Por Robe Ferrer.
Apenas hacía unos días que había aterrizado en aquel planeta y ya había conseguido mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que había encontrado en el mismo tiempo en el último planeta que había visitado.
Apenas hacía unos días que había aterrizado en aquel planeta y ya había conseguido mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que había encontrado en el mismo tiempo en el último planeta que había visitado.
Salió
de su refugio prefabricado y se estiró para desentumecer los músculos. Respiró
profundamente y encendió su visor. Aquella lente le había indicado que la
concentración de oxígeno y demás gases de la atmósfera era ideal para poder
respirar sin necesidad del equipo autónomo que utilizaba en todas las salidas
al exterior.
Aquel
podía ser un buen planeta para instalarse. Desde que Sarah Connor, hija del
gran líder de la resistencia John Connor, había derrotado a Skynet y todos los organismos
cibernéticos habían caído, la humanidad se esforzaba en encontrar un nuevo
planeta en el que residir, ya que la Tierra había sido totalmente destruida en
aquella maldita guerra. Habían pasado diez años desde aquella victoria, y poco
después, él se había embarcado en aquella nave espacial en busca de un nuevo
hogar para su especie. Había sido el número uno de su promoción y ello le había
conferido el honor de ser el Primer Buscador. Había habido más, pero de momento
ninguno de ellos había tenido éxito.
El
último planeta que había explorado, Raticulín, no cumplía ni con un uno por
ciento de las expectativas que se habían depositado en él. La estrella más
cercana estaba demasiado lejos como para mantener unas condiciones de vida
óptimas. Nada más pulsar la pantalla del visor, los datos que le habían
aparecido le habían alertado. Aún así, estuvo un día entero recogiendo y
examinando muestras que confirmaran lo que los datos del visor le decían.
Cuando se lo comunicó a la Estación Base en la Tierra, ésta, enseguida, le dio
las coordenadas de un nuevo planeta para explorar: Babel.
Sin
perder un instante puso rumbo hacia aquel lugar. Desde su posición, y a una
velocidad cien veces superior a la velocidad de la luz, tardó un año y medio en
llegar a su destino. Se había colocado el visor sobre su ojo derecho y su traje
espacial con escafandra. En cuanto puso el pie sobre la superficie de aquel
nuevo planeta, el visor le indicó que los niveles de oxígeno eran compatibles
para la vida humana. A pesar de eso, decidió hacer las comprobaciones manuales.
Era lo que le habían enseñado en la Escuela de Buscadores. Los aparatos podían
fallar, por lo tanto tenían que comprobar todas las mediciones dadas por los
visores de forma manual.
El
segundo día había instalado su refugio. Aquellas pequeñas capsulas contenían
todo lo que iba a necesitar en aquel rastreo: un refugio, un vehículo ligero,
un vehículo anfibio y un pequeño planeador. Simplemente tenía que sacarla de la
caja, apretarlas ligeramente hasta oír un clic
y lanzarla a varios metros de su posición. En cuestión de segundos, la cápsula
explotaba y se convertía en lo que contenía su interior. Para volver a la forma
de cápsula, el propietario tenía que pulsar el botón de retorno y volver a
guardarlas.
Babel
tenía agua potable y tierra fértil en la que podrían cultivar cereales y frutas
como sus antepasados. También había abundantes árboles, pero de un tamaño mucho
menor a los que había en la Tierra décadas atrás y ninguno de ellos tenía
frutos. Lo que no había encontrado era ningún tipo de ser vivo que no fuera de
origen vegetal.
Allí
los días duraban treinta horas, de las cuales diecisiete eran de luz y trece de
oscuridad. Para todos, aquello sería una novedad, ya que desde 2035 la luz del
Sol no llegaba a la superficie de su planeta natal. Skynet había detonado varias bombas nucleares y la reacción
provocada había sido que la atmósfera se oscureciera y se llenara de un polvo
tóxico que impedía el paso de los rayos solares.
Un
pitido sonó en su auricular y un mensaje salió en la pantalla de su visor.
Estaba recibiendo una llamada desde la Estación Base. A las pocas horas de su
llegada había hablado con ellos, para comunicar que el planeta Babel parecía
seguro para ser habitado.
––Aquí
Estación Base, adelante Primer Buscador.
––Al
habla el Primer Buscador.
––Todo
está dispuesto para establecer portal de teletransporte entre la Tierra y
Babel.
––Recibido,
mañana a primera hora activaré la puerta que voy a instalar ahora mismo.
––Mañana
a primera hora reestableceremos la comunicación.
Aquellos
breves diálogos informando de su situación o recibiendo órdenes era lo único
que lo seguía manteniendo unido al Planeta Azul.
Acudió
a su refugio y cogió el instrumental necesario para montar el portal que
comunicara los dos planetas. Colocó los dos postes laterales a una distancia de
tres metros entre ellos. Posteriormente, con ayuda de una armadura de carga,
que reducía los esfuerzos más de la mitad, elevó el travesaño hasta colocarlo
en el extremo de los postes. El visor le indicó que todo estaba correcto.
Regresó al refugio y sacó un gran generador para darle energía al portal de
teletransporte. Lo conectó y lo dejó en modo de carga, así al día siguiente
podría ponerlo en marcha sin ningún problema.
Había
llegado el momento de retirarse a descansar. La puesta de sol (aunque realmente
lo que se ponía era la estrella Hamal de la constelación de Aries) estaba a
punto de finalizar y no le gustaría estar fuera de su refugio cuando la noche
reinara en el planeta. La temperatura bajaba más de treinta grados y se
levantaba un ligero viento que daba más sensación de frío.
El
visor se iluminó de golpe indicándole que había algo acercándose a él. Se giró
rápidamente en la dirección que le indicaba el instrumento pero allí no había
nada. La señal del visor desapareció. Seguramente se tratase de un error, les habían
dicho en la Escuela de Buscadores que aquellos visores solían fallar. Habían
sido fabricados con los restos de los órganos de visión que utilizaban los
cyborgs T-800; eran muy buenos pero no infalibles. La señal volvió a activarse,
pero frente a él no había nada.
Se
quitó el aparato y le dio unos golpes con la mano, para que volviese a
funcionar correctamente. Se lo colocó frente a su ojo izquierdo otra vez. El
aparato seguía indicando que ante él había algo. Sin embargo, no podía ver
nada. Quizá estuviera a más distancia de lo que pensaba.
Decidió
adelantarse en busca de algo que no estaba seguro de que se encontrara allí.
Cuando llevaba cien metros recorridos decidió que ya había sido suficiente por
aquel día. Si no regresaba pronto al refugio se congelaría de frío. Dio dos
pasos más antes de caer de bruces. Había tropezado con algo. Pero allí no había
nada. Sin embargo, había oído que ese algo con el que había tropezado había
emitido una especie de gemido. Se incorporó de nuevo.
Estaba
sucediendo algo muy extraño. ¿Era posible que hubiera tropezado consigo mismo?
Podría ser, pero estaba seguro de que no había sido así. Miró por su visor,
pero el aparato no indicaba nada. Decidió regresar al refugio. Ahora el visor
sí indicaba algo. Entre él y el refugio marcaba que había cinco objetos. Se
retiró el visor nuevamente y ahora sí pudo ver lo que se interponía entre él y
su refugio.
Allí
había cinco seres peludos que parecían a lo que en su planeta una vez se
conoció como osos. Eran de un tamaño que no sobrepasaba al de un humano, con
grandes ojos que los hacían parecer enormes peluches y dos graciosas orejas
sobre su cabeza. El Primer Buscador levantó la mano en señal de paz. Pero los
cinco seres retrocedieron asustados.
Lo
que había pensado que eran las orejas se movieron hacia delante y comenzaron a
moverse y a emitir un sonido gutural y nasal a la vez. Resultaba que lo que
había confundido con orejas realmente eran bocas.
––He
venido en son de paz. Esto es una misión de reconocimiento
Evidentemente,
no recibió ningún tipo de respuesta.
Tan
de repente como habían aparecido, los cinco seres peludos desaparecieron.
Corrió hacia el refugio para comunicarse con la Estación Base para informar que
en aquel planeta había vida. Pulsó el botón del intercomunicador pero no obtuvo
respuesta. Al otro lado no había nadie. Consultó la hora y el monitor le
indicaba que en la ciudad en la que se encontraba la Estación Base eran altas
horas de la madrugada. Con razón nadie respondía a su llamada. Miró a través de
las ventanas, por si veía nuevamente a aquellos seres pero fue en vano. ¿Acaso
lo habría imaginado?
Le
convenía descansar. Al día siguiente tenía que contactar con la Estación Base e
informar de la situación. Después, tendría que esperar órdenes de abrir la
puerta de teletransporte o desmontarla y continuar su búsqueda en el siguiente
planeta.
Cuando
se despertó estaba amaneciendo. Según indicaba su monitor, eran las tres de la tarde
en el país de la Estación Base. Estarían preocupados ya que había dicho que
conectaría el portal a primera hora.
Salió
al exterior y activó su visor. El clima era soleado, con una temperatura
agradable de veinte grados y una humedad relativa del sesenta por ciento. Se
acercó al portal y comprobó que la energía que se había almacenado durante la
noche en los acumuladores era la suficiente para la apertura del transportador.
Pulsó
el botón de su intercomunicador.
––Adelante
Estación Base, aquí el Primer Buscador.
––Primer
Buscador, adelante para Estación Base. ¿Todo a punto para la conexión del
portal?
––Todo
listo. Cuando lo ordene, procederé a la activación.
––Proceda.
El
Primer Buscador se acercó al portal y se preparó activar los interruptores que
activasen la puerta interplanetaria para la llegada de su gente a aquel
planeta.
Entonces
sintió un golpe, como un latigazo, en el lateral de su cara y su cuello. No
sabía de dónde había venido aquel golpe pero le dolió. Incluso pasados unos
segundos seguió escociéndole. Se llevó la mano a la zona dolorida y la puso
frente a sus ojos. Estaba manchada de sangre.
Se
giró buscando a su posible agresor y allí los vio. Delante de él y a poco más
de veinte metros se encontraban los cinco seres peludos que había visto la
noche anterior. Su aspecto ahora no era ya tan adorable como la primera vez que
los había visto. De lo que había confundido con orejas en un primer instante,
le salían una pareja de látigos que se agitaban por delante de los seres.
Parecían lenguas furiosas dispuestas a darle un mortal lametazo.
El
Primer Buscador sacó su arma y disparó contra una de aquellas criaturas. El ser
se desparramó por el suelo en mil pedazos recubiertos de una sustancia viscosa
de color amarillento.
Otro
de los seres lanzó su látigo contra el Primer Buscador lacerándole el brazo con
el que sujetaba su arma, que cayó al suelo. El humano se arrodilló para recoger
el arma sin perder un solo instante. Las lenguas de los habitantes de Babel
continuaban agitándose con violencia. Entonces, como un único ente, todos los
seres lanzaron sus lenguas-látigo a la vez contra el Primer Buscador. Y
repitieron la operación una y otra vez. Las heridas le cubrían casi la
totalidad del cuerpo. Seguía con vida pero notaba que ésta se le escapa poco a
poco por aquellos cortes que los babelonianos le habían hecho. Se estaba
desangrando y no tenía fuerzas para moverse.
Giró
su cabeza y, desde aquella posición, vio como los cuatro seres que aún quedaban
en pie se acercaban a él. No tenía fuerzas para defenderse. Para su sorpresa
pasaron de largo. No se dirigían hacia él si no hacia el portal. Con una de
aquellas lenguas, uno de ellos pulsó el botón de encendido del portal
intergaláctico. Un arco voltaico saltó entre los dos postes para convertirse a
los pocos segundos en una superficie espejada de aspecto acuoso.
Aquellos
cuatro habitantes de Babel atravesaron el portal con dirección a la Tierra. El
Primer Buscador sintió una punzada de nervios al pensar que su planeta iba a
ser invadido por una raza extraterrestre por su culpa. Sin embargo, se sintió
más aliviado al pensar que los de su raza poseían armas que acabarían en un
instante con aquellos seres, igual que él había hecho momentos antes.
A
unos metros de su posición. Los restos de la criatura que había matado de un
disparo, comenzaron a crecer hasta constituir cada uno una nueva criatura de
aquella especie. Centenares de nuevos babelonianos se encaminaron hacia el
portal interplanetario y lo atravesaron dirección a la Tierra. De todas las
direcciones, más y más de aquellos seres aparecieron de la nada y se perdieron
a través del umbral de la puerta teletransportadora.
La
última sensación que tuvo el Primer Buscador antes de morir desangrado no fue
miedo, si no angustia por haber condenado a su planeta. Después de tantos años
de lucha contra Skynet y los Cyborgs,
ahora la Tierra se vería envuelta en otra guerra contra unos seres que lejos de
morir, se multiplicaban cuando los hacías saltar en pedazos.
Me ha tocado escribir, para esta segunda ronda, un
relato de ciencia-ficción. Lo que hoy es ciencia-ficción, mañana puede haberse
convertido en algo real.
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