Todo tiene un principio, aunque la mayoría de las veces desconocemos
cuando empiezan las cosas; simplemente las aceptamos como si siempre hubieran
estado ahí. ¿Cuándo comenzamos a caminar o a hablar?, ¿cuándo surgió la ciudad
en la que vivo o cuándo se inventó el teléfono? No le damos importancia porque
consideramos que esas cosas llevan con nosotros toda la vida y no podríamos
decir qué hacíamos antes de que aparecieran.
Yo, por ejemplo, tengo un don que posiblemente nadie más tenga. A diferencia
del hablar, caminar o cualquier otra habilidad aprendida, yo sí sé desde cuando
tengo ese don. Era el día que cumplía seis años y el primero en probarlo fue mi
hermano. No fui consciente de lo que pasó hasta bastante tiempo después. De
hecho, no volví a emplear mi don hasta varios años después.
Aquel día, mis padres me habían regalado un coche teledirigido. Era el
regalo más impresionante que me habían hecho nunca. Una réplica de un Porsche
911 de color gris. Llevaba detrás de aquel coche desde las últimas Navidades.
Desde entonces había ahorrado cada céntimo que tenía para comprármelo y mis
padres, de sorpresa, me lo regalaron por mi cumpleaños. A mi hermano también le
encantaba aquel coche y se lo había pedido a mis padres en infinidad de
ocasiones, pero mi cumpleaños era antes que el suyo y yo había recibido el
regalo primero.
Eso no le gustó absolutamente nada. Esa misma tarde, cuando mis padres se
encontraban en la cocina y nosotros en el salón, pisó mi coche haciéndolo
añicos. Lleno de furia me lancé hacia él con ganas de pegarle hasta que me
pidiera perdón, hasta que el tiempo volviera hacia atrás y mi coche estuviera
de nuevo intacto. Le tiré al suelo y le comencé a golpear, pero de nada me
sirvió. Él era mayor que yo y mucho más fuerte y, enseguida, la cosa cambió.
Logró librarse de mis golpes, me agarró por el cuello y comenzó a apretar.
Llegó un momento en el que pensé que me iba a matar.
Entonces pasó. No sé cómo, pero pasó. Empecé a pensar que aquello no era
una pelea justa. Que ojala pudiera controlar a mi hermano y así dejar de
apretarme el cuello. Cada vez pensaba más y más en aquello. Un instante
después, estaba perdiendo el conocimiento y frente a mí todo se había vuelto
borroso. Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos me vi. Vi mi propia cara ante
mis ojos. Asustado di un paso hacia atrás y caí de espaldas contra el mueble
bar derramando todas las botellas.
Ante el alboroto, mis padres aparecieron en el salón y comenzaron a
gritarme.
—¿Pero se puede saber qué estás haciendo? —me preguntaba mi padre
mientras me zarandeaba como un loco y luego me propinaba un bofetón. Entre
tanto, mi madre abrazaba mi cuerpo inconsciente y le daba ligeros cachetes para
que despertara—. Casi matas a tu hermano.
¿A mi hermano? Entonces miré en todas direcciones y en el espejo de la
sala lo vi. Yo no era yo, era mi hermano. Estaba dentro de su cuerpo. Miré mis
manos y descubrí que realmente eran las de mi hermano. En la mano derecha tenía
aquel lunar que él tanto odiaba. Cuando me miré los pies vi sus zapatillas. Mi
deseo se había cumplido, estaba controlando a mi hermano como un titiritero
controla una marioneta. Era mi oportunidad de vengarme por romperme el coche.
Tenía que hacer que mi hermano pagara por lo que me había hecho.
—Voy a darle una paliza a ese idiota—le dije a mi padre señalando mi
propio cuerpo. Le di una patada a mi padre y simulé ir contra mí mismo—. El muy
cabrón ha conseguido el coche teledirigido antes que yo, y os lo llevo pidiendo
mucho tiempo. Por eso se lo he roto. Os odio. Ojalá os murierais todos.
—¡¿Qué has dicho?! —preguntó mi padre alterado. Cogió a mi hermano por la
muñeca y lo levantó en el aire con un fuerte tirón.
Justo un momento antes de aquello, y sin saber cómo, regresé a mi cuerpo.
Estaba en brazos de mi madre que no paraba de llorar. Cuando me vio abrir los
ojos siguió llorando, pero con un ligero cambio: ahora el llanto era de
alegría. Mi padre giró levemente la cabeza mientras seguía dándole azotes a mi
hermano. Le propinó tal tunda que estuvo dos días sin poder sentarse.
—No le he hecho nada, ha empezado él —gemía mi hermano.
—Esto te enseñará a no decir todo lo que has dicho —le recriminaba mi
padre.
—¡Yo no he dicho nada!
Minutos después, mi hermano lloraba en la soledad de su cuarto sin
entender lo que había sucedido.
No sabía qué había sucedido ni por qué, solo sabía que me había colado en
la cabeza de mi hermano y había hecho de él lo que había querido. Lo mejor de
todo, era que él no parecía recordar nada. Me acerqué a su cuarto a hablar con
él y a que me confirmara lo que yo pensaba.
—Vete —me dijo—. Por tu culpa me ha pegado papá. Cuando te coja ya verás.
—¿Por qué le dijiste eso a papá?
—¿Decirle qué?, yo no le dije nada —me respondió anonadado.
—Le dijiste que me ibas a pegar una paliza, le pegaste una patada y dijiste
que ojala nos muriésemos.
—¡Yo no dije eso! Y no le pegué a papá. Si le hubiese pegado a papá me
habría dado una paliza… —dejó la frase en el aire. Acababa de caer en la cuenta
que lo que le estaba diciendo era cierto.
Era el momento de hacerle saber por qué le había pegado mi padre y que si
volvía a hacerme algo lo pagaría.
—Tienes razón. Tú no has hecho nada y por eso no lo recuerdas. Yo he sido
quién ha hecho todo. Mientras me estrangulabas me metí en tu mente y comencé a
controlarte. Yo le dije todo eso a papá y yo le di una patada… pero era tu
cuerpo quien lo hacía, y fue tu cuerpo el que sufrió el castigo.
—Te voy a matar, enano —me dijo mientras se ponía en pie. Levanté una
mano en señal de detenerlo.
—Ahora has visto de lo que soy capaz. Vuelve a hacerme algo y me meteré
en tu cabeza y haré cosas para que papá te castigue de por vida. Y si eso no es
suficiente, cogeré los cuchillos de la cocina y empezaré a hacerte heridas por
todo el cuerpo, y si aún así no me dejas en paz, el siguiente paso será subirme
al tejado y saltar. Serás tú el que se mate, no yo.
Esa fue la primera vez que utilicé mi don, pero ha habido más. Me costó
algún tiempo aprender a usarlo a voluntad y comprender las reglar que rigen la
trasposición de almas, como que anteriormente tengo que haber estado en
contacto físico con persona que quiero controlar y que solo puedo tomar
posesión de su cuerpo treinta minutos; pasado ese tiempo, quiera o no, vuelvo a
ser yo. He aprovechado mi don para sentir cosas que, por miedo, no habría
experimentado nunca, como hacer paracaidismo, puenting o rappel. Lo he
utilizado para meterme en la piel de Cristiano Ronaldo y Messi y ser vitoreado
a la salida al terreno de juego. He vivido en mis propias carnes (bueno,
realmente no eran las mías) la sensación de un parto. También lo he utilizado
para lucrarme robando bancos y joyerías con otros cuerpos y recogiendo el botín
del lugar donde lo había escondido cuando había recuperado mi propio cuerpo.
A pesar de tener una vida envidiable, también he llegado a temer por mi
vida, como cuando, por error toqué a un yonki
inmediatamente después de tocar a mi marioneta
y cuando tomé control de su persona se había metido un pico y estaba al borde
de la sobredosis. Al perder la consciencia, no pude regresar a mi cuerpo y casi
me muero. También he tenido miedo cuando he tomado como huesped a un matón para cobrarme algunas venganzas personales y la
cosa no ha ido tan bien como planeaba y me he visto envuelto en peleas y en
tiroteos, pero eso son otras historias que ya contaré en su momento.
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