, que es quien entiende. Dígale qué le pasa a nuestra hija, qué podemos
hacer por ella —dijo Silveira angustiada, mientras Santiago ingresaba a la
habitación de la niña.
La pequeña yacía en su cama, tapada con la cobija
hasta el cuello, junto a su muñeca de trapo; los ojos entrecerrados, su piel
temblorosa empapada en fiebre y su respiración entrecortada le permitían,
apenas, emitir una vocecita débil y ahogada: «duele mamá».
—Buenas noche, doctor, gracias por haber venido. Cuénteme
por favor cómo encuentra hoy a la niña.
—Santiago, usted sabe muy bien que la complicación más
frecuente del sarampión, es la encefalitis. Los dolores de cabeza y la fiebre
continua podrían ser indicadores, habrá que estar atentos y ver cómo evoluciona
en los próximos días —afirmó con tono sereno y solemne—.
***
Notas del martes 28 de julio:
Los extremos de las prolongaciones de las células
nerviosas, parecen constituir a simple vista una red continua, un todo… sin
principio ni final.
Aquí está, parece que he encontrado algo. Miraré de
cerca con la lente de mayor aumento.
—¡Santiago! La respiración de la niña está empeorando,
por favor, ven a verla…, apenas se mueve —exclama Silveira desde la cama donde
está sentada. Mientras se pone de pie, abandona el dormitorio y atraviesa el
pasillo que lleva a la puerta del laboratorio.
Sin embargo, puedo afirmar, a la vista de las
observaciones realizadas en este nuevo estudio, que dichas terminaciones se
hallan separadas por un diminuto espacio que sí logra verse en los embriones de
pollo.
Lo encontré, he descubierto el final del laberinto.
Hallé, por fin, el extremo de estas puñeteras células, en donde… ¡no hay nada! solo
un espacio vacío ¡es increíble!
—¡Santiago! ¡Santiago! —Silveira golpea
desesperadamente la puerta del laboratorio con sus dos manos, y a voz en cuello,
suplica—: ¡Vicenta! ¡No está bien! ¡Abre!
Este espacio resulta lo suficientemente significativo
como para poder afirmar que «las neuronas», como he decidido llamarlas, no
presentan conexiones continuas, sino contiguas, y, por tanto, constituyen en sí
mismas las unidades anatómicas y fisiológicas del sistema nervioso.
Parece que estoy inspirado. ¡Qué maravilla!
—¡Santiago! ¡¿Por qué no vienes?! ¡Abre la puerta! —Golpea,
grita y reclama desesperada—. Abre de una vez, ególatra hijo de puta.
Ahogada en lágrimas, finalmente desiste y cae de
rodillas, sumergida en amarga soledad.
***
—¡Vicenta, Santiago! ¡A la mesa, por favor! Ven niña,
que tienes que alimentarte bien si quieres recuperarte. ¡Tengo una
sorpresa! He encontrado una receta del
lejano Oriente, más precisamente de Japón. Se llama Ramen, quise agasajarte,
querido esposo, por tu reciente descubrimiento, con un almuerzo especial —dijo
Silveira, sonriente—. Me ha tomado toda la mañana prepararlo. Tiene vegetales,
caldo, pollo, y unos fideos que he elaborado de forma casera para ti; son muy
delgados, parecen que están «pegados» pero, si miras con atención, te darás
cuenta de que en realidad no lo están. Se encuentran muy cerca, pero no se
tocan. Están conectados, pero no de forma continua, sino contigua —concluyó,
mirándolo fijamente a los ojos.
«¡Pero, qué casualidad! ¡Justamente como lo expongo en mi teoría!», pensó Santiago mirando el plato recién servido, cuando, al levantar la cuchara y acercarla hacia él, advirtió que la materia prima de los fideos japoneses eran, sorprendentemente, las hojas de su preciado diario de notas del laboratorio, rasgadas en finas tiras.
La venganza no siempre es un plato que se sirve frío.
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