Por Gean Rossi.
—¡Adiós
papá! —le respondió el joven en un tono regular que disfrazaba el enrome miedo
que tenía de quedarse solo en casa, pero no quería que su padre lo notara.
—Estaré
de vuelta mañana por la mañana, ahí en la cocina te dejé la carne descongelando
para que te la prepares y cenes algo.No sé, ponte creativo que ya estás grande.
¡Ah!, y no te acuestes tan tarde. ¡Nos vemos! —Y la puerta quedó cerrada frente
a él.
El
auto de su padre emitió un leve chillido de frenos en el garaje mientras se
retiraba. El miedo empezó a florecer en el muchacho.
Ok, todo irá
bien, es solo por una noche… ¡Vamos William que tú puedes!, ¡Sí, claro que
puedes! Pensó.
Permaneció
un rato de pie frente a la puerta, luego se acercó a la cocina y divisó la
carne molida en el fregadero, le estaba pegando el hambre y se dispuso a hacer
unas hamburguesas a la plancha —no tan creativo como su padre esperaría pero,
comida es comida ¿no?
William
empezó a picar un par de aliños para darles algo de sabor a sus hamburguesas.
Una a una iban cayendo junto al cuchillo las hileras de un pimentón tan rojo
como la sangre que corría y chorreaba sobre la tabla de picar. Huesos, piel,
carnosidades e incluso uñas regadas sobre el mar rojoque cubría la tabla: Se
había cortado los dedos.
No
se había dado cuenta de nada, no le salía voz siquiera para gritar. Intentó
reaccionar, se palpó la mano temblorosa; Sus dedos seguían ahí.
Ya estoy
imaginando cosas. Está empezando…
Dejó
las hamburguesas y los aliños a un lado, se le había pasado el hambre como
siempre.
Necesitaba
distraerse, subió las escaleras que conducían al estudio y se sentó en la
computadora a chequear un rato el Facebook.
No podía sacar de su mente la imagen de sus dedos destrozados sobre la
tabla de picar. Sabía que iba a ser una noche larga…
De
pronto oscuridad total, se había cortado la energía.
Y aquí vamos,
otra vez. Se dijo a sí mismo
Clack…Clack…Clack…
Eran
las escaleras, alguien estaba subiendo las escaleras muy lentamente, pero
directo hacia él. No podía ver nada, y salió corriendo hacia el cuarto de su
padre que era el que tenía más cerca, tropezando con todo lo que se cruzase en su camino. Logró llegar
al baño y con suerte consiguió una caja de fósforos.
Encendió
uno, lomantuvo elevado por un rato mientras intentaba mirar hasta donde la luz
del diminuto fósforo permitiera. Los peldaños de las escaleras dejaron de
sonar, no vio nada diferente.
Se
acercó al armario de su padre, donde sabía que guardaba su Mayala. La tomó y mientras la guardaba en sus pantalones, la llama del fósforo alcanzó su dedo
provocando que lo soltara por el fugaz ardor. Oscuridad otra vez.
Pasos
y voces, cada vez más cerca.
William… Wiiiiilliiiiiiaaaaaaaammmmmm…
Solo queremos jugar…
—No,
no, no. ¡Aléjense de mí! —gritó el joven de dieciséis años a la oscuridad del
cuarto de su divorciado padre mientras con manos temblorosas y un sudor frío
corriendo por todo su cuerpo intentaba encender un fósforo.
Los
pasos seguían cada vez más fuertes y firmes acompañados de voces graves y
agudas que vociferaban su nombre, hasta que logró encender un fósforo: No había
nada; Silencio otra vez.
Empezó
a caminar, bajó las escaleras e hizo lo que siempre hacía cuando aparecían las
voces; Entrar a su habitación.
Cerró
la puerta y se lanzó sobre la cama a llorar y meditar qué podría hacer.
No
se dio cuenta de que se había quedado dormido. Se puso en pie para verificar si
había llegado la energía eléctrica. No le sorprendió que hubiera llegado la
luz, le sorprendió ver el estado en el que se hallaban las paredes.
JUEGA CON
NOSOTROS. NO NOS HUYAS. SOLO QUEREMOS JUGAR. NO TE ESCONDAS.
Todo
escrito en grandes letras rojas en cada una de las paredes. El blanco de la
pared quedó casi sepultado por el rojo de las manchas de sangre que cubrían su
habitación.
Esto tiene que
acabar hoy. Pensó.
Williaaaaaaaaaaaam…
juega con nosotros… Otra vez las voces.
Se
acercó rápidamente a la mesita de noche y sacó una libreta con la foto de un
gato en la tapa. La abrió, en la primera página estaba escrito con trazos de
niño de cuatro años Amigos Imajinariozy
en la parte de abajo figuraba: propiedad de William. Pasó la página y ahí
estaban todos sus dibujos. En una página había uno de una especie de enfermera,
sobre el dibujo se leía Miranda. En
la siguiente página había uno de un payaso sonriente de anchas ropas, sobre él
decía Lollipop. Y sucesivamente
conforme iba pasando las páginas los dibujos cada vez se hacían más extraños y
siniestros, empezaban a abrir sus bocas de la cual se distinguían grandes
colmillos blancos, los ojos empezaban a brillar en un fuerte rojo que
asemejaban luces de navidad.
Y
llegó a la última página que figuraba: estamos
cerca. Escrito en marcadores rojo sangre que ocupaba una página completa.
Clack…Clack…Clack…
Otra
vez las pisadas que venían acompañadas de voces sin sentido. Rápidamente empezó
a arrancar las páginas de la libreta, la ira se hacía notar en sus manos.
—¡No
quiero saber nada de ustedes! —dijo mientras terminaba de arrancar la última
página.
Soltó
la libreta sin hojas dentro del bote de basura y de pronto las voces se
callaron.
Funcionó. Pensó.
Dio
un fuerte suspiro y se tiró a la cama. Suponiendo que todo había acabado, no
sabía cómo no se le había ocurrido antes romper la libreta.
De
pronto empezaron a golpear la puerta repetidas veces, sin parar, golpes fuertes
que parecía iban a romper la puerta.
¡¡NO
PUEDES DESTRUIRNOS!! Esta vez la voz no sonaba distante,
tampoco se oía en su casa: Las voces estaban en su cabeza.
Podrás
eliminar la marca del recuerdo de tu infancia, pero no podrás borrar lo que tu
cabeza creó, lo que tú mismo creaste, a nosotros… Sólo queremos jugar William…
La
puerta seguía siendo golpeada, la luz del bombillo empezaba a titilar, iba y
venía constantemente, la puerta cayó y las luces se apagaron.
William sintió cómo en la plena
oscuridad que inundaba su habitación pasaban alrededor suyo todas sus
creaciones de la infancia como ráfagas de viento. Se empezaron a aferrar a él;
tomaban sus brazos y piernas.
No
puedes escapar del recuerdo William…
Empezó
a tambalearse hasta más no poder y en el intento rozó la Mayalaque seguía en sus pantalones. No era más que un revolver que
su padre tenía para posible protección personal, y simplemente se le había
ocurrido ponerle de nombre Mayala.
Cuando se está asustado es imposible
lograr emitir un grito de auxilio o algo parecido, la garganta se cierra, la respiración
se entrecorta, y no hay otra opción que reaccionar rápido.
Juega
con nosotros… Solo queremos jugar… Williiiiaaaaaaamm no podrás escapar… Las
voces se intensificaron en su mente, se estaba volviendo loco.
Posó el revolver junto a su cabeza y
disparó. De pronto todo fue oscuridad.
William abrió los ojos poco a poco,
le dolía mucho la cabeza, se sentía desorientado, pero a los pocos segundos
terminó de reaccionar.
Se encontraba en lo que parecía una
habitación de hospital, cuatro paredes grises y agrietadas rodeaban la cama en
la que estaba acostado.
Tras un rato de mirar al fondo de la
pared como lelo fue que se percató de que había alguien junto a él. Una
enfermera delgada de cabellos tan largos que no se le veía la cara por el
ángulo en que tenía su cabeza, ella miraba fijamente la acción que realizaba
con sus manos sobre la mano de William en la que al parecer le estaban poniendo
el suero intravenoso.
—Hola… —dijo William con voz ronca.
—Veo que despertaste —comentó ella
mientras alzaba lentamente la cabeza. La enfermera no tenía cara... Era un
esqueleto parlante.
—¿Qué es esto? ¿Quién eres tú?—preguntó
William agitado, aunque sabía perfectamente quién era.
—Nunca te librarás de nosotros
William…
—¡Pero…esto no puede ser posible!
¡YO ESTOY MUERTO, ME DISPARÉ EN LA CABEZA! —No se dio cuenta que empezaba a
llorar.
—¿Acaso no te diste cuenta? —la voz
de la mujer esqueleto (o lo que fuese) empezaba a cambiar y a volverse más
neutra hasta el punto de no saber el sexo de quién hablaba— La bala nunca salió
William. El arma estaba vacía.
—No… —Fue lo único que pudo salir de
su boca, estaba atónito, sudaba frío, no podía parar de temblar.
El panorama empezó a tornarse rojizo,
estaba lloviendo rojo. En el techo, millones de pequeñas goteras rojas caían
sobre la habitación que poco a poco iba quedando inundada.No solo era sangre,
era algo más pues William sentía como cada una de las gotas quemaba su piel.
—Bienvenido a nuestro mundo William,
más bien, tú mundo, pues al fin del caso esta es tu mente, tú creaste todo
esto; nos creaste a todos nosotros bajo tu inocencia infantil. Te estábamos
esperando para jugar —La voz se tornaba cada vez más grave y se le sumaban
voces distorsionadas que venían del exterior y, que poco
a poco se iban acercando. Las gotas rojas seguían quemándolo, sabía que no iba
a morir: Allí no podía morir—. Que comience el juego.
Mi reto era el de escribir un cuento de
Terror.
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