Los
recuerdos tienen el poder de hacernos cómplices del tiempo y volver como una
losa a los momentos más duros de la vida. Es un bucle doloroso, muerde como una
lamia hambrienta, deja en los huesos, tu alma. Cuando los guardas para ti son como
un lastre que arrastras para siempre. Igual que Sísifo, en pos de transportar
su piedra egregia hasta la cima, para volver al principio por toda la eternidad.
Como mi compañera,
amante, esposa, te mereces saber la verdad. Todo aquello que no me deja conciliar
el sueño y es dueño de mis insomnios desde hace tantos años. ¿Por qué no te lo
he contado hasta este instante? Por cobardía; la de antes, por no evitar lo
ocurrido y ser partícipe de los acontecimientos. Y la de ahora, por quedarme
callado durante tanto tiempo. Por eso tengo la necesidad de escribirte estas
letras, soltar el lastre por fin; siento asco por todo lo que voy a escribir,
verás que no soy ese hombre ejemplar con el que duermes cada noche, por lo
menos en aquella época no lo fui…
Aquel chaval, de unos doce años por aquel
entonces, siempre volvía de vacaciones al pueblo cada verano. La familia se
alojaba en casa de sus abuelos paternos durante todo el mes de agosto. Nuestro
grupo del barrio lo consideraba un intruso, un niño pijo de ciudad de gestos
afeminados. El muchacho, consciente de nuestra animadversión, intentaba pasar
desapercibido y nos evitaba a toda a costa. Sin embargo siempre conseguíamos
acercarnos a él y era objeto de nuestras burlas… Pero aquel verano todo subió
un escalón.
Fue uno de los chicos
mayores, colíder del grupo, el que me indicó el camino.
─¡Vamos, está mañana
tenemos una sorpresa! Dijo. Y me agarró del brazo tirando de mí.
El cobertizo abandonado
se hallaba a las afueras del pueblo. Había estado algunas veces allí, jugando.
Era un edificio de una sola planta, de tejavana. Su fachada estaba agrietada. La
cal de las paredes había perdido su candidez
y su blancura; el musgo, los desconchones, poblaban a su antojo la
vivienda. Una cerca desvencijada hacía inútil su servicio rodeando a un
maltrecho huerto sin cuidar; dos limoneros languidecían secos y deshojados. Seguí
al espigado zagal por una vereda de polvo amarillento, los cardos crecían a su
antojo y eran casi tan grandes como nosotros, las pisadas sonaban en el albero
opacadas por el polvo.
La vieja puerta de madera
se abrió con un chirrido de sus goznes y la claridad del exterior no me dejó
ver al principio el interior de la casa. Cuando mis ojos se habituaron al
cambio de luz empecé a ver más nítido. Aquella habitación era un antiguo pajar;
se podía apreciar los pesebres para las bestias y algunas alpacas desperdigadas
y podridas sobre el suelo. En uno de los rincones se hallaba la totalidad de
los chicos. Rodeaban en semicírculo algo que no pude apreciar. Escuché un
lamento soterrado y algunas risitas. Cuando se percataron de nuestra presencia
volvieron la cabeza, apartándose.
─¡Os estábamos esperando!
Alzó la voz el líder del grupo. Un chico pelirrojo, con la cara cubierta de
pecas.
Fue entonces cuando lo
vi. Sobre un poste de madera donde otrora ataban a los mulos, se hallaba el
chico de ciudad. Le tenían amordazado, con las manos por detrás del tronco,
amarradas. Solo llevaba los calzoncillos puestos.
Me quedé petrificado. No
supe reaccionar. Permanecí lejos del grupo, a cierta distancia. El chico que me
había guiado se acercó al niño atado.
─¡Vaya, vaya, si el
conejito ha caído por fin en la trampa!−Hizo una pausa mientras le cogía el rostro
surcado por las lágrimas−. ¿Qué vamos hacer contigo, dime?
─¡Está aquí para su
reinserción! Espetó el líder apartando a su colega.
El chico lloraba
desconsolado, en sus pupilas se adivinaba un terror ancestral. La presa rodeada
por una jauría, a punto de ser devorada.
─¡Vamos hacer una prueba
muy fácil. Si la superas te dejaremos marchar!−El pelirrojo se acercó a una
alpaca y sacó una revista porno de chicas, oculta dentro de ella−. Mira, esto
es muy sencillo. Tú observas la revista y vemos tu reacción. ¡Bájenle los
calzones!
Uno de los chavales se
acercó hasta el asustado chico y de un tirón dejó al aire su sexo. El líder se
plantó delante de su cara y comenzó a pasar las hojas de la revista una a una,
lentamente. Las risas de todos se hicieron sentir. Como vieron que me alejaba,
dos de mis colegas de juego me empujaron hacia delante. Yo estaba anonadado, no
podía reaccionar ante lo que estaba viendo.
El jefe, llevaba más de
media revista pasada y echó un vistazo hacia el miembro del niño atado, que no
cesaba de llorar.
─¡Uffff…Agua…veo que no
te gustan los chochos ni los buenos melones! ¡Esa ridícula cosita ni se ha
inmutado!−Tiró la revista a un lado y le propinó una colleja− Creo saber lo que
te gusta. ¡Soltadle, pero al loro con la puerta, no quiero que escape!
En aquel entonces pude
reaccionar y quise huir de allí. Una sensación de repugnancia empezó a subir de
lo más recóndito de mi estómago hacia mi garganta. Me ahogaba.
─¡Eh, eh, eh! ¿Dónde
crees que vas? ¡Escuchad, no lo voy a repetir más veces. Esto es cosa de todo
el grupo, de aquí no se va ni Dios! Dijo el pelirrojo sacando su navaja y
blandiéndola delante de mis mejillas.
─Te juro que no diré
nada… es que… es que… he recordado que tenía que hacer unos recados para mi
madre. Balbuceé.
El jefe me miró con sus
ojos verdosos y su cara pecosa se tornó en una mueca indescriptible.
─¡Ahora vas ayudar. Vamos,
sujeta por detrás a ese maricón! Bramó, mientras descargaba su puño sobre mi
estómago. Me doblé por completo de dolor. El silencio fue sepulcral.
Nunca me sentí más
asqueado conmigo mismo como aquel día. El miedo me sometió, la impotencia…
Aguanté desde atrás al pobre desgraciado al que habían obligado a ponerse de
rodillas. A través de la mordaza le escuché suplicar.
─¡Deja de llorar, marica.
Voy a darte lo que siempre deseaste! ¿Crees que no me he dado cuenta como nos
miras, asqueroso? –La navaja se puso en su garganta, yo miraba horrorizado lo
que estaba a segundos de ocurrir−. ¿Ves la faca? Nada de dientes o te rajo como
un cerdo. ¡Fuera la mordaza!
Cerré los ojos. Escuchaba
los vítores, los aplausos, y el gruñido de satisfacción del pelirrojo. Yo
sujetaba fuerte; le clavaba las uñas al defenestrado niño, preso de la
indefensión que me sometía. Me mordí el labio inferior de rabia, mientras las
lágrimas bajaban por mis mejillas, calientes. Un estertor extraño dio paso a
una gran ovación de parte del público presente.
─¡Límpiate ese hocico
guarro!−Dijo, mientras se subía los pantalones−. ¿Quién sigue?
Dos de los chicos mayores
se acercaron al desgraciado, ya no lloraba. Permanecía allí, de rodillas, la
cabeza gacha. Yo lo miré y me sentí sucio, malsano. La risa cínica de aquellos
chavales intuyeron que lo peor estaba por llegar.
─¡Agarradlo bien fuerte,
ponedle otra vez la mordaza, vamos! Gritó el jefe sentado sobre una alpaca
mientras se fumaba un cigarro liado.
La mayoría del grupo se
abalanzó sobre él. El niño solo podía negar con la cabeza, farfullando a través
de la tela que atosigaba su boca. Yo me arrastré hasta un rincón. En aquel
momento yo ya no existía para ellos, objeto de la más vil actuación que
perpetraban. Me acuclillé sobre mis rodillas ocultando mi cabeza con las manos,
intentando tapar mis oídos. Había una ventana abierta. Podía haber escapado por
allí, podía haber avisado en el pueblo de lo que estaba sucediendo allí, podía
haber evitado aquella atrocidad, pero no lo hice. Sin poder evitarlo, preso de
una repugnante curiosidad, comencé a mirar entre mis dedos. Solo vi un culo
desnudo sobre un cuerpo inmóvil tirado en la sucia paja. Dos o tres niños
esperaban en fila de a uno, desnudos, su turno.
No sé exactamente cuánto
duró aquella pesadilla. Solo sé que hubo un instante en el que solo reinaba el silencio…
El chaval fue recogiendo su ropa desperdigada por el pajar, su mirada estaba ida,
ausente. Se vistió despacio; mientras el grupo comenzó a hablar de los nuevos
fichajes de sus equipos favoritos de futbol. Como si aquello que acababa de
ocurrir no tuviera la más mínima importancia. Cuando el muchacho abrió la
puerta para irse se percataron otra vez de su presencia.
─¡Eh, mariquita, sabemos
donde viven tus abuelos, como se te ocurra abrir esa boca chupona para largar
lo que ha pasado aquí ellos sufrirán terribles consecuencias! ¿Estamos? Gritó
uno de los chicos soberbio.
El chaval no contestó, se
quedó mirando uno a uno a cada individuo que estaba allí. Algunos agacharon la
cabeza avergonzados, otros sonrieron maliciosos. Yo me quedé petrificado, en
aquella mirada me trasminó todo su dolor.
No espero querida esposa, tu perdón. Ni siquiera te lo estoy pidiendo. Soy un ser aborrecible y lo único que merezco es desprecio… Cuando llegues a casa no me encontraras aquí; la carretera me conducirá a mi destino, aunque cada kilometro sea una puñalada rasgando mi espíritu maltrecho… He conseguido la dirección de aquel chico, después de años de búsqueda infructuosa... Le perdí la pista porque no volví a verle desde aquel día y como sabes por aquellos años mi padre consiguió un buen trabajo en el norte y nos fuimos del pueblo para siempre; jamás he vuelto a él... No sé qué le diré sí consigo que acepte mi invitación para verle. Solo quiero mirarle a los ojos y que mi alma hable por mí si las palabras se mutan en la garganta. Solo quiero decirle todo lo que en estos años, en estas noches insomnes mi corazón ha guardado.
Solo quiero…quiero…Descansar…
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