martes, 30 de mayo de 2023

Un otoño peculiar

Llegó a las calles de la pequeña ciudad de Edén cuando las hojas cubrían de marrón sus calles; se quitó el casco de la motocicleta y se colocó el sombrero. Vestía como una antigua pistolera. Sombrero de ala ancha para protegerse del sol y abrigo largo para tapar las dos armas que se ceñía a la cintura. Cubría sus ojos verdes con unas viejas gafas de sol que se apoyaban en su nariz, allí donde sus genes  habían decidido que era buena idea ponerle una pequeña marca de nacimiento y algunas pecas.

El vehículo se había quedado sin combustible y no había comido nada desde el día anterior. Avanzó por una calle ancha cubierta de hojas y coches detenidos en un eterno atasco. Seguro que podría recoger de ellos la gasolina necesaria para su motocicleta. Solo necesitaba un tubo y un recipiente para guardarla.

Al final del callejón había una tienda en la que podría encontrar todo lo que necesitaba, incluso comida, si no había sido saqueada con anterioridad. Al acercarse vio que la puerta se encontraba cerrada. Rompió el cristal. Después introdujo la mano con cuidado de no cortarse con los cristales, quitó el cierre y accedió a la tienda. Por su propia seguridad, lo primero que hizo fue registrar el local para comprobar que no hubiera infectados que la atacara mientras conseguía suministros.

Media hora después había conseguido llenar su mochila con algunas latas de comida, refrescos y agua. A pesar de estar pasadas de fecha no pensaba dejar pasar la oportunidad de llevar algo de alimento y no depender exclusivamente de la caza.

Salió de la tienda y, sentado en un banco, se encontró a un muchacho que sostenía un libro en sus manos. Los desnudos árboles franqueaban el camino hasta él. Se acercó con cautela y le habló suavemente para no asustarle.

—Hola. ¿Me podrías decir cómo se llega al Cuartel General? Me han pedido que venga, pero no me han dado muchas indicaciones, solo que se encontraba en la ciudad de Edén.

El chico apenas giró levemente la cabeza hacia ella, pero lo suficiente para poder comprobar que se encontraba infectado. Ella dio unos pasos hacia atrás, pero trastabilló cayendo al suelo. Quiso ponerse en pie de inmediato y defenderse. El muchacho no hizo ningún movimiento.

—Dejale, es inofensivo —dijo una voz ruda tras ella. Tenía un marcado acento. L chica miró y vio al hombre que estaba buscando. Era igual que en la foto que había recibido. Pelo moreno, con entradas. Una abundante barba y un espeso bigote adornaban su cara. Protegía sus ojos con unas gafas oscuras y sostenía entre sus dedos un puro—. ¿Venís buscando en Cuartel General? Seguime. —Y echó a andar sin esperarla.

Ella se puso en pie casi de un salto y siguió al hombre barbado llena de preguntas para hacerle.

—Decime tu nombre, muchacha —pidió.  Y, antes de que ella pudiera responder, agregó—. Pero no el real, si no por el que quieres ser conocida. Has de respetar el anonimato en todo momento, hasta el final de todo esto.

Ella pensó unos instantes y  respondió:

—Solitaria.

Sin decir más, el hombre se  paró frente a una puerta, a escasos metros de donde había encontrado a la chica y tecleó un código en un panel de acceso. La cancela se abrió y el hombre atravesó el umbral.

—Solitaria, se bienvenida al Cuartel General de Edén. He citado aquí a los más brutos de los novelistas, para que, con vuestra literatura, me ayudéis a combatir la plaga de Estupidiencia que asola el planeta. Desenfundá tus plumas y podés empezar a escribir cuando querás. Por cierto, mi nombre es Raúl.

—Y, ¿dónde están los demás?

—Sos la primera en llegar. Además, no tendréis contacto, más allá de las lecturas, que se transmitirán online a todo el planeta. Vos estarás en esta estancia y resto de brutos en la suya.

—¿Y con nuestros relatos podremos curar a los infectados de Estupidiencia? —preguntó ella con desconfianza.

—No por completo y no a quien no se quiera curar. ¡Ah!, casi se me olvida; tendrás que depositar los relatos antes de la finalización del plazo en esta bandeja de correo que está acá, antes de la finalización del plazo.

»Cuando acabe cada ronda de lectura, debés hacer una crítica del cuento escuchado, siempre con respeto, criticar si es necesario y alabar si es procedente. Los comentarios de los textos propios se harán como si fueran de otro participante, no dando a entender, ni de forma explícita ni de forma tácita, que el texto es suyo. Y finalmente votá al que más te gustó. Si contravenís esta norma, en la que está implícito el anonimato, serás expulsada del Cuartel General y de la ciudad de Edén. ¿Entendiste?

—Sí, Raúl. Gracias por confiar en mí para esta tarea. Prometo escribir mis mejores relatos para ayudar en la erradicación de la Estupidiencia.

—Y recordá, aunque tu relato no sea el elegido para pasar de ronda y quedés fuera, debés continuar colaborando con las críticas, eso nos ayudará a todos a llegar al Relato Definitivo que devuelva a la raza la inteligencia que nos robó la tecnología.

—Así lo haré —prometió ella.

—Ahora, desatá vuestras ideas y que fluya la tinta salvadora. Antes del invierno hay que salvar a la humanidad y el otoño será corto y caluroso. Será un otoño peculiar.

Y sin decir más, abandonó la estancia para ir a recibir al resto de novelistas brutos que había citado para aquel evento.

 

Escribe un relato de hasta cuatro hojas de Word, del género que desees, bajo el título: Un otoño peculiar.

Solitaria

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